Los libros que me han cambiado la vida - ROLDE · Revista de Cultura ...

La vanguardia, Octavio Gómez Milian y Félix Romeo en Heraldo. También me parecen un alimento .... Los textos de Ismael Grasa me han enseñado otra forma ...
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LOS LIBROS QUE ME HAN CAMBIADO LA VIDA Daniel Gascón Escritor

dvertencia: Desde que tengo memoria, he estado rodeado de libros y de escritores. Y, casi desde que tengo memoria, he querido escribir. Por lo tanto, para mí no hay una separación clara entre la literatura y la vida: la literatura me ayuda a entender la vida y a encontrar más cosas en la vida, y creo que la vida es la materia esencial con la que se construye la literatura. No voy a hablar de un libro que me haya cambiado la vida, porque no sabría elegirlo y porque a veces un libro te cambia la vida sin saberlo (e incluso sin leerlo). Más bien voy a hablar de libros que he leído y me han hecho pensar de otra forma, de escritores que me han ayudado a descubrir cosas, de personas que me han llevado a esos libros y a esos escritores. Biblioteca: Me gusta una frase de Borges: «La biblioteca de mi padre es el acontecimiento capital de mi vida». Podría suscribir esa frase. En nuestra casa de la calle Bretón mi padre tenía su biblioteca en el dormitorio. Luego fue creciendo y se extendió al pasillo. Recuerdo cuando íbamos a la librería Muriel y mi padre me compraba libros de historia para niños, sobre la Edad Media, los pieles rojas, los romanos, los celtas, los vikingos, los sajones, la civilización china, la colección Dioses, héroes y mitos. Son los primeros libros que leí solo, muchas veces. Luego, leí en sus ediciones libros de Scott Fitzgerald, de Faulkner, García Márquez, Juan Rulfo, Borges, Chéjov, Calvino. A veces me los recomendaba, otras veces los cogía yo solo. Todavía lo hago cuando voy los fines de semana a su casa de Garrapinillos. Si son libros antiguos, puedo encontrar algún cartón de bingo, con un poema en gallego escrito por detrás. Mi padre y yo escribimos de forma muy distinta, pero he descubierto a todos mis autores favoritos en su biblioteca, y los libros que él escribe son fundamentales para mi forma de entender la literatura y son una fuente constante de admiración y enseñanza. Su biblioteca también me ha dado una idea sobre la vida: me parece que una casa tiene que tener una buena biblioteca. Tiene sus contrapartidas: las mudanzas son un infierno. Acabo de mudarme y tengo la mitad de mis libros en cajas, pero una de las cosas que más ilusión me hace es tener los libros bien ordenados, ver las extrañas conexiones que se establecen entre ellos, recordar los que has leído o anticipar el placer que te va a dar uno que aún no has leído. Cama y coche: No recuerdo que mi padre nos leyera en la cama. Sí que recuerdo que nos contaba cuentos, en el coche y en la cama. Años después, descubrí que los cuentos que nos contaba eran clásicos contemporáneos: «La noche bocarriba» o «Circe» de Cortázar, por ejemplo. Mi madre nos leía por las noches a mí y a mi hermana. Entre los libros que nos leyó estaban Cuentos al amor de la lumbre, La isla del tesoro, El libro de la selva, La historia interminable y Momo. Luego, El libro de la selva de Kipling fue uno de los primeros libros que leí. Me gustaba Kipling; a principios de los noventa leí en Urrea de Gaén Los cuentos de así fue, El hombre que pudo reinar y Kim. En ese momento los leía como relatos de aventuras. No volví a leerlo durante años. Y lo recordaba como un buen escritor, pero también un tipo reaccionario y colonialista, un hombre que no tenía

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entre los médicos, a Zajarín. Sin embargo, todo esto son chorradas. Escriba lo que quiera. Si faltan hechos, sustitúyalos por algo lírico.

