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espectáculos
| Martes 14 de octubre de 2014
Es una leyenda viviente de la escena nacional y esta semana estrena una nueva obra
Tito Cossa. “Me gusta eso de desacartonar al Papa” Viene de tapa
“Mi bautismo fue cuando vi La muerte de un viajante. Ahí dije: «Yo quiero esto». Ahí empezó. Lo que pasa es que me achiqué con subir al escenario y encontré esta posibilidad de estar un poco en ese mundo como autor”. En esta charla con la nacion, “Tito” Cossa, leyenda viviente de la escena nacional, nos habla del teatro y la política, la militancia, la gran deuda de la actuación, el presente de la escena local y el miedo a la “nada infinita”. –¿Cuál es el conflicto esencial que plantea Final de juicio? –La obra es una humorada. Tomo una especie de juicio final, donde hay un tribunal supremo de siete miembros, lo cual me permite tirar una onda con la Corte Suprema de Justicia. Sumado a eso, también me deja divertirme un poco con estos esfuerzos de Bergoglio de popularizar un poco más a la Iglesia. Es una obra de humor, no tiene ninguna posibilidad de ser tomada como una historia, es una humorada, un juicio a un ser simple. –¿Esos esfuerzos del Papa por popularizar la Iglesia le parecen en vano? –Bueno, no. No está mal. Me gusta eso de que se trate de desacartonar al Papa y a esa rigidez de una religión ajena a la gente. Pero algo me divierto con eso. Yo soy ateo, por lo tanto hablo con mucho respeto, pero desde una posición de no creyente. Creo que Bergoglio ha cambiado cosas, pero no creo que llegue a lo que está pidiendo mucha gente, que es avanzar sobre dogmas que ya no van más. Siento que está dando pasos en una institu-
ción muy rígida, con siglos de rigidez. Lo que logra Bergoglio es, como lo hizo Juan XXIII, un paso hacia adelante, aunque después retrocedieron. –Usted personifica una concepción del teatro muy ligada a lo político. ¿Cómo cambió la posición de los dramaturgos o los teatristas con respecto a la política? –Es muy personal eso. Hay autores que jamás escribirán una línea política y otros, como Pavlovsky, que toman temas claramente políticos. El teatro directamente político es una cosa, pero hay mucho teatro que es político sin serlo directamente. Chejov es un anticipador de la Revolución Rusa. El que lea a Chejov dice: “En este país, algo va a pasar”. No puedo decir que sea un autor directamente político, pero siempre está la política detrás del escritor. –¿Y sigue estando aún en los creadores de hoy? –Sí, sigue estando. Yo no puedo hablar a fondo porque voy poco al teatro, pero cada tanto voy y leo bastantes obras porque nos llegan textos de autores jóvenes al Teatro del Pueblo. Veo que hay una gran preocupación por el humor y por un tema que se reitera –que no está mal que se reitere porque es un gran tema–, que es la familia, la disfunción familiar, los afectos. Es una generación que no tiene una preocupación por responder a nada político. Nosotros siempre, escribiéramos o no teatro político, teníamos una especie de mandato. No era poner el teatro al servicio de una idea política, pero sí no perder de vista que éramos seres políticos que
