Santiago Calatrava

7 mar. 2010 - para el estado de Florida, además de siete escenografías para el ballet del .... había antibióticos y todo se resol- vía con aire puro o mortaja.
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Santiago Calatrava, en su casa de Nueva York, rodeado de sus esculturas.

Santiago Calatrava Arquitecto, ingeniero y artista. Benimamet (Valencia), 1951.

«Estoy interesado en los toros y los árboles» Su madre quería que fuera médico. Santiago Calatrava prefería la pintura y la escultura, pero un viaje a París le decantó por la arquitectura. Sus monumentales obras, no exentas de polémica, reflejan, según dice, la libertad y la pasión con las que trabaja. POR MARIA JOSEP SERRA

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antiago Calatrava vive en la actualidad inmerso en la urbe neoyorquina. Una de las razones es el proyecto de la terminal de transportes que ha diseñado para la zona de Manhattan destruida por los atentados del 11-S. Pero no es la única. Calatrava –a quien el MoMA dedicó una exposición hace 15 años y el Metropolitan brindó la primera exhibición a un arquitecto en activo– prepara una nueva universidad para el estado de Florida, además de siete escenografías para el ballet del Metropolitan Opera de Nueva York, que celebra los 50 años del Lincoln Center, uno de los mayores centros de arte del mundo. –¿Cómo va la construcción de la terminal de transportes? –Bien, avanzando. Estamos trabajando en un proyecto muy complejo en el que confluyen cantidad de exigencias procedentes de los edificios vecinos, del metro, de los ferrocarriles. También hay que tener en cuenta la seguridad, que es muy importante en este lugar, y ha obligado a algunas modificaciones. Es un pro-

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SUZANNE DECHILLO/ THE NEW YORK TIMES

dad que se está haciendo. No hay que olvidar que Manhattan es una isla, las obras están cerca del mar y, además, se están llevando a cabo otras construcciones de gran envergadura. La confluencia de los diferentes frentes requiere estar pendiente del proyecto diariamente. –¿Saturado? –No, me siento muy bien, además tengo el hábito de trabajar en proyectos de este tipo, que requieren años, paciencia, mucha perseverancia y estar al pie de la construcción para seguir diariamente todos los problemas.

«Hay que ser aperturista. La vida es estupenda si se mira sin prejuicios» –¿Es su momento americano? –No. Yo vine a este país cuando tenía 28 años a estudiar y desde entonces lo conozco bastante bien. Mi familia y yo teníamos una casa en Nueva York, en la que hemos vivido largas temporadas antes de instalarnos permanentemente. Es un país muy familiar para mí. Mis tres hijos han estudiado en la Universidad de Columbia.

yecto enorme y lleno de aspectos técnicos muy exigentes que necesitan su tiempo. Pero las obras van adelante sin demora. –¿Qué supondrá para Nueva York? –La zona cero es un sitio enormemente significativo desde el punto de vista emocional porque recuerda una tragedia en la historia de la ciudad que se sigue sintiendo. En la mente de todas las personas está todavía presente el colapso de las Torres Gemelas. Por otra parte, y desde el punto de vista técnico, significa dotarse de una infraestructura de transporte importante que conectará el downtown con el resto del país, a través de los trenes y de las diferentes líneas de metro. Un servicio similar al que ofrece la estación central de Nueva York. –¿Y para usted? –Para mí es un trabajo muy exigente que ha requerido mi continua vigilancia y seguimiento durante cinco años, y seguirá haciéndolo durante los próximos. Probablemente es uno de los proyectos más difíciles desde el punto de vista técnico, sobre todo porque no es nada fácil construir en ese sitio y más aún con la compleji-

–¿Se siente nómada? –Yo concibo mi profesión como un arte. Del mismo modo que un pintor pinta un cuadro, yo voy haciendo trabajos que me obligan a ir de un sitio a otro. Viví en Francia 12 años y allí dejé tres proyectos. Son etapas que me han aportado mucha experiencia. Pero residir en Nueva York es como vivir en el París de cambio del siglo XIX al XX. Es una comparación difícil de entender, pero que creo que la comprenderán quienes conocen la historia del arte. Aquí lo que te gusta y lo que no es nuestro tiempo. En Europa tenemos referencias al gótico, al románico. En cambio, esta ciudad es tremenda y entrañablemente nosotros mismos. Son las películas de Woody Allen, las pinturas de Alex Katz, las esculturas de Frank Stella, de Shapiro y de otros artistas que viven y trabajan aquí. –Arquitecto, artista, escultor, ingeniero... –Y para complicarlo más, ahora estoy haciendo varias escenografías para el ballet del Metropolitan de Nueva York que se estrenará esta primavera, el 4 de mayo, y estoy disfrutando mucho. Me resulta apasionante y enriquecedor volcar mi experiencia en otros ámbitos del arte, como son la expresión corporal y la música, temas que siempre están presentes en mis obras. En el fondo, uno vive la vida como una aventura. Vivo donde me lleva mi trabajo, conociendo a personas que hacen cosas interesantes y que me aportan pasión y vida. Es un gran intercam-

