Retrato de un dandi perdido

5 sept. 2009 - La publicación de Veneno de tarántula (La Bestia. Equilátera) permite volver a descubrir al inglés. Julian MacLaren-Ross, un autor enigmático ...
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PERFIL | JULIAN MACLAREN-ROSS

AÑOS OSCUROS. La Londres de la década del 40 fue caldo de cultivo de una bohemia desesperada

Retrato de un dandi perdido CORBIS

La publicación de Veneno

de tarántula (La Bestia Equilátera) permite volver a descubrir al inglés Julian MacLaren-Ross, un autor enigmático que combinó exhibicionismo y excesos para dar lugar a una literatura de fluidez y claridad ejemplares

POR PEDRO B. REY De la Redacción de La Nacion

10 | adn | Sábado 5 de septiembre de 2009

E

n Estallidos y bombardeos, Wyndham Lewis, uno de los vanguardistas más estentóreos de la primera mitad del siglo XX, minimizó con ironía su primera producción artística, aquella que dio a luz el movimiento vorticista y novelas inclasificables como Tarr (1918): “Un profeta –escribió– es la persona menos original: todo lo que hace es imitar algo que no está ahí, pero pronto estará”. A esa imagen del creador como visionario artero, puede oponérsele otra: la del autor que ejemplifica con su propia persona las predicciones negativas de un libro que admira. Ese giro antiutópico es el que dio a su carrera el exhibicionista y al mismo tiempo indescifrable Julian MacLaren-Ross (1912-1964). El autor de Veneno de tarántula –nouvelle que La Bestia Equilátera publica este mes, en precisa traducción de María Martoccia, tras haber dado a conocer los relatos de Tostadas de Jabón– fue un lector atento del influyente ensayo de Cyril Connolly que, con la excusa de reflexionar sobre las vicisitudes del estilo, buscaba entender las razones por las que la mayoría de las promesas literarias quedaban en eso: simples esperanzas. El libro de Connolly, Enemies of Promise (1938), transmitía una

angustia, la casi certeza de que la generación que estaba llegando a la edad madura, la suya, sería incapaz de dar obras de valor. El contexto no era promisorio: a la crisis económica de los años treinta, se sumaba la inminencia de una guerra que sólo Chamberlain se empeñaría en no ver. MacLaren-Ross eligió esa época difícil para convertirse en escritor digno de una era menos atribulada. Construyó una imagen anacrónica (la de dandi incorruptible), se aferró a una vida caótica y temperamental (de excesos en tiempos desabastecidos) y a un distrito londinense (Fitzrovia), mientras iba dando forma a una obra dispersa, de una fluidez y claridad tan ejemplares que parecen refutar cualquier turbulencia personal o colectiva. Paul Willetts, autor de Fear & Loathing In Fitzrovia, la biografía que reinstaló al escritor olvidado, sugiere en la edición inglesa de Veneno… que es mucho más fácil imaginar a MacLaren-Ross en un mundo como el actual, donde los medios son ubicuos, antes que en los grises y deprimidos años en que vivió. “Aunque su vestimenta retomaba el reluciente estilo de los decadentistas finiseculares, su pose y trajes de fantasía se asemejaban a los de

los pop stars que surgirían en los años sesenta. Estaba adelantado a su tiempo en más de un sentido, como también lo estaba su producción literaria. Como escritor de ficción, fue pionero de un estilo que hacía uso del slang y la lengua conversacional, de la claridad sin afectaciones, con un tono informal y humor mordaz que todavía hoy resulta atractivo.” De atenernos a la leyenda que otros se encargaron de propalar (en sus textos más personales hay una falta de alardes que se mimetiza con la timidez y el candor), MacLaren-Ross es una figura autodestructiva, de cólera fácil, modestamente egocéntrica. También, un conversador brillante. Entre sus muchos atuendos, podían contarse un tapado de piel de camello, lentes de aviador, bastón con empuñadura de plata, una estrafalaria boquilla decimonónica. “Fucking dandy. Blandiendo ese bastón. Por qué no tratás de parecer un poco más sórdido. La sordidez, hombre, eso es lo que importa”, le espeta un buen día su amigo Dylan Thomas, que trabaja con él como guionista en una productora de documentales. Al poeta galés le resultaban incomprensibles para los tiempos que corrían, los de la conflagración, la chaqueta de pana blanca y demás adminículos que