PARA MÍ… POR SIEMPRE
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PARA MÍ… POR SIEMPRE (Los Hermanos Moreno #1)
Elizabeth Reyes
PARA MÍ… POR SIEMPRE (Los Hermanos Moreno #1) Elizabeth Reyes Derechos de Autor © 2010 Elizabeth Reyes
Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido, escaneado, o distribuido en cualquier forma impresa o electrónica, sin la autorización del autor. Por favor, no participar o fomentar la piratería de materiales con derechos de autor, en violación de los derechos de autor. Todos los personajes e historias son propiedad del autor y de su apoyo y respeto es apreciado. Este libro es una obra de ficción. Los personajes y acontecimientos descritos en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia y no se pretende por el autor.
Dedico este trabajo a mi maravillosa familia por su cariño y apoyo y por aguantar mis días y noches interminables escribiendo frente a la computadora. Un agradecimiento especial a todos los amigos y otros miembros de mi familia que me escucharon divagar y aquellos que leyeron el libro completo y me otorgaron sus excelentes comentarios.
PRÓLOGO Sarah quedó paralizada. Esto no podía estar pasando. Tomó el teléfono, sus nudillos se comenzaron a poner blancos. El nudo en su garganta era insoportable. “¿Aún estás ahí, Sarah?” Casi en un susurro inaudible Sarah contestó, “Sí... sí”. “Cariño, sé que esto es difícil, pero tampoco es el fin del mundo. Ya hemos hablado de esto y sabías que había una posibilidad. Lo intenté Sarah, realmente lo hice, pero no hay nada más por hacer. Hemos agotado todas las opciones, y cualquier otra opción sería demasiado riesgosa. Esto es lo mejor”. “Pero, mi último año de preparatoria...” Sarah sentía crecer su enojo y las lágrimas le quemaban en los ojos. Estaba a punto de estallar, de arremeter en contra de algo. Después escuchó a su madre de nuevo. Su voz volvió a quebrarse. “Lo sé, cariño. Lo siento tanto. Esta vez sí que lo he estropeado todo”. Su madre tomó un largo y estremecedor suspiro, y eso le rompió el corazón a Sarah. Quería estar a su lado para abrazarla y consolarla. “Está bien mamá, estaré bien”. Su madre aclaró su garganta y bajó la voz. Sonando de forma determinada le habló nuevamente, “Juro que voy a compensarte por esto. Te lo prometo, ¿está bien?” “Está bien”. “Ya le llamé a la tía Norma. Ella y el tío Alfredo estarán acá el fin de semana. Nos van a ayudar a empacar, de modo
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que tú y yo podamos pasar un rato juntas. Después, tendré que presentarme el lunes en la corte”. Con la voz entrecortada, Sarah dijo, “¿El lunes?” “Sí nena, el lunes”. Sarah cubrió la mitad de su rostro con su mano libre y se sacudió la cabeza. No quería que su madre se sintiera aún peor, de modo que ahogó un sollozo. “Está bien mamá”, suspiró. “Estaré por aquí un rato, querida, de modo que no me esperes despierta. Mañana hablaremos más sobre esto”. Sarah colgó y volteó a ver a Sydney, su mejor amigo, que todo el tiempo había estado sentado en la cama junto a ella. Sydney la miró ansiosamente. “Ella se declarará culpable y pasará al menos tres años presa. Deberé irme a vivir con la tía Norma en California.” Sydney se hizo el fuerte, y Sarah se dejó caer llorando en sus brazos.
CAPÍTULO 1 UN MES DESPUÉS Preparatoria La Jolla, California Aunque estaba parada en medio de un pasillo repleto de estudiantes ruidosos que corrían de un lado a otro, Sarah se sentía tremendamente sola. Un mes no había sido suficiente para prepararla para su nueva escuela, nuevos amigos – y una vida nueva. Oh Dios, cómo extrañaba a Sydney. Esto no se parecía en nada a lo que ella había imaginado que sería su último año en la preparatoria. Tenía tantos planes en su escuela anterior y ahora se encontraba completamente perdida. Apretando su mochila entre sus brazos comenzó a caminar sin un rumbo fijo. Quería quitarse de en medio de ese embotellamiento humano. ¿Dónde diablos estaba Valeria, su prima? Ella le había dicho que el pasillo hacia la entrada principal se encontraba justo afuera de la oficina del consejero, ¿o no había sido así? Su tía las había llevado a las dos juntas, pero Sarah tenía que ir a la oficina del consejero. Por haberse inscrito tarde, su horario no había llegado por correo como el de Valeria. En cuanto llegaron a la escuela Valeria comenzó a socializar con todo el mundo, prometiéndole que estaría justo ahí cuando ella saliera de la oficina. Sonó la campana y Sarah trató de no entrar en pánico. Le dio un vistazo a su horario pero no tenía ni idea de dónde tomar su primera clase. Comenzó a caminar hacia atrás hasta quedar de espaldas a la pared. ¿Sería que Valeria la había abandonado? No, no lo haría. Se quedó viendo la cara de las
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personas a su alrededor y se preguntó si debería preguntarle a alguien cómo llegar a su primera clase. Un chillido llamó su atención y volteó hacia la entrada principal para ver que una de las chicas tenía sus brazos alrededor del cuello de uno de los chicos que acababa de entrar. Sarah giró los ojos. Siempre había odiado a este tipo de chicas. El muchacho obviamente era un deportista ya que traía puesta una de esas chamarras con iniciales de algún equipo, al igual que las que llevaban sus otros dos amigos. Viendo que estaba por su cuenta, comenzó a caminar de regreso a la oficina y frunció el ceño al ver que justo afuera de la oficina estaba un mapa de la escuela. Había algunos cuantos chicos parados frente a él, revisando sus horarios y viendo el mapa. Aparentemente ella no era la única nueva en la escuela – aunque eso no fue un gran consuelo. Sarah volteó buscando a Valeria sintiéndose más que molesta con ella. De repente, detrás de ella estalló una risa masculina y volteó para ver que se trataba de los mismos muchachos que había visto hacía un rato, pero ahora con más chicos alrededor de ellos. El más alto, al que había saludado la chica chillona, estaba riendo cuando sus miradas se cruzaron. La sonrisa en su cara pareció borrarse poco a poco. Ella se quedó congelada y con los labios apenas abiertos. Por un momento, ella pensó que él diría algo cuando de repente escuchó a Valeria. “¡Aquí estás!” Sarah salió de su aturdimiento y vio como Valeria, que ya le había quitado su horario, sonrió con malicia. “¡Tenemos dos clases juntas!” “¿Las tenemos?” Las mejillas de Sarah aún se sentían calientes, pero caminó rápidamente al lado de Valeria, increíblemente agradecida por su esa coincidencia. Valeria hablaba de las clases hasta que estuvieron lo suficientemente lejos y a la vuelta de la esquina del edificio.