José María Conget

Ignacio Martínez de Pisón

mucho que decir sobre nuestro mundo. Ahora no creo que sea así: sus novelas nos hablan de Pakistán, India y Afganistán, del ocaso de los imperios, del radicalismo y las distintas culturas. Aunque no compartamos muchos sus puntos de vista, ofrecen una mirada a lugares y problemas que todavía nos preocupan. Entonces tampoco sabía que unos años más tarde iba a traducir uno de sus cuentos, El motín de Moti Guj. Con la D, Donald Rayfield es el autor de uno de los primeros libros que traduje: Chekhov: A Biography. Quizá es el libro que más me ha obsesionado de los que he traducido, y resulta paradójico, porque la editorial ha detenido su actividad y la biografía todavía no se ha publicado en castellano. Es un trabajo exhaustivo, que se beneficia de la apertura de los archivos soviéticos. Para mí fue una experiencia maravillosa. Ya escribía relatos y ya había leído a Chéjov, que me parece el mejor cuentista de la historia. Me gusta su paso de la escritura cómica a la escritura, digamos, seria, sin perder el sentido del humor. Me interesan sus anécdotas a menudo leves, su capacidad de comprensión y compasión y su espíritu igualitario. En sus mejores momentos, como en «Del amor», «La dama del perrito» o «La corista», es capaz de crear una imagen que encierra la vida entera de un ser humano. El relato anglosajón moderno bebe de Chéjov: es una influencia en el Joyce de Dublineses, en Hemingway, en Katherine Mansfield, en Tobias Wolff, en Raymond Carver, en Richard Ford. El personaje es fascinante y tiene una tradición como tema: sobre él han escrito Irene Némirovsky, Natalia Ginzburg, Janet Malcolm y Raymond Carver. Es uno de los tipos que mejor me caen de la historia. En 1892 le pidieron que escribiera una nota autobiográfica: ¿Necesita mi biografía? Aquí la tiene. Nací en Taganrog en 1860. En 1879 terminé mis estudios en la escuela de Taganrog. En 1884 terminé mis estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Moscú. En 1888 recibí el Premio Pushkin. En 1890 hice un viaje a Sajalín a través de Siberia, y volví en barco. En 1891 viajé por Europa, donde bebí vino espléndido y comí ostras. En 1892 me paseé con V. A. Tijónov en una fiesta [la celebración del santo del escritor Shcheglov]. Empecé a escribir en 1879 en Strekozá. Mis colecciones de relatos son Relatos abigarrados, En la penumbra, Gente difícil y la novela corta El duelo. También he pecado en el dominio del drama, aunque con moderación. Me han traducido a todos los idiomas, salvo los extranjeros. Sin embargo, me tradujeron al alemán hace tiempo. Los checos y los serbios también me aprueban. Y los franceses también se relacionan conmigo. Conocí los secretos del amor a los trece años de edad. Mantengo relaciones excelentes con mis amigos, tanto médicos como escritores. Soy soltero. Me gustaría cobrar una pensión. Me entretengo con la medicina hasta tal punto que este verano voy a hacer varias autopsias, algo que no he hecho en dos o tres años. Entre los escritores prefiero a Tolstói,

Traducir esa biografía me permitió releer de forma más sistemática a Chéjov. Mi visión de la familia, del amor, de las esperanzas traicionadas, de la vida cotidiana y de la fragilidad humana sería muy distinta sin la obra de ese escritor médico que, como es comprensible, siempre destacó en el diagnóstico. Con la E de Enciclopedia: Mi abuelo materno solo había estudiado en el colegio. Pero era un hombre muy inteligente y en su casa se respetaba la cultura. Sus cuatro hijos estudiaron en la universidad y tenían buenos libros. De pequeño pasaba mucho tiempo con mi abuelo. Muchos días, nos dedicábamos a buscar países en dos enciclopedias, una Larousse marrón y un Diccionario Enciclopédico Abreviado azul más viejo, de 1957. También veíamos un Atlas y un par de globos terráqueos (uno bastante antiguo, anterior a la descolonización). Buscábamos datos de geografía y población, de razas y de religiones; generalmente, los datos estaban anticuados. A lo mejor me equivoco, pero creo que eso es un factor de mi interés por la política internacional, y también una de las razones que me han hecho vivir temporadas en Inglaterra y en Francia. Ahora, cuando las enciclopedias parecen sustituidas por la W de Wikipedia, he cambiado la E de enciclopedia por la E de The Economist, que es mi revista favorita. Como sabéis, The Economist es un semanario inglés de política internacional, con un interés realmente global. Tiene mucha información y su postura es la defensa de la libertad política y económica. Sus textos no están firmados y el libro de estilo de la revista sigue los consejos que dio George Orwell en un ensayo que me parece fundamental: Politics and the English Language. 1. Nunca uses una metáfora o una figura retórica que hayas visto impresa. 2. Nunca uses una palabra larga si puedes utilizar una corta. 3. Si puedes eliminar una palabra, elimínala. 4. Nunca uses la voz pasiva si puedes utilizar la activa. 5. Nunca utilices una palabra extranjera, un término científico o de jerga si puedes emplear un término equivalente de uso habitual. 6. Rompe estas reglas antes que decir algo claramente horrible.

