DEFA, LA FÁBRICA DE IMÁGENES DE LA ALEMANIA ORIENTAL. Organizada por el GoetheInstitut de Buenos Aires, la retrospectiva comienza el viernes 24 y termina el jueves 30, con entrada a $8. El crítico alemán Ralf Schenk presentará el ciclo
RESCATES | CINE ALEMÁN
Vida y arte al otro lado del Muro Una valiosa retrospectiva de las películas producidas en la ex Alemania oriental muestra cómo era el cine en aquel país POR LEONARDO TARIFEÑO De la Redacción de La Nacion
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n Mitologías (1957), Roland Barthes escribió que el mundo socialista era “una zona intermedia entre nosotros y Marte”. Había tan poca información sobre lo que ocurría del otro lado del Muro de Berlín, circulaban tantos rumores, versiones y contraversiones, que al final los comunistas terminaban por parecerse a los marcianos. Unos y otros venían de lejos, eran y no eran como los humanos, y sobre todo, ocultaban viles intenciones de dominio universal. En el ocaso de la Guerra Fría, los extraterrestres se volvieron simpáticos: de E.T a Mork y Mindy, pasando por Encuentros cercanos del tercer tipo y hasta por la tragicómica ¡Marte ataca!, la representación televisiva y cinematográfica del alienígena demostró que “el mundo libre” había hecho las paces con sus extraños invasores. Los habitantes del espacio ya no provocaban terror; al contrario, causaban gracia. Mientras tanto, y curiosamente, los comunistas no siguieron el mismo destino. Desaparecieron, se extinguieron como los dinosaurios o los amantes del rock sinfónico, y a lo largo de ese proceso nunca tuvieron la suerte de convertirse en gente simpática, ni mucho menos normal. La Cortina de Hierro se extinguió, pero la desinformación, la sospecha y los recelos se mantuvieron intactos. Contra todo pronóstico, los comunistas resultaron peores que los marcianos, ya que, aun en la derrota, jamás abandonaron su estilo conspirativo, gélido como las estepas, para el que cualquier ocasión era buena a la hora de intercambiar peligrosos microfilms. Pero, ¿cómo era realmente el planeta comunista? ¿Qué sueños, frustraciones y aventuras poblaban la vida cotidiana en los países que orbitaban alrededor de la ex Unión Soviética? ¿Y cómo se veían y representaban a sí mismos? Esas y otras preguntas sobrevuelan la valiosa retrospectiva de la productora DEFA, la mayor fábrica de cine de la ex República Democrática Alemana, que se exhibirá desde el próximo viernes 24 hasta el jueves 30 en la sala Lugones del Teatro Municipal General San Martín. Fundada el 17 de mayo de 1946, DEFA era la productora cinematográfica de un Estado que estimulaba un tipo de arte propagandístico, una suerte de Hollywood politizante en el que no escaseaban las coerciones, trabas y censuras oficiales. Sin embargo, y a lo largo de su riquísima historia (se calcula que DEFA produjo más de 7500 filmes, entre documentales, largometrajes de ficción y películas animadas), no pocos realizadores burlaron los tabúes ideológicos con talento y osadía. Otros, al mismo tiempo, construyeron un mapa crítico de la sociedad, que hoy sorprende por su audacia y desprejuicio. Y sus contradicciones fueron tan enriquecedoras y am-
MIRADA SOCIALISTA. El tercero y Huella de piedras son dos de las películas que se exhiben en el ciclo de la Lugones
¿Qué sueños y frustraciones integraban la vida cotidiana en los países de la órbita soviética? Esa y otras preguntas sobrevuelan el ciclo de películas de la productora DEFA plias, que en diciembre de 1965 el Plenario del Comité Central del Partido Socialista Unificado de Alemania prohibió la casi totalidad de su producción, en un acto que dejó al desnudo el cortocircuito entre las políticas oficiales y la madurez de los directores Konrad Wolf, Heiner Carow y Frank Beyer, entre otros. La particular trayectoria de DEFA pone de manifiesto la pregunta sobre cómo narrar la Historia, y también demuestra que el gran arte siempre es libre. Lejos del realismo socialista, con un pie en la propaganda y otro en la innovación estética, algunas de las películas que forman parte de este ciclo deslumbran por la asombrosa modernidad de sus temáticas y de sus apuestas formales, en las que predomina el riesgo y el gusto por la mirada poco convencional. Quizás el mayor ejemplo en esa línea sea la notable El tercero (1972), de Egon Günther, en la que una mujer exitosa en su trabajo y modélica como avanzada femenina del socialismo se cansa de sus fracasos conyugales (es madre soltera de dos niñas) y toma la iniciativa para encontrar el hombre de sus sueños. Narrada a partir de un realismo atemporal y quebradizo, en el que la pasión política se subraya en términos paródicos (y es completamente secundaria con respecto a los auténticos desvelos de Margit, la protagonista), El tercero dibuja con claridad los límites vanguardistas que la DEFA se permitía, en un contexto de liberación femenina bastante más adulto y práctico del que por esa misma época surcaba los intereses de la generación estadounidense posterior al Flower Power. En otro sentido, pero con idéntico valor, el documen-
tal El muro (1990), de Jörgen Böttcher, narra con brutal independencia el proceso de desmontaje de la frontera entre las dos Alemanias, uno de los acontecimientos más impresionantes del siglo XX que aquí se cuenta con extremo detalle y simbolismo universal. Lo mismo puede decirse de la sombría Los arquitectos (1990), de Peter Kahane, curiosa parábola sobre el rebelde que acaba por formar parte del sistema que ataca, y, en menor medida, de Yo tenía 19 (1968), de Konrad Wolf, alegato antibélico que presenta por primera vez el ataque de los soldados soviéticos a la población alemana. El ciclo se completa con otras obras inquietantes, como Los asesinos están entre nosotros (1946), de Wolfgang Staudte, la primera película rodada en Alemania después de la guerra, con el foco puesto en las brutalidades de la era nazi, y el curioso documental Unidad SPD-KPD (1946), de Kurt Maetzig, acerca de la unificación de los partidos socialistas alemanes, cuyo tratamiento estético de la Historia evoca los méritos de Leni Riefenstahl en su abordaje cinematográfico del deporte bajo la larga sombra del nazismo. Es posible que DEFA, sometida a presiones de todo tipo y limitada por lo que los innumerables filtros de la dictadura le permitía hacer, no haya mostrado a la sociedad de la ex RDA como de veras era; sin embargo, la honestidad y el ingenio que se puede ver en estos trabajos prueban que aunque el arte no siempre consiga mostrar la realidad tal cual es, de todas maneras logra iluminarla. Esa luz permanece y aún dice mucho, a pesar de lo que varias décadas de Guerra Fría intentaron ocultar. Alemania oriental ya no existe, y estas películas conforman el insólito retrato de un universo desaparecido, tan extraño como puede serlo Marte. Las verdades, leyendas e ilusiones de aquel mundo sólo viven en la pantalla del cine, fábrica de sueños que en este caso compitió con la política hasta dejarla definitivamente atrás. © LA NACION
Sábado 18 de abril de 2009 | adn | 23