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SÁBADO

| Sábado 23 de febrero de 2013

Psicología

Una escuela de liderazgo para ejecutivos y dirigentes llamada Abraham Lincoln El autor de este artículo, historiador de la Escuela de Negocios de Harvard, analiza los atributos personales del 16° presidente de EE.UU. Nancy F. Koehn

THE NEW YORK TIMES

NUEVA YORK.– El enorme legado de Abraham Lincoln es un peso para cualquier presidente norteamericano. Para liberar a su pueblo, para preservar la Unión, “para sanar las heridas de la nación”: la presidencia de Lincoln, en un momento de grandes pasiones morales de la historia de los Estados Unidos, es un caso de estudio en liderazgo de alto vuelo. En estos días en los que todo es sobre Lincoln –probablemente, Steven Spielberg ya está contando sus Oscar–, los ejecutivos y empresarios de toda raza podrían desempolvar sus libros de historia y prestar más atención a la que podría llamarse la escuela de management Lincoln. Incluso antes de la llegada de Lincoln, la película, ya existía entre los líderes del país una suerte de culto alrededor del 16° presidente. Los altos y no tan altos directivos siempre han buscado inspiración en su vida y en su obra. Pero ahora que Barack Obama encara un nuevo mandato y que los capitanes de la industria tienen problemas para seguirle el paso a la vertiginosa transformación de la economía global, las lecciones que dejó Lincoln parecen más actuales que nunca. Son lecciones que demuestran la importancia de la resiliencia (esa capacidad de resistencia y recuperación), la tenacidad, la inteligencia emocional, la escucha reflexiva y la minuciosa evaluación de todos los ángulos de un argumento. También demuestran el valor que tiene ser fiel a una misión más grande. “La presidencia de Lincoln es un aula enorme y bien iluminada para los líderes empresarios que busquen construir organizaciones duraderas y exitosas –dice Howard Schultz, director ejecutivo de Starbucks–. Lincoln siempre aspiraba a más, y siempre convocaba a los ciudadanos a tomar caminos más elevados y a abocarse a propósitos que fuesen más allá de ellos mismos. La escucha y la autenticidad son cualidades esenciales en un líder, ya sea que a uno le toque conducir un país en tiempos de guerra o a una compañía en un período de transformación.” Como historiador de la Escuela de

Negocios de Harvard, he sido alumno de Lincoln por más de una década. He escrito un caso de estudio y varios artículos sobre su presidencia y he conversado extensamente sobre él con ejecutivos y empresarios. La película Lincoln, que sigue paso a paso sus esfuerzos para garantizar la aprobación de la 13a. Enmienda, que declaró la esclavitud como inconstitucional, ofrece amplia evidencia de sus habilidades de liderazgo. Pero para mí, el mejor ejemplo para apreciar sus fortalezas de liderazgo se encuentra en una experiencia más temprana, con la redacción de la Proclama de Emancipación. Antes y después de la firma de esa proclama, Lincoln debió enfrentar una seguidilla de reveses militares, una intensa oposición política, su propia depresión y sus dudas. En el verano de 1862, las fuerzas confederadas, al mando de Robert E. Lee, atacaron “repetida e incansablemente, con una valentía rayana en la inconsciencia”, como escribió el historiador James M. McPherson. Quienes apoyaban a la Unión advirtieron que la Guerra Civil sería mucho más larga y sangrienta de lo que imaginaban. Bajo la tormenta Periódicos y políticos del Norte asediaban al gobierno con acusaciones de incompetencia. El número de voluntarios del ejército de la Unión menguaba. Entre los abolicionistas, quienes desde el principio de la guerra urgían a Lincoln para que avanzara contra la esclavitud, la frustración era cada vez mayor. Lincoln describió su propio estado como “tan inconsolable como podría estarlo y vivir”. Y en el ámbito personal, la muerte de su hijo Willi, de 11 años, cinco meses antes, todavía causaba enorme pesar tanto en él como en su esposa. Sin embargo y a pesar de todo su sufrimiento mental, Lincoln nunca les dio lugar a sus miedos más oscuros. Su capacidad de resistencia y recuperación y su compromiso con la preservación de la Unión lo ayudaban a seguir adelante. La capacidad de experimentar emociones negativas sin por ello hundirse es vital tanto para los ejecutivos como para los empresarios. Ari Bloom, asesor estratégico de em-