Estoy suscrito al Economist. Como podéis imaginar, uno de mis momentos favoritos es cuando publican un buen dossier sobre un país, con toda esa información que mi abuelo y yo buscábamos en las enciclopedias. F de Forma. Para hablar de la forma podría hablar de otro autor que empieza con F. De joven, pensaba que tenía que leer a Faulkner, y probablemente lo leí demasiado pronto. Me aburrí con Luz de agosto. Pero después disfruté mucho con El ruido y la furia, Las palmeras salvajes, Santuario y Absalón, Absalón o algunos de sus relatos. Me parecieron libros importantes por su forma de tratar el tiempo y el punto de vista, y por la forma en que han influido a muchos otros autores: por citar a dos de mis favoritos, Mario Vargas Llosa o José María Conget. Por supuesto, muchos otros escritores han incorporado innovaciones fundamentales en sus novelas, y hay bastantes cosas que me alejan de la visión del mundo de Faulkner: retrata muy bien un universo atávico, hipócrita, estancado y resentido, que no es exactamente el mundo que más me gusta. Pero, cuando pienso en la forma de la novela, siempre pienso en él. Y supongo que también en otro autor que empieza por F, Flaubert, que inventa la novela moderna y el realismo lírico, y en un personaje, Felipe, protagonista de una novela de un escritor que representa algo totalmente distinto a Faulkner. Me refiero a Ignacio Martínez de Pisón: además de ser una referencia por su honestidad profesional y por su rigor, me interesa mucho lo bien construidas que están sus novelas, con una manera de contar que siempre busca ponerle las cosas fáciles al lector, y admiro su envidiable pulso narrativo. G por el Guion de Los peores años de nuestra vida de David Trueba, que también tuvo algo de revelación. Yo tenía trece años, era verano, y quería ser una especie de escritor latinoamericano en Teruel. De repente, al ver ese libro vi que se podía escribir sobre jóvenes, sobre ligar y sobre los problemas para ligar. Y también me hizo descubrir otra forma de humor: yo lo había pasado muy bien con Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain, y era fan de Mariano Gistaín, pero Los peores años de nuestra vida me llevó a Woody Allen, los hermanos Marx, y lentamente a los escritores del New Yorker, como S. J. Perelman, Dorothy Parker y Robert Benchley. Recuerdo que le mandé una carta a David Trueba, con un cuento sobre un unicornio. En

