No descorazonar al adolescente

3 nov. 2010 - La herencia “maldita” de Kirchner ser “grande” y .... Kirchner fue también, al mismo tiem- .... prensa de la ministra Alicia Kirchner, puso.
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OPINION

Miércoles 3 de noviembre de 2010

Otra verdad detrás del llanto HECTOR M. GUYOT

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LA NACION

ATINOS al fin, los argentinos idolatramos el sentimiento. Lo veneramos como si fuera la manifestación más pura de nuestra humanidad. Quizá porque, en última instancia, no se puede fingir ni adulterar, como a veces hacemos con las razones y los discursos que fragua la mente. Ante los sentimientos propios, lo mejor es rendirse y no luchar contra ellos. Y los sentimientos ajenos, intransferibles por naturaleza, no se discuten. Lo que no debemos olvidar, sin embargo, es que hay sentimientos que nos atan. La semana pasada, la televisión y el resto de los medios reflejaron la respuesta emocional de muchos de aquellos que se acercaron a la Casa Rosada para despedir a Néstor Kirchner. Se reprodujeron imágenes de hombres y mujeres derramando lágrimas y ofrendando, al líder caído, un lamento que se prolongó durante dos días sin importar la falta de sueño, el frío y la lluvia. La manifestación del dolor conmueve. Y la prensa se conmovió. Durante esos días de duelo primó el registro de ese dolor. Sin embargo, además de un drama humano insoslayable, el largo adiós a Kirchner fue también, al mismo tiempo, un acontecimiento de dimensión política. Y así se vivió. Esto no es raro, si recordamos cómo las pulsiones humanas básicas y la política se confundían y se entremezclaban casi de forma inescindible en el ejercicio que el ex presidente hacía del poder. Más que un político de raza que se consagró a sus convicciones hasta la inmolación, como se escuchó, Kirchner parece un hombre que fue víctima de su propio afán por controlarlo todo, por manejar cada uno de los resortes del país, movido por una megalomanía que le jugó una mala pasada y le hizo olvidar su frágil condición humana. Incapaz de dialogar, de acordar, mucho menos de ceder, necesitaba concentrar poder y sen-

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RIESGOS Y DESAFIOS DE LOS RITOS DE PASAJE A LA MADUREZ

No descorazonar al adolescente Continuación de la Pág. 1, Col. 2 ser “grande” y “pertenecer”. Lo hacen para ponerse a prueba y conocer los alcances de su coraje y su capacidad para estar lejos de la protección parental, así como en otras culturas salen a cazar leones, van a la guerra o soportan circuncisiones y ritos a veces dolorosos que marcan que el que antes era un niño o una niña, ahora pasa al terreno de los adultos. En nuestra cultura, pobre en rituales por aquello de que lo simbólico no sirve y forma parte de una mirada mágica o delirante de nuestros antepasados, el ritual de pasaje para una parte de los adolescentes es, precisamente, el “aguante” demostrado en ciertas vivencias nocturnas en las que asumen riesgos y, con diferente resultado, descubren recursos para enfrentarlos. Al tanto de eso, y también de las fragilidades propias de este período de la vida, el mercado de la noche hace lo suyo y genera condiciones que favorecen el consumo de todo lo que sea consumible. Se induce así, hábilmente, a la asunción de pautas artificiales de cultura nocturna (música fuerte, generadora de una ansiedad que promueve el consumo, por ejemplo), que terminan siendo difíciles de contrarrestar. Gran parte de los chicos y chicas creen haber sido ellos mismos los creadores de esas pautas, y no se sienten meros ejecutores de pautas diseñadas por otros para explotarlos. Sin embargo, vale señalar que esos mismos chicos que salen a la noche con mayor o menor grado de “descontrol” pueden haber sido parte, por ejemplo, de los más de mil adolescentes que fueron a barrios alejados de sus hogares para construir casas para personas que no tienen un hábitat mínimamente digno. Esta aventura solidaria, una entre tantísimas otras, impulsada por la ONG Un Techo para mi País, hizo que durante un fin de semana largo esos chicos y chicas trabajaran en

