Luis Arias Argüelles-Meres
Desde la plaza del Carbayón (1957-2016) Vivencias
Desde la plaza del Carbayón (1957-2016). Vivencias E-Septem © 2016 Luis Arias Argüelles-Meres © de esta edición: Septem Ediciones, S.L., Oviedo, 2016 e-mail:
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«La memoria no es lo que recordamos, sino lo que nos recuerda. La memoria es un presente que nunca acaba de pasar». (Octavio Paz).
A la memoria de mi madre (1918-2001), por haberme enseñado a descubrir el mundo desde la serenidad que siempre mostraba, por haber podido asomarme en su compañía al transcurrir cotidiano de aquel Oviedo tan de siempre, y que, al mismo tiempo, se transformaba tanto y tanto en los años de mi infancia.
Índice
Prólogo.......................................................................................... 13 Algo más que un libro......................................................... 19
GEOGRAFÍA PERSONAL El pequeño Carbayón.......................................................................... 25 Cuando la Navidad era Diego Verdú.................................................. 28 Aquella cabalgata de la duda................................................................ 31 Inviernos en Oviedo............................................................................ 34 Alma máter........................................................................................... 36 Aquel funeral en San Tirso.................................................................. 39 Plaza del Carbayón 3, 2º...................................................................... 42 Santa Susana 27, 7º izquierda.............................................................. 45 Toreno, 5............................................................................................... 48 Tabaco y hormonas.............................................................................. 51 «Yo no soy esa»...................................................................................... 54 Laura Antonelli en el cine Ayala.......................................................... 57
TRIBULACIONES METAPOLÍTICAS Mayo del 68 y otras lejanías................................................................. 63 La muerte de Franco............................................................................ 66 Marzo del 76 .................................................................................69 Las elecciones del 77............................................................................ 72 Aquellas asambleas universitarias........................................................ 76 El 23-F. La tarde y la noche................................................................. 79 Mayo del 83: cuando Asturias se hizo socialista................................. 83
LUGARES COMUNES Galerías Preciados................................................................................ 89 Cine Aramo.......................................................................................... 92 Aquellas películas en el Palladium...................................................... 95 Cine Santacruz..................................................................................... 98 La fuente del Caracol......................................................................... 101 El teatro Campoamor........................................................................ 104 El teatro Filarmónica.......................................................................... 107 El palacete de Concha Heres............................................................. 110 La antigua estación del ALSA............................................................ 113 La estación de la RENFE y su reloj................................................... 116 El campo de San Francisco: de relato en relato................................ 119 La estación del Vasco.......................................................................... 122
NOMBRES IMPROPIOS De esplendores y sordideces.............................................................. 127 «Trivagando» en Pick-Up................................................................... 133 Picos, la noche.................................................................................... 136 El llagar Gervasio............................................................................... 139 La Perla............................................................................................... 142 El bar Cundo y otros apéndices........................................................ 145 La Paloma en la calle Argüelles......................................................... 148 Nada menos que Logos..................................................................... 151 Aquellas peluquerías.......................................................................... 154 Camilo de Blas................................................................................... 157 La librería Santa Teresa...................................................................... 160 Olegario, calle Milicias...................................................................... 163
EPISODIOS VETUSTENSES Cuando Miguel Ríos suspendió su concierto.................................. 169 Aquellas noches en el Antiguo.......................................................... 172 Aquel concierto de Aute en El Fontán.............................................. 175 Del oviedismo y otras melancolías adolescentes.............................. 179 Aquel duelo entre Carrete y Cruyff.................................................. 182
Epílogo La huella en la memoria.................................................................... 189 GEOGRAFÍA VETUSTENSE........................................................ 191