PARA MÍ… POR SIEMPRE “¡Por Dios Sarah! ¿Te fijaste quién era quien te estaba mirando?” Sorprendida sin saber realmente por qué, Sarah fingió no haber entendido, “¿Quién?” Valeria jadeó, “¡Ese era Ángel Moreno! ¿No te acuerdas? Ya te había platicado de él y de sus hermanos”. “No”, dijo Sarah mintiendo. Claro que recordaba, por eso era que no podía casi ni respirar cuando lo reconoció. Sonó la campana. “¡Demonios!”, dijo Valeria al ver su reloj. “Vamos a llegar tarde en nuestro primer día.” Tomó el brazo de Sarah y salieron corriendo hacia su primera clase. DOS SEMANAS MÁS TARDE Ángel corrió dando enormes zancadas alrededor del edificio de ciencias. Su estómago se tensó justo al sonar la campana. Nuevamente iba a llegar tarde a la práctica y sabía que su entrenador estaría molesto. Era la segunda vez esta semana, pero tuvo que quedarse después de clase para tomar la tarea para créditos adicionales. Nuevamente estaba reprobando Español II. ¡Español! Sus padres eran dueños de un restaurante mexicano, ¡por Dios! La única razón por la que había tomado esta clase era porque necesitaba dos años de un lenguaje extranjero para poder tener la oportunidad de ir a una universidad por cuatro años. Y ahora, esto le estaba costando tiempo en el campo. Aparentemente, el solo era bueno para las maldiciones y su maestra llamaba Espanglish al español que él hablaba. Era un laberinto sin salida, si no se quedaba tarde para obtener créditos adicionales, tampoco podría subir las terribles calificaciones que estaba obteniendo en los exámenes. Y si no las subía no podría tener el promedio necesario para poder jugar en el equipo. Además si no subía sus calificaciones tendría que quedarse a tutoría después de clases. El solo pensarlo lo hizo gruñir.
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Llegó al cuarto donde se pesaban cuando ya habían comenzado el calentamiento. El entrenador apenas lo miró y señalo hacia las gradas a rayo del sol allá afuera. “Veinte”, le dijo. “Y hazlas rapidito”. El correr en las gradas era lo peor. Mientras comenzaba a correr hacia las gradas escuchó a Dana que le llamaba desde el área de la pista en donde entrenaban las porristas. “Ángel, ¿otra vez las gradas?” El movió la cabeza apenas mirándola. Algunas de las chicas se rieron y se le unieron. Sus hoyuelos aparecieron como era usual, aunque su sonrisa era cualquier cosa menos una sonrisa sincera. Los chiflidos ya no lo incomodaban desde hace tiempo, especialmente si provenían de este grupo de chicas. A los diecisiete, Ángel era un impresionante chico de 6 pies con dos pulgadas (1.86 metros). Estaba siguiendo de cerca los pasos de sus hermanos. Aunque fue agradable ser admirado de forma inmediata en cuanto comenzó la preparatoria, había ocasiones en que resentía el hecho de vivir de la fama creada por sus hermanos. Se les parecía mucho físicamente y era igual de popular, pero en calificaciones no se parecía en nada. Frunció el ceño solo de pensar que sus dos hermanos tenían beca deportiva en la universidad, y mientras él se encontraba luchando por poder jugar fútbol americano en la preparatoria. Era vergonzoso, pero no se iba a rendir. Tal como lo decían su padre y Sal, su hermano mayor, “El fracaso no es opción”. Perdido en sus pensamientos y aún molesto consigo mismo, Ángel corría despacio y pensativo por las gradas por cuarta o quinta vez, ya había perdido la cuenta. El sudor comenzó a bajar por su rostro y comenzó a luchar por mantener estable su respiración. Usualmente podía mantener el mismo ritmo, pero no hoy. Alguien pasó corriendo demasiado cerca. Asustado, por poco pierde el equilibrio. Estuvo a punto de soltarle una bola de maldiciones al chico
PARA MÍ… POR SIEMPRE cuando escuchó una voz pedirle perdón... y se dio cuenta que se trataba de una chica. “Disculpa, ¿te golpeé?” “No, estoy bien.” Ángel se agachó poniendo las manos en las rodillas, tratando de respirar. “¿En verdad te encuentras bien?” Todavía respiraba agitado, cuando la miró por primera vez. El sol estaba justo detrás de ella. Ángel vio de reojo una silueta menuda. Al moverse, ella tapó un poco el sol. Lo primero que notó fue la mirada de ella. Sus ojos eran increíblemente verde claro. Un contraste sorprendente con sus rasgos trigueños. Ella se le quedó mirando, parada ahí mismo y respirando con dificultad. Su cabello estaba agarrado en una cola de caballo excepto por algunos mechones empapados del sudor que le escurría por las sienes y la frente. Ángel se sorprendió por no poderla reconocer de ningún lado. Pensó que conocía a todo mundo en la escuela. Sin embargo había algo familiar en ella, pero no podía decir qué. “Estoy bien”, contestó. “Qué bueno.” Ella comenzó a desenredar el cable de sus audífonos. Al parecer se los quitó de los oídos cuando regresó a ver si él estaba bien. Ella no le sonrió ni le pregunto más, realmente quería continuar su camino. El vio cómo se ajustaba el auricular en la oreja y continuaba su carrera. Con el corazón desbocado y las manos sudorosas, para sorpresa suya, le preguntó, “¿Así que te gusta correr?” Estúpido, estúpido, estúpido. Ella volteó y se le quedó viendo sin contestar. Deseaba que ella no le hubiera escuchado. “Me llamo Ángel, ¿y tú?” “Sarah”. Todo lo que pudo hacer fue sonreír mientras el nombre de ella se desvaneció. “Bueno, te deseo que corras bien”, le dijo mientras se alejó corriendo.
