OPINIÓN | 25
| Domingo 18 De noviembre De 2012
Tiempo de vísperas: ¿se viene el “gran cambio”?
Mariano Grondona —LA NACION—
L
a gigantesca manifestación del 8-N empieza a generar resultados: de un lado, el Gobierno ha exceptuado del pago de Ganancias, por única vez, el próximo aguinaldo; del otro, para demostrar el crecimiento de la clase media, cuyo mérito se atribuye, ya no recurrió a las poco confiables estadísticas del Indec, sino a datos del hasta ayer cuestionado Banco Mundial. Son dos pasos en la dirección correcta. Pero son dos pequeños pasos, insuficientes, por cierto, en comparación con todo lo que el Gobierno debería cambiar para ponerse a tono con el nuevo humor de los argentinos. A estos dos “pequeños pasos”, ¿seguirán otros de mayor alcance? La pregunta es pertinente porque el Gobierno, simultáneamente, mostró de nuevo el rostro hostil que lo había caracterizado hasta ahora cuando la ministra Débora Giorgi se retiró intempestivamente de una reunión que compartía con el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, debido a que éste se atrevió a apartarse del credo oficial. ¿En qué quedamos entonces? ¿Está empezando a cambiar el Gobierno después del 8-N en dirección de la distensión o los tímidos pasos positivos que venimos de anotar fueron golondrinas sueltas que no anunciaban el verano? Si aceptamos que, después del 8-N, el Gobierno tendrá que cambiar, hay dos cambios posibles en su atribulado horizonte. Los que acabamos de mencionar son sólo cambios en el modelo, gestos destinados a ganar tiempo que no bastarán para calmar a la opinión pública porque ella parece querer algo más profundo, el cambio del modelo en dirección del diálogo y la convivencia democrática que todavía nos faltan. Los pequeños signos de distensión que hasta ahora hemos recogido también podrían apuntar, por ser contradictorios con los que habíamos registrado hasta ahora, a que entre los funcionarios que rodean a Cristina las cosas ya no están claras, que empieza a insinuarse en medio de ellos una división sobre el mejor curso a seguir, a la espera de que la Presidenta escoja una estrategia definitiva a la luz de las nuevas circunstancias que ahora la rodean. Estas nuevas circunstancias incluyen, asimismo, un nuevo horizonte, un nuevo futuro donde ha empezado a brillar la creciente certeza de que en 2015 Cristina ya no podrá ser reelegida. Escribió Adam Smith que un gobernante es verdaderamente grande cuando sabe desprenderse de los seguidores incondicionales que, asfixiándolo, lo rodean. Es que, si el gobernante cambia cuando hay que cambiar, deja necesariamente en el camino a quienes creían haberse adueñado de él. Este giro es percibido por los incondicionales como un acto de traición. Pero el gobernante que no “traiciona” el fanatismo de quienes lo asfixian queda, junto con ellos, del lado oscuro de la historia. Éste es el dilema que hoy asalta a Cristina, que poco a poco se va acercando a la encrucijada que definirá su destino. Porque no hay uno sino dos caminos opuestos para lo que queda de su gobierno. El primero consiste en “profundizar el modelo” al que la ciudadanía, después de otorgarle el 54 por ciento de los votos hace un año, empezó a abandonar el 8-N. El segundo es escoger la apertura y el diálogo en los tres años que le quedan. Esta alternativa la dejaría sin los aplaudidores de hoy, pero le ganaría a cambio el reconocimiento del país y de la historia, en dirección a la democracia republicana que aún no somos. ¿Será capaz Cristina de aspirar a ella? Queremos suponer que los dos pequeños gestos que anotábamos al comienzo de este artículo apuntan en esta dirección. Otros signos congruentes deberían, por supuesto, confirmarlos. Ellos son quizás improbables, pero no por eso son imposibles. En un libro titulado El arte de prever el futuro político, Bertrand de Jouvenel no incursiona en “el” futuro político, sino en “los” futu-