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David Trueba

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Miguel Mena

su respuesta, me dijo dos cosas que no he olvidado. Una era: «los unicornios y los guardias civiles tienen el mismo valor literario». La otra me hablaba del placer de una sala llena de gente riendo. Ese libro fue una de las razones por las que una temporada quise ser director de cine, y por las que empecé a escribir guiones. H de Christopher Hitchens: Félix Romeo, que es una de las personas que más me han enseñado sobre literatura, política y sobre aproximadamente un millón de cosas más y que me ha cambiado la vida a mejor en multitud de ocasiones, me recomendó que leyera Cartas a un joven disidente. En ese libro, Christopher Hitchens dice algunas cosas que no he olvidado: por ejemplo, que es más importante cómo se piensa que lo que se piensa; que a veces defender una causa te puede convertir en un pesado, pero que eso no es razón para abandonarla; que, a veces, cuando crees defender lo correcto te puedes encontrar separado de los tuyos y en compañía de gente que no te resulta tan cercana. Yo sabía quién era Hitchens, porque aparecía en Experiencia, las memorias de Martin Amis. En ese momento, Hitchens era un crítico literario y periodista de izquierdas que se había sentido asqueado por un sector progresista que buscaba la explicación los ataques del 11 de septiembre en la política estadounidense y los «agravios» sufridos por el «mundo islámico»: como si Bin Laden, su grupo de asesinos y su ideología retrógrada representaran, de un modo algo brutal, a la justicia internacional ignorada. En las atrocidades de Nueva York, Washington y Pensilvania y la ideología de muerte y estupidez que había detrás, Hitchens –que ya había defendido robustamente a Salman Rushdie frente a la fetua de Jomeini y las voces de los intelectuales occidentales que pedían “respeto” para las religiones, al igual que a los musulmanes de Bosnia– vio a un enemigo esencial, y eso también le valió su excomunión de la izquierda oficial. Su apoyo a la invasión de Afganistán e Irak lo hizo aún más polémico. Fue un descubrimiento, que también me llevó a escritores que citaba y a otros libros suyos, como La victoria de Orwell, un ensayo perspicaz y emocionante sobre el autor de Homenaje a Cataluña; como Unaknowledged Legislation, sobre los escritores y la política; como Blood, Class and Empire, sobre la relación entre Gran Bretaña (su país de origen) y Estados Unidos (su país de adopción); The Missionary Position, su formidable ataque a la madre Teresa de Calcuta (que no tuvo reparos en aceptar el dinero que Duvalier había robado a los pobres de Haití); o Dios no es bueno, una acusación al veneno de las religiones, llena de erudición, indignación e ironía, y la antología de pensadores ateos y anteístas Dios no existe, que también puede leerse como una historia de los escritores que han intentado pensar por sí mismos. Hitchens es famoso por sus violentos ataques: a Kissinger, a los Clinton, a Michael Moore o Teresa de Calcuta. Cuando escribió Dios no es bueno, The Guardian dijo: «por fin ha encontrado un enemigo a su altura: Dios». Pero también ha dedicado hermosos textos a personas que han defendido la libertad, la razón y la jus-