centenares de casas, empuñaran un martillo quizá por primera vez en su vida y tomaran mate con personas con las que, en otras circunstancias (dado que este movimiento en general es llevado adelante por jóvenes de clase media), no hubieran establecido ningún contacto. Esa es otra de las formas de ponerse a prueba que usan los adolescentes, una entre tantísimas. En este caso, ellos se reconocen en acciones que no concitan la mirada mediática tanto como un coma alcohólico o la toma de un colegio. El peor riesgo que corren los adolescentes no es el alcohol, las drogas, la promiscuidad sexual, el embarazo temprano o la inseguridad, sino el descorazonamiento. Se trata de un riesgo, no de una realidad generalizada, porque, si hay algo que cuesta, es descorazonar a un adolescente. Aunque a veces, lamentablemente, el fenómeno se produce, para tristeza de todos. Uno de los elementos que más riesgo conlleva de descorazonar a los jóvenes es el rostro angustiado de sus padres a la hora de dar cuenta de su propia vida. De hecho, si se hiciera una radiografía psicológica de los chicos y chicas que “descontrolan”

en las noches bolicheras y sus adyacencias se vería que el discurso subyacente es el siguiente: “Vivamos ahora todo lo que sea divertido, que al crecer te transformás en eso que son los padres, que están siempre quejándose de su destino y atormentados por su propia vida, sin posibilidad de vivirla en plenitud”. Quieren vivirlo todo ya no porque sean suicidas o tontos, sino porque temen crecer y, al hacerse grandes, perder toda alegría y toda intensidad, tal como creen muchos que les pasó a sus padres. Es por esta causa que siempre que se habla de adolescencia se termina hablando de los padres. Y es también por esta misma causa que a la hora de hablar de los padres convenga hacer referencia a cómo hacer para que ellos, los padres, tengan una buena calidad de vida y no se transformen en meros heraldos de los infortunios que pueden ocurrir, quejosos a repetición, y nunca gozadores de la vida y sus circunstancias por aquello de “cómo querés que disfrute de la vida si...”. Se sabe que para justificar amarguras nunca, pero nunca, faltarán argumentos, los mismos que usarán algunos jóvenes para dedicarse, con angustia subyacente, a vivir la vida “a full”, pero no para saborearla sino para engullirla rápido y para quemar las fichas que –así lo creen– se les vencerán al crecer y ya no tendrán valor. Nunca está de más proponer a los padres de los adolescentes que vivan su vida con la mayor plenitud e integridad posible, más allá de los problemas que existan, para de esa forma ser un horizonte deseable para sus hijos (y también porque sí nomás, ya que la vida bien vale ser vivida con gusto o, al menos, con integridad, que eso no atenta contra una buena paternidad). Otro fenómeno llamativo es el de las estadísticas que se trazan en relación con

los adolescentes. Cada vez que alguna consultora se dedica a los adolescentes es para abundar en problemas como los señalados más arriba (consumo de drogas y alcohol, embarazos tempranos, etcétera). Nunca se hacen mediciones sobre cuántos adolescentes están enamorados, cuántos ayudan a sus padres trabajando, cuántos son leales con sus amigos, cuántos estudian, trabajan y, además, se ríen de pavadas, como corresponde, generando las endorfinas del caso... De allí que sea aconsejable que, cuando se lean esas siempre realistas e irrefutables estadísticas acerca de los jóvenes de hoy, se mire al hijo a los ojos, sin olvidar su nombre y la historia que se comparte con él. Es que, susto mediante, hay padres que dejan de ver al hijo con su nombre y apellido y pasan a verlo como parte de ese porcentual terrorífico que habla de drogas, alcohol y nunca jamás de amor o de alegría, elementos también propios de los adolescentes y, sin duda, presente hoy tanto como lo estuvo durante toda la historia humana. La adolescencia tiene problemas, pero también tiene recursos. A cada problema que aflora, cabe la oportunidad de encontrar un recurso para superarlo, a veces con ayuda directa de los adultos, otras desde los propios jóvenes. Cuando sólo se mira fijo aquello que amenaza, lo que aparece es el miedo crónico, y se deja de percibir con qué se cuenta para sortear esa amenaza. Esos recursos, entre los que la confianza está en lugar principal, no son garantía absoluta, pero, sin duda, no son poca cosa a la hora de ir atravesando nuevos territorios, tal como hacen los chicos y chicas que crecen entre nosotros, mirando en nuestro rostro adulto el reflejo de un mundo del que, aunque teman, serán parte dentro de poco tiempo. © LA NACION El autor es psicólogo, especialista en vínculos familiares. Su último libro es Criar sin miedo.

