NO VUELVAS A TOCARME NUNCA

Ella se lo agradeció pero alegó que ya iba siendo hora de volver a casa .... y yo no he nacido para estar a tu merced ni ser controlada por una persona que solo.
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NO VUELVAS A TOCARME NUNCA – No vuelvas a tocarme nunca. Las palabras flotaron por un instante en el aire mientras él continuaba paralizado por lo que acababa de hacer y ella no le dirigía la mirada por no dejar caer un odio tan intenso, a la vez que se frotaba la mejilla colorada. Al principio todo fue maravilloso. Se conocieron, salieron juntos, compartieron muchos momentos, pasearon, viajaron, cantaron, bailaron… Se enamoraron. De repente él empezó a ser más controlador, los celos aumentaron y sus ansias de posesión crecieron a un ritmo vertiginoso. La relación cambió, comenzaron las discusiones, los gritos y las peleas. Él no soportaba que ningún hombre se le acercara y ella tuvo que dejar a sus amigos. La monotonía se implantó sobre ellos, él no quería dejarla sola en ningún momento y no siempre había de lo que hablar, por lo que desembocaban en una nueva disputa. Ya ella no sabía si continuaba con él porque lo quería o simplemente para no desechar tan fantástico pasado e intentar recuperarlo. Pero cada día iba haciéndose más complicado y no sabía si aguantaría mucho más. Los buenos momentos eran los mejores, aquellas palabras y caricias componían todo lo que una mujer desea oír; los malos momentos no podían ser más tormentosos. Y aún no llegaban al medio año juntos. A los 6 meses de relación, él organizó la más bella cena íntima que se podía imaginar. La llevó a uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad y le tapó los ojos dulcemente con un pañuelo de intenso color rojo. Cuando ella pudo mirar, se le presentaba una sala iluminada a la media luz de unas velas en cuyo centro se encontraba una mesa redonda con un ramo de las más variadas flores conocidas, colocadas en una simetría perfecta a lo largo de la superficie del blanquísimo mantel plagado de criaturas fantásticas bordadas a mano. Pero lo que más la emocionó fue el camino formado hacia la mesa, que consistía en el blanco mármol del suelo cercado a ambos lados por cientos de jazmines que a su vez rodeaban la mesa. Él le cogió la mano y ella avanzó hechizada por tal pulcra visión hacia la mesa. Al instante las flores fueron recogidas y sustituidas por deliciosos manjares que sin duda llevaban a la convicción de que la comida es uno de los placeres afrodisíacos. Una vez acabado el postre, dulce helado de vainilla con trocitos de caramelo, almendra y fresa cubierto de crema de chocolate y licor de mora para terminar, salieron de la sala con una última fascinada ojeada por parte de ella hacia los jazmines, su flor favorita. En el exterior corría una suave brisa y él rodeó los hombros de ella con su chaqueta. Ella se lo agradeció pero alegó que ya iba siendo hora de volver a casa pues sus padres no la esperaban tarde, mas él insistió en que lo acompañara al menos a dar un paseo. Llegaron a las puertas del inmenso parque del ala este de la ciudad, el cual era precioso María González Amarillo

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a la luz del día pero por la noche resultaba un tanto tétrico envuelto en una completa oscuridad. Él la empujaba suavemente hacia el interior y ella se dejaba llevar motivada por la conversación. Cuando se dio cuenta de dónde se encontraban, se alarmó y le pidió enseguida que volvieran, sus padres se preocuparían de un momento a otro, pero él comenzó a abrazarla fuertemente sin permitirle apenas movilidad y empezó a colmarla de besos y caricias por todo el cuerpo, sin ningún reparo en sus palabras. Se empezó a sentir realmente asustada cuando él la hizo sentarse en la hierba y advirtió el brillo desaforado de sus ojos, negros como el azabache, y el terror ya la acechó al notar las manos de él buscando la forma de desatarle el vestido. Pidió y suplicó pero él la ignoraba mientras la atosigaba más en su ferviente búsqueda de las puertas de lo desconocido y anhelado desde que la conociera hacía medio año. Cuando ella se veía a expensas de encontrarse medio desnuda en cuestión de segundos trató de liberarse pero la presión del cuerpo del otro no le permitía apenas un respiro. Al tercer intento él la zarandeó violentamente tal como si fuera un muñeco, impaciente por alcanzar su objetivo, y ella no pudo más que pegar el más atemorizado y mayor grito de toda su vida dejándolo de piedra y pudiendo al fin incorporarse y salir corriendo hacia la salida del parque. Corrió y corrió, dejando atrás las llamadas de él y pensando solamente en llegar a su casa sana y salva. Llegó, se alegró de que sus padres ya se hubieran acostado, subió a su cuarto y comenzó a llorar desconsoladamente hasta que no pudo más. Gruesas lágrimas corrían por su rostro desfigurándolo y haciendo correrse tanto la pintura azulada de ojos, acorde con sus iris increíblemente claros, como el carmín de los labios que ahora temblaban sin cesar. Era primavera pero el contacto con el agua fría le hizo estremecerse a causa de varios escalofríos que le recorrieron todo el cuerpo, recordando los recientes momentos pasados. Al volver a la habitación, apreció varias llamadas perdidas en el móvil, todas de él, y lo apagó para acurrucarse en la cama, en posición fetal como a ella le gustaba cuando se sentía mal, y tratar de conciliar un sueño cuya llegada se hizo eterna, pero finalmente lo hizo. Al día siguiente se levantó, aún sobrecogida pensando en la noche anterior, pero decidida a olvidarlo. Tomó un buen desayuno y determinó que no vendría mal un paseo de media mañana bajo aquel espléndido sol primaveral. Recorriendo todavía su propia calle, él se le apareció a través de las puertas de la heladería a la que solían ir los domingos. Alarmada, pretendió girarse y volver a toda prisa pero él la alcanzó y no cesó de pedirle disculpas rogándole una y otra vez que le perdonara por su imprudencia y brutalidad, que no volvería a suceder y que no podía vivir sin ella. Entonces, tras una larga e incómoda pausa en silencio, accedió a concederle el perdón y en unas horas la situación volvió a ser como antes o casi… Pues lo pasado era irreversible. Pasaron los días y ella no quería volver a estar tan controlada. Así se lo dijo y él respondió que de acuerdo, pero en su interior los deseos bullían como el agua hirviendo. María González Amarillo

