"Pues Dios los ha salvado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados, y ustedes saben muy bien el costo de esta salvación no se pagó con cosas corruptibles, como oro o plata" (1 Pedro 1:18). Hay veces que se hace habitual la frase: La muerte de Cristo nos salvó del infierno. Como lo escuchamos tan seguido cada domingo, como lo cantamos en tantas canciones, como hace tanto tiempo que lo decimos, ya se hizo habitual. No sorprende, no motiva. Lo decimos con la misma tranquilidad que pedimos un alfajor en el kiosco. No se nos mueve un pelo. Perdimos de la memoria, la conciencia del valor de esa obra magnífica. Se borró de nuestros registros lo difícil y tortuoso que fue para Dios diseñar un método efectivo y coherente con su santidad, para que vos y yo podamos estar en el cielo con él. Hoy ya no nos emociona pensar en esto. Estamos cargados de religión, de normas, de rituales. Pedro sabía muy bien de estos problemas, por eso nos refresca la memoria. Y nos pone las cosas como son, en blanco y negro. Nos recuerda que antes de ser salvados por Jesucristo, vivíamos una vida sin sentido, dominados por el pecado, condenados al infierno, sin esperanza, sin Dios. Dios pagó un precio muy alto para rescatarnos. Permitió que su mismo Hijo, Dios mismo, muriera por cada uno de mis sucios pecados y de los tuyos. Dios cargó en él cada uno de nuestros pecados. Y Aquel que jamás cometió pecado, que fue eternamente santo y perfecto, en la cruz, por nuestra culpa y nuestros errores, fue hecho pecado. Para Dios, nuestra vida anterior era sin sentido. Pero hoy lamentablemente, a veces queremos volver a vivirla. Pensamos que es divertido o lindo hacer esas cosas. Nos cansa tanta prohibición que hay en la iglesia. Hay muchas cosas que hoy seguimos haciendo sin sentido: mentir, mirar una revista porno, no ser agradecido, envidiar, robar, insultar, ser indiferente, hablar con doble sentido, dar portazos en casa, ser infiel, llegar tarde al trabajo, no perdonar, no ser responsable, tratar mal a la esposa, gritar, colgarse de la tele, ser egoísta, copiar costumbres de antes, no orar, guardar resentimiento, decir malas palabras, no escuchar al otro, olvidarnos de lo que Dios pide, etc. Estas cosas y muchas más, son las que habíamos heredado por vivir la antigua vida, lejos de Dios. Ahora somos hijos de Dios, somos ciudadanos del cielo. Fuimos comprados por la sangre de Jesucristo. Dios nos salvó con un propósito: Dignificar nuestra vida y darle un sentido espiritual. No cambies el sentido de tu vida. REFLEXIÓN - No vuelvas a vivir como vivías antes. Tomado de la revista “Momento de Decisión”, www.mdedecision.com.ar Usado con permiso ObreroFiel.com – Se permite reproducir este material siempre y cuando no se venda.