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espectáculos
| Domingo 4 De agosto De 2013
Grabaciones Gabriel Plaza
Orozco-Barrientos: sonido cuyano y universal
E
Tiempo y Diemecke saludan felices
música
Ravel, en muy buenas manos filarmónica de Buenos aires. ★★★★ muy bueno. solista: Sergio Tiempo, piano. director: Enrique Arturo Diemecke. programa : Ravel:
Concierto para la mano izquierda ; Bruckner: Sinfonía N° 5 en Si bemol
mayor. sala: Teatro Colón.
E
l Concierto para la mano izquierda, de Ravel, comienza con un enfrentamiento de sombras y luces de concreción dificultosa. La obra arranca con seisillos de contrabajos y largas notas de los chelos, un fondo extremadamente misterioso, y por sobre ellos se suma el ultragrave contrafagot con una melodía tan bella como oscura. Para sumar alguna negrura involuntaria, la cerrazón no gozó de la mejor lectura. La luz se impone por sobre tanta tiniebla cuando el piano interrumpe abruptamente con la lobreguez. Y la mano izquierda de Sergio Tiempo cumplió con el cometido, irrumpiendo violenta, diáfana y contundente a pura precisión. Lo que vino a continuación fue una exhibición magistral de dominio, claridad de ideas por parte del solista, y una muy buena integración de piano y orquesta a cargo de Enrique Arturo Diemecke. Sabido es que Ravel escribió este concierto por pedido del pianista Paul Wittgenstein, que había perdido su mano derecha en la Primera Guerra. Lejos de cualquier conmiseración, Ravel elaboró un concierto de dificultades extremas, de virtuosismo lisztiano, aunque, por supuesto, con los colores, los detalles, los refinamientos y las sutilezas que ca-
racterizaron su lenguaje a lo largo de su muy cambiante historia compositiva. El asunto es que Sergio Tiempo estuvo al tanto de todas y de cada una de las tremendas dificultades, sorteadas sin inconvenientes, como de los planteos musicales y estéticos. Ofreció diferentes toques y acentuaciones, extrajo las melodías ocultas con una franqueza admirable y aplicó sin filtro los acentos percutidos en el tema jazzístico que Ravel decoró, acertadamente, con blue notes. Si con la primera cadencia abrumó por una técnica descomunal, en la última, esa que Ravel compuso en estado de gracia, Sergio, poético, lírico y recatadamente pasional, sólo con su mano izquierda, cantó, acompañó y contrapunteó como si tocara con diez o más dedos. Tras la tremenda ovación, Sergio Tiempo se sentó y, fuera de programa, comenzó a tocar el segundo movimiento del Concierto para piano y orquesta en Sol, también de Ravel, lo que no dejó de llamar la atención. Las suposiciones apuntaban a que haría algún arreglo para piano solo. No hubo tal versión. Como un felino que entró en silencio y subrepticiamente, llegó Diemecke para completar el cuadro. Solista y orquesta ofrecieron una interpretación conmovedora de esa perla raveliana. Sí, la segunda gran ovación cerró la primera parte del concierto. Para el final, Diemecke programó la quinta sinfonía de Bruckner, una de las menos frecuentadas del compositor austríaco. El director, como cada vez que se planta frente a una orquesta, sabe estrictamente lo que
teatro colón
quiere y cómo lograrlo. El asunto es que a sus certezas no lo acompañaron siempre las precisiones que esta partitura de altísimo riesgo requiere por parte de la orquesta. Si bien la corrección, altamente loable, campeó a lo largo de toda la sinfonía, alternaron los muy buenos solos, por parte de los músicos de la orquesta, con algunos acordes no del todo exactos y elaboraciones de alta factura con algunas entradas que hubieran necesitado una mayor pulcritud. De todos modos, y largamente justificada y comprensible ante tamaña demostración, la tercera ovación estalló victoriosa cuando Diemecke, con una especie de golpe de karate, dio por terminada la sinfonía.ß Pablo Kohan
¿Y la derecha? Cuando los pianistas tocan el Concierto para la mano izquierda de Ravel, las miradas se dirigen, involuntariamente, a esa mano derecha ociosa que no participa de la fiesta. Pues bien, Sergio Tiempo la dejó reposando sobre su muslo, la colocó sobre el borde derecho del teclado, la utilizó para calibrar la altura de la banqueta y para arreglarse la cabellera. Lo extraño fue el uso que Diemecke le dio a su mano derecha entre el primero y el segundo movimiento de la sinfonía de Bruckner. Tras el fortísimo último sonido que cierra el primer movimiento, estalló un aplauso que, según los cánones, debe ser reservado para el final de la obra. Desde el podio, sin darse vuelta, Diemecke elevó su mano derecha y extendió dos dedos, indicando que venía el segundo movimiento. Y a viva voz, cuando había vuelto el silencio, con su reconocido histrionismo, agregó: “¡Son cuatro!”.
