Limón y mora - Goodreads

Para todos los que buscan una razón para permanecer humanos. ... La madre apartó la vista del libro y contempló a su .... Era una habitación sencilla,.
602KB Größe 5 Downloads 95 vistas
Limón y mora Sonia Montiel Huerga

Limón y mora Sonia Montiel Huerga

© Sonia Montiel Huerga, 2016 Imagen de cubierta: ISBN Encuentra más información sobre la autora y el resto de sus novelas en Facebook, Twitter, Goodreads y en su blog http://dondeelcaminotelleve.blogspot.com.es

Para todos los que buscan una razón para permanecer humanos. Hay tantas como personas en la Tierra. Ojalá encontréis la vuestra.

Prólogo “La Bella y la bestia”

—…Y así, Bella y el apuesto príncipe consiguieron vivir juntos para siempre. Y fueron felices y comieron perdices. Al otro lado se oyó un bostezo seguido de un suspiro. —Mamá, tengo sueño… —protestó la niña, con su vocecilla aguda y soñolienta. La madre apartó la vista del libro y contempló a su hija un instante. Se parecía muchísimo a su padre. Los mismos ojos, la misma mirada aburrida y a la vez fascinada por el relato del cuento. El mismo pelo ondulado y rebelde. Lo único distinto eran su palidez y su complexión, algo delgada para una niña de diez años. Pero a pesar de la apariencia era una niña sana, todo lo sana que podía ser teniendo en cuenta a su madre. La joven la miró con ternura. —¿Sueño? Bueno, en ese caso deberíamos acostarnos, ¿no crees, bicho? —La niña sonrió pícaramente y se revolvió entre las mantas—. Dame un beso, anda. La pequeña obedeció. Se acercó sin destaparse y estampó un sonoro beso en la mejilla de su madre, que encendió la lamparita. —Buenas noches, mami. —Buenas noches, cielo… 7

La madre se incorporó y apagó la luz. Mientras lo hacía, oyó el ruido de la puerta principal al cerrarse. Sonrió sin darse cuenta. Cosme había llegado por fin. Llevaba todo el día sin verlo, y lo había echado muchísimo de menos. Tenía ganas de hablar con él, de su trabajo, del próximo fin de semana juntos, de la niña… Todo esto pensaba mientras iba avanzando por el amplio pasillo. —¿Cosme? Qué bien que ya estés aquí. Cristina ya está en la cama… Oh. En el salón, el aludido le lanzó una mirada de circunstancias mientras sacudía la cabeza en dirección a los otros acompañantes, una pareja joven. Ambos eran físicamente parecidos: rubios, altos y de penetrante mirada clara; pero los ojos de la joven se clavaron directamente en los del chico con una sensación a medio camino entre el escalofrío y la sorpresa. —Hola… —saludó como pudo—. Lemon… Contempló a la chica que lo acompañaba con cierta extrañeza. Esta lo notó y se adelantó para estrecharle la mano. —Me llamo Magda, soy su prima —se presentó, en un vacilante español. Sonrió forzosamente sin dejar de mirar al otro, como esperando una reacción. Pero la reacción no llegó. El otro visitante solo miró a la madre de la niña, hasta que por fin consiguió hablar. —Has dicho «Cristina» —musitó. Su acento era menos brusco que el de su compañera, aunque dejaba ver lo mucho que hacía desde su última visita. La madre asintió, algo tensa—. ¿Así es como habéis llamado a vuestra hija? —Sí —respondió Cosme, haciendo que lo mirara a él—. Pensamos que te alegraría cuando te enterases. Saber… Saber que no la hemos olvidado. El otro no respondió. Dio una mirada circular en torno al salón y se entretuvo un poco en los destellos que procedían de las luces que mostraba la ventana del fondo. Luces. —Habría sido un insulto que la hubierais olvidado —dijo—. Yo no lo he hecho. Por eso estamos aquí. Su mano buscó la de Magda. Esta la aferró. Seguía sin dejar de mirarlo con preocupación. El otro asintió con una media sonrisa, como solía hacer siempre que intentaba persuadirla de que estaba bien. 8