ticia aunque eso los haya condenado al ostracismo. Se trata de gente que, por usar una frase de Félix Romeo, «se ha atrevido a estar sola» y a defender sus principios aunque sean impopulares: un ejemplo sería George Orwell, pero también Spinoza o Tom Paine, el inglés panfletista en la Revolución americana (donde a algunos les parecía demasiado radical), que también participó en la Revolución francesa (donde fue encarcelado por moderado), que escribió los Derechos del Hombre y a cuyo entierro solo acudió media docena de personas. Paine, Orwell o Thomas Jefferson, «autor de América», son referentes esenciales para Hitchens, como parte de Marx, Stuart Mill o Victor Serge, o como Auden, Philip Larkin, Anthony Powell u Oscar Wilde. He tenido mucha suerte y he podido traducir dos de sus mejores libros: una colección de ensayos Amor, pobreza y guerra, que reúne lo más importante de su pensamiento y sus memorias, Hitch-22, que acaban de salir. Además, gracias a internet, he podido leer sus artículos cada semana, en Slate, y cada mes en The Atlantic y Vanity Fair, entre otras publicaciones. A veces, he traducido algunos. He podido ver intervenciones de sus debates en Youtube. Lo he visto analizar los acontecimientos de la actualidad: desde la guerra de Irak a la candidatura de Obama o la denuncia de las torturas en Guantánamo, hasta la matanza de unos cerdos en el Cairo; los orígenes y la importancia de la palabra blowjob (mamada), una crítica durísima a Gore Vidal o una lectura de Larsson. Muchas veces, cuando ocurre algo, me pregunto qué pensará Hitchens: no siempre estoy de acuerdo, pero su visión siempre me resulta interesante e iluminadora. Ahora está muy enfermo y eso me entristece mucho. Sería una pena perder su voz. La I podría ser por Intimidad, mi libro favorito de Hanif Kureishi, una novela descarnada que cuenta la historia de un hombre que va abandonar a su mujer. Pero también podría ser la I de Infiel, la autobiografía de Ayaan Hirsi Ali. Nacida en Mogadiscio en 1969, Hirsi Ali sobrevivió al exilio y a la ablación del clítoris. Huyó a Holanda para escapar de un matrimonio forzoso. Estudió Ciencias Políticas y entró en el Parlamento holandés, donde defendió los derechos de los inmigrantes y denunció la opresión que sufren las mujeres musulmanas. Escribió el guion de una película, Submission, que reiteraba esa denuncia. Un fanático mató al director de la película, Theo Van Gogh, y dejó una nota en el cadáver en el que amenazaba a Hirsi Ali de que ella sería la siguiente. Desde entonces, ella tiene que ir acompañada de fuertes medidas de seguridad. Infiel, como su volumen de ensayos Yo acuso, cuenta todo eso y constituye una hermosa autobiografía intelectual, y una defensa de la libertad, la responsabilidad individual y los valores de la Ilustración. Hay muchos escritores perseguidos en el mundo. Además de recordar unas prácticas bárbaras que sufren millones de mujeres cada año, el caso de Hirsi Ali significa que hay cosas en las que uno no puede ser neutral. Creo que los enemigos de Hirsi Ali son también mis enemigos. J de Judío. Muchos de los autores de mis libros preferidos son judíos. Son judíos Philip Roth, Saul Bellow, Isaac Bashevis Singer, Kafka, Natalia Ginzburg, Amos Oz, Valérie Mréjen, Woody Allen. También en la no ficción (Isaiah Berlin, Tony Judt) y por supuesto en la televisión y el cine, de Billy Wilder a Larry David. No sé cuál es la razón y son muy diferentes entre sí. A veces pienso que tiene que ver con la importancia de la familia en su literatura, y, en el caso de la narrativa judía norteamericana, con el sentido del humor, y la mezcla de lo más alto y lo más bajo, una alternancia entre aspiraciones elevadas y necesidades físicas algo absurdas con la que me cuesta muy poco identificarme. K de Kundera: Los testamentos traicionados y El arte de la novela son dos libros que leí con mucho placer. En ellos, Kundera hablaba de la tradición de la novela: una historia que arranca con Rabelais y Cervantes, que prosigue con los novelistas ingleses del siglo XVIII, con los maestros franceses, británicos y rusos del siglo XIX y desemboca en las grandes aventuras de Joyce o Musil. Es una tradición europea, y esos libros también contenían una idea de Europa. Es una tradición, además, que construye un espacio distinto, basado en la duda y en el rechazo a los dogmas, donde se suspende el juicio moral. En La invención de los derechos humanos, Lynn Hunt dice que no es casual que los derechos humanos nacieran después del desarrollo de la novela: la literatura enseñaba a la gente a entender las razones y el sufrimiento de los demás. Es una tradición ilustre, y me gustaría ser una nota a pie de página de esa historia. L de libertad. Dice Mario Vargas Llosa que es una de sus letras favoritas, porque es la inicial de Letras, Libertad y Leyes. No podría estar más de acuerdo. M de míos: De vez en cuando se hacen encuestas donde se pide a escritores que hablen del libro más importante de su vida. En España suele salir el Quijote, que me encanta. Supongo que en el mundo anglosajón saldrá Shakespeare. El Quijote es el libro más importante escrito en castellano y me gustaría que me

