ENFOQUES
Domingo 2 de octubre de 2011
I
Investigación
3
::::
La ecuación política de la guerra GENTILEZA EDITORIAL
En su libro 1982, Juan B. Yofre reconstruye, a través de documentos y fuentes hasta ahora desconocidas, cómo fue ideándose en estricto secreto la aventura militar que terminó en desastre y explica por qué el Proceso puso en marcha la recuperación de Malvinas como forma de recuperar su prestigio perdido
| Anticipo |
Un diálogo delirante Enterado de los planes argentinos, el entonces presidente Reagan se comunica con Galtieri para disuadirlo
L Galtieri saluda a la multitud reunida en la Plaza de Mayo, parecía cumplirse el cometido explicitado por Anaya unos meses antes: “El Proceso se ha deteriorado mucho y tenemos que buscar un elemento que aglutine a la sociedad”
JUAN B. YOFRE PARA LA NACION
L
a recuperación de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur no fue una consecuencia del incidente en las islas Georgias como se sostuvo durante décadas, sino el resultado de una decisión de la Junta Militar para salvar el Proceso de Reorganización Nacional que daba muestras de serio agotamiento a fines de 1981. “El estado actual no promete nada a la Argentina y la circunstancia de que un país carezca de esperanza es grave”, había declarado Jorge Luis Borges en agosto de 1981 a la revista Radiolandia 2000. El autor de Ficciones, que en mayo de 1978 había almorzado con Jorge Rafael Videla y otros escritores en la Casa Rosada, ahora, se mostraba decepcionado. Mientras el ministro de Economía sostenía que “el que apuesta al dólar pierde” la gente, desoyéndolo, se agolpaba en las casas de cambio. Todo parecía una comedia de enredos porque, como afirmó La Prensa el 13 de noviembre de 1981, “los que apostaron al dólar en abril llevan ganado, a esta altura, 700 por ciento”. Mientras tanto, el ministro de Comercio e Intereses Marítimos afirmaba en voz baja en LA NACIÓN que la Argentina se hallaba “al borde del colapso”. Desde tiempo antes en el país y el exterior se hablaba de “golpe” y el entonces presidente Roberto Viola no decía nada. Pasaba gran parte de su tiempo fumando tres atados diarios de cigarrillos True y en largas tenidas acompañadas de whisky. Hasta el ex presidente de facto, teniente general Juan Carlos Onganía declaró que “el Proceso está agotado” y que la Junta Militar está tratando de eludir toda responsabilidad de los desastres del país”. La coronoación A fines de octubre de 1981, en ocasión de su segundo viaje a los Estados Unidos de Norteamérica, esta vez para participar de la XIV Conferencia de Ejércitos Americanos en Fort McNair, Leopoldo Fortunato Galtieri fue homenajeado con un inusual almuerzo en la residencia de la embajada argentina en Washington, al que asistieron los miembros más conspicuos de la Administración Reagan. El embajador argentino de Viola, el empresario Esteban Takacs, parecía no darse cuenta de que estaba asistiendo a la coronación del sucesor de su presidente. Fue a la salida de ese ágape que le preguntaron al asesor de Seguridad Nacional Richard Allen qué impresión le había causado el militar argentino: respondiendo que “me pareció un hombre de una personalidad majestuosa”.