Los llantos por Kirchner expresan también un país más cerca de los paternalismos que de la democracia republicana tirse por encima de sus semejantes y gobernados, tal como el señor feudal tenía en su puño, caprichoso casi siempre, magnánimo a veces, la vida de sus súbditos. Y en ese trance olvidó sus límites. Puede resultar conmovedor ver que se llora a un ex presidente como se llora a un padre. Pero las lágrimas que se derramaron en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos –muchos de cuyos dueños posiblemente tenían cosas concretas que agradecer a la gestión de quien había muerto– expresaban, al mismo tiempo y en un nivel simbólico, ese país que a pesar de haber cumplido dos siglos parece más cerca de los paternalismos de raíz caudillista que de una democracia republicana asentada en sus instituciones. Esto no es culpa de Kirchner. En todo caso, Kirchner fue la más reciente expresión de ese país de rémoras feudales que nos comprende a gobernantes y gobernados por igual, y que muchas veces, por ceguera o conveniencia, nos negamos a ver. Y que celebramos secretamente, incluso, a juzgar por la forma en que muchos de los rasgos del ex presidente que tanto se le criticaron en vida (la astucia, la temeridad, el desprecio por el diálogo y las instituciones) se transformaron, tocados por el poder redentor de la muerte, en lisas y llanas virtudes. Durante los rituales del velatorio hubo además espacio para gestos políticos más concretos. No es casual el modo en que el oficialismo destrató a varios de los dirigentes de la oposición que se acercaron a la Casa Rosada para expresar sus condolencias y fueron ordenados a dar media vuelta. Esa actitud contrastó con el abrazo en que la Presidenta se confundió con el popular Marcelo Tinelli. Tampoco son casuales las críticas a Elisa Carrió por no haber participado del homenaje. Carrió, que no suele perder la lucidez, decidió guardar un respetuoso silencio aun antes de conocer la humillación a la que fueron sometidos otros opositores. La humillación, hay que recordarlo, es uno de los recursos de los que se ha valido el kirchnerismo para hacer sentir a los otros su rigor. Así como la forma es indivisible del fondo, también lo son la política y el factor humano. Esa evidencia se confirma una vez más en la trayectoria del ex presidente Kirchner. Pero se refleja también en las distintas reacciones que despertó en el país la partida de un hombre que se llevó con él una desmedida cuota de poder a un precio demasiado alto. © LA NACION

La herencia “maldita” de Kirchner LUIS MAJUL

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DUARDO Duhalde, uno de los adversarios que más detestaba Néstor Kirchner, solía repetir la anécdota del productor agropecuario que un día lo encaró para decirle: “Usted puso al loco. Ahora tiene que sacarlo”. Días antes de su muerte –aunque ahora parecen años– el propio Duhalde había considerado a Kirchner un adicto al dinero y también al poder. Pero ahora que Néstor ya no está, no sólo el peronismo sino buena parte de la sociedad se preguntan si después de la muerte de ese presunto “loco” se acabará “la locura”, de la noche a la mañana. O si, por el contrario, la semilla del odio y del resentimiento no crecerá con más fuerza que nunca. Y también se preguntan si el legado incluirá, entre otras cosas, su particular modo de ejercer el poder. El esperado primer discurso de la Presidenta no ofreció pistas al respecto. Fue conmovedor, personal y sirvió para prolongar las características épicas y de supuesto sacrificio que envolvió la sorpresiva desaparición física de su marido. La referencia a esas decenas de miles de jóvenes que pasaron ante el féretro –algunos más de una vez– bajo la consigna “Por siempre Néstor. Fuerza Cristina” no puede tomarse más que como una señal de sincero agradecimiento por parte de una mujer que perdió a su compañero y que se sintió así contenida y arropada por la multitud. Las primeras declaraciones de Máximo Kirchner, publicadas por el periodista Horacio Verbitsky, al afirmar que a su padre lo mataron los mismos que dispararon contra el militante del Partido Obrero (PO), Mariano Ferreyra, y que deberían ir todos presos, apunta en la misma dirección: presentar la muerte de Kirchner como una suerte de inmolación

