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Notas

Domingo 9 de septiembre de 2007

LA NACION/Página 33

La irrupción de los políticos moderados

Córdoba, o el reino de la impostura

Por Mariano Grondona

Por Joaquín Morales Solá

ON la elección presidencial a la vista y las elecciones provinciales en pleno desarrollo, la política argentina se moviliza intensamente. La oposición ha ganado en grandes distritos como Santa Fe y la Capital, en distritos medianos como Neuquén y San Luis, y en la pequeña Tierra del Fuego. El oficialismo se ha llevado Río Negro, La Rioja, Entre Ríos, Tucumán y San Juan. Antes del 28 de octubre, votarán todavía Chaco y Chubut. Pero la decisión final sobre el rumbo del país en los próximos cuatro años ocurrirá de aquí a 50 días cuando voten no sólo provincias medianas como Salta y provincias convulsionadas como Santa Cruz y Misiones, sino también la Nación, convertida toda ella en distrito único para elegir al próximo presidente y, dentro de ella, la gran provincia donde Kirchner colocó a su principal candidato a gobernador, el vicepresidente Scioli, y donde aún imperan los “barones” eternamente reelectos del conurbano. Todo transcurría ordenadamente como un argumento encaminado a su previsto final cuando, el domingo último, estalló Córdoba. La gran provincia mediterránea nos dio como novedad política la división del habitualmente disciplinado kirchnerismo en dos bandos aparentemente irreconciliables: el del “delasotista” Schiaretti, apoyado por Julio De Vido, y el del intendente Luis Juez, apoyado por Alberto Fernández. La confrontación entre Schiaretti y Juez expresó las tensiones internas del kirchnerismo en el momento en que decide, ante el retiro al menos formal del Presidente, cuál de los bandos predominará en torno de su esposa. En este tiempo intermedio que transcurre entre la omnipotencia de Néstor y la incertidumbre de Cristina, vacila la unidad hasta ahora monolítica del kirchnerismo. Pero la noticia principal que viene de Córdoba no es esta fe-

L viernes, Néstor Kirchner no quería ver un cordobés ni de cerca ni de lejos. Dos días antes, el presidente Lula llamó por teléfono a su viejo amigo José Manuel de la Sota con una preocupación que su simpatía no podía disimular: ¿Qué está pasando ahí?, le preguntó. El propio Kirchner se sinceró poco más tarde: El daño de la elección cordobesa es enorme en el exterior. Un aura de sospecha degradó por primera vez a una elección importante. Entretanto, Juan Schiaretti y Luis Juez protagonizaban un espectáculo más propio de cuarteteros que de líderes de una provincia con prestigio cultural y político. No hay dos dirigentes más distintos en el peronismo activo que Kirchner y De la Sota. Al Presidente, informal y audaz, le gusta mostrarse como un hombre desafiante frente a los sectores poderosos; muy pocas veces se le ha visto un gesto de seducción hacia ellos. El gobernador es, por el contrario, prudente y medido; usa su condición de buen orador para seducir al auditorio que le toca en suerte. En los últimos años, los dos han librado a la distancia un duelo notable. De la Sota decía en Córdoba discursos antikirchneristas, sin nombrar a Kirchner, mientras se manifestaba seguidor del Presidente en sus declaraciones a la prensa nacional. Kirchner simulaba que le creía estas últimas palabras de compromiso, mientras estaba seguro de que en aquellos discursos de hereje se escondía el De la Sota verdadero. Ambos sabían sólo una cosa: ninguno podía prescindir del otro. Con todo, hay otra distinción que los hace más diferentes aún. Se refiere a la manera de concebir la política, la identidad partidaria y la construcción de un espacio propio. Kirchner tiene dosis parecidas de exactitud y de alboroto para edificar su proyecto de poder. Llegó a susurrar que De la Sota debió poner a un radical como candidato a vi-

C

La Argentina ha regresado al clima inquietante que la atribuló más de una vez en su agitada historia: la sospecha del fraude roz pugna interna del oficialismo, sino el método con el cual se pretendió resolverla: un escrutinio tan irregular que atenta contra la base misma de la democracia como es la transparencia electoral. Bastó que Juez instalara con fuerza la sospecha en Córdoba para que el resto de la oposición se le sumara para exigir el recuento, uno por uno, de los votos cordobeses, y aún más allá, la presencia de veedores internacionales el próximo 28 de octubre. La Argentina ha regresado al clima inquietante que la atribuló más de una vez en su agitada historia: la sospecha del fraude.

