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OPINIÓN | 17

| Lunes 7 de enero de 2013

pluma feroz. Releídos décadas después, los escritos del autor de El ser y la

nada siguen deslumbrando en su afán polemista, al tiempo que permiten recuperar debates de otro tiempo y la figura de sus compañeros de ruta

Sartre y sus ex amigos, a la distancia Mario Vargas Llosa —PARA LA NACIoN—

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LIMA

staba ordenando el escritorio y un libro cayó de un estante a mis pies. Era el cuarto volumen de Situations (1964), la serie que reúne los artículos y ensayos cortos de Sartre. Lo encontré lleno de anotaciones hechas cuando lo leí, el mismo año que fue publicado. Comencé a hojearlo y me he pasado un fin de semana releyéndolo. Ha sido un viaje en el tiempo y en la historia, así como una peregrinación a mi juventud y a las fuentes de mi vocación. Sus libros y sus ideas marcaron mi adolescencia y mis años universitarios, desde que descubrí sus cuentos de El muro, en 1952, mi último año de colegio. Debo haber leído todo lo que escribió hasta el año 1972, en que terminé, en Barcelona, los tres densos tomos dedicados a Flaubert (El idiota de la familia), otra de las tetralogías que dejó incompletas, como las novelas de Los caminos de la libertad y su empeño en fundir el existencialismo y el marxismo, Crítica de la razón dialéctica, cuya síntesis final, prometida muchas veces, nunca escribió. Después de veinte años de leerlo y estudiarlo con verdadera devoción, quedé decepcionado de sus vaivenes ideológicos, sus exabruptos políticos, su logomaquia, y convencido de que buena parte del esfuerzo intelectual que dediqué a sus obras de ficción, sus mamotretos filosóficos, sus polémicas y sus úcases, hubiera sido tal vez más provechoso consagrarlo a otros autores, como Popper, Hayek, Isaiah Berlin o Raymond Aron. Sin embargo, confieso que ha sido una experiencia estimulante –algo melancólica, también– la relectura de su polémica con Albert Camus del año 1952, sobre los campos de concentración soviéticos, de su recuerdo y reivindicación de Paul Nizan, de marzo de 1960, y del larguísimo epitafio (casi un centenar de páginas) que dedicó a la memoria de su compañero de estudios, aventuras políticas y editoriales, amigo y adversario, el filósofo Maurice Merleau-Ponty (1961). Era un soberbio polemista y su prosa, que solía ser siempre inteligente, pero seca y áspera, en el debate se enardecía, brillaba y parecía insaciable su afán de aniquilación conceptual de su contrincante. No se equivocó Simone de Beauvoir cuando dijo de él que era “una máquina de pensar”, aunque habría que añadir que ese intelecto desmesurado, esa razón razonante, podía ser también, por momentos, fría y deshumanizada como un arenal. Leída hoy, no cabe la menor duda de que su respuesta a Camus era equivocada e injusta, y que fue el autor de El extranjero quien defendió la verdad, condenando la muerte lenta a que

fueron sometidos millones de soviéticos en el Gulag por el estalinismo a menudo por sospechas de disidencia totalmente infundadas y sosteniendo que toda ideología política desprovista de sentido moral se convierte en barbarie. Pero, aun así, los argumentos que esgrime Sartre, pese a su entraña capciosa y sofística, están tan espléndidamente expuestos, con retórica tan astuta y persuasiva, tan bien trabados e ilustrados, que suscitan la duda y siembran la confusión en el lector. Arthur Koestler pensaba en Sartre cuando dijo que un intelectual era, sobre todo en Francia, alguien que creía todo aquello que podía demostrar y que demostraba todo aquello en que creía. Es decir, un sofista de alto vuelo. La evocación de Paul Nizan (1905-1940), su condiscípulo en el liceo Louis le-Grand y en la École normale supérieure, a quien lo unió una amistad tormentosa, es soberbia y –adjetivo que rara vez merecían sus escritos– conmovedora. Hijo de un obrero bretón que, gracias a su talento, recibió una educación esmerada, Nizan fue muchas cosas –un dandy, un anarquista, autor de pan-