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La estuvo mirando mientras ella corría por las gradas. A la distancia ella se veía demasiado menuda y sin curvas. En ese momento lo recordó – era la chica perdida del primer día de clases. Ahí es donde había visto esos ojos. Fue entonces fue que se había fijado en ellos. Recordó haberse sentido impresionado, pero no la había vuelto a ver y casi se había olvidado de ello. Casi. Comenzó de nuevo con su carrera y su mente regresó a sus calificaciones. ¿Necesitaría de tutoría? Sacudió la cabeza molesto mientras recuperaba el paso.
*** Sarah estaba corriendo, concentrada. Tenía la sensación que él seguía mirándola y hubiera querido morir si de repente se resbalaba o caía. Las mariposas en su estómago estaban totalmente fuera de control ¿Cómo había sido posible que casi lo tirara? De todas las posibles personas, tenía que ser él. Debió haberle dicho algo más, pero se había quedado sin palabras, pensaba en cómo él descubrió que ella se le había quedado mirando como una idiota. Desde entonces, ella había evitado encontrarse frente a frente con él. Cada vez que llegaba a verlo, de inmediato comenzaba a correr en la dirección contraria. Las piernas casi se le doblaron cuando se dio cuenta de con quién chocado. Maldito sea él y su sonrisa. Estaba tan segura de que probablemente él no la recordaría, que no quiso arriesgarse a hacer el ridículo. Sarah sabía todo acerca de los hermanos Moreno. Valeria había vivido aquí toda la vida y había ido a la escuela siempre con ellos. Y ya que Valeria estaba platónicamente enamorada de Alex, hermano mayor de Ángel, todo el tiempo se la pasaba contándole todo sobre ellos. Sarah recordó la primera vez que vio a Ángel hacía dos veranos. Ella y su mamá vinieron a visitar a la tía Norma,
PARA MÍ… POR SIEMPRE hermana de su mamá y madrastra de Valeria. Valeria la había llevado a una fiesta en la playa. Fue una fiesta de todo el día, pero Valeria estaba consciente de su cuerpo y decidió llegar más tarde, ya que habían terminado de nadar. Llegaron cuando todos estaban alrededor de la fogata escuchando música. Sarah nunca había comprendido todo lo que Valeria le había contado acerca de Ángel y sus hermanos. Ella los hizo ver como su fueran estrellas de cine – terriblemente guapos. Valeria le dio un golpe cuando él y sus amigos llegaron. “Ahí está. Ese es el hermano menor de Alex”. Sarah volteó a verlo en toda su gloria. Era todo menos chaparro, inclusive desde esa época. Él y sus amigos parecían moverse en cámara lenta hacia el grupo de chicas. Ellas los esperaban con unas ansiosas y enormes sonrisas. El traía puesto unos shorts de mezclilla y una camiseta que dejaba al aire sus músculos. Sarah nunca había visto una sonrisa tan atractiva como esta. Sus hoyuelos eran increíbles. Ella vio como una de las chicas prácticamente le saltó a los brazos, abrazándolo y luego volteó casualmente para asegurarse de que todo mundo estaba mirándolos. “¿Es su novia?”, le preguntó a Valeria. Valeria resopló de inmediato, “Eso quisiera. Es Dana, de la cual te conté. Siempre se le está arrojando y quiere convencer a todo el que quiera escucharla, que los dos son como uno solo. Todo el mundo sabe que él nunca ha tenido novia. ¿Para qué quiere una novia cuando puede tener a todas las chicas que desee – en el momento que desee?” Sarah recordó habérsele quedado viendo y comenzar a fantasear ese día. Era todo lo que podía hacer. Las chicas con las que el andaba se veían tan experimentadas y frescas alrededor de él, como sus amigos. Se reían, algunas veces exageradamente, pero al menos podían estar platicando cerca de él. Casi no pudo respirar el primer día de clases cuando él la volteó a ver. Y ahora casi lo hizo caer. Si él la recordaba como la chica tonta del primer día, ahora guardaría un
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recuerdo aún más absurdo sobre ella. No tenía la más mínima esperanza. De cualquier forma eso no importaba. En su agenda no había lugar para los nuevos amigos. No pensaba quedarse tanto tiempo para ello. Agarró velocidad y trató de quitárselo de la mente. Recordó el cumpleaños de Sydney. Era este fin de semana y necesitaba cerciorarse de que finalmente le había podido enviar por correo electrónico su regalo. Hizo una presentación de fotografías con las fotos de los buenos tiempos, junto con todas las canciones que tenían un significado especial para ellos dos. Ella sabía que Sydney apreciaría mucho más este regalo que cualquier otra cosa comprada. Si no hubiera sido por Sydney, no tenía idea de cómo hubiera podido haber sobrevivido el año pasado y ahora ella quería mostrarle su agradecimiento. Sydney significaba el mundo para ella. A lo largo de los años habían pasado por muchas cosas, especialmente el año pasado, cuando comenzó la pesadilla de su madre. Cuando Sarah tuvo que mudarse con su tía, ella y Sydney hicieron un pacto para mantenerse siempre en contacto. Hasta el momento, habían intercambiado mensajes por correo y desde que los padres de Sydney le ofrecieron darle un teléfono con minutos ilimitados, podían hablarse a diario. Sin importar la distancia, Sarah estaba resuelta a mantener a Sydney y a su familia por siempre en su vida. La tía Norma no tenía ni idea acerca de los planes de Sarah. En enero cumpliría dieciocho años y una vez que los tuviera, nadie, ni siquiera su mamá podrían detenerla de regresar a Arizona. Ella tendría ahorrado el suficiente dinero para pagarles a los padres de Sydney para que le permitieran quedarse con ellos. Ya tenía varias citas acordadas para cuidar niños. Entre eso y la escuela, no había espacio para ninguna vida social.