l signo universal de OrozcoBarrientos se comprende rápidamente cuando se escucha una canción como “Carasucia”, que propone un beat global para una historia sobre el derrotero de varias generaciones de cosecheros mendocinos. Otra vez, lo hicieron. Con el cuerpo de nuevas canciones que conforman su nuevo disco, Tinto, el dúo mendocino se pone a la vanguardia de una canción de raíz con sonido contemporáneo. En esa visión compartida entre la querencia mendocina de tonadas, gatos y cuecas, y el ojo de un productor como Gustavo Santaolalla que les puso identidad global a las canciones de América latina, el disco encuentra su ritmo aldeano y universal. Tinto es la mejor cosecha del dúo (algo difícil de superar después del ramillete de sorprendentes canciones que habían ofrecido en Celador de sueños, de 2004, y Pulpa, de 2008) porque promueve nuevas formas de escuchar la música de raíz y ensanchar sus límites. Los tópicos del dúo no han cambiado –el vino, las fábulas urbanas, la psicodelia del desierto, el amor, el paisaje humano y social, y las canciones para el fogón–, pero en este disco la apuesta es más fuerte. La concepción estética de lo cuyano aparece en el título del disco –Tinto–, que también hace un guiño cómplice a la cofradía rockera que conoce el Álbum blanco, de Los Beatles. No se trata de un juego irónico, sino de un espacio de reinvención del lugar que pueden ocupar las canciones cuyanas en el mundo pop(ular) y en las radios. Sólo hace falta darle un par de “sorbos” a este disco para descubrir el sabor de sus 16 canciones: un sonido que puede sorprender al más escéptico de los tonaderos, altamente sofisticado para cualquier melómano y brutalmente contagioso para los seguidores del rock iniciático de los sesenta. Más tradicionalmente cuyano y salvaje que nunca, el dúo se apoya en un espíritu abierto, experimental y desprejuiciado en lo musical. La inclusión de una frecuencia más rockera y un espíritu sixtie en temas como “Chilenitas”; los aires latinoamericanos del cuatro en “Pelota de trapo” o “Pa’ las catitas”, y la inconfundible marca de identidad en el toque de las guitarras cuyanas en “Tranquilo compadre” o “Tordo viejo”, se complementan con las potentes imágenes y el sarcasmo de Barrientos: “Te mata un chorro, un policía, mata el hambre, mata el sida, las pastillas de mi abuela, o un gobierno o un mal día, y la hume-
Barrientos y Tilín Orozco, dupla creativa dad mamita mía”. El repertorio de canciones propias dialoga en este disco con la memoria popular y anónima. Entonces, aparecen himnos generacionales de Félix Dardo Palorma (el “maestro Yoda” de la música cuyana), junto a recopilaciones de Alberto Rodríguez (compañero de época de Ricardo Rojas y Chazarreta) como “Quien te amaba ya se va” y el motivo anónimo “Tonada del arbolito” que, con su aire de fogón de amanecer, es el final perfecto para el disco. El funcionamiento creativo y simbiótico de la música de Tilín Orozco y la poética de Fernando Barrientos es milagroso y sólo se produce en contadas ocasiones con tanta efectividad y belleza como en grandes duplas del género con Leguizamón-Castilla a la cabeza. Tilín, en guitarra, y Barrientos, en voz, con el acompañamiento de músicos, como Federico Chavero, Ricardo Vaccari, Gabriel Orozco, Raúl Reynoso y Sergio Martínez, ligan esos elementos que componen el ecléctico universo cuyano, que incluye la sátira, el humor, el comentario social, las aguafuertes urbanas, la filosofía del peón de campo, y la resaca y algarabía peñeras. El tratamiento del audio es central en este disco de proyección de la música cuyana al mundo y que podría generar la misma expectativa que despertó el último disco de Café Tacuba. La mano de la dupla Santaolalla y Aníbal Kerpel (con Tilín como ladero) realza la belleza austera de la tonada “Sola
