Vidas imaginarias Kafka y su cascarudo
Samsa, un mártir de su familia G
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Viernes 28 de enero de 2011
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regorio Samsa es el único personaje de la literatura universal que de la noche a la mañana se despierta transformado en cascarudo. Algunos afirman que su aspecto se asemejaba más al de un escarabajo; otros, que se parecía más bien a una cucaracha. No se sabe a ciencia cierta en qué clase de insecto se convirtió, pero podemos tratar de resolver el enigma de la transformación apelando a su biografía. Hijo primogénito de una familia checa desclasada, vivía en Charlottenstrasse, frente a un hospital cuya visión llegó a maldecir. Se levantaba todos los días al alba para ir a trabajar. “Esto de levantarse temprano lo vuelve a uno idiota”, se decía. Viajaba todo el tiempo, llevando muestrarios de tejidos y mercancías. Estaba atento a los trasbordos de trenes, para no perder las combinaciones. Comía mal y su relación con las personas era efímera y cambiante. No le gustaba su trabajo, pero amortiguaba las quejas por su sentido de la responsabilidad familiar. Su padre había llevado el negocio a la quiebra, con lo que había contraído una deuda que Gregorio se había propuesto saldar. Era el único capaz de hacerlo. Su madre tenía asma y el solo andar por la casa le requería esfuerzo. A partir de la ruina financiera, su padre se pasaba horas tirado en el sofá, con una bata como uniforme y el pelo blanco enmarañado, exhibiendo una decrepitud anticipada. Tantos años sin trabajar lo habían vuelto grasoso y pesado. Grete, la hermana de Samsa, era todavía una adolescente. Él la cuidaba como un bien personal. Ahorraba dinero para financiarle los estudios de violín en el conservatorio. Toda la plata que Grego-
rio ganaba era para los suyos. Ponía sobre la mesa las comisiones que conseguía como viajante de comercio y las ofrecía a su agradecida familia. Ellos se habían acostumbrado a recibirlas todos los meses. Gregorio lo hacía con todo gusto. Por las noches ni siquiera salía: prefería dedicarse a realizar tareas de marquetería o a estudiar los horarios de los trenes.
La metamorfosis Sucedió de pronto, una mañana, al despertar de una noche plagada de sueños intranquilos. Según cuenta Franz Kafka, Samsa apareció tumbado sobre su dura y coriácea espalda, con el vientre abombado, marrón, dividido por arqueadas callosidades, sacudiendo sus muchas patas “lastimosamente delgadas”. Era un día de lluvia: caían gotas gruesas. Nunca había faltado ni llegado tarde al trabajo. Su madre le había golpeado la puerta y le había avisado con voz suave que faltaban quince minutos para las siete. Gregorio quiso responderle con dulzura, pero lo único que consiguió emitir fue un “irreprimible y doloroso” silbido. También su voz era otra. Imposibilitado de salir de la habitación, tuvo que soportar las amenazas del gerente de la empresa, que vino en persona para echarle en cara su demora y llevárselo al trabajo. La insistencia del gerente y de su propia familia lo obligaron a contestar. Lo hizo con su silbido animal. Estaba dispuesto a exponerse, “ansioso por ver lo que los otros, que tanto lo llamaban, dirían al verle. Si se asustaban, él ya no sería responsable y podría estar tranquilo”. El espanto podía librarlo de la culpa. Ellos decidieron llamar simultáneamente a un médico y un cerrajero.
No le gustaba su trabajo, pero amortiguaba las quejas por su sentido de la responsabilidad: el negocio del padre había quebrado y Gregorio estaba decidido a saldar la deuda que pesaba sobre sus familiares POR SILVIA HOPENHAYN Para La Nacion
Cuando por fin lograron abrir la puerta, fue un verdadero escándalo. El gerente, al verlo, huyó despavorido, arrastrando su barba por la baranda de la escalera. La madre saltó hacia atrás con los brazos abiertos, pidiéndole socorro a Dios. El padre reaccionó violentamente: agarró un bastón y un diario enrollado para amenazar a su hijo y mantenerlo encerrado en su habitación. Las primeras semanas, Grete fue la única que se animó a entrar. Lo alimentaba con restos: verdura medio podrida, huesos bañados en salsa blanca solidificada y queso de olor muy fuerte. Pasado un mes, Gregorio hizo un intento de acercamiento. En lugar de esconderse cada vez que ella entraba, la esperó posado en la ventana. Cuando su hermana percibió la figura amarronada con las patas pegadas al vidrio, retrocedió de inmediato y cerró sus ojos tan fuertemente como la puerta. En ese momento, él se dio cuenta de que su visión era insoportable para los demás y, con humilde resignación, se cubrió el cuerpo con una sábana. Le llevó cuatro horas lograrlo.
La habitación En los últimos meses de su vida, Samsa se distraía con nuevas costumbres: trepar por las paredes o mirar por la ventana con sus patas atornilladas al vidrio. Colgarse del techo le daba un placer especial (un día se le desprendieron las patas del cielo raso y se estrelló contra el piso). En su recorrido iba dejando pegamento en las paredes y por el suelo. Su hermana advirtió por esas marcas lo que él hacía y le pareció que los muebles le estaban dificultando aquel único y limitadísimo placer. Quitó el baúl y el escritorio para abrirle el