—Quiero verla —dijo de pronto—. A la niña. Cosme y la madre se miraron, dubitativos. —Acaba de acostarse —intentó razonar ella—. Ha tenido un día muy cansado en el colegio, Lemon. Tal vez mañana. En el momento en que terminó la frase supo que sería inútil. Lemon era testarudo, siempre lo había sido. Si quería ver a Cristina lo haría, igual que hizo tiempo atrás con la otra. —Adela —llamó Lemon—, no voy a hacerle daño. Te lo juro. Solo… —Lemon… —empezó Cosme, algo molesto. —Solo quiero verla —terminó este, implorante—. Por favor. Cosme gruñó algo. Veía la tristeza en los ojos del otro, una tristeza que, sin embargo, había imaginado que se habría desvanecido con el paso del tiempo. Adela también veía aquella melancolía. Aún recordaba, no obstante, cuando no era así. Cuando ningún sentimiento, ningún tipo de nervio traspasaba el gris de aquellos ojos. Y no sabía qué era peor. Por eso decidió hacerlo. —Está bien —accedió—. Pero un rato, ¿vale? —No te preocupes —dijo él—. Aún es pronto, solo son las ocho y media. Nos divertiremos. ¿Verdad, Cristina? —preguntó mirando al pasillo. Se oyó un gemido de sorpresa. Cosme y Adela se volvieron, la última riendo. —Sal, anda. No te asustes, es un amigo. La pequeña dio dos pasos atrás, como si quisiera volver a donde debía estar, pero la curiosidad le pudo, y finalmente se acercó a la anaranjada luz que desprendía la lámpara del salón. Lemon la vio, y por un instante todo se detuvo. Sonreía. La niña sonreía. No una sonrisa forzada, no una sonrisa de cortesía a un extraño. Era una sonrisa real, natural, pura. Una sonrisa de niña. Una sonrisa de Cristina. —Hola, pequeña… —saludó. La niña avanzó hasta él, todavía evaluándolo. Lemon se inclinó para que lo besara en la mejilla—. Así que te llamas Cristina. —Sí, señor. Lemon soltó una risa, sorprendiendo a todos, incluida Magda, que pareció calmarse un poco. 9

—No me llames así. No soy tan viejo. Me llamo Lemon. —Lemon es limón en inglés… —Lo sé —contestó él, mirándola de arriba abajo. Tenía pinta de ser una niña muy despierta—. Pero qué guapa eres, ¿no? —Gracias… Lemon miró a sus padres, como pidiendo permiso. Adela asintió. —Ven, Cristina, te llevaré a la cama, ya que te he hecho salir de ella. La niña asintió y lo guió hasta allí. Era una habitación sencilla, decorada con tonos rosados y azules. Había estrellas fosforescentes, muñecas, fotos… Lemon lo contempló todo entre triste y maravillado. «Se parece. Mucho», pensó. —Qué habitación tan chula —comentó. Cristina ya se había tumbado en la cama y asentía mientras bostezaba—. Vaya, vaya, hay sueño, ¿eh? —No es verdad… —se quejó ella, frotándose los ojos. Lemon se cruzó de brazos. —Claro que lo es. ¡Mira qué sueño tienes! —No tengo —insistió ella—. Cuéntame un cuento. —¿Un cuento? —repitió el otro, atónito. Cristina asintió entusiasmada—. Bueno, bueno, eres demasiado bonita para negarme. A ver… Su vista fue a parar al escritorio, donde encontró el cuento que Adela había leído minutos antes. Asintió mientras lo cogía. —Bien… La Bella y la Bestia. Hace mucho que no leo en español, así que tendrás que aguantarte si lo hago mal. «Había una vez, en un reino muy lejano, un príncipe que…». —No… —cortó ella, ceñuda. Lemon apartó la vista de la hoja, extrañado. —¿Qué ocurre? —Cuéntame otro —pidió ella—. Ese no me gusta. —¿Cómo? —Lemon dejó el libro a un lado, mirando a la niña con incredulidad—. ¿No te gusta La Bella y la bestia? —No —respondió ella, negando con la cabeza—. Es muy aburrido. 10