ros políticos porque a la inversa del pasado, que siempre es uno, los futuros a los cuales nos asomamos siempre son varios. Por eso los llama futuribles: los “futuros posibles” entre los cuales tendremos que escoger. ¿Cuáles son, en este sentido, los “futuribles” de Cristina? Por lo pronto, dos: mantener o sustituir lo que ella llama “el modelo”. Si ella escoge mantener el modelo de gestión que ha seguido hasta ahora, lo que probablemente la espera es seguir padeciendo el desgaste que sufre en estos días ante la sociedad argentina, un desgaste que quizás aumente hasta llevarla a la derrota en las elecciones parlamentarias de 2013 y a la imposibilidad de influir en la designación del candidato a sucederla en la elección presidencial de 2015. Lo que la esperaría, en otras palabras, es el fracaso. Un fracaso al cual no querrán acompañarla otros referentes del peronismo como Scioli, De la Sota y otros gobernadores peronistas, de acuerdo con la frase mil veces repetida de que los dirigentes justicialistas acompañan a sus caudillos hasta la puerta del cementerio, pero no entran en él. Recorramos, también brevemente, el segundo futurible que aguarda a Cristina. Este segundo futurible tendría que comenzar, por lo pronto, por la expresa renuncia presidencial a la re-reelección en 2015. Sería equivalente, en verdad, a renunciar a una posibilidad que ya está perdida. Sería una resignación que tendría, de todos modos, dos efectos inmediatos. Uno, disminuir de inmediato la tensión política que todavía nos aflige. Otro, abrir formalmente la competencia presidencial con miras a 2015. Liberada de la perspectiva re-reeleccionista que hoy la acosa, la Presidenta podría dedicarse al buen gobierno que todavía ignora, y es posible que, lejos de convertirse en el pato rengo que sus asesores temen, su gesto de renunciamiento le diera el prestigio y la influencia que ha venido perdiendo, de modo que podría recobrar lo que hoy parece haber perdido: la posibilidad de influir en la elección presidencial de 2015, cuando ella ya no sea candidata. Al renunciar de buen grado a la re-reelección para 2015, al resignarse espontáneamente a la pérdida de una posibilidad que la realidad y la
Si Cristina escoge mantener el modelo de gestión que ha seguido hasta ahora, le espera seguir padeciendo el desgaste que sufre en estos días ante la sociedad argentina ley ya le están negando, la imagen de Cristina se transformaría por completo, de una mandataria autoritaria y poco democrática, en vertiginoso descenso ante el tribunal de la opinión pública, a una presidenta republicana “normal”, que no aspira a eternizarse en el poder. Pasaría a asemejarse a Lula, a Dilma Rousseff, a los demás presidentes latinoamericanos que hoy gravitan en países como México, Colombia, Chile, Perú o Uruguay, alejándose definitivamente de los excesos re-reeleccionistas de Chávez y sus émulos en Ecuador, Bolivia y Nicaragua, que han dejado de ser republicanos para convertirse en dictadores a los que quizás espera, como tantas veces enseñó la historia, un trágico final. Queda sin embargo un argumento en favor de aquellos que insisten, contra viento y marea, en la re-reelección de Cristina. Es el argumento reciclado del pato rengo. Si la Presidenta anunciara desde ahora que en 2015 no buscará un tercer período consecutivo, ¿no perdería de inmediato toda autoridad? ¿No pondría al país al borde de la anarquía? No, si se cumplieran dos condiciones. Como hábil política que es, ella tendría que orientar a un peronismo al principio desorientado. La oposición, por su parte, debería moderar en tal caso la tentación de la revancha. La perspectiva que hemos estado examinando nos convertiría en una república democrática como la mayoría de las que pueblan hoy a América latina, con la promesa indudable de un progreso arrollador en el campo económico y social. Si es la hora de América latina, ¿por qué no ha de ser la hora de la Argentina?ß
La presidenta les respondió a las cacerolas
AlcoholemiA por Nik
Joaquín Morales Solá —LA NACION—
N las palabras
“Bruja horrible” Graciela Guadalupe “Ahora parece que Él es más bueno que yo, que soy una bruja horrible.” (De Cristina Kirchner.)
