Primer capítulo [PDF] - Editorial Pre-Textos

Por supuesto, sé cuáles son mis defectos, me hago mu- chos reproches. .... En ellas, los atletas sacaban músculo, los angeli- tos y los espíritus volaban ... 2 «La poeta que duda», entrevista con José Comas, El País, 20 de noviembre de 2004.
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CAPÍTULO 1 R E T R AT O

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A Wisława Szymborska no le gustaba hablar de sus ante-

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pasados, sencillamente porque ya no estaban. Nunca quiso una «biografía exterior», pues siempre consideró que todo lo que tenía que decir sobre sí misma estaba en sus poemas. A raíz de la concesión del Premio Nobel, los periodistas que la rodeaban la oyeron declarar que no le gustaba contestar a las preguntas referentes a su vida y que no comprendía a la gente que hacía confidencias de todo. ¿Qué recursos internos les quedaban? Repetía con frecuencia que hablar en público de uno mismo empobrecía interiormente.

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Confesarse públicamente es como perder tu propia alma. Hay que guardar algo para uno. No puede derrocharse todo.1 Al contrario que la moda actual, no creo que todos los momentos vividos en común sirvan para mercadear con ellos. Algunos son de mi propiedad sólo a medias. Además, sigo convencida de que los recuerdos que tengo de los otros todavía no han alcanzado su forma definitiva. A menudo converso con ellos mentalmente, y en estas conversaciones se plantean nuevas preguntas y respuestas.2 Qué voy a hacerle, sólo eso puedo decir de mí, y además de manera bastante impersonal, pero compréndanme, el resto, mucho o poco, son cosas privadas, mías, tuyas, 1 De la velada poética dedicada a Wisława Szymborska y emitida en directo por la Radio 3 polaca el 27 de octubre de 2010. 2 Wisława Szymborska, «***», en Godzina dla Adama. Wspomnienia, wiersze, przekłady [Una hora para Adam. Recuerdos, poemas, traducciones], Cracovia, 2000.

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de él… Algo así como expedientes protegidos. Es decir, nada que deba ser contado.1 Por supuesto, sé cuáles son mis defectos, me hago muchos reproches. No estoy en absoluto satisfecha conmigo misma y tampoco con mi vida, ni con algunos de sus episodios. Pero eso es algo muy personal, no sé hablar de ello en público. Sería un acto de pauperización interior. Al menos en parte, intento plasmar ciertas experiencias en los poemas. A veces sirve, otras no. Pero hablar directamente de ellas no es mi cometido.2

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Nos decía: «Soy una persona muy chapada a la antigua, que se resiste a hablar de sí misma. Aunque quizás sea, más bien, al contrario: soy vanguardista: ¿y si en épocas venideras la moda de desnudarse públicamente fuera cosa del pasado?».3 La poeta Urszula Kozioł nos confesó que las conversaciones entre ella y Szymborska a menudo solían empezar así: «Y ahora te contaré toda mi vida». Era una broma privada, una señal de complicidad de que su amistad no se basaba en confesiones mutuas. Antes de recibir el Premio Nobel, es decir, a lo largo de los primeros setenta y tres años de su vida, no había concedido más de diez entrevistas y, la mayoría, cortas. Por consiguiente, aportaban pocas informaciones que pudieran servir a un biógrafo: Szymborska no facilitaba hechos, no recordaba fechas. No es de extrañar que la biografía oficial que aparece en diccionarios y glosarios sea algo más que discreta.

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1 Aleksander Ziemny, «Poezja i rynek», [«La poesía y el mercado»], Ty i Ja, noviembre de 1970. 2 «Będę się bronięć» [«Me defenderé»], Wisława Szymborska conversa con Gabriela Łęcka, Polityka, 12 de octubre de 1996. 3 Conversación con Wisława Szymborska, 1997. Las citas proceden en su mayoría de las conversaciones mantenidas entre febrero y mayo de 1997.