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Se propuso no atormentarse, el momento llegaría a su debido tiempo, no debía volver a forzarla o la podría perder… Pero ella había vuelto a reencontrarse con sus amistades y comenzaron una vez más las discusiones, seguidas de peleas. Un día, cercano a los 8 meses, él ya no era capaz de soportar más sus celos y surgió tal disputa en la pareja que ella le pidió un tiempo para pensar si realmente valía la pena continuar aquella relación. Tal posibilidad lo dejó helado y, considerando que no se merecía aquello, trató de mantenerse calmado, pero después de pasadas tres semanas sin verla la llamó y ella aceptó su proposición: quedaron para ver una película en casa de él por la tarde y allí fue. Lo que no sabía era que la casa estaba sola pero se tranquilizó al ver la franca sonrisa de él y el vídeo preparado. A mitad de la película él empezó a darle besos y ella le correspondió fríamente porque aún se sentía insegura, pero al momento él se confió y fue desatando poco a poco la furia que había contenido en esas tres semanas sin verla. Ella se levantó de un salto y le preguntó que qué estaba haciendo y le recordó que le había pedido un tiempo. – ¿Qué estoy haciendo, eso es lo único que tienes que decirme? ¿Por qué me haces sufrir así? ¿Cuánto he de esperar para que todo vuelva a ser como antes? – le gritó él mientras se acercaba a ella, la cual quedaba rezagadamente apoyada en la pared. – ¡Déjame en paz! – respondió ella – Esto no puede seguir así, no puedes decirme ahora cuánto sufres porque me has demostrado que lo único que te preocupa es echar un buen polvo y tus artimañas no van a funcionar conmigo pues yo no voy a hacer ahora nada que no quiera, así que haz el favor de no acercarte más a mí. – Vamos, tranquila. – susurraba él mientras se aproximaba cada vez más – No nos pongamos nerviosos, solo es una mala racha, como cualquier otra y… – ¡He dicho que no te acerques! ¡Aléjate de mí, pervertido! – ¡No me llames pervertido sin razón! – exclamó, agarrándola por los brazos. – ¡¡Suéltame, quiero irme de aquí, suéltame, degenerado!! La cara de él se tornó súbitamente en una macabra expresión. – ¡¡¡A mí nadie me llama degenerado así como así!!! – vociferó a la vez que le asestaba una brutal bofetada de puño cerrado en la mejilla derecha que la tiró al suelo del impacto. Aquel instante quedó congelado para ambos y aquí está el inicio del fin. Ella se incorporó torpemente y él, totalmente apabullado, fue a acercarse pero el brazo extendido de ella con total determinación le hizo detenerse… – No vuelvas a tocarme jamás en la vida. – volvió a afirmar. María González Amarillo

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Volvieron las súplicas desesperadas de él a recaer sobre ella pero ya no habría oportunidad que valiera. Con la mirada perdida, ella se limitó a pedirle que le escuchara con atención: – No solo me has faltado al respeto sino que has agredido mi integridad personal. Me alejaste de mis amigos, cortaste relaciones amistosas que acarreaban años de confianza y yo te seguí como una imbécil. Tus celos me han atormentado a lo largo de estos meses como nada lo ha hecho en el mundo, intentaste quitarme mi virginidad a la fuerza y ahora me has golpeado… ¿Y pretendes que te perdone y todo vuelva a ser como antes? ¿He de perdonarte por este tortazo con la esperanza de que no se volverá a repetir? Disculpa pero… No, de disculpas nada, atiende a lo que te digo porque será lo último que escuches. Si has sido capaz de hacerlo ya, perfectamente lo eres de volverlo a hacer y yo no he nacido para estar a tu merced ni ser controlada por una persona que solo piensa en si misma. Mi destino no es complacerte en tus deseos por mucho que digas que me quieres y no estoy dispuesta a soportar que me traten como a un ser inferior al que se le puede asestar un guantazo cada vez que le venga en gana al vicioso de turno, así que atente a las consecuencias y tenlas muy en cuenta para no cometer el mismo error con otra chica, porque yo para ti ya no existo, y no pretendas impedírmelo porque entonces me haré cargo de que acabes el resto de tu larga vida entre las paredes de la más lúgubre cárcel que no haya tenido el valor de aparecer en tus peores pesadillas. Tras este discurso, ella salió de la casa dejándolo patidifuso para comenzar, aunque fuera con un revés en la cara, una vida nueva en la que ella eligiera con quién estar, cuánto tiempo estar y sobre todo, una vida en la que dirigiera con energía sus criterios imponiendo el respeto que se merecía como ser humano y mujer que era.

María González Amarillo

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