Más cauto fue Caspar Weinberger, el secretario de Defensa, cuando afirmó que le parecía “un hombre que impresiona mucho”. El 9 de noviembre a la noche Galtieri y su esposa llegaron sonrientes al amplio hall del aeropuerto de Nueva York para embarcar a Buenos Aires, cuando se les acercó el cónsul en esa ciudad, el embajador Gustavo Figueroa, para transmitirle un mensaje urgente de Buenos Aires: el presidente Roberto Viola había sido internado en el Hospital Militar Central con un cuadro de hipertensión. Como me dijo Figueroa años más tarde, Galtieri se sentó solo en un sillón, prendió un cigarrillo y se enfrascó en sus propios pensamientos durante cuarenta minutos. La Casa Rosada estaba al alcance de su mano, Viola ya no volvería a ocuparla. Pocas salidas a la vista Con el apoyo esencial de la Armada, comandada por el almirante Jorge Isaac Anaya, y el disgusto del brigadier Basilio Lami Dozo, Galtieri asumió el 22 de diciembre de 1981 la presidencia de la Nación. Retenía el cargo de comandante en jefe del Ejército, con lo que dejaba atrás la figura del “cuarto hombre” que tantas discusiones había generado en el pasado inmediato. El cambio auguraba el inicio de una “nueva etapa” pero en realidad pocos decían que ya llevaban cinco años en el poder y ahora llegaba un tercer mandatario con pocas salidas a la vista. “La última oportunidad”, observó Alvaro Alsogaray en un medio capitalino. Más cáustico fue el dirigente conservador Emilio Hardoy: “Es difícil apreciar la pérdida en tiempos económicos, pero también cuenta el desprestigio, en inseguridad, en incertidumbre, en expectativas nocivas. Esta situación ha creado un costoso escepticismo.” “Así no asumo”, le comentó el brigadier Basilio Lami Dozo al brigadier Omar Graffigna –que dejaba su cargo en la Junta Militar– cuando se enteró de los nuevos poderes de Galtieri. En una reunión de la Junta Militar que se realizó el 17 de diciembre, a la que asistió el jefe aeronáutico, Galtieri se comprometió a dejar la jefatura del Ejército en un tiempo “prudencial”. Estaba claro que Lami Dozo no estaba al tanto de lo que sobrevendría semanas más tarde, la razón que explicaba por qué Galtieri necesitaba conducir a su Fuerza con puño de hierro. Al día siguiente, 18 de diciembre, cuando la Junta Militar deliberó sobre las “pautas” del nuevo período, estableció que se debían “intensificar todos los cursos de acción necesarios y oportunos para que se obtenga el reconocimiento de nuestra soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sánd-
wich del Sur”, Lami Dozo no tuvo mucho que objetar. Desconocía conversaciones al margen de las que nunca fue informado. El 19 de diciembre, el embajador argentino en Lima, almirante (RE) Luis Pedro Sánchez Moreno, se entrevistó con su viejo compañero de la promoción 75 y jefe de la Armada. Pasaba unos días en Buenos Aires, ocasión en la que asistiría a la fiesta de casamiento de una de las hijas de su amigo Carlos Castro Madero. La reunión se llevó a cabo en el piso 13 del edificio Libertad. Luego de saludarse con afecto, Sánchez Moreno pasó a explicarle someramente la situación peruana, mientras Jorge Anaya se mostraba distraído. Pocos minutos más tarde, Anaya lo interrumpió: Anaya: –El Proceso se ha deteriorado mucho y tenemos que buscar un elemento que aglutine a la sociedad. Ese elemento es Malvinas. Dicho esto, el comandante de la Armada se quedó mirándolo, esperando una respuesta. Sánchez Moreno: –He estudiado varios años en un colegio inglés. Conozco a los ingleses tanto como vos. Margaret Thatcher no se va a dejar llevar por delante por un gobierno militar. Los ingleses son como los bulldogs, cuando muerden a la presa no la sueltan…” En ese instante Anaya dio por terminada la reunión. Dejó de lado la vieja camaradería y con un formal “es todo Sánchez Moreno” lo despidió. Sin embargo la cuestión no terminó ahí. El sábado 20, durante la fiesta de casamiento, el dueño de casa, almirante Carlos Castro Madero –también compañero de promoción de Anaya—y su amigo Sánchez Moreno intentaron disuadir al comandante en jefe de la Armada, pero fue imposible. El 22 de diciembre de 1981 Galtieri juró como nuevo presidente de la Nación. El almirante Jorge Anaya, su antiguo compañero en el Liceo Militar General José de San Martín, le impuso la banda presidencial sobre su blanca chaquetilla y Lami Dozo puso en sus manos el bastón de mando. El mismo día, en un corto documento manuscrito, Anaya ordenó a su comandante de Operaciones Navales, vicealmirante Alberto Gabriel Vigo, iniciar “un plan actualizado” de ocupación de Puerto Stanley en tres puntos muy precisos. Al día siguiente, Vigo le remitió al vicealmirante Juan José Lombardo el documento “Secreto” Nº 326/81 con la instrucción de que “deberá elaborar personalmente y entregarme a la mano, el plan actualizado para la recuperación de Malvinas”. Ya no se hablaba de Puerto Stanley sino de todas las islas. © LA NACION
