Viernes 5 de septiembre de 2014 | adn cultura | 3
CróniCas de la selva
Recuerdos con swing Un documental sobre uno de los grandes escritores argentinos y su relación con la música dio lugar a la emoción y las anécdotas Hugo Beccacece | Para la nacion
Viernes 29 de agosto, a las 19, en la Alianza Francesa.
El auditorio de la avenida Córdoba estaba colmado de público. Se estrenaba Esto lo estoy tocando mañana, de Karina Wroblewski y Silvia Vegierski, documental que investiga y narra de manera admirable, cómo la música, particularmente el jazz, influyó en la escritura de Julio Cortázar. Algo de la irrealidad o del clima fantástico de los relatos del autor de Las armas secretas se había filtrado en la sala. En la segunda fila, detrás de Jean-François Guéganno, consejero cultural de la embajada de Francia y de Bruno Simonin y Máximo Bomchil, de la Alianza Francesa, estaba sentada Graciela Borges, la bellísima protagonista de Circe, el film de Manuel Antín basado en el cuento homónimo de Cortázar. Y en la cuarta fila, pero del otro lado del pasillo, se lo veía a Sergio Renán, que en la pantalla fue uno de los novios de Graciela-Circe, y también Juan (Johnny Carter) de El perseguidor, la película de Osías Wilenski, adaptación del célebre relato cortazariano. Al final de la proyección, mientras el público aplaudía con entusiasmo, Sergio comentó: “Hace mucho, pero mucho, que un film no me conmovía tanto. No he parado de llorar, mientras escuchaba la música que Julio amaba y lo que decían los que lo conocieron”. Por su parte, Graciela recordaba: “Había leído los libros de Cortázar cuando lo conocí, pero no me lo crucé en la Argentina, sino en París. Él me menciona en su correspondencia. Me parece un sueño que haya escrito mi nombre en alguna carta”. Y, como si hubiera salido de la pantalla, la pianista Margarita Fernández, una de las intérpretes más queridas del mundo musical argentino, subió al escenario y tocó Le rappel des oiseaux, de Jean-Philippe Rameau; el Preludio op. 45 en do sostenido menor, de Frédéric Chopin y Hommage a Pickwick, de Claude Debussy. Margarita fue muy amiga de Julio. Contó que se conocieron en París en la década de 1950. En una ocasión, Julio la fue a visitar a su departamento y, antes de golpear la puerta, oyó que ella estaba tocando la obra de Rameau. Por último, llamó y
Margarita le abrió. Como Julio acababa de comprarse un grabador y lo llevaba consigo, le pidió permiso para grabar la interpretación. Ella accedió. Pasó el tiempo y, como ocurría con los casetes de la época, la cinta marrón se salió de su marco y se convirtió en una especie de bollo, que Julio metió en un florero. Después, el florero le mereció algunas reflexiones: se asombraba de que la música de Rameau hubiera terminado así, hecha una especie de mont blanc de Angelina, ese delicioso postre esférico de puré de castañas, merengue y crema chantilly de la confitería que alguna vez abasteció a las cortes reales europeas. Margarita siguió con sus cuentos. Recordó que Julio, en otra oportunidad, escuchó el Preludio de Chopin, de pie, detrás de la puerta entreabierta. En cuanto a la tercera pieza, Julio jamás se la escuchó tocar. “Era una obra que permaneció enterrada en mi memoria hasta el año pasado, cuando se preparaba el estreno de V.O., la ópera de Martín Bauer y Beatriz Sarlo. Martín me invitó a actuar en ella. Debía encarnar a una mucama inglesa, creo... Yo sospechaba que Julio, en una situación así, se hubiera sentido tentado de sugerirme que eligiera un preludio de Debussy, y no había nada más indicado que el homenaje de Debussy a Pickwick, el personaje de Dickens “. A continuación de Margarita Fernández le tocó el turno de salir a escena al “Tata” Cedrón, acompañado por Daniel Frascoli en acordeón y guitarrón, y Miguel López en bandoneón y guitarra. Cedrón, otro gran amigo de Cortázar, no dejó de señalar que a Julio el tango le interesaba tanto como el jazz, y que en particular lo apasionaban las letras. A continuación, cantó La gayola, Las demás causas, Palabras sin importancia y Canción sin verano, que tiene versos de Cortázar. Por último, el quinteto Jodos tocó la música original de Esto lo estoy tocando mañana e improvisó sobre la lectura de “El perseguidor”. Lunes 1º de septiembre, Guadalajara, México.
El escritor italiano Claudio Magris, au-
al autor de El Danubio, nuevo premio Fil, lo unió una singular amistad con Ernesto Sabato, al que admiraba Claudio Magris EScritor italiano
Según su amigo “tata” cedrón, al gran cronopio le interesaba tanto el jazz como el tango, sobre todo las letras Julio Cortázar EScritor argEntino
tor de El Danubio y Microcosmos, acaba de ganar el premio FIL de la Feria del Libro de Guadalajara. Magris, un eminente germanista, al que se le debe en buena medida el renacimiento del interés por la literatura centroeuropea que comenzó a mediados de la década de 1980, es un autor muy interesado en la literatura de España y de América Latina. Como escritor de fronteras, nacido en Trieste, su mirada y su curiosidad están ejercitadas en ir más allá de las líneas imaginarias que separan las naciones. Por ejemplo, fue un temprano admirador de dos obras de Sabato, El túnel y Sobre héroes y tumbas, particularmente de “El informe sobre ciegos”. Con el tiempo, a Sabato lo unió la amistad. El azar de los premios literarios hizo que coincidieran en una oportunidad en Madrid y se dedicaran a caminar juntos por las viejas calles y parques de la capital española y a recorrer restaurantes y librerías. Cuando Magris visitó la Argentina, en ocasión de la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2003, fue a Santos Lugares a saludar a su amigo. Sabato le había hecho preparar una torta de cumpleaños porque tres días antes de la visita, el 10 de abril, Magris había cumplido 64 años. Quien haya leído Microcosmos sabe que su autor frecuenta un célebre café literario triestino, el San Marcos. En 2009, lo encontré allí durante un festejo de escritores y me habló de lo enriquecedor que era vivir en una ciudad donde se mezclaban distintas tradiciones. Claro que esa riqueza tenía un alto impuesto. Esa tierra había sido disputada durante centurias, una y otra vez, por distintos imperios. En el siglo XX, las fronteras de lo que es hoy la región de Friuli-Venecia Julia parecían tan móviles como una veleta, lo que, en ciertas ocasiones, salvó la vida de algunos refugiados políticos; y en otras, los condenó. A propósito de las fronteras, la política y los exilios, Magris destacó una de las frases que se había escuchado esa noche. Dijo: “Hay algo muy cierto en lo que dijo el señor T. Algunas personas son incapaces de cruzar ciertas fronteras morales y, por ello, se ven obligadas a trasponer las geográficas. Pierden la patria, pero conservan la dignidad”. C