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ESPECTACULOS
I
precio
Lunes 25 de abril de 2011
TEATRO s NUEVA VERSION EN EL LICEO
El
LA PLUMA DE ARTHUR MILLER MIDE EL COSTO DE LA FELICIDAD
Arturo Puig, Selva Alemán, Pepe Soriano y Antonio Grimau, elenco excepcional para un clásico
LAURA VENTURA PARA LA NACION Estación Piedras, línea A: Arturo Puig, en un afiche gigante. Estación Medrano, línea B: Puig y Los Marziano. Estación Tribunales, línea D: Puig otra vez. El actor se prepara para otro estreno y para interpretar a otro personaje que vive una relación compleja con su hermano en El precio, de Arthur Miller, dirigida por Helena Tritek, junto con Pepe Soriano, Antonio Grimau y Selva Alemán. El productor Diego Romay, además, convocó al ganador del Oscar Eugenio Zanetti (por Restauración, en 1995) para la escenografía y el vestuario y a Ariel Del Mastro, para la iluminación. Luego de la muerte de su padre, dos hermanos se reencuentran tras 16 años, para vender los muebles y objetos del difunto, quien ha estado al cuidado de su hijo mayor (Puig), sólo dueño de frustraciones, mientras su otro hijo (Grimau) ha logrado forjar una destacada posición económica. “Mi personaje abandonó una carrera brillante como abogado para convertirse en policía aeroportuario. Está anclado. Con el regreso de su hermano, aparecen los reproches y lo conflictos de este vínculo”, dice Puig.
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Esta es la cuarta vez que Puig hace un Miller. Debutó a los 12 años con Panorama desde el puente, con Pedro López Lagar (“Hacía de pueblo; no hablaba, pero aprendí viéndolo actuar”). Más tarde él mismo sería Eddie Carbone, en el San Martín. Luego protagonizó una versión de Cristales rotos, donde compartió el escenario con Grimau y con su mujer, Selva Alemán. Ese es otro clásico que buscan los productores: la dupla PuigAlemán. Están juntos desde hace más de 30 años y llevan 5 de casados. Los unió Romay, en 1974, en Fernanda Martín y nadie más (“Por entonces, no nos llevábamos bien”, recuerda ella). Y luego trabajaron en Cartas de amor, en los noventa, y más tarde en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, con Claudio Tolcachir y Eleonora Wexler. “Aceptamos las obras en que hacemos de marido y mujer porque no nos creerían si hiciéramos de hermanos”, dice Puig. Ella asiente.
PARA AGENDAR El precio, de Arthur Miller: De miércoles a sábados, a las 21. Domingos, a las 20. Teatro: Liceo, Rivadavia 1499. Entradas: Desde 80 pesos.
Pepe Pepe Soriano es uno de los actores más prestigiosos de los escenarios argentinos. Está tan entusiasmado con Solomon, su personaje, que toma las manos del interlocutor para transmitirle de modo eficaz esa emoción palpable. Vive en la misma casa en que nació, en el barrio de Colegiales. Justamente, los recuerdos, los objetos y el valor que éstos tienen, está omnipresente en esta pieza. Solomon es un misterioso hombre que llega a la casa de los hermanos, interesado en comprar aquellos objetos. “Hay tantas cosas que no sabemos de él. Dice que fue acróbata; que vivió 54 años en Europa; que tuvo un anticuario, pero que es el espectador el que tiene que armar. Y
Puig y un autor que conoce muy bien
MARCELO GOMEZ
“Un homenaje para mi padre” En 1968, Alejandro Romay conoció a Arthur Miller en el hall del teatro Schubert, de Nueva York, el día del estreno de El precio. Al día siguiente, el zar de la televisión compró los derechos y antes de montar la puesta en el mítico Odeón, de Esmeralda y Corrientes, viajó con el elenco argentino a Broadway: Oscar Ferrigno, Myriam de Urquijo, Fernando Labat y
Raúl Rossi, dirigidos por Román Viñoly, quienes hicieron la primera versión local de El precio. Canal 9 transmitió en vivo este estreno, que marcaba, además, la incursión de Romay en el mundo de las tablas. Hoy, su hijo Diego Romay le rinde un homenaje con esta nueva versión de una obra convertida en clásico del teatro norteamericano.
además, es él quien desencadena el conflicto entre los hermanos.”
Una mujer agraciada Selva Alemán tiene un pulso envidiable. Se delinea y se maquilla mientras repasa su carrera (“Aprendí a pintarme en los taxis, cuando era joven e iba a grabar a Canal 13”, explica). Acaba de ganar el Premio Kónex como mejor actriz de TV de la década. En 2010 le puso el cuerpo a la maldad de Gracia, en Malparida: “¡Qué loca total esa mujer! Les pedía a los santos que le consiguieran maldades, en vez de salud o prosperidad”.
Alemán trabaja con las emociones para componer a sus personajes. Para cada criatura que interpreta, elige un perfume. Abre la cajita de la fragancia inglesa y habla de Esther: “Busca tranquilidad y que su marido sea feliz, porque él no se ha realizado. Tuvo una vida muy pequeña, austera, sacrificada. Ella siente que ha vivido una vida miserable y que ha tirado sus años a la basura”.