Prólogo
Los años y la amistad, que no el mérito ni la capacidad, me han llevado a escribir un buen número de prólogos en el campo jurídico; no pocos a discípulos que quizá nunca se atrevieron a pedirme la mediación para que una pluma de más renombre hiciera acto de presencia y presentación en las primeras páginas de sus monografías. Pero en este caso quien me honra encomendándome estas líneas introductorias no es un cultivador del árido Derecho Administrativo, que espeluznaba a un Clarín, autor, por lo demás, de uno de los mejores prólogos jurídicos, sino un escritor, un ensayista reconocido, como Luis Arias Argüelles-Meres, que en los últimos tiempos nos ha venido deleitando desde las páginas del diario El Comercio con estos Recuerdos de Oviedo. Luis Arias es buen amigo y a la amistad se debe este encargo tan grato. Porque placentero es, antes de escribir, releer los magníficos artículos de los que se nutre el volumen y recrearse en vivencias y reflexiones; en ambientes y en situaciones que, por razones de proximidad generacional –aunque Luis sea algo más joven– me resultan familiares. En su día felicité a Íñigo Noriega, a la sazón director del periódico, por haber convenido, o quizá convencido al autor para que desempolvara anécdotas y sentimientos de infancia y adolescencia y los plasmara en relatos breves de muy alto valor literario. Las atalayas de la plaza del Carbayón, primero y de la calle Toreno, después, han dado para muchos pensamientos y deseos felizmente convertidos en palabra escrita. Porque por estas páginas se asoman cines extintos y turrones navideños; funerales temibles y vicios humeantes de tabaco –que el autor no dejó con la pubertad– junto a las primeras experiencias universitarias 13
o las asambleas próximas a la muerte de Franco. Y los teatros, las fuentes, las tascas, los parques, los quioscos de prensa y las estaciones, en un continuo simbolismo de todo cuanto en esta ciudad provinciana se vivía en los años sesenta y setenta del pasado siglo. Repare el lector en el soberbio artículo con el que se abre la «Geografía personal» de Luis Arias y que se titula «El pequeño Carbayón», en alusión al que, en 1950, se colocó junto al teatro Campoamor, en recuerdo del que el alcalde Longoria taló en 1879. El niño que trae a la memoria el autor, vecino de aquella plaza que la República llamó de los Estudiantes y el franquismo, hasta 1965, de Galicia, jugaba en torno a aquel arbolín blindado al que con maestría y ternura llamará un Carbayón de juguete. El mirador, alto por cierto, de la juventud, fue un piso en la Casa del Coño, sobre el Campo de San Francisco y el malhadado chalet de Concha Heres. No era mal sitio, en verdad, para divisar paisaje y paisanaje y para meditar sobre las copas de unos árboles que poco les quedaba por ver, máxime si se tiene en cuenta los edificios que existían en la calle Conde de Toreno hasta el final de la Guerra Civil. Soy de los que piensa, con poca originalidad, que el supuesto asombro de viandantes que motejó el edificio –¡coño, qué alto!– es una pura invención del localismo carbayón, despectivo con todo lo que no sea el Oviedín del alma y, singularmente, con el paletismo temerariamente atribuido a los vecinos de cierta villa costera y populosa. Aún cuando no tuve la fortuna de coincidir con Luis en aquellos años, porque nuestra amistad, sólida, viene de más cerca, me he podido meter hasta la cocina en la inmensa mayoría de sus relatos; en sus escenarios y en sus sensaciones; en la intrahistoria local y en la piel del escritor. Mis barrios eran otros pero la ciudad, pequeña y aún mezquina en muchos aspectos, aunque entrañable en otros tantos, la misma. Yo me veo en una calle Matemático Pedrayes en la que aún había solares inedificados o infraedificados y antiguos chalets con árboles floridos –un espino y un magnolio de hoja caduca– en primavera. La perla de aquel ensanche tardío e inacabado era el Club de Tenis, inaccesible para muchas economías empezando por la de mi casa. Y la fábrica de anís, primero de la Asturiana, luego de la Praviana y finalmente de la 14
nada. O los trenes, pitando aún por trincheras sin cinturones ni billetes verdes encima, cerca de los Pilares, donde se reunía mi pandilla para subir, como tantas, a la Cuesta. Incluso recuerdo el olor a fritanga de calamares en alguna visita esporádica al bar de Educación y Descanso, en el palacio de Heredia-Valdecarzana, antiguo casino de Vetusta, donde se decía que aún se conservaba un billar novelado. Yo sólo recuerdo suciedad y amenaza de ruina, aunque debajo, en el Noriega, se reuniera mi padre con la tertulia de los Clarisos. Y en esas mismas tardes, normalmente de sábado, el inexcusable trasiego, ida y vuelta, vuelta e ida, para alegrar la pestaña, habitualmente en balde, por el paseo de los Álamos que dos amigos foriatos llamaban de José Antonio para mofa del personal autóctono que, aunque joven, ya sabía de qué iba aquel servilismo del nomenclátor. Aunque nunca lo hubieran explicado ni en La Gesta ni en el Instituto. Estas mías son simples vivencias, cargadas de anécdotas que, a su vez, pueden ser tan cargantes como las historias de la mili. Por eso, en este libro que hoy prologo, hay un plus que lo singulariza y engrandece. Junto al geógrafo humano y urbano y al historiador de las cosas grandes y pequeñas vividas desde una capital de provincia, hay un filósofo riguroso y profundo que tampoco renuncia, pese a repudiar el tópico almibarado, a hurgar en las entrañas del lector con la daga de un lirismo incisivo que, al menos a quienes nos reconocemos paseantes de sus calles, nos hiela o enardece el corazón, según los casos. He comentado con no pocas personas, de distintas edades e idearios, algunos de los artículos de Luis que se incluyen en este libro. El elogio es unánime. Igual que en los comentarios que pueden leerse en las redes sociales; tecnologías nuevas que sirven para difundir lo que había cuando ni remotamente se podía pensar en su existencia y el pasado próximo sólo se conservaba en fotos amarillentas. Luis Arias, además, casi sin pretenderlo, no deja de ilustrarnos con su sabiduría de hombre verdaderamente humilde, que ha heredado el magisterio y el amor a Asturias de su padre y ha casado sin fisuras su vida, sus estudios o su trabajo en la ciudad o en las villas donde ha venido siendo un excelente profesor con 15