fletos disfrazados a veces de novelas que seducían por su violencia intelectual y su fuerza expresiva– antes de convertirse en un disciplinado militante del Partido Comunista. Cuando el pacto de la URSS con la Alemania nazi, Nizan renunció al partido y criticó con dureza esa alianza contra natura. Poco después, apenas comenzada la Segunda Guerra Mundial, murió en el frente de una bala perdida. Pero su verdadera muerte fue la pestilencial campaña de descrédito desatada por los comunistas para envilecer su memoria. Camus rompió con Sartre por la cercanía de éste con el Partido; Nizan, por las diferencias y reticencias que guardaba con aquél. En su ensayo, que sirvió de prólogo a Aden, Arabie, Sartre hace un recuento muy vivo de la fulgurante trayectoria de ese compañero que parecía destinado a ocupar un lugar eminente en la vida cultural y que cesó, de aquella manera trágica, a sus 35 años. En tanto que, cuando refuta a Camus, aparece como un perfecto compañero de viaje, en el que dedica a defender la vida y la obra de Nizan, Sartre es un debelador im-

placable del sectarismo dogmático que cubría de calumnias infames a sus críticos y prefería descalificarlos moralmente antes que responder a sus razones con razones. El ensayo es también una premonición de lo que podría llamarse el espíritu de mayo de 1968, pues en él Sartre propone a Nizan como un ejemplo para las nuevas generaciones, por haber sido capaz de romper los moldes ideológicos y las convenciones y esquemas dentro de los que se movía la izquierda francesa, y haber buscado por cuenta propia y a través de la experiencia vivida un modo de acción –una praxis– que acercara el medio intelectual a los sectores explotados de la sociedad. El ensayo sobre Merleau-Ponty es, también, una autobiografía política e intelectual, un recuento de los años que compartieron, como estudiantes de filosofía en la École normale supérieure, su descubrimiento de la política, del marxismo, de la necesidad del compromiso, y, sobre todo, su toma de conciencia del odio que les inspiraba el medio burgués de que ambos provenían. Este odio impregna todas las frases de este ensayo y se

diría que, a menudo, es él, antes que las ideas y las razones, y antes también que la solidaridad con los marginados, el que dicta ciertas tomas de posición y pronunciamientos de los dos amigos. Sartre es muy sincero y poco le falta para reconocer que, en su caso, la revolución no tiene otro objetivo primordial que borrar de la tierra a esa clase social privilegiada, dueña del capital y del espíritu, en la que nació y contra la que alienta una fobia patológica. En este ensayo aparece la famosa afirmación sartreana (“Todo anticomunista es un perro”) que llevó a Raymond Aron a preguntar a Sartre si había que considerar a la humanidad una perrera. Merleau-Ponty fue el último de los intelectuales de alto nivel con los que Sartre fundó Les Temps modernes en romper con la revista que, durante años, fue para muchos jóvenes de mi generación una especie de Biblia política. A partir del alejamiento de Merleau-Ponty, en los años 50, sólo quedarían con Sartre los incondicionales, que, durante toda la guerra fría, aprobarían sus idas y venidas y sus retruécanos a veces delirantes en esa danza sadomasoquista que vivió hasta el final con todas las variantes comunistas (incluida la china de la Revolución Cultural). Este ensayo impresiona porque muestra la fantástica evolución de Europa en el medio siglo transcurrido desde que se escribió. Cuando Sartre lo publica, la URSS parecía una realidad consolidada e irreversible. La Guerra Fría daba la impresión de poder transformarse en cualquier momento en guerra caliente y, aunque Sartre y Merleau-Ponty discrepan sobre muchas cosas, ambos están convencidos de que la tercera guerra mundial es inevitable y que, una vez que estalle, el ejército soviético tardará muy poco en ocupar toda Europa occidental. La política impregna hasta los tuétanos la vida cultural en todas sus manifestaciones y los extremos apenas dejan espacio a un centro democrático y liberal que tiene pocos defensores en el mundo intelectual. No sólo Sartre y Merleau-Ponty ven en De Gaulle y la Quinta República a un fascismo renaciente y en Estados Unidos a un nuevo nazismo. Semejante disparate es en aquellos años de esquematismo e intolerancia un lugar común. Produce vértigo que pensadores que nos parecían los más lúcidos de su tiempo se dejaran cegar de ese modo por los prejuicios políticos. Ahora bien. Pese a las orejeras ideológicas que delatan, aquellos debates tienen algo que en el mundo de hoy ha sido barrido por, de un lado, la banalidad y la frivolidad, y, por otro, el oscurantismo académico: la preocupación por los grandes temas de la justicia y la injusticia, la explotación de los más por los menos, el contenido real de la libertad, cómo conciliar ésta con la justicia e impedir que sea sólo una abstracción metafísica, etcétera. En nuestros días, los debates intelectuales tienen un horizonte muy limitado y transpiran una secreta resignación conformista, la idea de que aquellas utopías de los tiempos de Sartre y Camus han quedado para siempre erradicadas de la historia. Hoy por hoy, tratándose de política, el sueño está prohibido, ya sólo son admisibles los sueños literarios y artísticos. © LA NACION