“Antes éramos más aristotélicos; ahora, a los jóvenes no les interesa la historia” soñábamos con un mundo socialista. Puedo hablar de varios, por eso hablo en plural. Pero esta generación, por lógica, no tiene eso. Nosotros éramos más aristotélicos, en cuanto a escribir historias. Hoy, el teatro de la mayoría de los jóvenes es disruptivo, no se preocupa mucho por la historia, por la información. Entonces, apelan mucho a la imagen, a la música, cosa que a nosotros no se nos ocurría, salvo la música necesaria, pero no como efecto convocante del público. –Ese motor de creación que era para ustedes la resistencia hoy ya no es el impulso de los dramaturgos... –No, claro, porque viven en democracia. Nosotros pasamos casi la mitad de nuestras vidas de autores en dictaduras o en gobiernos autoritarios. Uno vivía eso y sentía que el teatro, aunque no fuera directamente político, era un acto de resistencia. Por eso surge Teatro Abierto en 1981. –Su teatro parece surgir de cierta insatisfacción, cierta voluntad de cambio, y siempre alguno de sus personajes termina expresando esto. ¿Usted es un dramaturgo que escribe desde
la insatisfacción? –Algo de eso hay, sí. Yo soy un autor muy porteño. A mí me movilizan los temas sociales, políticos y familiares de mi época. No sé si todos, pero mis personajes son, en general, personas fracasadas, con una idea siempre muy individualista. Pienso que eso está en mis obras. –¿Por qué cree que hoy la dramaturgia nacional, salvando algunos casos, parece estar cada vez más ausente en la calle Corrientes? –Lo primero que quiero decirte es que Argentores, la Asociación de Actores y Aadet hicimos un concurso de obras para ver si la dramaturgia nacional asciende, en el sentido comercial, a la calle Corrientes. De todas maneras, hay autores en la calle Corrientes, como Muscari. ¿Por qué las obras dramáticas nacionales no están en la calle Corrientes? Porque creo que escribimos para salas pequeñas un teatro que no le va a la escena comercial: con pocos personajes, duración de una hora. Algunas obras son demasiado herméticas o intelectuales como para ir a la calle Corrientes. –El escritor es siempre una figura fantasmática, pero en el
aníbal greco
teatro parece serlo aún más, porque el teatro está tan marcado por el protagonismo del actor que es muy difícil que el escritor logre visibilizarse, ¿no cree? –El teatro es el actor. El único que copula con el teatro es el actor. Todos los demás somos voyeurs. El teatro es eso, esa cosa viva, esa ceremonia que yo les envidio a los actores. –¿Se definiría como militante de algo? –No, si militante es estar encuadrado en algo, no. Nunca me afilié a ningún partido. Pero mi posición acá en Argentores, donde fui presidente hasta hace un año, es militancia. Es querer hacer algo por nuestro oficio, por los colegas. Como lo es en el Teatro del Pueblo. Eso es pura militancia, porque ahí en general nadie cobra nada. –¿Está contento con la nueva producción de La Nona? –Para mí es un regalo, una posibilidad de jugar en las grandes ligas. Es un teatro comercial muy serio. Jorge Graciosi ya la hizo muy bien en el Regio y eso me da tranquilidad, así como también saber que el elenco está encabezado por Pepe y que Carlitos Rotemberg es un productor
con el que se trabaja muy bien. No es un empresario clásico. –¿Le preocupa lo que sucede con el derecho de autor en Internet? –Sí. Es un tema muy grave para los autores, sobre todo para los de cine y música. Se ha inventado algo maravilloso, pero en una estructura de un capitalismo salvaje, porque hay gente que se está haciendo multimillonaria colocando música y contenidos sin que el autor cobre un solo peso. Se habla de “cultura libre”, y desde ya que es bueno que las obras circulen, pero los autores no podemos ser los únicos socialistas de este negocio. –¿Por qué va poco al teatro? –Porque estoy viejo y cuando llego a casa estoy cansado, me quedo y me tomo un par de whiskies. Y después es cierto que el que hace una actividad tiene una mirada diferente. Una vez le preguntaron al Gato Dumas qué