Vidas privadas

Nadal y los Cristiano Ronaldo debe- rán someterse a las ... “un criminal”. “¿Qué pasaría si un ... máximo campeón en la historia de los. Juegos Olímpicos no ...
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Miércoles 25 de febrero de 2009

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la mirada de Ezequiel Fernández Moores s

rimero tenían que hacer pis. Después, les sacaron sangre. Los controles se hacían al final de cada competencia. Pero no alcanzó. Impusieron los controles sorpresivos. En pleno entrenamiento o pocas horas antes de la prueba. Tampoco alcanzó. Ahora, las estrellas del deporte deben informar cada tres meses dónde estarán en cada uno de esos noventa días. Y fijar una hora, entre las seis de la mañana y las once de la noche, para un eventual control. En esa hora deberán estar en el lugar que ellos indiquen. Pase lo que pase en sus vidas, amantes, divorcios, nacimientos, vacaciones, dramas, lo que fuere. Si dentro de un período de 18 meses no están allí una tercera vez, sin aviso previo y fehaciente cambio de lugar, serán suspendidos de uno a dos años. “Sólo falta que nos pongan tobilleras o collares, como a los condenados que cumplen arresto domiciliario”, se queja, off the record, un deportista de renombre. La norma, que precisa de instancias legales y cuya puesta en práctica está paralizada en la mayoría de los países, no es nueva. Pero saltó ahora a los titulares de los diarios gracias a las protestas del fútbol y del tenis. Ambos deportes, que siempre fueron renuentes a los controles, se vieron obligados a seguir los reglamentos de la Agencia Mundial Antidoping (WADA, en inglés) para mantener su estatus de disciplinas olímpicas. Personajes de la talla de Rafael Nadal y Michel Platini están furiosos. Pocos escucharon en cambio a la atleta británica Christine Ohurogu. Su disciplina es menos poderosa y Ohurogu, hija de nigerianos, no es Nadal. La suspendieron por un año en 2006 por faltar a tres controles antidoping en diez meses. Ohurogu, que ya apuntaba a ser número uno del mundo en los 400 metros, no quiso poner en planilla la dirección de su casa, en el este de Londres, para no alterar la rutina de su familia: vive con los padres y sus siete hermanos. No estuvo una primera vez en el lugar que había indicado. Tampoco en la segunda, porque justo ese día se entrenó en otro sitio. La tercera ausencia tuvo aún más atenuantes: Mile End, su lugar habitual de trabajo, estaba ocupado por una competencia escolar. Se fue a entrenar a Crystal Palace. Volvió apenas le avisaron que los médicos la esperaban para un control sorpresivo. Pero

Para LA NACION

Vidas privadas llegó tarde: era conductora novata, se metió en una autopista y viajaba con su hermana menor. La suspendieron por un año, le sacaron las becas y le prohibieron competir de por vida en los Juegos Olímpicos. No importó que los controles obligatorios a los que la sometieron al día siguiente de cada inasistencia dieran negativo. Ni que dieran negativo más de una docena de controles que le habían realizado en ese mismo período de diez meses. Ni que los casi veinte controles posteriores siguieran dando negativo. A los veinte días de cumplir la sanción se coronó campeona mundial en Osaka. Fue la única campeona británica, con un tiempo de 49s61/100. Pero al día siguiente, The Sun le dedicó en su portada un titular descalificante, que muchos consideraron racista. Ohurogu, religiosa y lectora de Noam Chomsky, licenciada en Letras en la Universidad de Londres, suave y de muy bajo perfil, logró que le fuera levantada la suspensión de por vida para los Juegos Olímpicos. Y ganó el oro en los últimos Juegos de Pekín. “Hoy muchos se dan cuenta de lo difíciles que son estos reglamentos. Será duro para los jugadores de fútbol”, dice Ohurogu, consciente de que el debate será mayor ahora, porque también los Nadal y los Cristiano Ronaldo deberán someterse a las mismas reglas. Mike Bryan, doblista número uno del mundo con su hermano Bob, perdió dos aviones y faltó a dos controles. Si antes de abril falta a un tercero será el primer tenista víctima de la nueva reglamentación, que ya fue recurrida ante tribunales europeos por deportistas de Bélgica.