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Sarah apenas podía esperar. El solo pensarlo la hacía sonreír. El semestre siguiente estaría corriendo en el equipo de pista de su escuela Flagstaff High, a donde ella pertenecía, y su vida regresaría a la normalidad. Alzó la vista del piso mientras que bajaba de las gradas cuando vio a Jesse Strickland esperándola allá abajo, con los brazos cruzados y sonriendo de oreja a oreja. Dios mío, ¿y ahora qué? Luchó contra sí misma para no poner cara de fastidio. Cuando acabó de bajar, Jesse se paró frente a ella bloqueándole el paso deliberadamente. Quiso quitarle uno de sus audífonos pero le detuvo la mano y ella misma se los quitó. “¿Sabes qué día es hoy?”, le dijo sonriendo en forma burlona. “No”. Él se le quedó mirando sin poderlo creer. “¿Qué Valeria no te dijo?” Sarah negó con la cabeza, sin mostrar el menor interés. Estaba acalorándose y comenzaba a sudar. Sabía que en unos momentos más estaría empapada si no comenzaba a correr de nuevo. “¿Es que esto va a durar todo el día?”, le dijo Sarah. “Estoy a la mitad de mi carrera”. “Es mi cumpleaños.” Abrió los brazos. “Estoy aquí para recolectar”. Los ojos de Sarah se entrecerraron y se hizo hacia atrás. “¿Recolectar qué?” Se le acercó más creciendo su pecho. “Bueno, dado que estamos aquí en la escuela, me conformaré con un abrazo por ahora.” Se le recargó y con sus brazos comenzó a rodear su pequeña cintura. Sarah forcejeó tratando de quitárselo de encima. “¡No te debo nada!” Obviamente sorprendido, levantó una ceja y comenzó a acercarse nuevamente y forzar un abrazo. “Oye Sarah, hemos hecho mucho más que esto, ¿qué te cuesta solo un abrazo?”
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“Eso fue un error y ya hace mucho tiempo, ¡así que supéralo!” Ella lucho por quitarse las manos que le tomaban desde atrás de su cintura. Sintió su peso sobre de ella, pesado al principio, cuando la empujó en contra de la barda. De pronto, como si nada, ese peso desapareció. Le tomó unos segundos entender qué era lo que había pasado. Se dio cuenta que alguien se lo había quitado de encima y vio a Jesse en el piso a un lado de las gradas. Sus piernas le fallaron. Con una mano se detuvo en la barda para no caer, y la otra la tenía en su pecho sintiendo como latía su corazón. Ahí estaba Ángel.
CAPÍTULO 2 “¿Tienes algún problema imbécil?”, le preguntó Ángel, con su cara a unas cuantas pulgadas (centímetros) de la de Jesse y con el antebrazo sobre su cuello. Jesse tenía la cara enrojecida mientas luchaba por poder hablar, “yo... yo solo estaba jugando co... con ella”. Sin soltar a Jesse, Ángel volteó a ver a Sarah. Ahí estaba ella con los ojos bien abiertos y con su mano sobre el pecho. “¿Estás bien?” Sarah asintió con la cabeza. “Ajá”. Ángel volteo a ver la cara de Jesse que ahora mostraba un tono rojo escarlata oscuro. Lo volvió a aventar sobre las gradas, golpeando su cabeza en contra del lateral de madera. “¡Apréndete unos modales de mierda!”, le dijo. Ya libre, Jesse cayó sobre una rodilla tosiendo y tratando de respirar. De nuevo, Ángel volteó hacia Sarah y camino hacia ella. Aún tenía su mano sobre el pecho y sus ojos seguían sobre Jesse quien ahora ya de pie, seguía tosiendo. Finalmente miro a Ángel con esos ojos que comenzaban a atormentarlo. Estaba decidido a no quedarse callado de nuevo. “¿Estás segura de que estás bien?” Luchó por no quitarle un cabello que tenía sobre su cara. Ella le sonrió por primera vez. “Sí, gracias”, le contestó ella. “No tenías que hacer eso. Solo estaba haciéndose el chistoso. Pude haberlo manejado.” Se paró erguida y puso su mano sobre la cintura. “Sí, seguramente que pudiste haberlo hecho. Lo que pasa es que pierdo la paciencia con los idiotas”.
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Algunas personas se había dado cuenta de la riña y se pasaban despacio por ahí, pero no lo suficiente como para llamar la atención de los maestros. De nuevo volteó para ver como Jesse se retiraba avergonzado, tosiendo y frotándose el cuello. “Estará bien”. Sarah se encogió de hombros, y comenzaron a caminar lentamente hacia el gimnasio. Caminando tan cerca, lado a lado, Ángel estaba distraído cuando sus manos se tocaron por un segundo. Volvió a centrarse en su reacción al ver a Jesse empujarse sobre ella. Era usual en él que tratara de ayudar, pero la verdad se le había pasado la mano. Solo debió haberlo empujado. En lugar de eso, en verdad quiso lastimar a Jesse. Se le quedó viendo, entrecerrando los ojos. “¿Es amigo tuyo?” Sarah volteó hacia él pero de inmediato volvió a voltearse. “No lo llamaría precisamente así”. Ángel apretó la quijada y volteó hacia adelante. “¿Qué significa eso?” Ella puso su atención en las porristas que ahora comenzaban a verlos, especialmente Dana. Ángel era ajeno a ellas, por el momento tenía sus ojos puestos en Sarah. Finalmente ella lo miró. “Salimos una vez hace mucho tiempo”. ¿Salieron? “¿Salías con él?” “No exactamente”. Ella no pudo mirarlo directamente a los ojos, y la frustración se estaba volviendo muy fuerte. Jesse era uno de los peores imbéciles que conocía. No podía imaginársela involucrada con él de ninguna forma. Llegaron al gimnasio antes de que él pudiera insistir más, y ella lo miró fijamente. Ella puso su mano sobre su brazo y la piel se le puso de gallina. “Gracias por lo que hiciste allá”. Ángel no podía dejar de mirarla fijamente a los ojos.