comía cuando llegaba a su casa. Respondió que un pancho y una coca. Hay algo de eso. Cuando estás dentro de esto te cuesta que te sorprendan. Ojalá pudiera estar tan abierto como un espectador común. –La obra que va a estrenar retoma los conceptos del debe y el haber. ¿Hay algo que se deba a sí mismo? –Haber sido actor. Ésa es una deuda que no me la voy a perdonar nunca. Pero más que el debe, porque ya no voy a poder serlo, es una frustración. Voy a cumplir 80 años, estoy pagando el último peaje, pero estoy escribiendo. Ahora estoy trabajando en una versión teatral de la película El arreglo, cuyo guión hice con Carlos Somigliana. Estoy haciendo una versión teatral. –¿Le teme a la muerte? –Sí. –¿Cómo se imagina que es? –La nada infinita. Soy ateo en serio. No tengo ninguna esperanza del tipo: “De algún lado nos están mirando”. No. No nos miran de ningún lado. –¿Y qué sentido tiene todo esto si después nos espera la nada infinita? –Es lo que tenemos. Yo quiero seguir vivo y lúcido hasta donde pueda. Y vivir hasta el final, porque me gusta la vida. Soy un privilegiado, trabajé y trabajo de lo que me gusta. Tuve y tengo una buena vida. Soy de los que no se pueden quejar. ß
Una propuesta única que exige discreción performance. Usted está aquí pide un pacto
entre espectadores y artistas, en la C. C. Konex Laura Ventura PARA LA NACION
Una azafata (y no un acomodador) recibe a los espectadores mientras forman fila para asistir a la función de Usted está aquí en el Konex. En lugar de ingresar por la puerta principal de este centro cultural, se traslada al público a otra puerta sobre la calle Sarmiento. Esa puerta se abrirá y comenzará una sucesión de sorpresas, ninguna de ellas explicitadas en el programa de mano ni en la gacetilla informativa. Usted está aquí es una experiencia, antes que una obra de teatro propiamente dicha, cuyos hilos mueven actores quienes le dan vida a este universo tan particular una vez que el espectador cruza ese umbral. Así, los invitados asisten a una sucesión de representaciones, tanto en conjunto (con los demás miembros del público), como de modo individual, siempre muy cerca de los intérpretes. Hay algunas pautas, casi a modo de cláusula, propias de este espectáculo. Se pide a quienes vieron el espectáculo un pacto de confidencialidad que se respeta. El “boca en boca” –en particular de un público joven– funciona en este caso de modo curioso: se recomienda algo que apenas se describe. Usted está aquí rompe con los parámetros del teatro convencional: una dramaturgia con un tema claro e identificable, unidad de acción y personajes en torno a ella, un único espacio escénico, etcétera. También se solicita al público que acuda con un calzado cómodo. Esta experiencia no exige un gasto calórico, pero sí un recorrido por diversos climas, atmósferas y situaciones creadas por un elenco numeroso. Si en una obra de teatro el espectador se sienta en su butaca para ver una representación, en Usted está aquí, este rol pasivo queda al margen. El público en esta propuesta no sólo observa la ficción, sino que participa de ella, adquiriendo diferentes roles, a través de la conducción de los actores, quienes interactúan con él. Natalia Chami y Romina Bulacio Zak son las responsables de esta aventura. Estudiaron Ciencia Política en la Di Tella y se hicieron amigas en el espacio de teatro de la universidad. Ya graduadas, Natalia se mudó a Inglaterra, donde estudió Artes Performáticas bajo la pedagogía de Jacques Lecoq. Romina viajó a Boloña, donde realizó una maestría en Management Cultural, y luego partió a Florencia, donde estudió también los principios del gran maestro Lecoq. Por mail, a distancia, iban compartiendo sus experiencias teatrales en Europa y así se empezó a gestar la primera versión de Usted es-
