Espectáculos
Página 2/LA NACION
2
3
Sábado 19 de junio de 2010
Belleza, talento y prestigio EMILIANO LASALVIA
La crítica la reconoce como una de las mejores actrices de su generación: ganó el Premio Clarín como mejor actriz de drama frente a Cecilia Roth y a Mercedes Morán; obtuvo el Martín Fierro por este mismo rol y un ACE por su labor en La hija del aire. Además de su formación como actriz con Augusto Fernández, Norman Briski, Joy Morris y Hugo Midón, entre otros, estudió danza con Adolfo Colque y Wasil Tupin. Y entre tantos maestros y musas, cuenta divertida sobre una en particular. Un día, la hija de Eleonora comenzó un berrinche. Algo desagradó a Miranda y sus ojos se llenaron de lágrimas. En ese instante de tormenta, la madre distinguió una expresión genuina, frágil y primitiva en la pequeña, la misma que pronto le imprimió a su personaje de Juana, la niña bien que les hacía la vida imposible a Luciano Castro y Julieta Díaz.
Una niña precoz Eleonora, que bailaba todo el día con Margarito Tereré y Julieta Magaña, le insistió a su papá para que la llevara a las audiciones de Annie. Hija de un productor de seguros y de una docente, que ejerce en una escuela de La Boca, y hermana de una cirujana, en su casa siempre se preocuparon por que siguiera siendo niña. Pero ya se había convertido
en una profesional. Hugo Midón la convocó para Narices; fue la hija de Juan Carlos Mesa en Mesa de noticias, y más tarde, la niña de Luisa Kuliok en Venganza de mujer. En este último papel ya se vislumbraba en ella a una actriz de carácter. Precoz y madura para sus pocos años, a los 14 tuvo una crisis: “No sabía para dónde ir. Veía a mis compañeros del colegio y me imaginaba cómo era su vida. No hablaba con ellos de mi trabajo, porque quería ser una más”. Hasta que Dani Mañas la llamó desesperado. Necesitaba un reemplazo para dentro de cinco días, para Alta sociedad. “Salí al toro y ahí confirmé que estaba equivocada, que siempre iba a ser actriz”. Luego vino Alta comedia, en la era Romay, en los ciclos que dirigía María Herminia Avellaneda, y el coprotagónico de Gypsy, en el Astral. Eleonora no tiene foto de su viaje de egresados. Pero no se arrepiente. Por ese entonces, era la más joven de La banda del Golden Rocket y no pudo ir a Bariloche porque en la pantalla vivía un romance con un prometedor Diego Torres. Pero si de viajar en grupo se trata, se instaló en España cuando protagonizaba La hija del aire, de Calderón de la Barca, en la versión que Jorge Lavelli hizo para el San Martín, junto con la “chica Almodóvar” Blanca Portillo. Aquella fue su primera experiencia de teatro en verso, pero no frente a un clásico.
También en el San Martín fue la hija de Alfredo Alcón en La tempestad, y en el Regio, la de su amiga Claudia Lapacó, en La profesión de la señora Warren; también se puso a las órdenes de Norma Aleandro en Hombre y superhombre, de George Bernard Shaw.