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Chéjov

Nemirovsky

Nabokov

Kipling

hubiera cambiado la vida. Pero, si soy sincero, creo que los libros que más cambian la vida de un escritor son los que él mismo escribe. Y, especialmente, el primero que publica. En muchas cosas me siento muy lejos de La edad del pavo, mi primer libro. Pero también es el libro que me convirtió en escritor y que, en cierta manera, me convirtió en otra persona. Le agradezco a Chusé Raúl Usón, el editor de Xordica, que apostara por esos cuentos sobre la adolescencia que empecé a escribir cuando era adolescente. N de Notas musicales. Cuando tenía catorce años mi padre me regaló un aparato de música. Quería que estudiara inglés con él. Mi padre tiene ideas extrañas y pensaba que la mejor forma de aprender inglés eran las canciones. No sé si es un método eficaz. Pero hubo una época en la que leí mucho los libros que recopilaban canciones de Lou Reed, Springsteen, Leonard Cohen o Dylan. Son músicos que tienen conexiones con escritores: con Delmore Schwartz y Edgar Allan Poe, con John Steinbeck y Richard Ford, con Federico García Lorca. Otras veces, traducía las canciones de los libretos. Ahora escribo siempre con música, generalmente escuchando Spotify. Y me dedico a traducir y a veces pienso que las canciones tienen algo que ver con eso. Con la Ñ la verdad, no se me ocurre nada. O de Orwell. Orwell es un modelo intelectual. No me convence la costumbre que existe de presentarlo como un santo, porque, como él mismo dijo, todos los santos deben ser considerados culpables mientras no se demuestre lo contrario. Pero, sin duda, acertó al oponerse a tres de los grandes males del siglo XX: el imperialismo, el fascismo y el comunismo. Me gustan mucho Sin blanca en París y Londres, 1984 y Rebelión en la granja. Pero creo que lo que prefiero son Homenaje a Cataluña y sus artículos: un ejemplo de lucidez y honestidad intelectual. Orwell solo admitía que tenía facilidad con las palabras y la capacidad de afrontar hechos desagradables. Es una descripción modesta, pero también extraordinariamente precisa. Combatió ferozmente el totalitarismo, a veces por escrito y a veces en el campo de batalla, muy cerca de aquí. Se anticipó al campo de los estudios culturales, denunció la ceguera de los intelectuales, realizó análisis admirables del lenguaje, escribió pasajes brillantes sobre otros escritores y defendió en general la decencia común. Me gusta mucho, por ejemplo, que fuera amigo de Koestler, pero que supiera encontrarle defectos en una reseña. O que a veces no quisiera conocer a gente, porque temor a que eso le impidiera criticarla con lo que él llamaba «brutalidad intelectual». Los cuatro volúmenes de periodismo y cartas son libros que leo constantemente y que me gusta tener cerca. P de periódicos, que es una de las lecturas que más me ha cambiado la vida. Los días que menos me gustan del año son el 25 de diciembre, el 1 de enero y sábado santo, porque no hay periódicos. Parece que ahora se nota un poco menos, gracias a internet, pero esos días me levanto desanimado y de mal humor. Compro varios en el kiosco, y luego consulto varias publicaciones en la red. Cuando viajo, me gusta ver los periódicos de la ciudad en la que estoy. Además de la información, aprendo mucho con los columnistas y cronistas que me interesan, como Simon Jenkins del Guardian, Anne Applebaum en Slate, Fernando Savater, Rosa Montero, Soledad Gallego y David Trueba en El País, Santiago González en El Mundo; Pepe Massot en La vanguardia, Octavio Gómez Milian y Félix Romeo en Heraldo. También me parecen un alimento necesario para enfadarme. Siempre da un poco de morbo leer cosas que sabes que te van a molestar, y la lectura de algunos artículos detestables resulta muy estimulante. Para ello, hay autores casi infalibles, que son una garantía de cabreo. Pero no voy a decir sus nombres. No me gustan demasiado esas columnas de periódico que podrían servir para hoy y para el año que viene, porque creo que uno de los valores de la escritura periodística es su relación con el momento. Por otra parte, me gusta leer a periodistas de otras épocas: he disfrutado mucho con Julio Camba, con Josep Pla, con Chaves Nogales, con Lawrence Wright. Y también me interesa mucho la reflexión sobre el periodismo. No pensaría como pienso si no hubiera leído cada día desde hace siete años el análisis de la prensa que escribe Arcadi Espada cada mañana. O si no hubiera leído un libro como El conocimiento inútil, donde el filósofo francés Jean-François Revel habla de la manipulación ideológica de muchos periodistas, y de la tendencia general a creer las cosas que más nos convienen o que mejor encajan en nuestras ideas preconcebidas. Q podría ser para hablar de los Ejercicios de estilo, pero va a ser que no. R de Roth. Recuerdo la primera vez que leí un libro de Philip Roth. Era El lamento de Portnoy; yo tenía 18 años y estudiaba segundo de Bachillerato. Es un libro sobre las represiones familiares y la ansiedad sexual, uno de los clásicos de la literatura masturbatoria de todos los tiempos. Me encantaron los títulos de los capítulos: «La persona más inolvidable que he conocido», «Ansias de sexo». El libro era uno de los más diverti-