tá aquí, que se estrenó en 2012, en una casa de San Telmo. Romina define este espectáculo como site-specific, es decir, aquel realizado para un espacio puntual, cuyo texto se adapta y crea a partir del lugar, y no viceversa. Este punto es clave ya que el espectador se traslada por distintos universos y espacios, y con ellos, de personajes. Si en el teatro tradicional se monta un texto en un espacio, en Usted está aquí, el espacio es la musa inspiradora de la ficción que allí se mostrará. Usted está aquí tiene varias peculiaridades dentro de la cartera de espectáculos porteños. Una de ellas es que el número de actores que participan debe ser siempre el doble de la cantidad de espectadores que asisten a una función. En el elenco hay talentosos actores, ninguno de ellos con un rol protagónico. José María Marcos, Belén Brito, Graziana Urbani, Cecilia Madanes, Manuel Hermelo, Nicolás Deppetre y Ariel Sández son algunos de ellos, una gran compañía de 60 personas. Este proyecto está financiado por Ideame, una plataforma argentina que funciona en toda América latina, donde se solicitan recursos económicos para realizar propuestas culturales. El público accede a ingresar en esta experiencia donde se lo invita a salir de su zona de confort: “Creo que hablamos de la libertad. Esta experiencia es teatro, pero a la vez repercute en la vida de alguien. Proponemos que el espectador revise todo el tiempo quién es con respecto al espacio que ocupa. Está siempre alerta del momento presente. Jugamos con la desorientación y la confusión y los límites entre lo ficticio y lo real”, dice Natalia, y cuenta el caso de un espectador que estaba convencido de que lo acababa de vivir había sido su regalo cumpleaños, una gran sorpresa pergeñada por sus amigos. “Somos la cara visible, pero hay un equipo de producción enorme y un proceso muy rico de creación. Nosotras proponemos y después los actores traen cosas a sus personajes que parte de su observación y del rol que ocupan”, afirman. “Pensamos que iba a durar dos meses. No sabía que iba a ocurrir y la verdad es que desde que empezamos nadie se quiere ir. Hay una gran mística en el elenco, algo mágico”, agregan. Usted está aquí es una experiencia divertida y única en la cartelera porteña. No pregunte más y vaya a vivirla.ß
Usted está aquí En Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Martes y miércoles, a las 20, 20.30, 21 y 21.30.
La metamorfosis forma parte de este Díptico Kafkiano
teatro
Los mundos de Franz Kafka, en un virtuoso díptico Díptico KafKiano. ★★★★ general y puesta en escena :
muy buena . dramaturgia , dirección
Alfredo Martín. asistencia de dirección :
Iñaki Bartolomeu. intérpretes: Guillermo Ferraro, Natalia Vozzi Iván Vitale, Daniel Goglino, Victoria Rodríguez Montes, Rosana López, Cinthia Demarco, Gabriela Villalonga, Mariano Scovenna, Eduardo Pérez, Brenda Margaretic, Pablo Mingrino, Gustavo Reverdito, Nicolás Fabbro y Eduardo Peralta. escenografía: Alejandro Mateo. iluminación: Leandra Rodríguez. musicalización: Mariano Schneider Madanes. ejecución de instrumentos :
Mariano Schneider Madanes y Cinthia De Marco.
realización escenográfica :
Cinthia Chomski. vestuario y realización
de objetos: Ana Revello. diseño gráfico: Gustavo Reverdito. fotografía :
Daniel Goglino. asesoramiento corporal: Armando Schettini. asesoramiento artístico: funciones:
L
Marcelo Bucossi. sala : Teatro del Borde, Chile 630.
sábados, a las 22.