La ofensiva republicana El cuatrienio de Kirchner ha tenido tres rasgos principales: la prolongación aunque fuera forzada de una sensación de bonanza económica; la concentración absoluta del poder en manos del Presidente y la intolerancia contra los disidentes. Lo que está pasando ahora es que sectores cada vez más amplios, saliendo del clima economicista que los aquejaba, empiezan a reclamar otras cosas más allá de la bonanza económica: elecciones limpias, la concertación pluralista en vez de la concentración autoritaria y el renacimiento del Congreso, la Justicia y el periodismo libre en la tarea de controlar al Ejecutivo. Con otras palabras: el renacimiento de la República. Quizá sea excesivo pretenderlo, pero el hecho es que este impulso republicano, que nació en el plebiscito de Misiones del 29 de octubre del año pasado contra el reeleccionismo indefinido, parece rebrotar ahora en diversos lugares y hasta en la propia Misiones, donde el obispo Piña ha denunciado nuevas irregularidades, como una ley de lemas en la que coexisten nada menos que 18.000 candidatos. Dos síntomas avalan esta hipótesis. Uno de ellos es el tipo de candidatos que ya han ganado o esperan ganar en octubre. Demos algunos primeros nombres: Macri en la Capital, Binner en Santa Fe, Scioli en Buenos Aires. Todos ellos han seguido la misma consigna que llevó a Macri a ganar abrumadoramente en la Capital: “No agredir. No responder a los agravios. Dialogar y convivir.

E

Presentar propuestas”. Quien más propuestas de gobierno ha presentado, en este sentido, es Roberto Lavagna.

Dialogar y convivir A estos primeros nombres podríamos agregar otros que convergen en torno de la misma actitud. El de Telerman, que tomó la decisión infrecuente de aceptar el costo político de un aumento de impuestos (por cierto perfectible) para franquearle el paso a la gobernabilidad que necesitará Macri, su reciente rival. Bielsa, que reconoció de inmediato la victoria de Binner en Santa Fe y renunció a su banca por no sentirse, ya, representativo. Los antiguos representantes de lo que ya no es un oficialismo dominante sino pluralista en las provincias de Neuquén, Salta y San Luis, cuyos gobernadores Sobisch, Romero y Alberto Rodríguez Saá han renunciado a la reelección. Narváez, Sarghini, Guadagni y Blumberg, que competirán con Scioli, pero que actúan con su mismo estilo en la “gran provincia”. El socialista Rubén Giustiniani, aliado de Binner, que acompaña a la candidata presidencial Elisa Carrió, precursora del republicanismo en la demanda de honestidad, una demanda que también acompaña, enérgicamente, el propio Juez. Ricardo López Murphy, que había ofrecido a Carrió nada menos que la renuncia a sus pretensiones presidenciales. ¿Qué nombre común les podríamos poner a todos ellos y a los que, como ellos, adoptan la misma actitud? Podríamos llamarlos los moderados, porque aspiran a convivir y a dialogar en vez de reducir infantilmente nuestra rica vida política a un “pensamiento único”. El otro síntoma convergente de la ofensiva republicana es el brusco desplazamiento de las “clases medias urbanas” del apoyo a la crítica al Gobierno. Nada menos que en la Capital, Rosario y la ciudad de Córdoba, las sedes naturales de las clases medias urbanas que lo apoyaron en 2003, el kirchnerismo ha perdido abrumadoramente. Es que aquellos sectores medios que lo pasaron tan mal en 2001 y 2002 elevan ahora sus aspiraciones del simple deseo de “sobrevivir” al reclamo de “vivir”, en una república que los envuelva con la calidad de sus instituciones. El país se ha dividido al parecer entre la vanguardia de sus clases medias urbanas y una retaguardia de sectores injustamente postergados, aún atrapados en el clientelismo de la periferia, cuyo

Otro síntoma convergente de la ofensiva republicana es el brusco desplazamiento de las “clases urbanas” del apoyo a la crítica al Gobierno último bastión urbano es el Gran Buenos Aires. Ante estos desplazamientos, ¿que hará el Gobierno? Ha efectuado algunos gestos en dirección del republicanismo. La candidata oficial se reunió con empresarios en IDEA y en la Unión Industrial. El tono altisonante de sus mensajes, como el de su marido, tiende a disminuir. Pero ¿es la suya una verdadera conversión del autoritarismo al pluralismo o sólo una táctica electoral que cesará cuando termine el proceso electoral? El hecho es que, aun en medio de esta aparente distensión, no se ha rectificado la agresión al campo que se expresó con el súbito retiro del representante del Gobierno de la Exposición Rural, se han multiplicado las presiones contra la empresa Shell aun a riesgo de desabastecimiento y persisten las desvergonzadas manipulaciones del Indec. Estas señales obligan a ser prudentes cuando se evalúan las posibilidades de un futuro que los republicanos de todas las tendencias querrían contemplar: que los propios Kirchner terminaran por plegarse sinceramente a la nueva sensibilidad vital de los argentinos.