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“Te veré por aquí.” Quitó su mano de su brazo y comenzó a alejarse. ¿Qué? ¿Eso es todo? De ninguna manera él iba a permitirle que se fuera tan rápido. La tomó de la mano mientras ella se volteaba. Era una mano pequeña y suave, dentro de su mano musculosa. Su corazón comenzó a latir a mil por hora. Ella volteó a verlo. El trató de concentrarse en otra cosa que no fueran sus ojos, pero fue imposible. “¿Irás al juego este viernes?” Ella lo miro fijamente por un momento y se aclaró la garganta. “No puedo, estaré trabajando”. Algunos muchachos salieron de la esquina y se dirigieron hacia ellos. Ella jaló su mano, sin embargo él la sostuvo con fuerza. Miró a los chicos y de nuevo la volvió a mirar. “¿Trabajar? ¿Y hasta qué hora?” “Todavía no estoy segura, voy a cuidar niños, así que depende de la hora en que sus padres regresen a la casa”. Jaló nuevamente su mano, pero esta vez un poco más fuerte para permitir que Ángel la soltara, y comenzó a caminar alejándose. Ángel frunció el ceño. “Bueno, hay una fiesta después. ¿Crees que puedas ir si regresan temprano?” Ella se encontraba a la entrada de los vestidores cuando volteó hacia él. “Tal vez.” Se despidió con la mano y desapareció tras la puerta. Ángel se quedó parado, mirando la puerta del vestidor. Esto era ridículo. ¿Por qué de repente se encontraba tan mal? Entonces fue que cayó en cuenta. Realmente nunca le había pedido a una chica que saliera con él. Esta ironía le hizo reírse entre dientes. En las fiestas siempre estaba con alguien, bailaba y luego terminaba quedándose con ella en cualquier lado. Inclusive con las chicas con las que había estado, nunca
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había tenido la intención de invitarlas a salir. Ahora que lo estaba intentando, realmente apestaba.
*** Sarah se sentó en su cama mirando el teléfono. Ya tenía un par de horas en la casa y aún no le había contado nada a nadie sobre lo sucedido hoy. Casi no podía esperar para hablar con Sydney. Ya le había dejado dos mensajes y aún no le regresaba la llamada. Miró el reloj. Esperaba que Sydney la llamara antes de las siete. Esa era la hora en que su mamá le llamaba los miércoles y sólo podían hablar por miserables quince minutos. Sarah dio un brinco cuando sonó el teléfono. Lo agarró y lo abrió. “¡Eh!” “¿Lynni?” Sydney siempre la llamaba por su segundo nombre – decía que realmente ella no se parecía a una Sarah. “Sí, soy yo”. “Suenas diferente”, le dijo. “No, solo feliz de escucharte.” Casi estaba mareada. “Escúchame, muero de ganas de hablar contigo. Nunca adivinarás que pasó hoy”. “¿En verdad? ¡Dímelo!” El buen Sydney, sonaba tan emocionado como ella. Sarah se acomodó en su cama. “Bueno, ¿te acuerdas que te comenté sobre Ángel?” “¿Quieres decir, el Ángel?” Muy entusiasmada Sarah le contó cómo estuvo su día. Cuando se refirió a la fiesta, Sydney le preguntó, “¿Vas a ir?” “No, no puedo, estaré trabajando”. “¿No inventes Lynni? Esta es tu oportunidad de divertirte. ¡No puedes perderla!” “Ya me había comprometido”, le dijo. “Y los Salcido realmente me pagan bien. Además no conozco a nadie excepto a Valeria”. “Y a Ángel”, le recordó Sydney.
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Sarah sonrió. Ay Dios, como deseaba que Syd estuviera aquí. Si él fuera con ella, todo sería perfecto. “No entiendes. He visto a las chicas con las que sale. Son tan sofisticadas, populares y lucen tan bien”. Se levantó con el teléfono en la oreja y camino hasta donde estaba el espejo. Puso su mano en la cintura y sonrío ampliamente, moviendo las pestañas como lo hacía las chicas que había visto alrededor de Ángel y de inmediato se sintió estúpida. De alguna manera, su busto había aumentado haciéndola sentir más sensual, pero no se sentía bien actuando como las otras chicas. Le dio un vistazo a su vestuario nada atractivo y se estremeció. De ninguna manera Ángel se interesará en esto. ¿A quién le importa? Déjame decirte algo Lynni. Me sorprende que tú misma te hagas menos. Te garantizo que este tipo moriría por tener una oportunidad contigo. Así que es el Sr. Popular, el Sr. Atleta del año, ¿a quién diablos le importa? ¿Últimamente te has mirado en el espejo? “¡Sí!, precisamente estoy haciendo eso ahorita. Quisiera que estuvieras aquí para que vieras la clase de chicas con que sale. Así sabrías de lo que estoy hablando”. “No tengo que verlas. Te he visto a ti”. Sarah suspiró y se dejó caer en la cama. “De todos modos no importa, no me voy a quedar aquí por mucho tiempo, ¿lo recuerdas?” “Otra vez estás haciendo lo mismo.” Sarah podía oír el fastidio en la voz de Sydney. “¿Haciendo qué?” Pero ella sabía exactamente a lo que Sydney se refería. Antes de irse de Arizona, los papás de Sydney se ofrecieron para quedarse con ella de modo que pudiera terminar la preparatoria ahí, pero su mamá se rehusó. Insistió en que Sarah estuviera con alguien de la familia. Sarah argumentó que la familia de Sydney era más familia para ella que su tía Norma. Solo la visitaban una o dos veces al año. Además ella se sentía muy cercana a los padres de Sydney.