lÍNea DIreCTa

No descuidemos nuestra Antártida Silvia Zimmermann del Castillo

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l 14 de diciembre se cumplieron 101 años de la llegada del hombre al Polo Sur, proeza que fue llevada a cabo por una expedición al mando del noruego Roald Amudsen y financiada en su totalidad con capitales argentinos. El anuncio internacional del extraordinario logro se hizo en el Teatro odeón de Buenos Aires. Esta conmemoración nos ennoblece, al igual que nuestra presencia ininterrumpida en la Antártida desde 1904, cuando en las orcadas del Sur se izó nuestra Bandera en la primera base permanente del mundo. Nos cabe el honor de ser reconocidos como pioneros de la investigación científica en esa Terra Australis Incognita. El sector antártico argentino tiene una superficie de 1.461.597 km2 entre tierra firme y archipiélago, e incluye uno de los accidentes más peculiares del continente blanco: la península. En esos confines, la Argentina tiene asentadas seis bases permanentes, entre las cuales, la Belgrano II es la tercera más cercana al Polo Sur a nivel mundial. Las tareas que allí se realizan hacen a la grandeza silenciosa de esta Argentina invisible de la que hablaba Eduardo Mallea, y responden fielmente a los fines suscriptos por los Estados firmantes del Tratado Antártico de 1961, y al Protocolo de Madrid agregado en 1991: investigación científica, protección del medio ambiente, cooperación y paz. Con el Tratado Antártico, los reclamos y las reivindicaciones territoriales quedaron congelados en el statu quo anterior a su firma, razón por la cual, la Argentina continúa ejerciendo su soberanía a pesar de los constantes reclamos de Gran Bretaña sobre todo su territorio. Los litigios con Chile, en cambio, no sólo han quedado congelados, sino que la creciente cooperación entre ambos países se encamina claramente hacia la soberanía compartida.

—PARA LA NACIoN—

En lo que a ciencia se refiere, el Instituto Antártico Argentino desarrolla estudios estratosféricos, sismológicos y biológicos de importancia mundial. Cabe destacar el Proyecto Genoma Blanco, en el marco del cual se identificó una bacteria que tiene la propiedad de reparar suelos contaminados con combustibles derivados del petróleo, pues se alimenta de hidrocarburos. Nuestros científicos lograron realizar el mapeo de esta nueva especie bacteriana denominada Bizionia argentinensis. El hecho es que la reivindicación de la soberanía argentina se fundamenta y se afianza en su presencia centenaria y constante, y en su impecable labor. Pero sucede que, por primera vez, esa tenacidad histórica parece correr riesgo de ser quebrada. Desde el incendio del rompehielos Almirante Irízar en 2007, la tarea de transporte del personal y de abastecimiento de las bases fue asumida por un rompehielos ruso apto para navegar en aguas glaciares. El Ministerio de Defensa es el ámbito donde se tramitan las licitaciones públicas internacionales para la contratación de los buques que posibiliten esas misiones. Este año, el Servicio Logístico para la Defensa decidió innovar y otorgar el contrato a un buque holandés que ha sido reiteradamente impugnado por no cumplimentar la clasificación que estipula la organización marítima internacional para navegar en aguas australes por debajo del paralelo 60. Entre el cambio intempestivo y la interposición de impugnaciones han pasado 65 días, y no hay novedades. El tiempo óptimo para el acceso al continente antártico se agota, y peligra el cumplimiento de la campaña antártica 2012/2013. La consecuencia inmediata: la interrupción de los estudios científicos. Las probabilidades subsiguientes: la evacuación de las bases y su ulterior cierre.