Las palabras

Tarot

“El método falla, pero ¿usted conoce uno mejor? Si los políticos no creen en las encuestas, que se entreguen al tarot.” (Del sociólogo Heriberto Muraro, quien había pronosticado que Juan Schiaretti se impondría por más de diez puntos en Córdoba.) El gran maestro del tarot Consultorix no daba abasto. Transpiraba bajo el bonete verde con estrellas y lunas al ver la larga fila de políticos que esperaban turno frente a su puestito de la Recoleta. La lechuza Boca de Urna, su secretaria, también estaba desfalleciente, de tanto revolotear por el tablero, montado sobre dos caballetes de patas metidas en el pasto. Mientras Consultorix elevaba las manos al cielo y entraba en trance, con la mirada en blanco, Boca de Urna elegía la carta para cada pregunta, la sujetaba firmemente con el pico y se la llevaba volando al Iluminado, para que la interpretara y explicara. Muchos de los clientes de Consultorix se identificaban con alguno de los 22 arcanos mayores del tarot. Por allí desfilaban el Mago, la Sacerdotisa, la Emperatriz, el Emperador, el Sumo Sacerdote, el Enamorado, el Ermitaño, el Colgado, el Diablo y el Loco. Pero otros, la mayoría de los que iban a averiguar su destino en las elecciones de octubre, se asociaban más fácilmente con

cualquiera de los 56 arcanos menores, con el caballo y con la sota, con el cuatro de espadas, el as de oro o el siete de copas. De vez en cuando, como saliendo de un hechizo, el maestro de tarot dejaba escapar una sentencia incomprensible: “En las presidenciales, veo a Sobisch y a Rodríguez Saá muy distanciados del resto”, decía, por ejemplo, para que los periodistas tomaran nota. O susurraba: “Hasta hace cinco minutos, López Murphy y Carrió se imponían por varios cuerpos, pero después la ventaja se fue licuando”. Tan grande era el prestigio de Consultorix que hasta los propios encuestadores iban a consultarlo. Así, la magia se popularizaba y difundía por todo el reino. ¿Era magia barata? A veces parecía que sí, pues los trucos fallaban. Entonces, el maestro de tarot tenía lista una excusa para salir del paso. Decía: “Yo respondo por la seriedad del método, pero la lechuza es comprable”.

Hugo Caligaris

Lo primero que hizo De la Sota, cuando la bronca lo desbordó, fue criticar la fórmula de Cristina Kirchner: Debió ser más peronista, dijo en público cegobernador de Schiaretti dentro de un universo presidencial donde caben todos los colores. No lo conoce al gobernador. Lo primero que hizo De la Sota, cuando la bronca lo desbordó, fue criticar la fórmula de Cristina Kirchner. Debió ser más peronista, dijo públicamente. ¿Se quejaba del radical Julio Cobos o de la impronta neoperonista de la senadora? De la Sota desliza, pero no precisa. Enamorado de la estructura del peronismo, a la que conoce del derecho y del revés, De la Sota nunca entendió esa corriente progresista extraña y heterogénea que propone Kirchner. El viejo duelo ha tenido estocadas memorables en las últimas horas. Silencio de Kirchner sobre la elección cordobesa en contraste con su inmediato llamado a Hermes Binner para felicitarlo como ganador de Santa Fe. ¿A Kirchner le gusta más Binner que Schiaretti? Sí. Esto también es cierto. De la Sota ironizó entonces, sin decirlo en serio, que los problemas de su provincia le restarían tiempo para trabajar por la candidatura de Cristina. Kirchner salió luego recordando que él también había ganado la intendencia de Río Gallegos por sólo 111 votos; un guiño a Schiaretti. De la Sota aclaró de inmediato: se inclinaba ante Cristina. Ni Kirchner estaba seguro de su señal a Schiaretti ni a De la Sota lo entusiasma la candidatura de una mujer que no le habla con frecuencia al peronismo. La impostura se había reinstalado en sus vidas. De la Sota no será candidato presidencial en 2011; lo será en 2009, un día después de un eventual triunfo como candidato a senador nacional. Una derrota en esos comicios senatoriales derrumbaría otra vez su ambición de llegar al poder nacional. Kirchner lo sabe, y cerca de él suponen que el centro y la derecha del peronismo urden su resarcimiento detrás de De la Sota. Quiere ser el Aznar de la política argentina, conspiran cerca del Presidente. Por ahora, el gobernador deberá reconstruir su liderazgo en la capital de Córdoba. Lo que sucedió el domingo de pavor en esa provincia fue el enfrentamiento entre una capital furiosamente antidelasotista