—¿Por qué? —No entiendo que Bella se enamore de la bestia. Es fea, y mala, y podría matarla —argumentó Cristina, encogiéndose de hombros—. Es un poco tonta. —Oh… —Lemon miró a Cristina y luego al suelo, algo aturdido—. Vaya… ¿Por qué dices eso? La Bella y la bestia es… No sé, es una historia muy buena. ¡Ya sé! —dio una palmada—. Lo que ocurre es que no la entiendes. —¿Qué? —Claro —dijo él—. No has entendido la moraleja. —¿Moraleja? ¿Qué es una moraleja? —Una moraleja es lo que te enseña una historia. Su corazón, por decirlo de algún modo. —Sí, eso sí lo sé —murmuró Cristina, entrecerrando los ojos—. La moraleja es «la belleza está en el interior». —Bueno… —Lemon se retorció las manos, pensativo—. Tal vez sea así, pero cuando yo viví la historia la moraleja era otra. Los ojos de la niña se iluminaron, asombrados. —¿Has vivido la historia? Lemon no respondió. Parecía perdido en sus recuerdos. Sacudió la cabeza débilmente. —¿Tú dirías que soy guapo como un príncipe? —preguntó. Cristina lo miró de la cabeza a los pies. Alto, rubio, ojos claros. Sí, podía ser. —Sí —dijo ella—. Eres muy guapo, aunque no vas vestido de azul. —Ja, ja, ja —sonrió él. Empezaba a encontrar el modo de contar la historia, aunque por otro lado… No sabía si debía. Tal vez a Cosme y a Adela, sobre todo a Cosme, no les haría nada de gracia. Y Cristina era muy pequeña… Decidió probar. Además, estaba cansado. Había pasado tanto tiempo… Necesitaba contarla. —Cristina… Yo una vez fui una bestia —empezó, y esta vez su voz sonó mucho más seria. La niña dejó de sonreír. Volvió a mirarlo una vez más, sobre todo las manos y los dientes, como esperando que le salieran garras y colmillos. Al mirar los dientes, algo la sobresaltó. 11

—¡Tienes colmillos! —chilló, tapándose con la sábana—. ¡Mamá! —Shhh… Tranquila… —trató de calmarla Lemon. Intentó hablar con más suavidad—. No voy a comerte. Se lo he prometido a tu mamá, ¿recuerdas? Aquella frase debió de surtir efecto, pues Cristina asomó un poquito la cabeza. —Tienes colmillos —repitió. Esta vez sonó como una justificación. Lemon suspiró, cerrando los ojos. —Si te sirve de consuelo, tengo cita con el dentista para limármelos —comentó. La niña arrugó la frente. Lemon supo que intentaba no reírse—. Fui un vampiro… Hace tiempo. Eso terminó de impresionarla. Cristina volvió a dejarse ver, esta vez con los ojos como platos, brillando de admiración. —¡Vaya! Mamá también fue vampira, papá me lo ha dicho… —Sí —dijo Lemon. De nuevo había dejado de sonreír—, aunque eso no fue nada bonito. —¿La conocías de vampira? —Sí… Pero eso forma parte de la historia —comentó Lemon, ensimismado. Cristina se sentó sobre la cama, expectante. —¿Me la contarás? Mamá nunca quiere contarme historias de vampiros, ni siquiera me deja que mis amigos me las cuenten… —Y con mucha razón —dijo él, recorriendo de nuevo la habitación con la vista—. No son historias que acaben bien… Aunque, bueno… Tal vez esta lo sea. Tú estás aquí. Y si no hubiera acabado bien no lo estarías. —¿En serio? —Totalmente —aseguró Lemon, algo decaído. Cristina se preguntó por qué, pero prefería oír la historia antes que seguir preguntando. —Cuéntamela, por favor… —pidió—. Porfa, porfa… Lemon vaciló. Miró a la niña, inquieto. —Oye, ¿no tienes un planetario aquí? —¿Un qué? —Mmmm… No importa —dijo Lemon—. Tuve una amiga, se llamaba como tú. Ella lo encendía por la noche. Se veían las estrellas en las paredes si apagabas las luces. Y entonces era cuando me contaba historias. 12

—Jo, pues no tengo. —No importa —repuso él—. ¿Te da miedo la oscuridad? —No, ¿por? —Porque voy a apagar la luz… No te quedarás dormida, ¿verdad? —preguntó Lemon, mientras se acercaba al interruptor de la luz. —No —prometió ella, acomodándose un poco—. No lo haré. De pronto, la luz se apagó. Cristina parpadeó, intentando ver a Lemon, pero era imposible. Estaba totalmente a oscuras, no se veía nada. Pese al cansancio, se esforzó por seguir despierta. Quería escuchar la historia de aquel chico, de aquel extraño que decía haber sido un vampiro, igual que su madre. Nunca había oído ninguna historia de vampiros, era cierto. Sabía que existían porque los veía, aunque ninguno iba al colegio por la mañana, sino por la noche, cuando ella volvía a casa para cenar. Eran misteriosos, guapos, y muy rápidos. Siempre había querido ser amiga de uno, pero papá no la dejaba, y mamá decía que cuando fuese más mayor. La voz grave de Lemon la sobresaltó de nuevo. —Todo comenzó cuando echaron a Cosme del instituto —susurró—. En junio, a finales. —Un momento… ¿Papá? ¿Papá sale en tu historia? —Oh, ya lo creo —dijo Lemon—. Es uno de los héroes. —Guay… —suspiró la niña, cada vez más intrigada. Lemon cerró los ojos. Si se concentraba, aún podía ver las imágenes. Podía oír los sonidos de aquel día con la misma fuerza de entonces. Aún podía recordar con perfecta claridad la primera vez que vio a Cristina, la primera vez que su conciencia chocó con la suya del mismo modo que los nudillos de una mano llamando a la puerta. Cristina.

