Ángel Prohibido
Miénteme Libro 1
Prefacio Ten cuidado
De a poco sentí mi conciencia, emerger de los brazos del sueño. No abras los ojos. No los abras… no todavía–repetí. El sueño era demasiado bueno para que se diluyera en el olvido de la mañana. Sin embargo, el protagonista se alejaba, después de estar lo suficientemente cerca como para estrellar sus labios contra los míos. Al menos con este sistema de despertar consiente, podía estirar un poco más la sensación de la emoción, recordar hasta el calor de su respiración, el sabor de su aliento, el intenso brillo de sus ojos, deseándome como yo a él. Estiré el letargo todo lo que pude, hasta que la realidad se tornó un aguijonazo de luz contra mis ojos. Prolongar el sueño no era la única razón por la que no quería despertar. Si bien era viernes y era el día que mi esposo llevaba a los niños al colegio para liberarme un poco de la rutina, era un viernes especial. Como cada año, este día llegaba inexorable, aunque me empeñara, desde hacía dos años, en soplar la misma cantidad de velitas: 35. Aunque insistiera en asistir al gimnasio dos veces por semana, seguir una dieta rigurosa, beber dos litros de agua a diario, visitar a la esteticista una vez por mes, haber pasado por una dolorosísima operación para recuperar las formas y vestirme al dictado de las revistas que leía mi hijastra de 17 años, que, dicho fuera de paso, me odiaba con intensidad, la realidad era una sola: Ese día cumplía 37 años, ni uno menos. Y esa era la única realidad que se ocultaba detrás de un intenso sueño con un actor casi adolescente. No podía quejarme. Hacerlo, sería blasfemar contra la vida misma. Después de haber caído en lo más profundo del infierno, un príncipe azul, sin espada ni corcel, me rescató para darme todo y más de lo que alguna vez hubiera podido soñar.
Después de una infancia triste y aislada en la indiferencia de mis padres, de una adolescencia frustrante signada por la necesidad de afecto que me había hecho caer más de una vez en brazos equivocados; después de años de excesos innombrables, ese príncipe me trató como una princesa, me convirtió en reina y me dio un castillo, carroza, tres maravillosos herederos dotados de innumerables cualidades, un reino donde era soberana y mi más mínimo capricho era una orden a realizar. Tenía todo, pero era mi cumpleaños. Teniendo todo, ¿qué otra cosa podía pedir? Me revolví sobre mí misma hacia el otro costado de la cama y me encontré con los brazos de mi marido. Él era mi príncipe azul devenido Rey a todo efecto, que aún después de más de 10 años de matrimonio, 3 hijos y la rutina, seguía haciéndome sentir una princesa encantada. ¿Qué más podía pedir? Mi pensamiento se trasladó al imposible. Si vas a desear algo, que sea con estilo. Si lo tienes todo, ¿qué más podrías pedir? Que mi sueño se hiciera realidad. Que el sueño que había quedado inconcluso, ese beso que no llegó de los labios del artista joven más famoso de Inglaterra, y ahora de casi todo el planeta, el hombre que estaba materializando a mi último violento amor de ficción –un invasor extraterrestre dispuesto a quemar sus naves por una humana rebelde– se convirtiera en realidad. Sonreí suspirando ante el imposible y al exhalar, soplé una imaginaria vela de cumpleaños. –Y que así sea –sentenció la princesa.
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