CRÍTICA DE LIBROS
MATERIA POR CARLOS BATTILANA VOX 48 PÁGINAS $ 20
POESÍA
SI ALGUIEN TIENE QUE SER DESPUÉS
Variaciones de una voz
POR JUANA BIGNOZZI
Ejercitar la bondad
ADRIANA HIDALGO 86 PÁGINAS $ 49
E
vo chauchas ballina/ señora me dijo el verdulero ni anchas ni finas pura/ manteca”; arremete para fijar posición una vez más sobre la función social de la poesía, los claroscuros del prestigio, el cuestionamiento de los lugares comunes de la lírica y a su vez preguntarse “¿quién soy yo en este oficio/ y en éste mi espejo?” Perteneciente a la generación de 1960, la obra de Bignozzi toma distancia, sin embargo, de las grandes líneas trazadas por las voces que dominaron ese espacio. En ese sentido, la ironía en el desencanto y una férrea tozudez, le permiten persistir, aun en la derrota y en la estoica aceptación de esa circunstancia, en aquello que ha llamado sus mitos. Bignozzi ha ejercitado, y lo sigue haciendo, una tradición a la que no renuncia: “la historia barre barre/ y devuelve soledad a los que trabajan a solas/ y convierte en solitarios a los que hicieron de la ideología/ un gesto/ cuando mi generación empieza a convertirse en otra/ y muchos bordan su mortaja/ y algunos hasta se la han puesto/ este santo/ es mi incapacidad de silencio/ mi nombre y mi fuego”.
ntre las razones que hacen releer un poema se halla no sólo adherir a esa simpatía con el poeta en que el lector encuentra un eco de sí mismo, sino también el intento por descubrir el enigma de su revelación, dónde reside su “magia parcial”. Los poemas de Materia, de Carlos Battilana (1964), invitan a la relectura: su pudorosa emotividad y sus iluminaciones de expresión reticente, en versos cuyo ritmo simula una confesión susurrada, apenas distraen de su felicísima potencia. La melancolía de estos textos es amonestada por una dicción poética cuya condensación atenúan imágenes de paisaje leve: vientos que soplan en los versos, arbustos y parvas, playas grises y espumas delgadas, piedras que ablanda el río, el pasto que acompaña. Esa materia como desleída que cerca el mundo es la escena donde un yo abandonado al devenir busca una certeza: el ejercicio de la bondad –dudosa, insegura– como única piedad ante el tiempo que destruye mientras las horas se acumulan. La bondad como un “trabajo”, que, sin falsos manierismos, es “un acto de belleza” y se realiza al margen de la riqueza del capital, de los afanes del mercado: es el trabajo de la tradición poética, de las palabras gratuitas, de un ocio puro. Y lo que el poema repite es la evocación de esas escenas en las que cierto acto bondadoso tuvo lugar, como una mitología personal. En este libro, dicho ejercicio se une a la condición de la paternidad. El sujeto poético evoca su infancia donde el padre, que ya ha muerto, ejercía esa tarea y el presente en que él mismo es padre. Y allí en la lengua donde el primero hablaba, el segundo nombra su poesía. Varios poemas recuerdan esas escenas familiares que se proyectan como un film casero o se ven en un álbum de fotos semiolvidado: un padre coleccionando estampillas o sirviendo un asado o paseando por un pueblito; otro padre mirando a sus tres hijos, protegiéndolos, sirviéndolos, aun en el padecer. Carlos Battilana (1964), que suma Materia a otros espléndidos libros como La demora (2003) y El lado ciego (2005), es sin duda uno de los poetas argentinos más rigurosos y relevantes de su generación.
Sandro Barrella
Jorge Monteleone
© LA NACION
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H
ace diez años, la aparición en la Argentina de La ley tu ley –especie de obra reunida de la que la autora excluyó sus dos primeros libros– supuso para los lectores de poesía la actualización del nombre de Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937), antes de que retornara al país tras tres décadas de residencia en Europa. El efecto que produce siempre la posibilidad de leer una obra de manera continua se amplifica en el caso de Bignozzi. Si bien se mira, ya en el primer poema de Mujer de cierto orden quedan establecidas las invariantes de su poética, sin duda reconocibles en el flamante si alguien tiene que ser después. Los poemas, los de éste, su último libro, o cualquiera elegido al azar entre sus libros anteriores, dan la impresión, por un lado, de “no contrariar el tono de la lengua oral culta, de evocarla sin copiarla”, como escribe Beatriz Sarlo; esto es, de perseguir alguna variante de ese modelo ficcional que en poesía ha recibido entre otros el nombre de coloquialismo. Y, por otro, el de representar un instante del lenguaje que irrumpe –en virtud de su eficaz oralidad– en el proceso incesante al que llamamos mundo, como si el mundo de pronto hiciera silencio y pudiera oírse, nítida, la voz de Bignozzi, la potencia de sus versos como un intervalo antes que el ruido se reanude: “en medio de mi furia y mi tristeza/ vuelven para decirme/ hasta cuándo resistirás/ con esta poesía dura y guerrera/ que mantiene el desconcierto aún en la vejez/ ya nadie sabe de qué hablás/ todo es una historia ignorada e indescifrable/ y ya sólo enamora para siempre a ese fantasma”. Dividido en tres partes, si alguien tiene que ser después ensaya, sin que puedan establecerse límites puros, una variación sobre temas conocidos –la cultura, la historia, la poesía, materias habituales en Bignozzi–, y en el conjunto suena con peso propio, aunque dominando la primera sección, la cuestión de la vejez: “el viento del final del 12 | adn | Sábado 7 de agosto de 2010
Bignozzi LAURA CRESPI
verano tarde en el amanecer/ nadie sabe que una mujer que ha entrado en la vejez/ vuelve a sentir vuelve a recibir el ramalazo del viento en/ la alta noche”. Si bien así comienza el libro, si “la luz de la edad” le imprime su carácter, no hay sin embargo nostalgia o repaso de acciones vencidas, y aunque en varios poemas Bignozzi entabla diálogo con la figura materna, luego de ironizar sobre esa misma figura y el tratamiento habitual de las poetas, queda siempre un resto que no se entrega a la declinación y que, por tanto, ilumina la edad: “es un duro paseo mamma y hace mucho frío/ y creo que lo terminaremos como buenas hijas de la/ tempestad/ en la iglesia que fue el voto de una reina/ este último paseo mamma para vos termina aquí/ yo tengo aún algunas miserias que resolver/ con la voz poética”. De esas miserias a resolver, o de las cuentas a ajustar con la voz, surge “el retrato moral” (título de la segunda parte), en que Bignozzi lleva a la práctica desde el poema mismo el ejercicio crítico de la poesía propia, y de la ajena. Confronta con sus pares: “mientras mis colegas escriben los grandes versos de la/ poesía argentina/ yo hier-