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no obstante los yonquis y los mendigos actuales. El aire es mejor, el salmón brinca en el Támesis y las nutrias están volviendo. Ha mejorado para la mayoría en todos los niveles, el material, el sanitario, el intelectual, el sensual. Los profesores que dieron clase a Daisy en la universidad pensaban que la idea de progreso era anticuada y ridícula. En su indignación, Perowne aprieta más fuerte el volante con la mano derecha. Recuerda unas líneas de Medawar, un hombre al que admira: «Ridiculizar las esperanzas del progreso es la fatuidad suprema, la última palabra de la pobreza de espíritu y la mezquindad mental». Sí, es idiota dejarse engañar por esa afirmación de los cien años. Cuando Daisy cursaba el último trimestre, Henry asistió a su facultad a una clase abierta al público. Los jóvenes profesores se complacían en dramatizar la vida moderna como si fuera una serie de calamidades. Es su estilo, su modo de ser inteligentes. No estás en la onda, no eres profesional si consideras que la erradicación de la viruela forma parte de la condición moderna. O la reciente expansión de las democracias. Uno de ellos dio una lección vespertina sobre las perspectivas de nuestro consumismo y civilización tecnológica: nada buenas. Pero si aniquilamos el sistema actual, el futuro nos mirará como a dioses, al menos en esta ciudad, dioses afortunados y bendecidos por la sobreabundancia de los supermercados, los torrentes de información accesible, las ropas de abrigo que no pesan nada, la expectativa de vivir más años y las máquinas maravillosas.

Mario Vargas Llosa

dos que había leído nunca. También era profundo y hablaba de cosas que me afectaban (no solo la masturbación). Era, por decirlo de una manera un poco rara, La metamorfosis de Kafka con pajas. Philip Roth se convirtió en mi escritor favorito durante algunos años. Me gusta mucho el descaro de su primer libro, Adiós, Columbus, que cuenta un amor de verano entre un chico pobre y una chica rica, y que ofrece una mirada ácida e irreverente sobre la judeidad. Creo que es uno de los escritores que mejor han escrito sobre escritores. La primera trilogía de Zuckerman, Zuckerman encadenado, por ejemplo, tiene momentos maravillosos. Intenté imitar el tono de la primera novela, donde el joven Zuckerman va a visitar a un escritor mayor, en el primer relato de El fumador pasivo: lo que parece original se debe a que no supe copiarlo bien. Me interesan exploraciones cómicas sobre la identidad, el judaísmo y el sexo como La contravida, Operación Shylock y El teatro de Sabbat. Y otra cosa que admiro de Roth es que es un escritor que ha sabido cambiar y ganar con el tiempo. Los libros que ha publicado en los últimos siete u ocho años no son tan buenos como los anteriores, pero admiro que siga escribiendo y publicando. En los noventa publicó una trilogía narrada por Zuckerman, en la que aborda elementos de la historia de Estados Unidos: la revolución de los setenta en Pastoral americana, la corrección política y la raza en La mancha humana y el marcarthismo en Me casé con un comunista. Fue un cambio de enfoque espectacular, que lo sacaba de los temas que había tratado hasta entonces. Seguramente mi novela favorita de Roth es La mancha humana. Pero también me gustan sus libros de no ficción: me interesan mucho las entrevistas que incluyó en El oficio: un escritor, sus colegas y sus obras. Y quizá mi libro preferido de Philip Roth sea Patrimonio, una crónica dura y emocionante sobre la enfermedad y la muerte de su padre. La S podría ser la de Stendhal, que es el novelista que más me gusta del XIX: por la ambición de Julian Sorel, por el relato de Waterloo contado a través de un personaje que no se da cuenta de que está viviendo un momento histórico y solo se salva por la bondad de las extrañas, por su capacidad de análisis psicológico y su manera de reflejar las maquinaciones del poder o por esa hermosa frase que dice: «Un buen razonamiento ofende». Es la S de Sender, e Imán y El lugar de un hombre me parecen dos libros extraordinarios. Pero también es la S de Saul Bellow y la S de Sábado, mi novela favorita de Ian McEwan, que en muchas cosas es deudora de Bellow. Cuenta un día en la vida de un neurocirujano londinense. El telón de fondo son el pánico al terrorismo y las manifestaciones contra la guerra de Irak. Es la historia de un padre de familia que duda y piensa, y también me enseñó una forma de escribir sobre política y sobre ideas. Por ejemplo, Perowne, el protagonista, piensa: La calle es hermosa, y la ciudad, el gran logro de los vivos y de todos los muertos que alguna vez vivieron en ella, es también bella y robusta. No se dejará destruir tan fácilmente. Es demasiado valiosa para permitirlo. La vida en ella ha mejorado de un modo constante para la mayoría de la gente a lo largo de los siglos,

