ARTE | MUESTRAS
EL OTRO LADO DEL ESPEJO Mundos oníricos se despliegan en la flamante galería de Ignacio Liprandi, donde exhibe Fabián Bercic, y en la Fundación Klemm, que reúne obras de ocho artistas POR DANIEL MOLINA Para La Nacion - Buenos Aires, 2010
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e niños, creíamos que viajar en el tiempo era una aventura posible, aunque fuera tan difícil y tan azarosa como la que mostraba la TV. De grandes, descubrimos que lo menos importante de un viaje –aunque sea en el tiempo– es el mero desplazamiento físico: lo que nos mueve es la imaginación. Si no somos capaces de imaginar nunca veremos nada nuevo. Por eso el arte ha sido ligado al viaje, ya que la imaginación descubre territorios inexplorados. Como Indianas Jones juguetones, los artistas visitan tierras vírgenes, redescubren el encanto de culturas olvidadas o inventan mundos. Mejor aún: hacen deseable este planeta. Dos muestras actuales lo demuestran: la individual de Fabián Bercic y la colectiva Otaku, que reúne obras de Maximiliano Aduki, Ernesto Arellano, Fabián Bercic, Martín Di Paola, Flavia Da Rin, Estanislao Florido, Sebastián Guajardo y Mercedes Vásquez. Los tres murales que componen la muestra de Fabián Bercic son distintos cantos de un mismo poema. En él, las formas geométricas –una extraña abstracción que hace soñar con múltiples figuras– son los versos de un texto que refiere tanto a los manuscritos iluminados que se produjeron en la Edad Media como a registros de la arquitectura moderna y del arte contemporáneo. En el mural que ocupa la pared central de la primera sala de la galería, se reproduce a escala gigante una de las mi24 | adn | Sábado 17 de abril de 2010
niaturas de Las muy ricas horas del Duc de Berry, el manuscrito más importante del gótico tardío, comenzado en 1410 por los hermanos Limburg y que recién fue terminado en 1485 por Jean Colombe. Sobre la pintura resalta una escultura mural en resina poliéster: es abstracta, aunque sugiere una flor de loto. También las otras dos esculturas sobre paredes evocan formas vegetales que se entrecruzan: se inspiran tanto en el Libro de Kells, realizado a comienzos del siglo IX en Irlanda, como en el Art Nouveau y en la época más abstracta de la obra de Jorge Gumier Maier. Al igual que el artista que fundó y dirigió la Galería del Rojas, Bercic carga su obra de una vibración zen. Durante gran parte de la última década, Bercic desarrolló un camino alejado del mundanal ruido. Sus “juguetes” de copia única eran –al igual que estos murales– trabajos que desafiaban la contraposición entre lo artesanal y lo industrial: parecían productos seriales, pero cada obra era fruto de una ardua labor manual. Al semejar obras sofisticadamente intelectuales (que lo son), a la vez son producciones profundamente lúdicas: invitan a jugar, a sacar de adentro el niño que tenemos reprimido para que la seriedad adulta no nos haga trastabillar. Al semejar ser ornamentaciones, las figuras construyen mandalas que nos abren las puertas de la mente. Nos permiten ver que en este mundo hay FLAVIA DA RIN. Sin título, fotografía
FABIÁN BERCIC. Mural en la galería de Ignacio Liprandi
FOTOS: GENTILEZA FUNDACIÓN KLEMM E IGNACIO LIPRANDI
otro mundo: el que aparecerá cuando todo sueño y deseo se desvanezca. Otaku es una palabra japonesa que define al que se encierra en su casa para dedicarse a algo con fanatismo. Suele usarse para designar a los fans del manga, el animé y la tecnología: la cultura visual japonesa. La muestra Otaku, curada por Patricia Rizzo, reúne a un grupo de artistas cuyas obras están inspiradas en la enorme diversidad de la producción de imágenes que caracteriza el pop nipón. Para Aduki el animé es un pasaje que le abre la puerta hacia el otro lado del espejo. Sus obras se parecen a las producciones que podría haber realizado una Alicia alucinada que hubiera caído en un cielo oriental. Arellano realiza cerámicas enormes sobre pedestales: monumentos de una cultura perdida e incierta (ya que posiblemente jamás existió). Quizá sean los restos de un mensaje que se nos envía desde el futuro. Los “juguetitos” de Bercic interpretan una tragedia cómica, como la que imaginarían los niños si nadie los controlara. Los monstruitos que habitan las pinturas de Di Paola surgieron de los juegos electrónicos y se transformaron en gnomos disfrazados de geometría abstracta. Duendes y elfos –con la cara de Flavia Da Rin– pueblan
sus fotos y juegan a sorprenderse con los misterios del bosque. El film infinito y, a la vez, capaz de resumir en una imagen que viene pintando Florido, más que narrar una historia, pone en escena el placer de pintar. El porno es ingenuo: en las producciones gráficas de Guajardo anida el deseo fetichista que no se puede contentar con el goce de los fragmentos: siempre quiere más. El trabajo de esclava oriental que Mercedes Vásquez realiza con papel picado aplicado a punzón no es una artesanía lujosa, sino la ascesis imprescindible para que su mundo onírico se haga sensible. Los artistas reunidos en Otaku, temerosos de perderse en el bosque de los símbolos (como si fuesen los Hansel y Gretel de la era del vacío), lanzan miguitas en los senderos para volver a encontrar el camino a casa. Pero se extravían, se salen de la senda. Y nos arrastran con ellos a un desvarío que se parece mucho a la imaginación amorosa. © LA NACION
FICHA. Otaku en Fundación Klemm (Marcelo T. de Alvear 626), hasta el 14 de mayo. Bercic en Ignacio Liprandi Arte Contemporáneo (Av. de Mayo 1480, 3º izquierda), hasta hoy