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A principios de los años noventa, Edward Balcerzan, poeta y profesor de filología polaca, comenzó a reunir el material para un libro sobre Szymborska; entonces se dirigió a Wisława para que lo ayudara a concretar una sencilla secuencia de acontecimientos que marcaron la vida de la poeta asegurándole, al mismo tiempo, que no buscaba información de carácter íntimo, sino datos como cuándo salió al extranjero por primera vez o cuándo comenzó e interrumpió la colaboración con tal o cual revista. Szymborska, a medida que la insistencia del entrevistador aumentaba, se volvía cada vez más reacia, hasta que al final, declaró: «Si ha leído mis poemas debería conocer mi postura frente a este tipo de preguntas».1 Balcerzan no llegó a terminar su libro, aunque sí consiguió los materiales necesarios para contar la vida y la obra de la poeta. En vano los buscó para nosotras entre sus papeles. Por otra parte, en 1995, Balcerzan se puso del lado de Szymborska y, en el discurso laudatorio con motivo de la concesión a Wisława del título de doctora honoris causa por la Universidad Adam Mickiewicz , afirmó que cualquiera que leyese «Para escribir un currículum» ya «no volvería a hallar la paz en ningún departamento de recursos humanos».2

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No importa cuánto dure la vida, el currículum ha de ser breve.

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Se debe escribir una solicitud, y a la solicitud adjuntar el currículum.

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Conversación con el profesor Edward Balcerzan, 1997. Edward Balcerzan, «Laudatio», en Wokół Szymborskiej [Alrededor de Szymborska], Barbara Judkowiak, Elżbieta Nowicka y Barbara Sienkiewicz, Poznań, 1996. 2

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La concisión y selección de los hechos es obligatoria. Los paisajes deben convertirse en direcciones y dudosos recuerdos en fechas inmóviles. De todos los amores, basta con el matrimonial, y en cuanto a los hijos, sólo con los nacidos.

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Importa más quién te conoce que a quién conoces. Los viajes, sólo si son al extranjero. Los vínculos sí, pero sin el porqué. Y las condecoraciones sin el mérito.

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Escribe como si nunca hubieras hablado contigo mismo y siempre te hubieras visto desde lejos.

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Ignora perros, gatos y pájaros, trastos y recuerdos, amigos y sueños. («Para escribir un currículum», de Gente en el puente, 1986)

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Cuando empezamos a redactar este libro –cuya primera versión apareció en 1997–, iniciamos la búsqueda de detalles biográficos en Lecturas no obligatorias obligatorias, la columna sobre libros que Szymborska escribió durante más de treinta años con mayor o menor regularidad, primero para Życie Literackie y después para Pismo, Odra y finalmente para la Gazeta Wyborcza.. Inesperadamente, su lectura nos proporcionó numerosas informaciones sobre la autora, sus gustos, opiniones y costumbres. Así, supimos que Wisława Szymborska admiraba la pintura de Veermer de Delft, odiaba jugar al Monopoly, detestaba el ruido, no le disgustaban las películas de terror, visitaba con agrado los museos arqueológicos, no se imaginaba que alguien no tuviera en su biblioteca particular Los papeles póstumos del Club Pickwick de Dickens, adoraba a Montaigne y se deleitaba con el diario de Samuel Pepys; no le 12

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gustaba Napoleón, valoraba la pedantería, no creía que los proverbios fueran la riqueza de las naciones; la pequeña araña roja representaba para ella la quintaesencia del garbo y la elegancia, escribía medio recostada, admiraba los índices, las notas al pie de página, las citas, las referencias, las apostillas, los listados y las memorias; a veces iba a la ópera, mantenía una relación cálida con las aves, los perros, los gatos y la naturaleza en general, y se empeñaba en afirmar que somos los hijos únicos del cosmos. Además, estuvo enamorada de Bohun y Sherlock Holmes; uno de sus directores de cine preferidos era federico fellini, y se declaraba gran entusiasta de Ella fitzgerald, a quien quiso escribir un poema que terminó en un artículo (el poema finalmente nació también, pero ya en el siglo xxI). Y además le encantaban Jonathan Swift, Mark Twain y Thomas Mann, el único escritor a quien rindió homenaje en un poema, considerando su existencia como una clase de milagro (entre sus lecturas juveniles, mencionaba en primer lugar La montaña mágica), que convierte la evolución en algo digno de alabanza.