T de Traducción. Sin la traducción no existiría la cultura. Y sin la traducción yo no comería todos los días, que es algo que me gusta hacer. Dedicarme a la traducción me ha cambiado como escritor y supongo que como persona. Como escritor es bueno porque descubres cómo escriben los demás, porque llevar a tu idioma frases que no escribirías nunca da elasticidad a tu lenguaje, y porque te hace descubrir a nuevos escritores. Como persona, estoy muy agradecido a muchos traductores que han hecho que pueda leer a autores maravillosos, y me alegra prolongar su tarea. U de Universidad. He tenido grandes profesores de literatura, como Antonio Pérez Lasheras, Aurora Egido, José María Bardavío y José-Carlos Mainer. Todos me han hecho descubrir cosas. Pero uno de mis textos universitarios favoritos no lo estudié en la Universidad. Son los cursos de literatura de Vladimir Nabokov, y me parecen una guía estupenda: te lleva un hombre más raro que un perro verde, pero un lector excelente, original y excepcionalmente sensible, obsesionado por los detalles. Me gusta mucho una frase de Nabokov, que habla de «la pasión de la ciencia pura y la precisión del arte elevado». Parece paradójica, pero creo que encierra una gran verdad. Y, aunque me gusta Lolita, le tengo un cariño especial a Pnin, un libro conmovedor y autobiográfico, sobre un profesor ruso exiliado en Estados Unidos, que se debate entre su lucha con los electrodomésticos modernos y sus recuerdos de un mundo desaparecido. La V es de Vargas Llosa, que me parece el novelista más importante del español en activo. No sabría elegir mi libro favorito: quizá La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La fiesta del chivo. Me deslumbraron la violencia y la forma de sus primeras novelas, y las llené de subrayados, para estudiar la estructura. Me gustan su ambición y su crudeza, y la mezcla de técnicas de la literatura de vanguardia con la tradición del folletín. También me gusta su idea del realismo, que no excluye lo irracional. Y admiro su trayectoria como intelectual, su disposición para debatir y cambiar de opinión, y su defensa del individuo, la libertad y la democracia. La W me la salto. La X y la Y son letras de incógnitas, y son para libros que me han cambiado la vida pero de los que no tengo tiempo para hablar: por ejemplo, Escapada, de Alice Munro o la serie de las Historias de hombres casados de Marcelo Birmajer o El libro de Raquel de Martin Amis. La Z es de Zaragoza. Muchos de los libros que me han cambiado la vida son los libros de mis amigos y suceden en Zaragoza. Mi vida sería mucho peor si Félix Romeo no hubiera escrito Dibujos animados, Discothèque y Amarillo y si Rodolfo Notivol no hubiese escrito Autos de choque. Los textos de Ismael Grasa me han enseñado otra forma de ver la realidad y los de José Luis Melero son una mirada erudita, irónica y profundamente moral a la historia de la ciudad y del país. El barrio de la Jota es, en mi memoria, propiedad de Eva Puyó, igual que las adolescentes que usan móvil me parecen personajes de Fernando Sanmartín, un trozo de la carretera del aeropuerto es de Cristina Grande, alguna farmacia es de Víctor Juan Borroy y el mundo de los jóvenes actores es el territorio de Aloma Rodríguez. Otros barrios son de José Antonio Labordeta, de Miguel Mena, de Ignacio Martínez de Pisón o de José María Conget. Me gusta que mis personajes puedan cruzarse con las criaturas de esos escritores que admiro y quiero. A veces me pregunto –¿quién sabe?– si quedarán a tomar una cerveza, cuando nosotros no los veamos.