Se suma a este hecho un absurdo aún mayor. A falta de buques, el Ministerio de Defensa prevé arrojar desde aviones ya no sólo alimentos y medicamentos, sino también el combustible requerido por las bases. Con maniobras de esta índole, el riesgo de derrame de miles de litros de hidrocarburos es, más que posible, altamente probable. Quienes sabemos de la fragilidad de ese continente precioso no podemos menos que escandalizarnos y, una vez superada la estupefacción, con la tímida esperanza de que no sea demasiado tarde y de que todavía no se haya rubricado semejante desatino, exigir al Ministerio de Defensa la pronta resolución que ponga al mar al buque apto para transportar a las dotaciones entrantes y salientes, y asegurar el aprovisionamiento de nuestras bases de manera segura y sustentable. Es oportuno recordar que el Tratado Antártico congela los reclamos y las reivindicaciones de soberanía anteriores a su firma, pero que el afianzamiento de los derechos depende de la responsabilidad de las naciones. Los países firmantes realizan inspecciones periódicas, y el Reino Unido es uno de los más interesados fiscalizadores. Las sanciones merecidas pueden llevar a la pérdida de la soberanía. Se trata de un continente santuario. Codiciado, además. Mientras los ambientalistas tiemblan y los científicos temen la posible frustración de investigaciones desarrolladas durante años, nosotros bailamos en Tecnópolis al compás de Fuerza Bruta. Tan distraídos estamos en lo trivial, tan ocupados en la beligerancia y tan sumergidos en la mediocridad de un presente que no logra superar el pasado, que no advertimos que estamos por clausurar el futuro: la Antártida. © LA NACION

La autora es directora del Capítulo Argentino del Club de Roma

Anglicismos, rosas y una casa en recuperación Graciela Melgarejo —LA NACIoN—

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n un tuit de fin de año, @RAEInforma da un dato preciso: “El 22/6/2012, la RAE actualizó en la red 1697 entradas del diccionario académico. http://lema.rae.es/drae/ #PalabrasQueHanMarcadoEl2012”. A los que se quejan de que la Real Academia no se actualiza, esta cifra no los dejará indiferentes. Recordemos tres de esos vocablos que recibieron la “bendición” de estar en el Diccionario, como avances de la vigésima tercera edición. Por ejemplo, “bloguero, ra. 1. adj. Perteneciente o relativo a los blogs o a los blogueros. 2 m. y f. Persona que crea o gestiona un blog”; “chat. (Del ingl. chat; propiamente ‘charla’) 1. m. Inform. Intercambio de mensajes electrónicos a través de internet que permite establecer una conversación entre dos o varias personas”; “espanglish. (Del ingl. Spanglish, fusión de Spanish ‘español’ y English ‘inglés’). 1. m. Modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos, en la que se mezclan, deformándolos, elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés”. En un ámbito más doméstico, hay un anglicismo, tupper, que seguramente estará esperando que su suerte se decida este año. Por lo pronto, Fundéu y la Academia Argentina de Letras ya señalan que táper (plural, táperes) es su adaptación española. Tupper “hace referencia a los recipientes de plástico popularizados por la empresa Tupperware, y así aparece en algunos diccionarios como el Diccionario actual del español, de Seco, Andrés y Ramos”. Al haberse convertido en un nombre común, “se escribe en redonda y sin comillas”. En los últimos días de diciembre también llegaron dos correos electrónicos

de lectoras de esta columna; los dos, con muy buenas noticias. La doctora Sonia Berjman escribió: “Nuestro libro [el que firman ella y Roxana Di Bello], El Rosedal de Buenos Aires. 1914-2009. 95º Aniversario, recibió un premio muy importante: el Literary Award que otorga la World Federation of Rose Societies, durante la 16ª Convención Mundial de la Rosa, realizada en Sandton, Sudáfrica, en octubre pasado. Como El Rosedal de Buenos Aires es el fruto de varios años de trabajo, y muchos amigos, colegas, funcionarios, instituciones y familiares colaboraron con nosotras, creímos oportuno comunicárselo. El patrimonio porteño y argentino de sus jardines históricos ya figura en primer plano internacional”. El segundo mail es de la arquitecta Graciela Di Iorio y también está referido a un patrimonio caro a los argentinos. Escribe Di Iorio: “He sido designada como directora de la Casa del Puente por el intendente de Mar del Plata, Gustavo Pulti. La casa está deteriorada, pero me entusiasma poder hacer, «desde adentro» de una gestión, que vuelva a su estado original”. Como lo señala la arquitecta Di Iorio, la intención será intervenir completamente la reserva ambiental en donde se encuentra la que se conoce también como Casa sobre el Arroyo –así la llamó su creador, el arquitecto Amancio Williams–, y también el parque histórico que la rodea. Reintegrar cada uno de los elementos de la Casa no será fácil, pero, afortunadamente, se conservan todos los datos en el Archivo Williams, a cargo de Claudio Williams, hijo del arquitecto. © LA NACION [email protected] Twitter: @gramelgar