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Ya es algo que permita escenas tan impactantes como la de un ornitorrinco amamantando a sus polluelos. Podría oponerse: ¿y quién de nosotros descubriría que le han quitado algo?

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Pero lo mejor de todo es que se le escapó el instante en que apareció un mamífero con la mano maravillosamente emplumada con una Waterman. («Thomas Mann», de Mil alegrías –un encanto–, 1967)

Aunque aprendimos no poco de sus Lecturas no obligatorias y sus poemas, las lagunas de su biografía realmente empezaron a menguar sólo gracias a los relatos de amigos y conocidos de diferentes épocas de su vida (tuvimos el pla13

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cer de tratar con más de cien). Las imágenes del pasado plasmadas en las viejas fotografías revivieron. Szymborska se nos reveló como autora de limerick o epigramas, y postales-collages laboriosamente recortadas que enviaba a guisa de cartas. En ellas, los atletas sacaban músculo, los angelitos y los espíritus volaban, las bailarinas bailaban, los gatos se desperezaban, la torre de Pisa se inclinaba hacia la tierra; a veces aparecía algún motivo extraído de sus poemas, como los monos, o un corro de neandertales que planteaban preguntas relativas a la existencia. En ocasiones había alguna alusión legible sólo para el destinatario. Stanisław Barańczak, poeta y traductor, tras publicar una antología con sus versiones de los clásicos titulada Dios, trompa y patria,, recibió de la poeta una postal con la imagen de un elefante y el subtítulo «A la vista está que es polaco»; a Andrzej Koszyk, director de documentales que vivía en Alemania, le llegó un collage que representaba a un fantasma rezando, titulado «Koszyk de tribulaciones».1 La biografía, reconstruida poco a poco con fragmentos, anécdotas e imágenes, se enriquecía cada vez más, aparecían nuevos datos, acontecimientos y también fechas. Sólo faltaba la voz de la propia poeta, la cual, aunque no se había negado a un encuentro –seguramente porque la carta de recomendación nos la había escrito Jacek Kuroń–, tampoco se apresuraba en concretar una fecha. Solamente cuando, en enero de 1997, publicamos en la Gazeta Wyborcza fragmentos de la primera versión del libro, que aún estaba en preparación,2 con su árbol genealógico rehecho por nosotras y fotografías de sus padres que ella desconocía, nos llamó y nos dijo:

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Koszyk en polaco significa «cesta». (N. de las T.) Anna Bikont y Joanna Szczęsna, «Trastos y recuerdos, amigos y sueños», Gazeta Wyborcza, 18-19 de enero de 1997. 2

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Es una sensación terrible leer acerca de una misma: pero dado que ustedes han trabajado tanto, de acuerdo, «precisemos». Por cierto, han exprimido hasta la última gota las Lecturas no obligatorias.

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Cuando por fin nos citó, a principios de 1997, hizo gala de mucha paciencia y generosidad contestando a numerosas preguntas con detalle. Corrigió algunos errores, añadió aquí, modificó allá, procurando, principalmente, que nadie pudiera sentirse herido. Nos dio una opinión general sobre lo que habíamos escrito:1

