nadie escucha mi susurro entre el tumulto

NADIE ESCUCHA MI SUSURRO ENTRE EL TUMULTO. Los días pasaban lentamente y mi vida permanecía inmersa en la misma monotonía de siempre. Yo vivía en una ciudad cosmopolita y la gente de mi alrededor se movía a toda prisa siguiendo una rutina. Y es que mientras reflexionaba llegué a la conclusión de que ...
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NADIE ESCUCHA MI SUSURRO ENTRE EL TUMULTO Los días pasaban lentamente y mi vida permanecía inmersa en la misma monotonía de siempre. Yo vivía en una ciudad cosmopolita y la gente de mi alrededor se movía a toda prisa siguiendo una rutina. Y es que mientras reflexionaba llegué a la conclusión de que existen varios tipos de personas en esta sociedad: las que viven sus propias vidas, y las que permiten que dirijan la suya, las que intentan planificártela porque esperan algo de ti; mientras tú callas y actúas conforme ellos quieren porque tienes miedo a decepcionarles. Mis padres eran el máximo exponente de este segundo grupo. Y justo cuando llegué a esta conclusión, me sentí pequeña, nadie me escuchaba: parecía invisible. Me sentía atrapada en una espiral del silencio. He vivido durante muchos años siguiendo los planes que mis padres habían diseñado para mí, y solo para no desilusionarles: a los diez años me apuntaron al club de hípica al igual que el resto de niños adinerados de mi círculo social, a pesar de que yo tenía fobia a los caballos; a los doce quería celebrar un cumpleaños íntimo con mis amigos de verdad, pero en lugar de eso me vi rodeada de desconocidos, entre los que se encontraban los hijos de los socios de mis padres. Cuando llegué a la facultad me sentía desatendida y frustrada ante la sensación de que nadie me escuchaba cuando estaba entre personas con las que mantenía conversaciones sobre asuntos superficiales. Me resultaba inevitable sentir un inmenso vacío en mi interior, sobre todo cuando llegaba el final del día y no tenía a nadie con quien compartir mis vivencias, inquietudes e ilusiones; es por eso por lo que me sentía constantemente sola a pesar de tener a mucha gente a mi alrededor. ¿Qué podía hacer? Tenía dos opciones: seguir los planes de mis padres y convertirme en una abogada prestigiosa, alcanzando un estatus semejante al de ellos; o acabar con todo aquello de una vez por todas, derribando los obstáculos que se me pusieran por delante. Y esto último fue lo que elegí hacer; decidí gritar delante de ese tumulto que me mantenía invisible y que enmudecía mi susurro; empecé a luchar por lo que quería. Y en esas seguimos… Tomar aquella decisión no fue fácil, pero lo conseguí al comprender que en todos esos momentos de soledad realmente no estaba sola: Dios me acompañaba y me escuchaba; eso era lo importante. Es nuestro Padre y si cerramos los ojos siempre tiene algo que decirnos; nos escucha a diferencia del resto. Es algo que ya decía Benedicto XVI en el siguiente pasaje: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando no puedo hablar con nadie, puedo hablar con él. Se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana. Él puede ayudarme; el que reza nunca está totalmente solo”.