Juana, la loca Eleonora distingue entre reconocimiento y popularidad. Habla de Valientes, el papel que la hizo más popular que antes. “El otro día, desde la primera fila, una señora me gritaba «¡Bravo, Juana!»”, festeja. En Son de Fierro ya se la había visto al acecho de Mariano Martínez, como Rita, y cuando los espectadores pensaban que la usina de maldades se había agotado, apareció Juana. “Tuve una reunión con el autor, Marcos Carnevale, y le dije que no quería más de lo mismo. Me tranquilizó. Me dijo que Juana tenía un par de problemitas, pero no me dijo cuáles, y una relación enferma con el padre.” Su personaje tuvo un final dramático: se prende fuego a sí misma. Cuando se emitió esta escena, la esposa del baterista de Callejeros acababa de fallecer. “Lo habíamos grabado varios meses antes de ese hecho. Valientes se estiró mucho porque la gente lo pedía y quería más. Espero que otra vez vuelva a vivir un suceso así”, dice. Además de interpretar a la mujer
de Leonardo Sbaraglia, en El garante, y de enamorarse de Leo Sosa en Valientes, hay otro Leo en su vida. El único. En el casamiento de su prima, un “pesado” se le acercó, pero lo ignoró. Pálida, casi translúcida, el pelo lacio y oscuro y un vestido bordó (“bien a lo Morticia”, recuerda). El tiempo pasó y su prima la invitó a Florianópolis junto con unos amigos, entre ellos el tal Leo de la boda. Era un largo viaje en auto y en uno de los tramos a ella le tocó ser copiloto, y mientras él manejaba, ella cebaba mate con yuyos. “De repente ves cuántos puntos en común tenés con una persona, siendo a la vez tan diferentes. Fue mágico. Me enamoré.” Desde entonces, hace 14 años, están juntos y son los padres de Miranda, el nombre que eligieron en honor al personaje de La tempestad, que Eleonora interpretó. La niña estudia comedia musical y pareciera que comparte la vocación de su madre. “No quiero que empiece a trabajar de chica. La voy a ayudar si es lo que quiere, pero que por el momento se dedique a ser nena.” Madre protectora, a ella la cuida una piedra de cuarzo que le dio su astróloga y que lleva en un inmenso bolso. Falta poco para salir a escena y la sostiene firme con ambas manos, como si se tratase de un cristal. Así es ella: una combinación entre la fragilidad de su cuerpo diminuto y la solidez de una actriz de carácter.
De nena talentosa a actriz de carácter Comenzó en la comedia musical Annie, cuando tenía 9 años, pero ya se afianzaba como una gran actriz, cuando era adolescente, junto a Luisa Kuliok, en Venganza de mujer, y luego en Alta comedia
Un triángulo de cómplices Con Oscar Martínez (foto) y Carola Reyna integra el trío protagónico de El descenso del monte Morgan, obra de Arthur Miller, que está en cartel en el teatro Metropolitan
GRACIELA CALABRESE
Continuación de la Pág. 1, Col. 6
EMILIANO LASALVIA
Una chica de raíz teatral Eleonora quiso darle un respiro a la exposición de Valientes. “Quería nutrirme. El muñeco –como me digo a mí misma– necesita hacer cosas distintas, pero no puedo hacer dos al mismo tiempo. Pongo mi energía de lleno en un solo lugar; no puedo repartirme”, confiesa. Y se sumó al elenco de El descenso del monte Morgan, la última pieza que escribió Arthur Miller, dirigida por Daniel Veronese (Gorda, La forma de las cosas, El método Gronholm, entre muchísimas otras) y ensayó durante meses, seis días por semana, durante extensas jornadas. En esta pieza, Eleonora es uno de los vértices de un triángulo amoroso que completan Oscar Martínez y Carola Reyna. Lyman (Martínez) es bígamo y mantiene su secreto durante años, hasta que tiene un accidente y ambas esposas acuden al hospital. “La obra fluye. No repaso el texto antes de la función. Al principio, me costó memorizar el libreto, y eso que tengo buena memoria. Hasta que empezamos a quitarle las capas, hasta llegar
En Annie (primera, a la izquierda)
al corazón, como si se tratase de una cebolla”, explica. Eleonora interpreta a una mujer exitosa, casada y madre de un hijo de 9 años. “Ella nunca había pensado en formar una familia. Estaba con quien le pintaba; era libre. Pero conoce a Lyman y se convierten en amantes, hasta que
advierten que están enamorados y queda embarazada”, resume. Hace una pausa y reflexiona. “¿Cómo ella, que es tan avispada, no se da cuenta y le cree cuando él le dice que se divorció? Creo que todos se dejan engañar. Los tres, en carne viva, son cómplices de la vida que llevan”, remata, y aclara que no juzga a esas criaturas. Tampoco juzga a Miller, quien tuvo, fuera de la ficción una doble vida. Hace pocos años, tras su muerte, se supo que el dramaturgo, también conocido por su fugaz matrimonio con Marilyn Monroe, tenía un hijo no reconocido, con síndrome de Down. “Hay mucho de autobiográfico en los personajes. La obra es compleja, en el sentido de la polémica. Veronese dice que nunca polemizó tanto en una obra como en esta”, agrega. Ernesto Claudio, Gaby Ferrero y Malena Figó también le dan vida a esta historia. A la actriz la sedujo el dilema que vive su personaje: debe decidir si continúa con aquella vida, o si le pone fin a ese mecanismo ideado por Lyman.