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Me doy cuenta de que esa historia mía está desprovista de dramatismo. Es como si tuviera una vida de mariposa, como si la vida únicamente me acariciara la cabeza. Es mi retrato exterior. ¿De dónde proviene esa imagen? ¿Soy así de verdad? Realmente tuve una vida feliz, sin embargo hubo en ella muchas muertes, muchas incertidumbres. Pero, evidentemente, no quiero hablar de asuntos personales y tampoco me gustaría que hablaran los demás. Otra cosa será cuando haya muerto. Yo tengo otra cara para la gente, por eso suelen mostrarme como una persona alegre que no hace más que inventar juegos y diversiones. El hecho de que me vean así es culpa mía. Trabajé muchos años para crear esa imagen. Porque cuando sucumbo a mis fuertes depresiones, a mis enormes tribulaciones, evito a la gente a fin de no mostrar mi lado más hosco y taciturno. Podría pensarse que padezco una especie de trastorno bipolar. Soy de una manera con la gente que me es agradable, y totalmente distinta cuando me quedo a solas conmigo. Amargada, dolida, me hago muchos reproches. Y con el convencimiento nada reconfortante de que la poesía tal vez en ocasiones pueda acompañar los sufrimientos humanos, pero no prevenirlos.2

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Conversación con Wisława Szymborska, 1997, op. cit. «La poeta que duda», entrevista con José Comas, El País, 20 de noviembre de 2004. 2

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El tema de «mantener el tipo» aparece también en sus poemas. Sé cómo componer los rasgos de la cara para que nadie aviste la tristeza. («A la felizmente enamorada», Nowa Kultura, 20 de junio de 1954)

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¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡En la mala hora no hay que desprenderse de la cara! («Coloratura», de Sal, 1962)

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Włodzimierz Maciąg, profesor y periodista con quien estuvo trabajando en la redacción de Życie Literackie más de un cuarto de siglo, nos contó que nunca se mostraba efusiva, siempre se controlaba, se ocultaba tras la cortina de los buenos modales: «Tiene algo aristocrático. Opina que las emociones no deben exteriorizarse: eso es fruto de los genes, sumados a la educación recibida». Teresa Walas, profesora de filología polaca unida a Wisława por los lazos de una buena amistad, también considera que la poeta debió de haber aprendido en su casa, de su familia, la necesidad de no revelar las emociones: «Si tuviera que adscribir a Wisława a una época concreta, la situaría en el siglo xVIII, en la cultura francesa, pero sin su degeneración. En el espíritu clasicista al estilo de Corneille. Nada de entrañas hacia fuera, nada de lágrimas. Es tremendamente pudorosa. La crió su viejo padre, que quería tener un hijo, y sospecho que quizá la trató como a un chico: “Nada de llorar, nada de berrear”». Adam Zagajewski la veía de un modo similar: «A veces

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me parecía como si, por un momento, hubiera salido de uno de los salones del París del siglo xVIII. Como se sabe, en esos salones las mujeres llevaban la delantera. Wisława valoraba la Ilustración y la razón; en nuestra cultura saturada de fiebre romántica representaba valores diferentes, otras temperaturas. Todo en ella desprendía elegancia, sus gestos, sus movimientos, sus palabras y sus poemas. Apreciaba la forma, creo que detestaba el caos. Y su magnífico sentido del humor también parecía hijo de la Ilustración».1 El poeta Adam Międzyrzecki nos dijo: «Wisława es una persona discreta de nacimiento, a quien algo como el postulado de que había que “AVERGONZARSE DE LOS SENTIMIENTOS”, vociferado con tanta euforia por nuestros amigos de la vanguardia, tenía que parecerle bochornosamente ordinario. ¿Avergonzarse de los sentimientos? Pero si en eso es justo donde radica la pureza de su condición poética». No obstante, a este avergonzarse de los propios sentimientos ella añadía una intensidad inusual.

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Seré ligera al mover los brazos, ligera al volver la cabeza, rey mío, en nuestra despedida,

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(…) Ese simplón se quedó con los gestos, con el pathos y con todo su cinismo, todo para lo que yo no tengo fuerzas: corona, cetro, capa real.

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Mi sombra es como el bufón detrás de la reina. Cuando la reina se levanta de la silla, el bufón se encarama a la pared y golpea el techo con su cabeza tonta.