presas relacionadas con el consumo, lo explica de esta manera: “Nada te prepara para los altibajos emocionales que siempre se producen cuando se empieza un negocio nuevo. Siempre habrá obstáculos, más grandes o más pequeños, desde cuestiones personales hasta atraso en la entrega de insumos, desde pagos atrasados hasta huracanes”. Para atravesar esos obstáculos, los empresarios deben mantener la compostura profesional y ser fieles a su visión y a su propia integridad, dice Bloom. “Parte de la habilidad de Lincoln para avanzar en ese terreno tan difícil era su inteligencia emocional y la profunda fe que alimentaba su visión de futuro. Pero también su modo de buscar consejo y reunir información de un amplio espectro de personas, incluidos aquellos que no estaban de acuerdo con él. Eso es importante para consolidar cualquier empresa, porque uno tiene que saber escuchar a los clientes, los empleados, los proveedores y los inversionistas, incluidos aquellos que son críticos de nuestra gestión”, agrega. La habilidad de Lincoln para manejar la palanca de cambios en momentos difíciles, sin por ello abandonar el objetivo final, es una lección vital para aquellos líderes que ocupan cargos en medio de las actuales turbulencias. En algún momento entre fines de junio y principios de julio de 1862, Lincoln empezó a redactar el borrador de la que sería la Proclamación de Emancipación. El 22 de julio, le comunicó a todo su gabinete que había “tomado la decisión de dar ese paso, y que no los había convocado para consultarlos al respecto”, sino para “presentarles el proyecto de la Proclamación”. Lincoln siempre había sido un pensador pausado y minucioso, que examinaba cada asunto desde todos sus ángulos. El gabinete estaba dividido en cuanto a la proclama, pero a esas alturas era muy improbable que pudiesen disuadirlo. Sin embargo, el secretario de Estado, William H. Seward, sugirió que el presidente aguardara hasta la victoria de la Unión para luego lanzar la proclama, para que no pareciese la última medida de un gobierno exhausto. A mediados

El Lincoln reflexivo genialmente interpretado por Daniel Day Lewis de septiembre de 1862, después de la sangrienta victoria de Antietam, donde murieron o fueron heridos más de 20.000 soldados de ambos bandos, Lincoln hizo pública la Proclamación de Emancipación. Era un acto radical. Transformaba el significado y el alcance de la Guerra Civil. Lo que había comenzado como un conflicto para salvar la Unión se había convertido en una contienda para salvar un país nuevo y diferente, donde la esclavitud fuese abolida para siempre. Ante la Proclamación, los estadounidenses reaccionaron con vehemencia. Los abolicionistas celebraron su llegada, pero muchos de los correligionarios de Lincoln la tacharon de inconstitucional. En el Sur, el presidente de la Confederación, Jefferson Davis, tildó la proclamación de intento de instar a la insurrección de los siervos, diciendo que era una razón más para que la Confedera-

ción luchara por su independencia. En noviembre de ese año, los efectos de la Proclamación de Emancipación, las cuantiosas pérdidas humanas de la guerra y el deterioro de las posiciones militares del gobierno se combinaron para que el partido del presidente sufriera un revés en las elecciones de mitad de mandato. Frente a ésos y otros contratiempos, la depresión de Lincoln se agudizó, pero su compromiso con la proclama no flaqueó. Cuando firmó el documento final, convirtiéndolo en ley, era consciente de estar modificando un paisaje que se había vuelto mucho más abarcador que cuando asumiera como presidente. Y advirtió que debía comunicar a los demás ese compromiso inalienable para con un objetivo superior. En el transcurso de la guerra, Lincoln fue capaz de experimentar una amplia gama de emociones, sin por eso actuar al calor de éstas ni de un