os movimientos de los buques de la Armada Argentina que se dirigían a las islas Mavinas ya habían sido detectados por el sistema informativo de los Estados Unidos. En las primeras horas del 1º de abril, [...] el presidente Ronald Reagan llamó a Buenos Aires para hablar con Leopoldo Fortunato Galtieri, que en dos ocasiones se negó a atenderlo. Finalmente, consultó a su canciller. Galtieri: ¿Qué hago? Costa Méndez: Mire, presidente, si Breznev lo llama a usted, usted no puede negarse; bueno, si Reagan lo llama a usted, usted no puede negarse. [...] Costa Méndez sabía que tarde o temprano deberían atenderle el teléfono al jefe de la Casa Blanca. Encargó a su “equipo especial” preparar una minuta sobre lo que debía decir Galtieri durante el inevitable diálogo. [...] A las 21, el secretario de la embajada [Roberto] García Moritán, con apenas 32 años, entró al despacho del presidente de los argentinos. Lo estaban esperando Galtieri, el almirante Benito Moya y el general Iglesias. García Moritán, después de los saludos protocolares, entregó la minuta. Galtieri la leyó y luego se la pasó a Moya e Iglesias. Como único comentario escuchó de uno de ellos una frase crítica: “Demasiado suave… ustedes los diplomáticos”. Pocos minutos más tarde observó cómo entraba un circunspecto coronel de Inteligencia que procedió a conectar un grabador de cinta abierta al teléfono que usaría el presidente de la Argentina. Realizó su tarea y se retiró del despacho. [...]. A la hora acordada, un edecán presidencial ingresó al despacho y dijo: “Señor presidente, está lista la comunicación con la Casa Blanca”. [...]Entonces Galtieri y García Moritán se pararon uno al lado de otro, pegaron sus caras con el tubo en el medio para escuchar, ofreciendo una imagen más proclive a una película cómica que a la gravedad del momento. [...] Después de los acostumbrados saludos de estilo, Reagan dice tener “noticias de que la Argentina adoptaría una medida de fuerza en las islas Malvinas” y que está “muy preocupado por las repercusiones
que una acción de este tipo podría tener”. Galtieri hizo una larga exposición sobre los derechos argentinos y la posición oficial al respecto. Viendo que el método que estaba utilizando con el diplomático era tan incómodo como ineficaz, ya que él era más alto y no hablaba correctamente el inglés [...], Galtieri se sentó en su sillón presidencial y desde allí escuchaba el relato de García Moritán y respondía lentamente para dar tiempo a una correcta traducción. En un momento, Reagan dijo que la primera ministra británica era amiga suya y que Gran Bretaña era un aliado “muy particular de los Estados Unidos”, y cuando habló de lo que pensaría “la opinión norteamericana” en caso de un enfrentamiento armado, Galtieri se exasperó, levantó la voz y apuntándolo con el dedo le dijo a García Moritán: “Eso no lo dijo… no puede decir eso”. Tras el exabrupto se hundió en un profundo silencio. El presidente de los Estados Unidos continuó hablando, y Galtieri permanecía pensativo. Entonces García Moritán, tapando el micrófono del aparato con su mano izquierda, les dijo a los jefes militares presentes: “¿Le contesto sobre la base de la minuta?”, y recibió como toda respuesta un seco “sí”. En pocas palabras, el diplomático terminó conversando con Ronald Reagan, como pudo, ante la mudez del presidente. Cuando se cortó la comucicación telefónica, Galtieri volvió a decir que dudaba de la calidad de la traducción. Mandó llamar a los gritos al coronel de Inteligencia que esperaba en la antesala del amplio despacho. “¡Coronel, ponga la grabación!”, ordenó. [...] Una vez que la cinta volvió al principio, el coronel paró el retroceso. Apretó Play, se escuchó un “clic” y luego un largo zumbido… Y nada más. El oficial de Inteligencia no había ligado bien los aparatos y nada había sido registrado. Manteniendo un rictus de pesar, García Moritán vio como Galtieri hacía salir “a salto de rana” a un coronel de la Nación, una imagen entre patética y humillante que, seguramente, no olvidaría jamás. Así comenzaba un enfrentamiento armado contra la tercera potencia militar y tecnológica del planeta. [...]
CORBIS/ MAL LANGSDON
Reagan y su amiga Margaret Tatcher, reunión en Francia por Malvinas en pleno conflicto