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Todas las noches y festividades en que su mamá tenía que trabajar, amablemente ellos se hacían cargo de ella como si fuera su hija. De modo que ella estaba destrozada cuando su mamá se negó y juró que no saldría de su habitación en casa de la tía Norma más que para ir a la escuela. De modo que sus primeras semanas en California, antes de empezar la escuela, se la pasó por ahí sintiendo lástima de sí misma. Sydney le había hecho prometer que sacaría lo mejor de eso. Odiaba la idea de saber que ella andaba por ahí sola y sintiéndose miserable. “¿Te acuerdas?”, le dijo. “Te encantaba el mar, Lynni. Era de lo único que hablabas cuando regresabas de visitar a tu tía. Ahora estarás cerca de él por varios meses”. Haciéndose el fuerte, llegó un punto en el que la amenazó con no llamarle más si no le prometía sacar el mejor provecho de esto. De modo que ella lo prometió. Así que comenzó a correr todos los días en la escuela en lugar de irse a casa. Prometió tratar de salir los fines de semana cuando tuviera oportunidad. Hasta el momento, se había asegurado que todos sus fines de semana estuvieran ocupados para hacerla de niñera. “No es como si me hubiera invitado a salir, Syd. Sólo me preguntó que si estaría ahí.” Se levantó y volvió a mirarse en el espejo y frunció el ceño. “¿Me prometes algo?” Sarah vaciló, “¿Qué?” “Si te pide que salgan, dile que sí. ¡Diablos! Si cualquiera te pide salir, dile que sí”. “Syd, ni siquiera puedo hablar cuando está cerca de mí. Con trabajos puedo decir tres o cuatro palabras juntas. Y he hecho el ridículo las primeras veces que me ha visto. En serio, no creo que me pida salir”. “¿Me estas vacilando, verdad? ¡Cielos! En verdad que andas muy mal con respecto a este tipo, tanto que ni siquiera tratas de gustarle. ¡Lo sé!” Hizo una pausa. “Cuéntale un
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chiste.” Ella lo escuchó reír, y sabía por qué. “Le encantará ver como no puedes llegar a la mitad y ya estas muerta de risa”. Sarah comenzó a reír y se arrojó sobre la cama. “¡Cállate!” Sydney seguía riendo. “Sólo sé tú misma, Lynni, nada más”. Él estaba en lo cierto respecto a una cosa. Ella sí que se reía a carcajadas. Aunque a veces pensaba que reía demasiado. Últimamente, el único que podía hacerla reír era Sydney. Tomó un hondo respiro. “Está bien, si alguien me lo pide, prometo que lo haré.” Sarah no se preocupaba mucho por eso. “Oh, a excepción de Jesse”. “Ah. Claro, por supuesto”. Sarah había conocido a Jesse justo cuando había puesto sus ojos en Ángel por primera vez hacía dos veranos. Una de las amigas de Valeria salía con un amigo de Jesse, así que salió con ellos. Sarah acordó ir a caminar a la playa con Jesse esa noche, lejos de todos, y se sentaron a platicar. En esa época nunca había besado a un chico, de modo que cuando él le pidió besarla, ella lo dejó. Antes de darse cuenta las cosas comenzaron a encenderse, y a ella le dio miedo y lo hizo parar. Él la llamó una provocadora, y caminaron de regreso a donde estaban todos, en completo silencio. Más tarde, de regreso en Arizona, él la llamo para disculparse y la había llamado de vez en cuando desde entonces. Ahora que estaba en esta escuela, se había convertido en una peste: invitándola a salir, interceptándola en los casilleros, e insistiendo en caminar con ella a clases. Después del incidente de hoy, ella deseaba que por fin la dejara en paz. Había estado hablando con Sydney por cerca de una hora cuando Sarah escuchó el clic de la otra línea. No podía saber quién era la persona que llamaba, pero de cualquier modo ya
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estaba por terminar su llamada con Sydney. Se despidió y cambió a la otra línea. “¿Hola?” “Hola Sarah, soy la Sra. Salcido. Escucha querida, el Sr. Salcido va a trabajar hasta tarde el viernes por la noche, de modo que los planes se cancelaron. No necesitamos que cuides a los niños hoy, ¿pero qué tal la próxima semana?” Luego de que colgó, se sentó a pensar si debía o no llamar a Sydney. No, no había necesidad de llamarle. Sabía exactamente lo que le diría. Se recostó sobre su almohada. ¿Para qué tanto alboroto? Sólo se trataba de una fiesta y ella ya había ido a muchas. Colocó sus manos, en las que todavía estaba el teléfono celular, sobre su pecho y se quedó viendo al techo. Podía hacer eso.
CAPÍTULO 3 Ganaron el juego y estaban de muy buen humor mientras esperaban afuera de la fiesta. Eric estaba sentado tras el volante. Ángel, que estaba fuera del carro, se recargó en la ventanilla de la puerta. “Pásame una botella de agua”. Eric tomó una de la hielera y tomó otra para Ángel. “Vengan, vamos adentro.” Romero esperaba a mitad de la calle. Ángel hizo una mueca. Se sentía muy bien por la forma en que el juego se había desarrollado, pero estaba cansado y no estaba de humor para fiestas. No lo había admitido ante nadie, pero la única razón por la que estaba ahí era para ver si tenía la oportunidad de ver a Sarah. Había estado pensando en ella desde el día en que hablaron. ¡Diablos!, estuvo pensando en ella durante todo el partido. En cada oportunidad que tuvo, estuvo mirando hacia el público, aguantando los gritos molestos del entrenador, “¡Métete al juego! ¿Qué demonios pasa contigo Moreno?” No la había visto en el partido, pero le había dicho que tenía que trabajar. Todavía había oportunidad de que llegara a la fiesta. Miraba al otro lado de la calle hacia las luces que venían del DJ en el patio de atrás, la ansiedad le recorrió la columna vertebral. “Está bien, dame un segundo.” Le dio un trago a su agua. “Sólo llévatela”, le dijo Romero. “Ya estoy listo para entrar en acción”. Ángel volteó hacia Eric quien se encogió de hombros. Tomó otro largo trago. “Está bien, estoy listo”. Romero hizo un par de veces su clásico movimiento con la pelvis. “¡Vamos a hacerlo!”
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Ángel y Eric se rieron. Ángel agarró lo que quedaba del paquete de doce cervezas en el asiento de atrás. “Eres un idiota”, echándose a reír. Se fueron por la entrada de los autos y dieron vuelta en la esquina. Había más personas de las que habían esperado. Comenzaron a abrirse paso entre la multitud. Ángel estaba comenzando a darle un vistazo al lugar, cuando la vio. Tuvo que fijarse en ella un par de veces ya que casi no la reconoció. En el momento que dio la vuelta, cayó en cuenta. De repente algo en él se encendió. Ángel tragó fuerte. Su cabello largo le llegaba a media espalda. Era más oscuro de lo que recordaba y estaba ondulado en las puntas. Sus pantalones de mezclilla abrazaban su cuerpo y llevaba puestos unos tacones de tiras. Su blusa negra atada alrededor de su cuello no tenía espalda, excepto por la parte de hasta abajo, que cubría delicadamente la parte baja de su espalda. Tomó una cerveza y pudo sentir lo pegajoso que se sentían sus manos. Por el amor de Dios, es solo una chica. Echó una maldición entre dientes. Intencionalmente se colocó frente a Sarah. Tomó un trago de su cerveza cuidando de no beber demasiado. Romero era un ejemplo perfecto de lo que pasa cuando se bebe demasiado, y lo menos que quería era causarle una mala impresión. Romero se había ido por un rato a platicar con algunas de las chicas de siempre. Regresó para decirles que ya tenía citas para después de la fiesta. Usualmente Romero conseguía chocar las manos con sus amigos, pero en esta ocasión ni Ángel y ni Eric estaban interesados. Ángel solo movió la cabeza y apenas sonrió. Eric ni lo había escuchado. Estaba mirando hacia la multitud pero sin fijarse en nadie en especial. Romero frunció el ceño y palmeó a Eric. “¡Oye tú! ¿Qué no escuchaste lo que dije?” Eric aterrizó rápidamente. “Perdón. No, ¿Qué fue lo que dijiste?”