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modo que pudiese conspirar contra una misión integral. Es crucial que los líderes practiquen ese tipo de templanza. Su experiencia cotidiana es emocionalmente muy exigente. Las comunicaciones instantáneas a toda hora del día, como el mail, los mensajes de texto y las redes sociales, suelen generar aún más turbulencia y confusión. Los ejecutivos enfrentan el desafío de atravesar sus propias emociones y las de los demás con gran consideración y reflexión previa. Tal como Lincoln lo advirtió, la primera reacción que nos viene en mente no siempre es la más sabia. Él fue capaz de aprender y crecer en medio de enormes calamidades. Su historia, como ninguna otra, demuestra que los líderes no sólo construyen el momento: van a su encuentro, y en ese proceso, ellos mismos son transformados.ß Traducción de Jaime Arrambide

escenas urbanas Oscar Hernández

El Planetario de Buenos Aires, el domingo pasado, por la mañana, al comenzar el día

pequeños grandes temas Miguel Espeche

La corrección, la otra forma de la culpa

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quella moral pacata y culpógena que talló la existencia de tantas generaciones tiene hoy muy mala prensa. Con toda razón, a la culpa permanente y crónica se la considera perniciosa y, se supone, en su ausencia seremos todos felices. Aquel Dios “mala onda” que ocupaba su existencia en arruinar todo

placer y disolver toda alegría que no tuviera que ver con los rituales que lo ensalzaban, quedó, se supone, sin su principal herramienta de trabajo: la culpa. El psicoanálisis, algunas miradas filosóficas, o incluso otras maneras de ver la espiritualidad, pretendieron dejar atrás esa imagen desamo-

rada y aguafiestas de lo moral-religioso para, de esa manera, liberar el camino hacia la felicidad. Sin embargo, no todo es tan fácil en cuanto a lo que a culpa y felicidad se refiere. Digamos que no toda culpa es perniciosa y, si bien no es el único sostén de nuestra ética, tenerla no viene mal a la hora de hacer o pensar en hacer alguna fechoría. Sin embargo, la culpa metódica, llamada también neurótica, no se ha dado por vencida y ha penetrado, disfrazada de “corrección”, en nuevos territorios, para generar “nuevas culpas”, otrora impensadas. Aquí una lista, parcial por supuesto, de las mismas: b Culpa por no tener un cuerpo perfecto según criterios de revista. b Culpa por (creer) ser malos padres. b Culpa por usar mucha agua, papel, energía, etc., por causa del daño eco-

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lógico que eso genera. Culpa por no ser sociable y no visitar/invitar a los amigos. b Culpa por no visitar a la madre lo suficiente para que pueda ver a sus nietos. b Culpa por sentir culpa en algunas situaciones en las que, se supone, no debiera sentírsela. b Culpa por no hacer ejercicio. b Culpa por tener bienes materiales. b Culpa por no tener bienes materiales. b Culpa por no tener suficiente sexo. b Culpa por tener demasiado sexo. b Culpa por nunca haber tenido relaciones sexuales y pasar por tonto/a. b Culpa por no hacer lo que hace la mayoría. b Culpa por hacer siempre lo que hace la mayoría. b Culpa por no ser feliz. b

Culpa por ser feliz… habiendo tanta gente que sufre. La lista es interminable y será completada por cada lector de acuerdo con su paisaje y criterio personal. Dicen (aunque habría que confirmarlo) que fue Manuel Belgrano quien dijo algo así como: “La cuestión no es cambiar de amo, sino dejar de ser perro”. Esto apunta a que, más allá de que aquella culpa añeja quedó desacreditada, se delega todavía al “afuera” la validación o no de lo que hacemos, lo que en sí mismo no es negativo, salvo cuando lo que mueve a las personas es solamente complacer de manera infantil a ese “afuera”, sin asumir que también el propio deseo está involucrado en la cuestión. La culpa en sí misma no corrige nada, solamente señala (erradamente o no) algo como negativo. Si uno quiere hacer algo, lo hace, y, como corresponde al rol de adulto, asume las con-

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secuencias. La sensación de culpa no soslaya esas consecuencias, siendo siempre aconsejable actuar en función de éstas más que en la sensación culpógena en sí misma. Ya que estamos hablando de estas cosas que, de alguna manera, involucran la visión moral y espiritual de la vida, digamos que nada más esclarecedor que la palabra de San Agustín para vérselas con el tema de la culpa. En sus escritos dijo: “Ama y haz lo que quieras”, lo que, a buen entendedor, abrió un sano panorama que nos libera de tantas disquisiciones. Al amor se lo reconoce por sus frutos y se entiende corazón mediante. En el arte de descifrarlo se dará el caso de que la culpa deje paso a la responsabilidad, cuando, a la hora de la acción, hagamos las cosas por amor y no por espanto.ß El autor es psicólogo y psicoterapeuta