13

Parte i Verano

“Somos tan jóvenes, nuestras vidas acaban de comenzar... Pero ya estamos considerando escapar de este mundo”. HIM, Join me (in death)

1.Cosme

Los últimos rayos de sol envolvían la carretera. Lo volvían todo naranja, al mismo tiempo que las zonas que ya no cubrían adoptaban una tenue tonalidad morada. La calle estaba vacía, con el silbido de los árboles como único sonido. Se oía un maullido en alguna parte, mientras las primeras luces se encendían en las casas. Hacía algo de frío. Un ruido constante y quejumbroso irrumpió en la calle, avanzando a toda velocidad hasta que, al llegar a la esquina, frenó y se detuvo. Las luces de las farolas comenzaron a encenderse una a una con un zumbido. La última de ellas alumbró una moto, y junto a ella a un chico con un casco azul. Contempló el ambiente en silencio, no con intención de distraerse, sino alerta, pendiente de cada movimiento de la calle. Escuchó, pero solo oía el ruido de los fluorescentes que luchaban por no fundirse. Desvió la mirada con un suspiro. Parecía que todo estaba en calma. Con gesto cansado se quitó la mochila, se desabrochó el casco y se lo quitó. Caminó lentamente, aún atento a cualquier cambio. Las casas se abrían a ambos lados, pares e impares. Eran 17

todas iguales, verdes y blancas, con dos pisos y una buhardilla, aunque sin jardín ni nada parecido. Fuera, algunos árboles animaban la calle, precediendo a los que se encontraban al final, junto al bosque que perseguía aquel camino gris que era la carretera, rumbo a la ciudad, rumbo al mundo. Se detuvo en la número 20, pero no se sintió con fuerzas para entrar, así que se sentó en el borde de la acera. Abrió la mochila y rebuscó en ella. Allí estaba. El papel acusador. «El alumno Cosme Blanco Ortiz ha sido expulsado del centro debido a su mala conducta por un período de una semana». Mala conducta. Cosme reprimió un gruñido. Su «mala conducta» había sido negarse a ver aquella película, a leer aquel libro, a hacer aquel examen. Se negaba, simplemente. Ellos lo sabían. Sus compañeros. Sus profesores. Todos. Pero se empeñaban en hacer oídos sordos, tal vez porque pensaban que así él se adaptaría. Se equivocaban. Se equivocaban con creces si pensaban que metiéndole a presión la idea de que los vampiros eran como ellos él lo terminaría aceptando. No, nunca. Nunca lo haría, jamás. Ellos le habían destrozado la vida. Y eso no era algo que pudiera aceptarse, por supuesto que no. Metió la mano por segunda vez y sacó una rosa roja. Se la había encontrado tirada en el patio, tal vez una flor regalada y rechazada justo después. Él solía hacer ese tipo de regalos. A ella se los hacía. Flores, chocolate, entradas para ir al cine, paseos por la ciudad. —Me odia. La odio. Le aburro… —suspiraba, arrancando mecánicamente cada pétalo, destrozándolo entre sus dedos y tirándolo después, como si así pudiera arrancar cada uno de esos momentos, cada uno de esos recuerdos a los que volvía a veces. Él sabía que no debía volver, que no debía tocarlos. Tenía que seguir, pero… —… Te quiero —susurró en voz baja, dejando caer el último pétalo. Ese. Ese era el problema. Quizá ella no, quizá ella lo hubiera olvidado en los brazos de… ¿Cómo se llamaba? No quería acordarse. En brazos del vampiro, qué más daba. Había pasado mucho tiempo en realidad. Dos, tres años. Todo había pasado muy deprisa. Un día estaban juntos, se prometían seguir. Estudiarían juntos, irían a la universidad juntos, vivirían juntos. Morirían juntos, todo 18