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“Dije que Stacey y sus amigas están listas para más tarde. Iremos por el postre, y... ¡oye! Ahí está Natalie.” Le guiñó el ojo. Eric y Natalie estuvieron saliendo regularmente el año pasado, pero no tanto como Ángel y Dana. Eric movió la cabeza. “Yo paso, tengo que levantarme temprano mañana”. Los ojos de Romero se hicieron enormes. “¿Vas a dejar pasar un trasero porque te tienes que parar temprano?” Diciéndolo demasiado fuerte. “Cálmate”, le dijo Eric mirando alrededor. “Aquí estoy, no tienes que gritar”. Romero sacudió la cabeza y se volteó hacia Ángel. “¿Y tú qué? ¿Te apuntas?” “Pues sí”, dijo Ángel mintiendo. “Pero Eric es quien me va a llevar, ¿cómo le voy a hacer?” Romero siguió moviendo la cabeza. “No lo puedo creer, aguántame, veré lo que puedo hacer”. Romero le lanzó a Eric una mirada de disgusto y agarró otra cerveza. Tambaleándose un poco, caminó hacia las chicas. “Escucha hermano, Romero se está echando a perder.” Eric volteó hacia Ángel. “Vaya que sí.” Ángel sacudió su cabeza. Torpemente Romero rodeó con sus brazos a dos de las chicas. “¿A quién está engañando?” Dijo Eric. “En una hora va a estar inconsciente en el asiento de atrás de mi carro. ¿Cómo es que se emborrachó tan rápido?” “Estuvo bebiendo todo el camino hasta acá y ya sabes que no aguanta mucho”. Le dijo Ángel. Habían comenzado a beber hacía un año. Entonces, uno de los chicos del último año casi se mata por conducir ebrio, se asustaron tanto que dejaron de hacerlo. Ahora, cuando llegaban a beber, justo como ahora, bebían una que otra cerveza y uno de ellos era el conductor designado. Hoy le tocaba a Eric.
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Ángel dejo de prestarle atención a Romero por unos segundos para voltear hacia donde estaba Sarah. Sarah tenía un vaso en la mano. Se preguntó qué estaría bebiendo. Pudo oír como Romero llamaba a Eric. “¡Carajo hermano! Ya me está llamando.” Eric volteó hacia otro lado pretendiendo que no le había escuchado. “Más te vale que vayas. Ve antes de que su trasero alcohólico venga hacia acá y te arrastre con él”. “¿Yo? ¿Y por qué no tú?” “A mí no es al que está llamando”, se rio Ángel. “¿Te vas a quedar aquí solo?” Eric levanto la ceja. “No, aquí hay alguien a quien quiero saludar”. Romero se estaba poniendo a gritar. Eric finalmente le hizo caso. Revisó la caja de las cervezas. “Aquí hay cuatro más, ¿quieres una?” “No, así estoy bien.” Ángel levantó su botella enseñándole que todavía tenía bastante. Eric agarró la caja y se fue hacia donde estaba Romero mientras murmuraba entre dientes. Cuando iba hacia donde estaba Sarah, Ángel reconoció a la chica bajita de pelo rubio que sostenía una botella de cerveza y que estaba con ella, era la exnovia de su compañero de equipo, Reggie Luna. Conforme se acercó a Sarah, pudo sentir cómo se le aceleraba el pulso y su estómago comenzaba a retorcerse. A pesar de sus esfuerzos por tranquilizarse, se sentía totalmente nervioso. Eso lo sacaba de quicio. Caminó por detrás de ella y se acercó. Olía a gloria: a una suave y deliciosa fragancia. No de esas que te marean, como las de algunas de las chicas con las que solía andar. Tenía ganas de ponerle el brazo alrededor de su cintura y jalarla hacia él. En lugar de eso se agachó y le habló al oído. “¡Oye, lo lograste!” Ella volteó y por poco y tira su bebida. Su actitud cambió de sorprendida a complacida. “Oh sí, me cancelaron”.
