Mareas del Tiempo Segundo libro de la Trilogía del Tiempo
Soley Aragonés Rieke
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Capítulo I: Llamas Los Campos, año 2131 El naranja del atardecer se confundía con las llamas que se extendían peligrosamente por los Campos. Los gritos de los trabajadores incrementaban el pánico entre ellos. Los Campos eran el lugar de trabajo y vivienda de los trabajadores mientras que en los Sectores, alejados de estos Campos, residían los acomodados encargados de lidiar con la nueva tecnología. De ahí el enorme esfuerzo que hacían los trabajadores para acabar con la amenaza del fuego. La gente corría de un lado a otro sin saber qué hacer. Intentaban apagar las llamas con el agua del pozo sin mucho éxito. Algunos Campos se salvarían gracias a la separación prevista anteriormente para evitar que un posible incendio se extendiera por toda la linde. La ayuda para apagar el fuego por parte de los acomodados era escasa o casi nula pues parecían ocupados en otros asuntos: Buscar algo o a alguien. ―¡Corre mi niña, huye! ―Laiana escuchó la voz desesperada de su madre dentro de la casa de campo, que ardía hasta los cimientos. ―¡No! ¡Mamá, papá…! ―se le desgarraba el alma viendo como las llamas consumían su hogar y a sus padres atrapados dentro.
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―Corre, ya la has oído ―Una anciana empujó a Laiana para que reaccionara―. El fuego fue provocado por un acomodado. Te buscan. Corre y no mires atrás. Laiana sabía que hacer pero le costaba asumir lo que estaba sucediendo en ese momento. Sus piernas temblaban y no querían obedecer a la orden de correr. Se negaba a abandonar a sus padres. La anciana la empujó de nuevo y Laiana se puso por fin en marcha. El recuerdo anterior de felicidad se desvaneció con el humo. Seguía escuchando los gritos de su madre que le decía que se salvara. Entonces Laiana corrió todo lo que pudo, esquivando multitud de trabajadores que se abrían paso mientras la miraban con preocupación. La ayudaron cuando llegó al límite de los Campos, ya cerca del Sector 0. Intentaron distraer a la Guardia Fantasma para que la joven pasara sin ser detectada. Sabía que no debía parar pero tuvo que detenerse en un callejón al ver que la Guardia Fantasma pasaba cerca. Aprovechó para tomar aire y agarró con fuerza el colgante que su madre le había dado. Sabía que lo buscaban y sabía que debía protegerlo. ―“No debe caer en malas manos” ―le había dicho su madre cuando se lo dio―. “Contiene demasiado poder.” También le había contado que la Guardia Fantasma no era de fiar y por supuesto ningún acomodado. 2
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Laiana tenía mucho miedo. De pronto se encontraba sola y sin padres. Todo su cuerpo temblaba y volvió a sentirse como una niña pequeña y temerosa, aún a pesar de que recientemente había cumplido los veinte años. Las lágrimas no paraban de resbalar por sus sonrojadas mejillas debido al esfuerzo. Perder a sus padres había sido demasiado para ella. Le insistieron que corriera y vivera, pero sin ellos no sabía qué hacer ni cómo continuar. Había vivido toda su vida en los Campos como trabajadora, encargados de cultivar la tierra y trabajar sin cesar para los acomodados. Aunque ella en realidad era de origen acomodado por parte de su madre que al casarse con un trabajador abandonó su anterior vida de acomodada. Pero el abuelo de Laiana le había dejado los campos que ahora estaban en llamas. Un futuro calcinado que ya no valía para nada. Tampoco podía contar con su abuelo, pues éste había muerto meses atrás. Quizás él las había estado protegiendo todo ese tiempo y tras fallecer, los acomodados decidieron tomar algo muy valioso: El reloj del Tiempo. Laiana tenía el reloj del Tiempo, un reloj de bolsillo decorado con piedras preciosas y un dragón que lo rodeaba, escondido en un colgante redondo ornamentado con hojas, muy simple a la vista para que no llamara la atención. Cuando ella se encontraba nerviosa o tenía miedo, lo apretaba entre sus manos como hacía en esos momentos.
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Pasaron a toda prisa más guardias y ella pensó que el nombre referido a “fantasma” hacía alusión a su rapidez y a aquellas armaduras ligeras y negras que se camuflaban en la noche. Se dio cuenta de que había oscurecido aunque en la ciudad de los acomodados no era igual la noche que en los Campos. La ciudad se dividía en Sectores que abarcaban algunas plazas frías y sin árboles, algunos edificios muy grandes que debían ser importantes y el resto de edificios o mansiones eran las casas de los acomodados. Todo ello estaba iluminado por lámparas que colgaban con elegancia y desprendían una luz blanquecina. Laiana intentaba esconderse únicamente existentes en los callejones.
entre
las
sombras
Avanzaba con mucho cuidado para no ser descubierta. Pero no podía evitar pensar en lo que pasaría después. ¿A dónde debía dirigirse? ¿Quién podría ayudarla? Sus padres siempre le repetían que no confiara en ningún acomodado. A Laiana no le quedaba más remedio que avanzar y dejarse llevar por las calles. Muy pronto llegaría al final del Sector 0 que comunicaba a un lado con el Sector 1 y al otro lado con un extraño paisaje que Laiana en un principio no reconoció.