juntos. Porque se querían. Era todo perfecto. Pero entonces llegó él, y Cosme lo vio clarísimo. No era perfecto. No tanto como ella le había hecho creer, no tanto como él pensaba. Él no era perfecto como… —¡BU! —gritó una voz agarrándolo por detrás. Cosme soltó un taco y trató de soltarse a la desesperada a puñetazos, pero el otro fue rápido, y en menos de un segundo lo tenía contra el suelo con el brazo retorcido. Cosme miró hacia arriba con el corazón desbocado. Solo al ver quién era su oponente se relajó un tanto. —Gilipollas… —bramó con una carcajada. El otro lo soltó mientras le guiñaba el ojo con una sonrisa. Era Fermín, su amigo—. Ni te voy a pedir perdón por el puñetazo, te lo merecías. —Me habría dado lo mismo —respondió el otro a su vez, sacudiendo la cabeza—. Son malos tiempos, tío, hay que estar preparado. —Sí… —murmuró Cosme, de nuevo taciturno. Fermín dejó de sonreír y lo miró, preocupado. —¿Aún piensas en esa chica, en Valeria? —preguntó, sentándose en la acera. Cosme asintió ligeramente mirando hacia delante. —Sigo sin entenderlo… —reconoció. Empezó a destrozar el tallo de lo que quedaba de la rosa—. No sé por qué. Por qué se fue, por qué tuvo que ser con… Dejó la frase sin terminar. No hacía falta. Fermín conocía la historia, la había vivido con él. De no haber sido por su ayuda habría perdido el juicio. Lo de Valeria era lo de menos. Justo después empezó la fiebre, o tal vez antes, solo que como ellos vivían en un pueblo no lo habían vivido con tanta intensidad. Se puso de moda, lo de ser vampiro y todo eso. Tenía cierta gracia, hasta que empezó a morir gente. Luego… Luego todo se normalizó, porque cada vez había más humanos que querían ser vampiros. Todo eran ventajas. Inmortalidad, descuentos, impuestos que no hacía falta pagar… Incluso había turnos nocturnos en muchas tiendas para que pudieran trabajar y llevar una vida normal. ¿El alimento? Sin problema. La gente se había vuelto solidaria con ello. Las donaciones estaban a la orden del día, hasta crearse un complejo sistema de recogida de sangre. Porque cada vez había más vampiros y menos humanos. 19

Cosme lo sabía. En su clase del turno diurno apenas eran diez personas. El insti estaba más lleno de noche que de día. Y luego estaba lo de sus padres. Ellos también habían sucumbido. Pero Fermín no. A él le gustaban tanto como a Cosme, nada. Y en base a eso ambos habían comenzado lo que se convirtió en una gran amistad. Cosme y Fermín, el pensativo y el risueño… Aunque ahora no lo fuera tanto. Cosme frunció el ceño. Fermín estaba mirando al otro lado de la calle con gesto melancólico. —Eh, ¿te ocurre algo? —preguntó, aunque sabía la respuesta. Fermín parpadeó como si acabara de despertarse. Lo miró con una sonrisa mal hecha. —¿Qué? Oh, no. Nada, no pasa nada —respondió levantándose. —¿Seguro? —insistió Cosme sin quitarle ojo de encima. Sabía que estaba mintiendo. Algo, algo le pasaba desde hacía tiempo. ¿Por qué no se lo contaba? Fermín no contestó. Dio un par de pasos hacia delante. —Te entiendo mejor de lo que piensas… —empezó, pero un grito desde la ventana le hizo detenerse. —¡Cosme! ¡Cosme! —Era su madre—. Ven a por dinero y haces la compra. Los dos amigos cruzaron una mirada de circunstancias. Cosme se encogió de hombros con resignación. Habría preferido oír a Fermín, parecía que lo que quería decirle era importante. Pero, a fin de cuentas, era él el único de la casa que comía comida normal. Era justo que fuese él quien hiciera la compra. Se despidió de Fermín con un golpe en el brazo. —Adiós, tío. —Adiós… —musitó el otro, volviendo la mirada hacia el pueblo. Tal vez la panadería siguiera abierta. Tal vez. Como si acabara de acordarse de que debía comprar él también, el joven se perdió calle abajo, mientras una ráfaga de aire barría los pétalos rojos, la única señal de la escena que acababa de concluir.

20