PARA LA NACION

histórica a favor de la justicia y contra los poderosos y las mafias. Sin embargo, cuando a las frases grandilocuentes se las confronta con los sencillos datos de la realidad aparecen enseguida las miserias de la vida política cotidiana. El propio asesinato de Ferreyra sirve de ejemplo reciente. Porque días antes del infarto que acabó con su vida, el propio Kirchner y dirigentes de su confianza habían convalidado la versión trucha que presentó al ex presidente Duhalde como supuesto ideólogo del ataque al militante del PO. La versión, vale la pena recordarlo, se basó en una información falsa emitida por uno de sus soldados twitteros que no tienen nada que ver con la juventud maravillosa que durante los años 70 se jugaba la vida por sus ideales y contra una dictadura armada. Muchos de estos soldados de Facebook disparan su odio porque están convencidos y punto. Pero otros lo hacen porque reciben dinero, puestos de trabajo o reconocimiento tardío. ¿Qué pasará ahora con los ultrakirchneristas que percibían los beneficios de su compromiso militante? ¿Qué pasará, por ejemplo, con los periodistas y la enorme cantidad de medios oficiales y paraoficiales que hasta ahora eran solventados con la expresa autorización de Kirchner? ¿La Presidenta firmará, a libro cerrado, todos los compromisos, acuerdos y contratos no escritos que Kirchner mantenía con empresarios, sindicalistas, dueños de medios, gobernadores e intendentes? Anteayer por la noche, después del discurso de la Presidenta, el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Grey, cometió un acto de sinceridad brutal. Grey, quien durante el gobierno de Kirchner fue asesor de prensa de la ministra Alicia Kirchner, puso negro sobre blanco la preocupación de los

intendentes del conurbano. “Yo hablaba con Néstor por lo menos tres veces por semana. El llamaba para saber si llegaban los fondos y para estar al tanto del ritmo de las obras públicas. Ahora tendremos que apoyar a la Presidenta, pero sin este hombre fundamental”, se lamentó, sin darse cuenta de que estaba revelando la increíble concentración de poder que ostentó Kirchner hasta su fallecimiento. Grey es uno de los cientos de dirigentes de primera, segunda y tercera línea que utilizaron los micrófonos de la radio y la televisión para hacer declaraciones a favor de la memoria de Kirchner y el compromiso con Cristina Fernández. Pero semejante dispersión de voces tampoco hubiera sucedido con Kirchner en el poder, porque el ex presidente no habría permitido que quedara tan expuesta la patética carrera por acomodarse a esta nueva situación. ¿Quién llamará ahora a los ministros para decirles que no vayan a tal o cual programa? ¿Qué tipo de información recibirá la Presidenta de la Secretaría de Inteligencia? ¿Será la misma con la que se nutría Kirchner para anticiparse a la próxima traición? La temprana reacción de Hugo Moyano es otro de los datos que pueden servir para comprender quiénes serán, a partir de ahora, los beneficiados y los perjudicados de esta herencia “maldita”. Los acuerdos económicos del jefe de la CGT no eran ni con el ministro de Trabajo ni con el de Salud ni con el jefe de Gabinete ni con el ministro de Planificación. Moyano los hacía, de palabra, directamente con Kirchner. Había, y hay, cientos de millones de pesos en juego. La ex ministra de Salud Graciela Ocaña puso en evidencia esos asuntos frente a Cristina Fernández, antes de su

renuncia. Ocaña tomó nota, entonces, de un dato fundamental: la Presidenta no estaba al tanto de los detalles de tan compleja negociación; sin embargo, la terminó avalando con su silencio y con su desconocimiento. ¿Qué hará ahora la jefa del Estado? ¿Elegirá saber y decidir, de acuerdo con sus principios y convicciones? ¿O dejará que hombres más curtidos en la política real, como Carlos Zannini y Julio De Vido, hagan el trabajo insalubre que antes hacía su compañero? Al responder la pregunta de un periodista, el analista de Poliarquía Alejandro Catterberg interpretó que una de las consecuencias de la muerte de Kirchner bien podría ser la desaparición de la “locura” y la tensión que irradiaba el ex presidente con sus dichos y sus acciones en el resto de la sociedad. Agregó que, en los últimos sondeos, él tenía más rechazo que ella, porque era percibido como el principal factor de la discordia. Ahora los resultados de las encuestas dicen que el apoyo a la Presidenta crecerá, y que incluso le alcanzará para ser candidata a su propia reelección. Lo que todavía no dicen es que ella es más radical e ideológica que Kirchner y que, desde que empezó a gobernar, contribuyó a plantear las diferencias políticas como un asunto personal, de vida o muerte. Desde su pelea con Clarín hasta la elección del lugar del velatorio y de quienes podían acercarse a ella para ofrecer las condolencias. Ojalá que el dolor personal haya servido para aplacar el rencor y el resentimiento. Ojalá que la muerte de Kirchner haya contribuido a bajar el nivel de locura y de odio. Todavía no hay datos que lo sugieran. Sólo las últimas imágenes de un duelo que acaba de terminar. © LA NACION