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Iba a tomar el camino desconocido, pues allí había más oscuridad, pero algo la hizo detenerse. De pronto se oyeron unos truenos y todo el paisaje se inundó de luz. Había mucho ruido y confusión allí. Quizás podría aprovechar esa ventaja. Además no le quedaba otra, pues pronto el Sector 1 se llenaría de guardias. Laiana debía apresurarse y pensar deprisa. Recordó lo que su madre le decía sobre las señales: “Si ves una señal no lo dejes pasar.” Salió del Sector 0 y en cuanto sus desnudos pies pisaron pequeños granos de arena lo supo. Quiso detenerse y tomar la fina arena entre sus manos. Había leído libros que su madre le regalaba. Decía que había mucho mundo por descubrir y que los trabajadores no podían verlo con sus propios ojos pues les estaba prohibido salir de los límites de los Campos. Las ilustraciones de sus libros describían tal y como era ese lugar: Una playa. Se encontraba desierta salvo por algo que sobresalía del mar. Laiana no podía distinguirlo bien en aquella oscuridad. Cuando se acercó a la orilla le llegó una suave brisa procedente del mar. Un olor nuevo y cargado de sentimientos. Se detuvo un instante, embriagada por el olor a sal. Nuevas
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emociones ardían en su interior sintiéndose muy triste pero más viva que nunca. Laiana se quedó paralizada cuando de pronto algo salió disparado de la orilla y se estampó contra un edificio del sector 0. Aquél cañonazo procedía de… ¡Se trataba de un barco! Era tal y como se ilustraba en sus libros. El barco trataba de bombardear el Sector 0. Era un acontecimiento extraño, pues nunca había oído hablar de ello. Que un barco atacara la ciudad no era usual. Los acomodados también estaban confusos. Ni siquiera sabían de dónde provenía el bombardeo. El barco se mecía suavemente cerca de la orilla. Dejó de bombardear y muy pronto desembarcaron hombres. Laiana se tumbó sobre la arena, boca abajo, para que no la descubrieran. ―Id a explorar. No tardéis ―ordenó alguien. Uno de ellos enarboló su espada y alardeó de sus habilidades. ―Hoy voy a matar a unos cuantos ―se echó a reír y otros también. Laiana tenía el corazón en un puño al escuchar esas palabras. Del Sector 0 llegaron muchos guardias que habían descubierto de dónde provenían los bombardeos.
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Se dirigían a la playa y la joven no podía dejar de pensar en las palabras de sus padres: “No confíes en ellos…” Y los acomodados los habían matado. También recordó una frase que leyó en un libro: “El enemigo de mi enemigo es mi amigo.” En ese momento Laiana lo vio claro. Aprovecharía que los hombres del barco estaban luchando contra los guardias para correr hacia el barco y esconderse allí. Una verdadera batalla se estaba entablando en aquella playa y por ende, Laiana pasó desapercibida en cuanto corrió a espaldas de los combatientes en dirección al barco. Sus pies se hundieron en la blanda arena y sintió un frío punzante en la piel conforme avanzaba mar adentro. Las olas salpicaron su pálido rostro mientras ella trataba de nadar hacia el barco. Su vestido quedó empapado al igual que sus largos cabellos. Afortunadamente, Laiana era buena trepadora de árboles desde pequeña y por ello no le resultó difícil escalar por la cuerda del barco. Una vez en cubierta recordó una historia de navegantes y se apresuró a bajar a la bodega. Un hombre chocó contra ella pero no le prestó atención ni siquiera cuando la joven agachó la cabeza para intentar ocultar su identidad. Estaba demasiado ocupado con el alboroto en la playa, decidido a ayudar a sus camaradas. 7
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Suspiró aliviada y continuó con su plan, llegando finalmente a la bodega y escondiéndose tras un barril. Allí se acurrucó, esperando que todo aquello pasara para luego tirarse desde la cubierta al mar y nadar hacia la orilla pensando luego hacia dónde ir. Temblaba de frío y miedo. La incertidumbre la abrumaba más que nunca. De pronto se oyeron unas voces en cubierta y el barco comenzó moverse. ―¡Apresuraos! Nos largamos de aquí. A Laiana le dio un vuelco el corazón. ¿Y ahora qué?
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