H
ay brujas feas, de lunares y escoba. Las hay piadosas, como las manosantas, y adivinadoras como las de los oráculos. Lo que nos estaba faltando era una presidenta que admitiera que su secretario legal y técnico le decía bruja, y que no entiende por qué ahora todos ven a su esposo como un santo y a ella como a una “bruja horrible”. Menos acostumbrados estábamos a que esa confesión se hiciera por cadena nacional. De la mano de Cristina, los discursos empezaron a combinar lo extravagante con lo casero, lo institucional con lo burdelesco y lo republicano con lo vulgar. El llamado público a “laburar”, la referencia a la “guita”, la “avivada” y a la “explotación por dos mangos”, y haber tildado de “pendex” a su viceministro de Economía, Axel Kicillof (que, por otro lado, ya superó la barrera de los 40), son expresiones impropias de un jefe del Estado, máxime si es mujer. También resultó odioso haber dicho al gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, que, a pesar de ser “morocho”, no provenía de pueblos originarios; haber llamado
“xenófobos” a los europeos, y dicho que los docentes “trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones”. Para Cristina, los vecinos de Puerto Madero son “conchetos”, el Estado “no es mongo”, “la soja es un yuyo que crece sin ningún tipo de cuidado” y, cuando aumenta la producción de alimento para mascotas, es porque “está comiendo el pueblo”. Sus discursos incluyeron retos para un supuesto “abuelito amarrate”, directivas para que el senador Aníbal Fernández se pusiera “un bonete” y humillaciones como la que recibió Yanina, a la que, según la Presidenta, un compañero le “llenaba el pomo” en la fábrica donde trabajan. Hace muy poco, la Casa Rosada trocó la palabra “cazzo” por “nada” en una frase presidencial que, por su alegoría, se sacaba chispas con la que invitaba a comer cerdos porque “son afrodisíacos y mucho más gratificantes que tomar Viagra”. La falta de filtros y la degradación de los mensajes no son exclusivos de Cristina. Moreno, el propio Fernández y recientemente el ministro Tomada con su “¿a quién carajo le importa la industria automotriz?” cuando pensaba que no estaba saliendo al aire por radio, son mojones más que visibles en la ruta del exabrupto, de la agresión y de la chabacanería. Es la decadencia discursiva del que ataca porque ya no puede convencer.ß
unca había sucedido antes. Un fuero entero de la Justicia, el Federal Civil y Comercial, fue eliminado. Jueces renunciados, excusados, recusados o de licencia. Una sola camarista, María Najurieta, podría tomar decisiones, pero en esa instancia se necesitan dos votos al menos. El Gobierno entró a sangre y fuego en un fuero que no sólo tiene en sus manos la cautelar que protege las propiedades del Grupo Clarín; también es el lugar de la Justicia donde se preserva el derecho constitucional a la propiedad. Jueces honestos, pero con miedo, eligieron evadirse o postergaron decisiones hasta que el kirchnerismo los fulminó. Ofensivas campañas mediáticas. Inconsistentes denuncias penales. Todo eso terminó con magistrados asustados que se fueron o los fueron. La Presidenta dobló la apuesta después del 8-N. El 7-D será de ella por las buenas o por las malas. El cristinismo es así: aparece por la puerta menos prevista. Fanatizar aún más a los propios; profundizar el rencor de los otros. No habrá distensión. Ésa es la línea política que prevaleció tras la sublevación de la clase media. Las alusiones presidenciales a ese día de diciembre son otra presión a la Justicia. ¿Quién se animaría a decirle a ella que no habrá fiesta después de todos los preparativos que hizo para la fiesta? La cabeza de Clarín es una victoria que dice necesitar después de la derrota en las calles. Cada ministerio recibió órdenes de hacer algo para el 7 de diciembre o para el lunes 10. Las renuncias voluntarias de dos jueces de la Cámara Civil y Comercial, Martín Farrel y Santiago Kiernan, tuvieron un efecto dominó. Se cayó luego todo el fuero. Esos magistrados temieron que sus jubilaciones fueran bloqueadas. Se reunieron con el ministro de Justicia, Julio Alak, y acordaron dimisiones pacíficas. Jubilaciones resguardadas. Denuncias penales archivadas. Sucedió, con todo, un problema. Una versión indicó que el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, les había pedido la renuncia. No fue cierto. El malestar de la Corte alcanzó una cima nunca vista. Farrel y Kiernan debieron soportar, frente a dos miembros de la Corte Suprema, la reunión más tensa y violenta de sus carreras judiciales. Casi no pudieron hablar. Se fueron de la Justicia con la cabeza baja. Otro juez de esa Cámara, Francisco de las Carreras, ya había sido recusado por haber viajado a Miami a un congreso de jueces latinoamericanos. Dicen los que saben que existía un borrador de resolución rechazando sin vueltas la recusación a De las Carreras. Este juez podría haber tomado decisiones luego de esa eventual decisión. La resolución que habilitaría a De las Carreras debían firmarla los jueces Najurieta y Guillermo Antelo. Pero desapareció Antelo. De la noche a la mañana. Se excusó. De las Carreras y Najurieta debían decidir luego sobre el pedido de Clarín para ampliar la cautelar más allá del 7 de diciembre. Ahora queda sólo Najurieta. No es suficiente. Presuroso e insolente, Alak le envió un ultimátum a esa Cámara: en adelante deberá decidir la Cámara en lo Contencioso Administrativo, que es un fuero diferente con enorme influencia del kirchnerismo. El operador judicial del gobierno en la Justicia, Javier Fernández, se mueve ahí como dueño de casa. Su hermano, Sergio Fernández, es camarista de ese fuero. Alak se olvidó hasta del pudor. Su carta les ordena directamente a los jueces lo que deben hacer en caso de vacancia absoluta de un fuero. Son tareas propias de la Corte Suprema de Justicia. La pasó por encima. La opción que les queda, les aclaró Alak, es llamar a los conjueces nombrados recientemente. Todos kirchneristas o filokirchneristas. Las alternativas oscilan entre lo malo y lo peor. El principio de la división de poderes es una noción ya perdida en la Argentina de Cristina. La Presidenta quiere jueces propios resolviendo sobre el caso Clarín para que no resuelvan nada.