a pieza teatral de Alfredo Martín lleva a escena dos obras de Franz Kafka: La metamorfosis y El proceso, que desarrolla, emparienta y recrea con una adaptación que permite rescatar momentos cruciales de ambas obras y entrar en los oscuros laberintos del universo kafkiano. Proponer lazos de conexión entre estas obras de Kafka es uno de los puntos originales de la puesta. En la primera parte, La metamorfosis, Gregorio Samsa (en una potente actuación de Iván Vitale), a quien durante la noche se ve frente a una máquina de escribir con apuntes y libros abiertos, la mañana siguiente se
deja caer de su cama y empieza a reconocerse como un bicho; sin perder la conciencia humana, se arrastra por su cuarto en ropa interior e identifica su cuerpo ahora con patas, antenas y un lomo rústico. Y el espectador ve en los gestos y en los movimientos de Vitale, que no se pone ninguna máscara artificial, a un bicho repugnante que a la vez conmueve. La pequeña sala –ambientada con objetos de época– colabora para crear un clima de intimidad en la convivencia de esa criatura y su familia: su padre, que se define como “severo y paciente” (Daniel Goglino); su madre (Rosana López), que clama piedad por su
hijo, y su hermana Greta (Cinthia Demarco), quien sostiene un vínculo fraternal pese a los acontecimientos. En la segunda parte, El proceso, se lo ve a Joseph K (representado por Guillermo Ferraro), empleado de banco, aún en su cuarto cuando entran dos inspectores y lo detienen con una acusación que desconoce y sin darle explicaciones; se sientan en su cama, le toman el desayuno, se llevan algunas camisas y objetos personales suyos sin autorización. Empieza allí, en presencia de la casera de la pieza que este joven alquila (Gabriela Villalonga), un extraño proceso judicial que no lo abandonará nunca. Un común denominador de ambas obras es el carácter profético. Lo que sucede con Gregorio Samsa a nivel familiar o micro se multiplica con Joseph K en El proceso en un nivel social macro, como si fueran parte de una misma situación: la pérdida del sentido de la vida, la falta de Dios. Así, lo que desde La metamorfosis es leído como el bestialismo humano y desde El proceso aparece como el terrorismo de Estado, en definitiva forman parte de una maquinaria del mal que replantea el estatuto de la esperanza. Los protagonistas
en ambos casos son víctimas de un final trágico y absurdo. Ambos son culpables frente a un sistema cuya ley los eliminará sin piedad: morir como un insecto o como un perro será el destino de uno y otro. En ambas piezas aparecen entre ciertas escenas dos investigadores de la obra y la vida de Kafka que, en tono explicativo, refieren a extractos del Diario de Kafka, de su desesperación por escribir, de su faceta de escritor y de funcionario, de la discriminación que sufría el escritor checo y de cómo eso perturbó su identidad; también mencionan el término alemán ungeziefer, al que definen como un insecto y, también, como gaseado, y explican que era usado por Kafka para denominar a Gregorio Samsa y que Hitler lo utilizaba en sus discursos frente al pueblo alemán. Estos momentos explicativos son palabras autorizadas dentro de la obra y, a la vez, como son enunciados por actores que miran al público a los ojos, llegan profundamente. Estos actores, al igual que todos los que aparecen en ambas obras, son parejos en su nivel. Puede apreciarse que aquellos que ocuparon papeles centrales en la primera parte, en la segunda explotan otra faceta en roles secundarios. Lejos de generar ruidos en la puesta, este enroque permite apreciar una ductilidad destacable en el elenco. La puesta en escena acierta en varios frentes. En el reducido espacio con que cuenta este teatro under, se colocan algunos pocos objetos de época cuidadosamente seleccionados para ambientar la primera parte y, con pocos cambios que se realizan en el entreacto, mientras los espectadores disfrutan de una copa de vino y panes saborizados, se arma la escenografía de El proceso, que suma algunas pilas de expedientes judiciales. Así se logra dar, con una escenografía parecida aunque distinta, otro punto de continuidad entre ambas piezas. La música en vivo, un elemento que Martín incluye con frecuencia en sus obras, también acompaña a ambos relatos y logra despertar los matices justos: desde un balcón que ofrece la sala y desde el cual el director sigue de cerca cada movimiento actoral, los tambores, el teclado y algún xilofón, delicadamente, van acentuando en el espectador los estados que toda la puesta propone. Con las campanadas del final y Joseph K en el centro de la escena, imposible no salir con la sensación de haber transitado durante dos horas por un desenlace trágico e inevitable que pinta por entero al escritor checo.ß Verónica Dema