Phelps y los derechos de los campeones Phelps hizo, a los 23 años, lo que ha hecho más de la mitad de los estadounidenses. “En lugar de pedir disculpas, podría decirles a los jóvenes la verdad. Que el mundo es confuso, complicado, moralmente complejo y que todos alguna vez podemos hacer cosas estúpidas”, escribió un lector de The New York Times.

El propio Nadal sugirió que también él podría ir a la justicia. Calificó la norma de “anticonstitucional” y dijo que no quiere ser tratado como “un criminal”. “¿Qué pasaría si un ciclista hablara así?”, se preguntó Lance Armstrong, siete veces campeón del Tour de Francia, y que vivió bajo sospecha eterna de doping, aun cuando jamás dio un resultado positivo. Los ciclistas no tienen paz. Además de pis y de sangre, entregan un pasaporte biológico, reciben multas elevadas si no cumplen las normas y en días de competencia los sacan de la cama en plena madrugada. No tienen derecho al pataleo. Fueron protagonistas de los peores escándalos de doping de los últimos años. En rigor, miles de deportistas de la alta competencia, y no sólo los ciclistas, se entrenaron para burlar el sistema. Entregar el pis de otros, tirar jeringas por las ventanas de los hoteles, tomar bloqueadores, recurrir a la justicia ordinaria e inventar insólitas contaminaciones para justificar de qué modo ingresó la sustancia prohibida en su organismo, desde dentífricos hasta el aire acondicionado de la habitación. A contramano de muchos, Roger Federer aceptó la reglamentación. “Quiero estar en un deporte limpio”, afirmó. La corporación del deporte promovió el engaño. Hasta que los muertos comenzaron a multiplicarse. En febrero se suma-

ron a la lista dos nuevos nombres: el ciclista belga Frederiek Nolf, de 21 años, amaneció muerto en su cama en plena competencia del Tour de Qatar, y la lanzadora polaca Kamila Skolimowska también murió mientras se entrenaba en Portugal. Vida por éxito, millones por medallas. Millones que se multiplican cuando venden su imagen a las multinacionales en sinónimo de triunfo, salud y una vida modelo. A cambio del fin de la vida privada. Y si no, ahí está Michael Phelps, que todavía se disculpa porque el tabloide británico News of the World lo mostró fumando una pipa de marihuana en una fiesta con amigos. Hizo, a los 23 años, lo que ha hecho más del cincuenta por ciento de los estadounidenses, incluyendo a los dos últimos presidentes y también al actual. Fumó marihuana en el primer recreo largo de su vida, después de trabajar cinco años seguidos, sin descansar siquiera los domingos, para ganar ocho medallas en Pekín. Pero el máximo campeón en la historia de los Juegos Olímpicos no puede aparecer fumando marihuana. Las voces del discurso oficial no lo toleran. Tampoco Kellog’s, que le retiró su patrocinio, aunque ya hay un sitio en la web que pide el boicot contra Kellog’s. El contragolpe sugiere además visitar Wikipedia para ver las extravagantes recomendaciones de John Harvey Kellog’s, el fundador de la empresa, sobre cómo lograr la abstinencia sexual. “En lugar de pedir disculpas, Phelps podría decirles a los jóvenes la verdad. Que el mundo es confuso, complicado, moralmente complejo y que todos alguna vez podemos hacer cosas estúpidas”, escribió un lector de The New York Times. Pero los campeones carecen del derecho a una vida privada. Son actores cotizados del Truman Show. Ronaldo fue filmado por un transexual con un celular que apuntó y desnudó. La tenista Martina Hingis fue tapa en The Times con el título “Shame” (Vergüenza) por consumir cocaína. Y hasta las nalgas de Max Mosley, el setentón presidente del automovilismo mundial, aparecieron en el News of the World recibiendo latigazos de una prostituta en plena sesión sadomaso. Famosos deportistas italianos eran acosados por chicas mandadas por un fotógrafo VIP, hoy bajo juicio. Las chicas obtenían imágenes privadas y si el famoso no pagaba, la intimidad llegaba a la telebasura.

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