Hace poco asumió Horacio Alfonso como juez de primera instancia en la causa sobre la constitucionalidad de la ley de medios, después de otra carnicería de jueces. Alfonso, nombrado como juez por el kirchnerismo, acaba de dictar una resolución pintoresca: no tomará ninguna decisión sobre esa causa hasta que la Cámara no se pronuncie sobre otros hechos. Resulta, sin embargo, que la Cámara no tiene jueces. Siempre quedará, es cierto, la Corte Suprema de Justicia. Pero no se llega a ella fácilmente. Todos los expedientes que acceden a ese tribunal deben contar con resoluciones de las dos instancias inferiores. La constitucionalidad de la ley de medios, en manos de Alfonso, carece de resolución en primera instancia. La cautelar que protege los bienes mientras se decide la constitucionalidad está en poder de la Cámara, pero casi todos sus jueces desertaron. El per saltum, que le permite a la Corte saltar por encima de las instancias inferiores, es una decisión odiada por los máximos jueces del país. Cada vez que la Corte hizo un per saltum, en otros tiempos y con otros jueces, terminó incinerada ante la opinión pública. El Gobierno se lo impuso no más por una ley que acaba de aprobar el Congreso. El per saltum es el reaseguro del oficialismo. Los jueces supremos del país deberían ensuciarse con el polvo de la guerra si fuera necesario. La Corte tendrá siempre la última palabra, por más ley que exista, sobre si acepta o no un caso por la vía del per saltum. Será difícil que acepte algo. Todo el embrollo, que ya cuestiona la plena vigencia del Estado de Derecho en el país, termina en un claro caso de denegación de justicia. El acceso a la justicia es un derecho humano elemental. Pero las puertas de la Justicia están cerradas aquí. Ningún juez puede o quiere decir quién tiene la razón. La propia Corte Suprema había contemplado en su fallo sobre el 7-D que la cautelar podría ampliarse si existieran hechos nuevos. Existen hechos nuevos, pero no hay jueces para interpretarlos. Los que vienen, impulsados por el Gobierno, tienen la misión de no hacer nada. Que el 7-D quede sometido a la libre interpretación de la Presidenta. Nadie podría negar que, ante una nación política pasmada, el Gobierno está logrando
Si lograra desguazar al Grupo Clarín, ¿por qué la Presidenta se resignaría luego a leer un periodismo gráfico independiente y crítico, el poco que queda? su propósito. La calle pidió una justicia independiente; Cristina le respondió echando a todos los jueces de un fuero que no le era propio. El tamaño del conflicto es mucho más grande que el que abarca sólo al multimedio audiovisual de Clarín. Si lograra desguazarlo, ¿por qué la Presidenta se resignaría luego a leer un periodismo gráfico independiente y crítico, el poco que queda? Nunca se olviden de algo: a ella le importa más lo que lee que lo que ve, dice un funcionario que la conoce desde hace muchos años. Ejemplos de esa aseveración son el diario y las revistas de Jorge Fontevecchia. No reciben publicidad oficial a pesar de una orden de la Corte Suprema. Nada. Cristina detesta el periodismo de Fontevecchia. la nacion sólo recibe una porción testimonial, por no decir ridícula, de pautas publicitarias del Estado. Tampoco le gusta el periodismo de la nacion. Ni justicia, entonces. La única fábrica de papel para diarios, propiedad de la nacion y Clarín, está al alcance de la mano presidencial. Cerca de las oficinas de Cristina dicen que hay un viejo proyecto para intervenir Papel Prensa. Se pondría en marcha después del eventual éxito del 7-D. Suficiente. El Estado se asignaría el derecho de repartir cuotas de papel de acuerdo con los amigos y con los enemigos de la Presidenta. ¿Y la importación de papel ahora abierta? La importación la podría cerrar Guillermo Moreno con el argumento de que no hay dólares. ¿No ha vuelto, acaso, a cerrar la compra personal de libros en el exterior, desoyendo hasta una orden presidencial? Un país sin jueces es el principio de un país sin libertades.ß