Verdad, Belleza y Arte Sacro Angel Sancho Campo Nadie puede despreciar la belleza sin traicionar al espíritu, porque es la irradiación de la verdad y del bien. En la belleza se manifiesta la intrínseca unidad de la verdad y del bien y su fuerza conquistadora. La verdad se conoce, el bien se ama, pero conocer la belleza es amarla. La belleza no se reserva a la fría inteligencia, sino a quien la contempla con amor. Su luz alegra y eleva. Es un reflejo del espíritu, en el que el espíritu humano encuentra reposo y un reposo que, por estar libre de toda intención interesada, es imagen del reposo bienaventurado en la verdad, la bondad y la belleza de Dios. Lo hermosura corporal, visible y audible, es esencialmente la más proporcionada para el hombre. De tal modo expresan las obras artísticas humanas, la verdad y el bien mediante el sonido, el color y la forma, que hablan al corazón y al espíritu del ser humano y lo regocijan. Tanto como la verdad y el bien, la belleza establece la comunidad de los espíritus. La comunidad cristiana debiera hacer más caso de la belleza que la de aquellos que no conocen la revelación sobrenatural. La eterna hermosura, cuya sola consideración hacía suspirar de lejos a San Agustín: "Tarde te he conocido, oh eterna hermosura, siempre nueva". El conocimiento experimental de la belleza proporciona al hombre de manera especial un contado con los valores auténticos, con el esplendor radiante del bien. El cristiano contempla la creación con agradecimiento y respeto, reconociendo en ella la obra de Dios y su palabra iluminadora y enriquecedora. Desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura se nos enseña que todo lo creado por Él era muy bueno y hermoso. La belleza de la creación encuentra también su sitio en la liturgia. No nos hizo Dios sólo para contemplar sus magníficas obras; nos hizo conforme a su imagen y semejanza, es decir, que nos hizo creadores y artistas. Sólo el artista que se dedica a la belleza como tal puede producir una obra verdaderamente artística. Pero teniendo presente que en la belleza se ha de encontrar con la verdad y con el bien. De conformidad con estas reflexiones se entiende mejor que "entre las actividades más nobles del ingenio humano se cuentan, con razón, las bellas artes, principalmente el arte religioso y su cumbre, que es el arte sacro" (Vaticano II, SC 122). El arte sagrado es, también, una parte no despreciable del anuncio salvador, del kerygma y la liturgia, aunque a su modo, es decir, en el plano de la belleza (B.H.). "El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza suma de Verdad y de Amor, manifestada en Cristo, "resplandor de su gloria e impronta de su esencia" (Hb 1,3)" (CIC). "En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios... con el rostro descubierto, contemplamos la gloria del Señor” (S. Juan Damasceno, imag. 1,16). "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios” (S. Juan Damasceno, imag. 1,27). La contemplación de las sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los himnos litúrgicos forma parte de la armonía de los signos de la celebración para que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en la vida nueva de los hombres” (CIC).