espera”, le aporta claridad beatle al himno “El amor puede salvar”, psicodelia a “Coplita al viento”, o power eléctrico a “Chilenitas”, en la que Barrientos parece poseído por el espíritu náufrago de Moris en “Rebelde”. En los gatos y cuecas, hay mucho rocanrol, en esos riffs finales y en los veloces punteos. La prueba es la versión de “La refranera”, de Palorma, que vuela sobre un groove pesado de guitarras y guitarrones y un toque picado, como si fuera el mismo Pappo el que estuviera disfrutando de una peña entre viñateros. La letra, compuesta en los años cuarenta, lo dice todo: “Que es eso que llaman agua, descolorida y sin gusto. Dicen que es para las guagas y las mujeres con susto. (...) Buen vino hace buena sangre, me dijo una viñadora. Yo tomo pa’ ahogar las penas, mis penas son nadadoras”. El disco, que podría ser fundante para el dúo como lo fue para los Beatles el Álbum blanco, logra un trabajo conceptual muy cerrado alrededor de la revalorización del sonido cuyano, pero llevándolo más allá de los límites geográficos. Grabado entre los estudios Fader de Mendoza y Los Ángeles, Tinto es un producto de exportación, como lo son los vinos de la región. Pero la clave es que todo pasa alrededor de las canciones y los climas que sugieren. Y eso es lo que hace que, al escucharlo, uno se pueda sentir como si estuviera con Orozco-Barrientos, compartiendo una fiesta o una serenata, con un vino de por medio.ß
Tracks Americanismo en CD
Los covers de Gabriel
Pascual de Rogatis puede ser considerado uno de los principales cultores de lo que en música académica se denomina americanismo o indigenismo. En alguna medida, Enrique Casella también transitó este espacio con algunas de sus obras. De hecho, puede encontrarse en la composición de ambos un pentafonismo que el oído occidental relaciona tanto a la música oriental como a nuestra música andina. Los pianistas Estela Telerman y Guillermo Carro y la soprano Silvina Martino hurgaron en los repertorios de ambos compositores y crearon un disco que simplemente llamaron El americanismo musical. El trabajo tiene un doble valor: artístico, por un lado; testimonial, por otro, porque trae al presente piezas que no se escuchan habitualmente o que ni siguieran tuvieron alguna vez un registro fonográfico. En este volumen (¿será el primero de varios?), los músicos se concentraron en obras y canciones para piano. De Pascual de Rogatis eligieron títulos como Fantasía romántica (se trata de la primera grabación que se realiza), el poema para piano El viento y Coyas bajando la montaña. De Enrique Casella también tienen un par de “estrenos”. Registraron dos obras que llegan a un CD por primera vez: la Suite incaica, con su cinco movimientos, y la obra Norteñas, en tres movimientos.
Arcade Fire, Bon Iver y David Bowie son algunos de los grupos y solistas que participaron en el nuevo disco de covers de Peter Gabriel. El cantante inglés publicó en 2010 Scratch My Back, con temas compuestos por varios de estos artistas. Ahora les llegó el turno a ellos para devolver el gesto, con la grabación de un nuevo álbum (se llamará And I’ll Scraths Yours) en el que recrean, cada uno a su manera, la música del ex cantante de Genesis. Hay algunos, como Radiohead y Neil Young, que no participaron, pero ya se consiguieron los reemplazos para la grabación. El disco será lanzado el 23 de septiembre y ésta es la grilla artística y las canciones que se registraron. “I Don’t Remember”, David Byrne; “Come Talk to Me”, Bon Iver; “Blood of Eden”, Regina Spektor; “Not One of Us”, Stephin Merritt; “Shock the Monkey”, Joseph Arthur; “Big Time”, Randy Newman; “Games Without Frontiers”, Arcade Fire; “Mercy Street”, Elbow; “Mother of Violence”, Brian Eno; Don’t Give Up”, Feist; “Solsbury Hill”, Lou Reed, y “Biko”, Paul Simon.
La sincronía de Porcelli El saxofonista Pablo Porcelli acaba de editar su nuevo disco, Sincronía, con el que sigue explorando la mixtura de jazz y tango. La placa tiene temas propios y piezas de Piazzolla, Cobián y Cadícamo, y Mores y Contursi, entre otros.