1 Adam Zagajewski, «Una mano maravillosamente emplumada», Gazeta Wyborcza, 2 de febrero de 2012.

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rey mío, en la estación de tren. Rey mío, en este instante, rey mío, el bufón se tiende en la vía. («Sombra», de Sal, 1962)

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Por las Lecturas no obligatorias sabemos que Szymborska admiraba a Chopin, «porque se sinceraba pocas veces y porque su alma era muy valiente», y a Chaplin, y su recato en la descripción de los tormentos de la creación: «En la naturaleza del artista no existe el exceso de petulancia. (…) Admiro mucho a Chaplin por lo reacio que se muestra a la hora de hablar de los dolores del parto creativo».1 También Madame Roland, víctima de la Revolución francesa, fue un modelo para ella. Del diario que redactó en la cárcel a la espera de ser ejecutada, donde describe sosegadamente su infancia y juventud, se desprende «sin duda la imagen de una victoriosa lucha diaria que tenía que librar con su propia debilidad, las tribulaciones carcelarias y el miedo a morir. Lo más importante en este diario no es lo que las palabras llegaron a expresar, sino lo que no dijeron. Lo que la autora se prohibió terminantemente para mantenerse erguida hasta el final».2 Szymborska escribió con respeto sobre la mujer de Thomas Mann, Katia, que en sus memorias se reveló como una viuda leal y que se cuidaba mucho de no traspasar los límites de la sinceridad establecidos por su marido. «Ciertamente conocía las confesiones de otras señoras, las de la mujer de Tolstói, las de la de Dostoievski y las de la de Conrad, y se

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Wisława Szymborska, Lektury nadobowiazkone [Lecturas no obligatorias], Cracovia, 1973 (sobre Charles Chaplin, Mi autobiografía). 2 Wisława Szymborska, Lecturas no obligatorias. Segunda parte, Cracovia, 1981 (sobre Marie-Jeanne Roland, Memorias). 3 Ídem (sobre Katia Mann, Mis memorias no escritas).

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dijo sin más: eso sí que no.»3 Por ello, hablaba sin entusiasmo de las memorias de Mia farrow, en que abordó su vida en común con Woody Allen: «Reconozco que esperaba que ella tuviera más clase». Considerando todo esto, ¿acaso debería extrañarnos que, cuando la poeta contaba su amor infantil en un poema, tuviera la sensación de estar traicionando «a la muchacha que fue»?

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Le cuento que estaba prendada de un estudiante… Es decir, que quería que él la mirara. (…) Lo mejor sería que volvieras por donde has venido. No te debo nada. Yo, una mujer corriente que sólo sabe cuándo revelar un secreto ajeno. encanto– 1967) («Risa», de Mil alegrías –un encanto–,

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A lo largo de nuestras conversaciones, empezó a parecer que conocíamos su «biografía exterior» mejor que ella. Su memoria extraía del pasado alguna imagen suelta, un detalle, una minucia. No nos contó «toda su vida». De su «biografía interior» mostró sólo lo que quería mostrar. A veces repetía: «Mi memoria se deshace rápidamente de esas cosas», o bien: «De eso, ya después de mi muerte». En algún momento nos contó la siguiente historia: Una vez vi en una película de Buñuel una escena extraordinaria. fernando Rey, el actor preferido de Buñuel, siempre con su barba, siempre levemente lascivo, cami-

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naba por una calle, y en el hueco de un muro había una vieja sentada con la gris cabellera suelta y sujetando un bastidor de bordado, sobre el cual se extendía una tela muy sucia. Con una risilla desdentada, la vieja estaba bordando lirios sobre aquel trapo inmundo con un maravilloso hilo de seda. «He aquí la escena que justifica la existencia del cine», solía repetir a mis amigos. Después, emitieron la película en la televisión. Y así vi a fernando Rey caminando por la calle, pero no había ninguna vieja, sino una mujer bastante joven extendiendo velos nupciales sobre unos bastidores. De modo que lo advierto: aun con toda la buena fe por mi parte, puedo contar cosas que jamás existieron.

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CAPÍTULO 2 DEL

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