Un artista requerido Antonio Grimau llega al teatro con el cabello peinado y el humor intacto de las grabaciones de Herederos de una
TEATRO
venganza (El Trece) y se pone en la piel de Walter. Dice que este trabajo es tocar el cielo con las manos, por el equipo y porque se considera admirador eterno de Pepe Soriano. Walter, su personaje, es un cirujano ambicioso, educado en una familia de cierto abolengo para triunfar en la vida, que advierte que entró en un pantano de éxito relativo y de chequeras, y que olvidó vivir y descuidó a su familia. Por eso, Walter intenta de todos los modos posibles acercarse a su hermano. “Esta es una obra que habla del precio alto que se paga por querer alcanzar la felicidad”, resume.
((((( BUENA
DRAMA
Un tranvía llamado Deseo La puesta de Daniel Veronese no logra transmitir toda la frescura y potencia del texto original AUTOR: TENNESSEE WILLIAMS. ADAPTACION Y DIRECCION: DANIEL VERONESE L INTERPRETES: DIEGO PERETTI, ERICA RIVAS, PAOLA BARRIENTOS, GUILLERMO ARENGO, PAULA ITURIZA, GONZALO MARTINEZ, MARTIN POLICASTRO, GUILLERMO ARAGONES, BEATRIZ DELLACASA Y GUIDO BOTTO FIORA L ESCENOGRAFIA: JORGE FERRARI L LUCES: ELI SIRLIN L VESTUARIO: GABRIELA PIETRANERA L SONIDO: GERMAN BRUSELLAS L PRODUCCION TECNICA: ANDREA CZARNY L PRODUCCIÓN EJECUTIVA: VERONICA ELIZALDE L ASISTENTES DE DIRECCION: ROMINA LUGANO Y SEBASTIAN MALLO L PRODUCCION GENERAL: DANIEL GRINBANK L DURACION: 100 MINUTOS L EN EL TEATRO APOLO
Muchas veces expresó Tennessee Williams su anhelo de escribir una pieza sometida a los cánones de la tragedia clásica, y creyó (con justicia) haberlo logrado en La gata en el tejado de zinc caliente, ganadora de un premio Pulitzer en 1955. Pero ya en 1947, la antigua fatalidad aleteaba sobre Blanche Dubois, la heroína (¿o antiheroína?) de Un tranvía llamado Deseo, también premiado con un Pulitzer en 1948. Blanche es una última, extravagante floración de la seudoaristocracia del Sur de los Estados Unidos: generaciones de opulentos plantadores de algodón y tabaco, que edificaron sus esbeltas mansiones neoclásicas sobre la sangre, el sudor y las lágrimas de otras tantas generaciones de esclavos negros. La abolición de la esclavitud por
el presidente Lincoln y su consecuencia, la Guerra de Secesión, acabaron con ese refinado estilo de vida e impusieron el predominio del Norte, activo, práctico, industrial. La nueva nación emergente del conflicto necesitaba mano de obra, y convocó –como reza el poema de Emma Lazarus inscripto en el zócalo de la Estatua de la Libertad– a las multitudes hambrientas y perseguidas de allende el mar. De ellas proviene Stanley Kowalski, polaco de origen, un espléndido ejemplar masculino, restallante de energía, de ferocidad y de torpeza; casado con Stella Dubois, la hermana menor de Blanche (la que supo escapar al hechizo perverso del pasado), es inevitable que los cuñados choquen cuando las circunstancias obligan a Blanche a
refugiarse en la humilde casa de su hermana, en Nueva Orleáns. Es algo más que un choque de culturas opuestas: es una versión moderna de La bella y la bestia (no es casual que la versión francesa sea de Jean Cocteau), sólo que en este caso la bestia triunfaría. Pero Stanley no es, en absoluto, un personaje bestial: es un hombre colérico, incapaz de calcular las consecuencias de sus estallidos, que ama, a su manera, a Stella, y espera ansioso el nacimiento del primer hijo. El sólo quiere cuentas claras: cómo se perdió el último andrajo de la fortuna familiar, la dilapidada mansión llamada Belle Rêve, y cuál fue la verdadera razón por la que Blanche debió abandonar su cátedra en una escuela de la vecina localidad de Laurel.
Sobre todo, procura evitar que su tímido, patético amigo Mitch sea seducido por esta falsa “reina del Nilo” y se case con ella. Mitch es la última posibilidad que le queda a Blanche de anclar, como fuere, en la vida real, refugiándose en el único hueco disponible para ella “en la dura roca del mundo”. Objeto de numerosas versiones locales (ninguna de ellas satisfactoria), Un tranvía… no acusa, en absoluto, los 64 años que nos separan de su estreno neoyorquino. No ha perdido nada de su formidable potencia dramática, el libreto mantiene la frescura de un auténtico clásico. Pero tampoco ahora logra esta nueva puesta transmitir toda la fuerza del original. La dirección de Veronese es idónea, más acertada en las escenas de violencia – tremendas, resueltas con eficacia – que en el planteo del conflicto central. En parte se deba, tal vez, a que Erica Rivas es demasiado joven aún para asumir el papel de la compleja, ambigua, embaucadora Blanche: se necesita una actriz, por lo menos, en el um-
Diego Peretti impone su físico y furia; Rivas es acaso muy joven bral de la madurez. Peretti termina con el lugar común de la belleza apolínea de Kowalski, impone un físico bien trabajado y descuella, sobre todo, en las secuencias de ilimitada furia. El elenco actúa con homogénea eficacia, aunque sería injusto no destacar a Guillermo Arengo en la magnífica, inolvida-
ble interpretación de Mitch. Por mucho que se hable del pegajoso calor del verano en Nueva Orleáns –ingrediente indispensable de la atmósfera del drama (y si hay un drama de atmósfera es éste)–, sus vahos no llegan a la platea.
Ernesto Schoo