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Ángel no podía creer lo bien que lucía. Si se le quedaba mirando toda la noche, no sería suficiente. “Por poco y no te reconocí con tu cabello suelto.” Sus ojos no dejaron de mirarla. Ella asintió con la cabeza. “Sí, es demasiado largo, especialmente cuando estoy corriendo. Me tapa la cara casi por completo”. Ángel quería todo esa cabello sobre su cara. “De todos modos es muy lindo. Deberías usarlo así en la escuela”. Ella titubeo por un segundo. “Gracias.” Por segunda vez, ella esquivó su mirada. Aunque no quería, decidió cambiar el tema. No quería que ella se sintiera incómoda y cortara la conversación. No tenía la más mínima intención de dejarla escapar esta vez. Miró su vaso. “¿Qué bebes?” Tímidamente sonrió. “Vino”. “¿Vino?” Ella rio. “¿Por qué todo el mundo dice lo mismo?” De alguna forma, su sonrisa tenía un efecto calmante sobre él. “¿Pero beberlo en un vaso? ¿No puedes beberlo directo de la botella?” “No es un cooler.” Su expresión lo retó. “Este si es de los buenos”. Volteó hacia su amiga y después miró su vaso. Casi estaba vació. “De hecho, necesito más”. Se agachó sobre una hielera de tamaño medio y sacó una garrafa de vino. “¡No!” Ángel puso su mano en la boca sin poderlo creer. “En verdad que estás loca. ¿Vienes a una fiesta con una garrafa de vino en una hielera?” Ahora sí, Sarah en verdad estaba riendo. Su amiga reía con ella. Con cariño, acariciaba su botella. “¿Cómo crees que podría cuidar de mi Preciosura?” Su actitud era muy cordial, especialmente porque en la escuela se mostraba demasiado aprensiva. Quizá sería el vino. Sin importar que fuera, le encantó. La miró conforme
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se sirvió más vino en su vaso, notando lo poco que se servía antes de detenerse. Regresó la garrafa a su hielera y señaló a su amiga. “Ella también trae la suya”. Su amiga se quedó boquiabierta, como si Sarah la hubiera delatado. Ángel arqueó las cejas casi sin poderlo creer. “¿También tú? Pero tú estás bebiendo cerveza. No necesitas una hielera”. Su amiga sonrió y le dio unas palmadas a su botella. “No puedo tomar cerveza si no está casi congelada”. “Por cierto Ángel, esta es Valeria, mi prima”, dijo Sarah. Ángel asintió con la cabeza. “Ah, sí, conozco a Valeria”. Valeria abrió los ojos sorprendida. “Seguro”, reconociendo su sorpresa, contenta de que Sarah mencionara su nombre. Eso, no lo hubiera recordado él. “Oigan, ¿y por qué no ponen sus bebidas en la misma hielera?” Valeria le hizo un gesto con los ojos a Sarah. “A Sarah no le gusta que nadie moleste a su Preciosura.” “Ella es demasiado frágil.” Sarah hizo como si abrazara al vaso. Moviendo la cabeza, Ángel se puso una mano sobre de ella. “¿Es una ella? Okey, bueno... ahora todo tiene sentido”. Sarah sonrió mientras tomó otro sorbo de su vino. A Valeria se la llevó otra amiga. Ángel tomó su último sorbo de cerveza y aventó la botella vacía en un bote de basura cercano. “¿Ya se te acabaron?”, le preguntó Sarah. “Ajá, esa fue la última”. “Mira, aquí hay.” Sarah se reclinó sobre la hielera de su prima. Se estaba riendo como si estuviera espiando. “Vamos a robarle una a Valeria.” Ángel volteó a ver si Valeria los estaba mirando. “No, así está bien. No me quiero tomar su cerveza”. Sarah movió su cabeza. “No se va a terminar todo esto. Nunca lo hace y tendremos que acabar tirándolas más tarde.”
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“¿Tirar la cervezas? ¿Están locas?” “Bueno, pues no las podemos llevar a la casa. Mi tía nos mataría”. “Ah... en ese caso déjenme contribuir con la causa.” Ángel estiró su mano. Su dedo rozó su mano cuando le pasó la botella. Eso fue todo lo que necesitó Ángel para encenderse. Sus manos temblaban mientras tomaba un trago de su cerveza. Todo el tiempo se le quedó viendo. Sus ojos eran tan grandes, sus pestañas tan densas y oscuras, que todo parecía ir en cámara lenta cuando ella pestañeaba. Sus entrañas ardían, mientras con dificultad le daba un trago a su cerveza. “Entonces, ¿estás sólo?”, le preguntó. Él volteó a su alrededor. Debía hacerlo. Si seguía mirándola estaba seguro de que iba a espantarla. “No, mis amigos andan por ahí en alguna parte. Acabamos de separarnos.” Volteó de nuevo a verla. “¿Y tú qué tal, solo son Valeria y tú esta noche?” Sarah bebió nuevamente su vino. “Sí. Bueno, vine aquí solo con Val, pero quedamos de vernos con alguien más tarde”. Ángel tomo otro trago de su cerveza mirando de forma casual. “¿Chicos?” “No, algunas de sus amigas, de hecho no han llegado. Es por eso que vine. La verdad es que no me gustan esta clase de fiestas, pero ninguna de sus amigas podía llegar temprano, así que me pidió que viniera con ella”. Ángel sonrió, incapaz de dejar de ver sus ojos. “Deberé agradecerle por eso. Así que, ¿adónde te gusta ir? Sostuvo un momento su mirada y después sonrió, haciendo que las piernas de Ángel se debilitaran. “Me encanta la playa”, dijo. “Acabo de llegar de Arizona hace unos cuantos meses, de modo que la playa es nueva para mí. Podría pasarme todas las noches viendo la puesta del sol. Bueno, no me malinterpretes. Las puestas de sol en Arizona son igual de bellas. Es solo la novedad del aire salado y frío y
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el estar viendo mientras escuchas las olas romper y las aves... ¿parpar?” Ángel quedo confundido, “¿Parpar?” Ella explotó riendo. “¿Graznar? ¡Ya sabes lo que quise decir!” “Cielos, lo estabas haciendo tan bien”, él estaba bromeando, mirando hacia el cielo. “Casi, casi pude oír las olas reventar y todo lo demás”. Sarah aún reía. Ángel se preguntaba, si Sarah estaría algo achispada por le vino, pero aun así siguió bromeando. Adoraba oírla reír. “Creo que piar sería más cercano, ¿pero parpar? ¿En serio?” Sarah se tapó la boca con la mano, pero eso no amortiguó su risa. “Bueno, pero di con el punto, ¿no?” “Sólo decía. El viento soplaba en mi cabello y lo demás. Mira.” El hizo como si sostuviera su cabello. “¡Para!”, grito Sarah. No podía dejar de reír junto con ella. Era una risa tan linda y tan contagiosa. En realidad ella era muy refrescante. Las otras chicas estarían demasiado ocupadas en ser seductoras. Ella ni siquiera necesitaba intentar eso. Podría decir que ser seductora era lo último que pasaba por la cabeza de Sarah. Ella se limpió las esquinas de sus ojos. Literalmente había reído a carcajadas. “¿Se me corrió el rímel?” Sarah abrió grande sus ojos. Ángel dio un paso hacia adelante para poder ver mejor. Su maquillaje se había corrido solo un poco en la esquina inferior de su ojo derecho. “No te muevas.” Él se acercó más. Con todo cuidado, con su dedo meñique le limpió la parte inferior de su ojo. Estaba tan cerca de su cara que podía oler el vino en su aliento. Sarah tenía su vaso frente a ella y sintió al ver cómo se tensaba en el momento en que su cuerpo tocó su mano. Le revisó su otro ojo. “Tus ojos son increíbles”, le digo sin moverse ni un paso atrás.