y un interior hechizadamente delasotista. Schiaretti y Juez fueron simples peones de esas pasiones y, también, las útiles piezas del silencioso ajedrez entre el Presidente y el gobernador. Reducir el escándalo de Córdoba a una pelea entre dos ministros nacionales, Alberto Fernández y Julio De Vido, es desconocer el modo de gobernar de Kirchner. El Presidente se sentía antes, no ahora, más cerca de Juez que de Schiaretti, pero éste le abrió sus listas a los candidatos cordobeses del jefe del Estado, entre ellos al polémico secretario de Transporte, Ricardo Jaime. Jaime, que no necesita pasar por De Vido para llegar al Presidente, no debería integrar ninguna lista mientras su nombre esté presente en muchos expedientes judiciales que investigan supuestos hechos de corrupción. Una candidatura es el resultado de una carrera de méritos y no una aparente madriguera para eludir a los jueces. No hay inocentes en Córdoba. Schiaretti y Juez se han equivocado con el mismo esmero. Hubo un hecho llamativo: se conocieron antes los datos del interior y después los de la capital cordobesa. Schiaretti barrió en el interior y Juez arrasó en la capital. Esa demora –y la insoportable lentitud del escrutinio– creó muchas suspicacias. Schiaretti cometió también el error de salir de inmediato a proclamar un triunfo por 7 puntos que nunca existió. La política cordobesa se convirtió de pronto en una carrera de obstáculos; todos se apuraban para llegar a ninguna parte. Juez lanzó bellas frases (“Me han robado un sueño”), pero hasta ahora están faltando pruebas concretas del hurto. ¿Cuántas mesas fueron impugnadas por los fiscales de Juez? ¿Qué hacían los presidentes de mesa, designados al azar, mientras se consumaba el robo? ¿Es posible que 6000 fiscales y presidentes de mesa se hayan dejado estafar por los fiscales de De la Sota y Schiaretti? Sólo cuando Juez pueda responder esas preguntas su discurso sonará consistente. Néstor Kirchner decidió el viernes deshacerse de Juez y de Schiaretti. No puede hacer suya la denuncia de Juez porque, al fin y al cabo, Córdoba forma parte del país que el Presidente gobierna. Nunca le gustó Schiaretti y, encima, ahora De la Sota lo vapuleó indirectamente como nunca antes lo había hecho otro dirigente nacional del peronismo. El escándalo político de Córdoba es, a la vez, un mal precedente para la campaña electoral

El escándalo político de Córdoba es un mal precedente para la campaña de su esposa. Kirchner se quedó, en rigor, sin ningún amigo allí de su esposa. Después de tener tantos amigos en Córdoba, Kirchner se quedó, en rigor, sin ninguno. El exceso cultiva la penuria. Son las malas consecuencias de apostar a varias bandas en todas partes. Mezcló amigos peronistas, viejos, nuevos y reciclados, con radicales arrepentidos y socialistas extraviados en listas diferentes. Horas antes de que se cerraran las nóminas de candidatos a legisladores nacionales, la Casa de Gobierno era un muestrario de esos entreveros: antiguos duhaldistas departían cómodamente con kirchneristas de pura estirpe. Radicales conversos se daban la mano con peronistas de cualquier pelaje. A todos ellos sólo les importaba ingresar en las listas de candidatos en lugares ganadores. Nadie reparaba en Córdoba. En una de las más grandes y prestigiosas provincias argentinas se había dado un debate inédito en casi 24 años de democracia. Estaba en duda la limpieza del acto original del sistema político, que consiste en el respeto a la decisión de una mayoría social. Es la única duda que la democracia no puede permitirse sin perder su razón de existir.