bio. Además, a los ballets los llaman la arquitectura de la danza. Me parece una maravilla que la gente de la danza se interese por la arquitectura, y convenza a alguien como yo para hacer varias escenografías. –Se encontrará usted en su salsa. –(Sonríe) La verdad es que sí. Aunque últimamente también estoy interesado en los toros, un animal bellísimo, mediterráneo, que me atrae mucho, y en los árboles. Creo que hay que ser aperturista y vivir estas cosas con un sentido abierto porque la vida es estupenda si se mira sin prejuicios. –¿Sigue persiguiendo la unión de arte y ciencia? –Una gran palanca de renovación es la tecnología y la técnica cambiante con nuevos materiales o soluciones para afrontar problemas. Es una plataforma que me gusta utilizar para expresarme. –Su obra despierta grandes pasiones. Le aman y le consideran un genio, o lo detestan y lo califican de fallero. ¿Qué le parece? –Las Fallas me parecen una fiesta maravillosa, y me siento muy orgulloso de ellas porque las he vivido desde pequeño. He pasado 20 años trabajando en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y quiero aprovechar esta ocasión para destacar que ha sido un privilegio enorme para mí participar en la renovación y el renacimiento de una parte de Valencia. Es una de las piedras angulares de mi trabajo. Por eso le digo que no hay que perderse en ese tipo de criticas. No tienen importancia. -Su nombre estaba en todas la quinielas para el premio Pritzker. Sin embargo, se lo llevó el suizo Peter Zumthor, que recomienda hacer lo que uno quiere y no lo que se espera de él. ¿Está de acuerdo? –En primer lugar quiero decir que nunca me he preocupado de estas cuestiones. Nunca he buscado ese tipo de glorias. De hecho sé que hago cantidad de cosas que no están pensadas para que a uno le den premios. Sin embargo, me congratulo de conocer a gente que lo ha obtenido, como Zumthor, un arquitecto de gran finura y calidad, un autodidacta y una persona excepcional. Y estoy de acuerdo con él en que cada uno tiene que seguir su instinto y hacer las cosas de todo corazón sin buscar un propósito. –¿Usted se ha sentido siempre libre para trabajar? –Sí, totalmente. Y he trabajado sobre todo en el sector público, que aparentemente puede parecer muy restrictivo. Sí me he sentido con libertad para crear, sí. –¿Sigue siendo Gaudí para usted un paradigma, y su obra de una trascendencia que todavía no ha encontrado rival? –Sí. Gaudí era un hombre que amaba la arquitectura y la consideraba como un arte extraordinario. La BBC me invitó a presentar una obra importante del siglo XX, y propuse una construcción, quizá un poco desconocida para el gran público, pero que a mí me parece maravillosa, la capilla de Santa Coloma de Cervelló, de la colonia Güell. H

EL PERSONAJE DE LA SEMANA

ANTONI TÀPIES

El artista que le dio la vuelta al calcetín Dieciocho años después de la polvareda que levantó su ‘Mitjó’, esta semana se ha instalado con honores en su renovada fundación. TEXTO: NÚRIA NAVARRO

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ice Tàpies que ponerse un humilde calcetín cada mañana tiene algo de pequeño ritual y que «los pequeños rituales tienen un valor sagrado». O sea, que en un calcetín se puede encontrar una dimensión trascendente. Algo que los timoratos patronos del MNAC no comprendieron en 1992 y que esta semana ha logrado una suerte de reparación con la instalación de su Mitjó en la reabierta Fundació Tàpies, cuyo nacimiento, por cierto, también resultó polémico. Ese vapuleo afectivo siempre le ha acompañado. A Tàpies se le odia o se le ama. Unos le ven como a un artista distante y críptico, y otros como a un genio del siglo XX, cuya obra es objeto de profundo estudio y de desatada codicia (en Christie’s Blanc amb signe vermellós se ha subastado por más de un millón de euros). Entre unos y otros, él dice que solo aspira a que su obra sea útil. «Pinto con la ilusión de que mis imágenes estimulen al espectador a sacudirse la banalidad de la sociedad –insiste–, a concentrarse en un camino más firme que le aclare el universo». Pero la convicción no le ahorra el sufrimiento. Porque Tàpies es un «patidor». Sus biógrafos señalan que esa –aparente– fragilidad es la herencia de la tisis que sufrió en 1943, en una época en que no había antibióticos y todo se resolvía con aire puro o mortaja. «Estuve casi dos años entre la cama y la hamaca», recuerda. En aquella convalecencia larga y horizontal que pasó en el sanatorio de Puig d’Olena se puso a copiar a Van Gogh y a Picasso, y a cimentar una vocación que dio al traste con un respetable futuro como abogado. Siempre ha hecho equilibrios entre contrarios. Nacido en 1923, su padre era un hombre de izquierdas y su madre, la hija de un prohombre de la Lliga que tenía una librería en la plaza Nova (a él le dedicó L’avi i el mitjó, avanzadilla del famoso calcetín). Uno era anticlerical y la otra, católica ortodoxa. Y

Tàpies, el miércoles, en la reapertura de la fundación.

eso le llevó a buscar una salida espiritual que, a la larga, acabó encontrando en el budismo zen, esencial en su pintura de ideas. Conoció a su admirado Miró (1948), se codeó con Picasso en París (1950), y luego vinieron la Bienal de Venecia, su primera exposición en Nueva York (1953) y su participación en la Caputxinada (1966), que le valió un arresto. Primero surrealista –participó en la fundación de Dau al Set–, e informalista después, Tàpies asegura que solo ha hecho un mismo cuadro con pequeñas variaciones. «Mis obras son la corrupción de lo ya hecho», repite, después de firmar 7.000 piezas (unas 60 al año, más o menos). Algunas de ellas han sido alumbradas en su taller de la calle de Zaragoza, en Barcelona, pero la mayoría son el producto de sus veranos en Campins, a pie de Montseny, convertido hoy en lugar de peregrinación. Para lo bueno y lo malo, siempre ha contado con el seny de Teresa Barba, su esposa desde 1954, la madre de sus tres hijos y su sombra desde que ve poco, oye menos y anda con dificultad. Aunque nada de eso le vence. A los 86 años, el artista dice que necesita, como mínimo, un lustro más. Le queda por abrir «la última puerta del misterio». H

EFE / ALBERTO ESTÉVEZ