sus orígenes rurales y, desde Lanio –tan cercano a los pueblos de mis antepasados paternos– erigiéndose en defensor del Occidente asturiano. No es mi caso, ya que comparto con él los credos ideológicos fundamentales, pero nos consta a no pocos que sus convicciones sociales, sus planteamientos pedagógicos y en suma su republicanismo, son respetados por la inmensa mayoría de quienes le conocen, aunque también es cierto que no faltan personajes que le temen y que desearían que se agotara la tinta de su pluma o de su impresora. Arias Argüelles-Meres es, en efecto, un hombre insobornable, ni acomodaticio ni posibilista, ajeno a todos los pesebres que han envenenado nuestra democracia. Esa democracia que, poco a poco, va apareciendo en algunos de los textos que ahora se recopilan en este volumen, entre ilusiones y esperanzas y no pocos pactos poco edificantes que se intentaron esconder al pueblo soberano. Para el lector que no haya seguido la publicación periódica de los artículos que conforman el libro, su lectura será un hallazgo. Para quienes sí tuvimos esa suerte, un reencuentro. Y a propósito de esto, termino como empecé, con una referencia a mi oficio: cada vez que dirijo una tesis, siempre les pido a los doctorandos que no se conformen con la supervisión y censura de cada capítulo; que aporten en cuanto sea posible el trabajo completo porque, a diferencia de la aritmética, el todo no es igual a la suma de las partes. Y en estos Recuerdos de Oviedo ocurre algo de esto y para bien: ensambladas las vivencias, los lugares, las personas y los pensamientos, la calidad del conjunto, aunque parezca tarea imposible, multiplica la calidad de las entregas con las que Luis ya nos había obsequiado. Sería un juego de palabras demasiado fácil –aunque certero– decir que se había multiplicado por Septem. Leopoldo Tolivar Alas
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Algo más que un libro
«¡Encanto profundo, mágico, con que nos embriaga/en el presente el pasado revivido!» (Baudelaire). El libro que el lector tiene en sus manos existe a resultas de dos circunstancias que se reforzaron felizmente. La primera de ellas fue volver a invernar en Oviedo tras haber vivido casi una década en Lanio de forma permanente. Fue determinante no sólo invernar en Oviedo, sino también en la calle Alcalde García Conde, al lado de la plaza del Carbayón, escenario en el que transcurrió mi infancia. La segunda de las circunstancias referidas fue que mis colaboraciones en el diario El Comercio comenzaron en noviembre de 2013. (Entre paréntesis: a propósito de Lanio y Oviedo, de Oviedo y Lanio, me siento muy afortunado por el hecho de tener esa especie de doble nacionalidad al asturiano modo, esto es, que soy, a un tiempo, de Lanio y de Oviedo, de Oviedo y de Lanio. Mi vida se reparte, se repartió y se repartirá entre la capital de Asturias y uno de los pueblos más bellos y fértiles del bajo Narcea, donde se cultivó tabaco desde la década de los sesenta hasta 1991, donde la fertilidad de su vega es asombrosa, fertilidad que compagina con la belleza del entorno, donde no sólo están mis raíces, sino también mi paraíso, por fortuna, nunca perdido). Y, si mi vida se repartió entre Lanio y Oviedo, ello obedece a que tanto el inmueble situado en el número 3 de la plaza del Carbayón como la casa de Lanio eran propiedades de mi familia materna. Eran y son casas con raíces y recuerdos. Eran y son casas que atesoraban su historia y su intrahistoria. Eran y son casas donde el pasado no estaba muerto, ni lo estuvo nunca. 19
Pero, en todo caso, quiero resaltar desde el principio del presente texto que en todas mis vivencias carbayonas Lanio siempre tuvo presencia y viceversa. Se trata –insisto– de la doble nacionalidad urbana y rural de la que habló en su momento don Juan Uría. Pues bien, en el transcurso de una conversación con Íñigo Noriega, que fue director del diario decano de Asturias hasta marzo de 2016, cuando le hablé de mi infancia en la plaza del Carbayón, infancia en la que fui espectador de muchos y grandes cambios en nuestra ciudad, me sugirió que escribiese mis recuerdos de la capital en el suplemento dominical que este periódico preparaba para Oviedo. Confieso que me ilusionó aprovechar la oportunidad que se me brindaba, pues me interesaba mucho poder contar no sólo episodios personales y familiares, sino también hacerme eco de acontecimientos vividos por mi generación a lo largo de varias décadas. Contarse a uno mismo a través de su ciudad. Contar el devenir de la ciudad en la que viví mi infancia, adolescencia y juventud a través de las vivencias personales. Contarme contando Oviedo. Contar Oviedo contándome. Las motivaciones valían sobradamente la pena. Y a ello me puse. Por otro lado, como referí más arriba, invernar en Oviedo, al lado de la plaza del Carbayón, me acercaba muchos de los recuerdos que se cuentan en las páginas que siguen, los hacía redivivos. En la plaza del Carbayón, pasé los trece primeros años de mi vida, hasta 1970, año en que nos mudamos al número 27 de la calle Santa Susana, puesto que el edificio familiar fue vendido a una inmobiliaria que, andando el tiempo, rehabilitó. Tres años después, mis padres adquirieron un piso en la calle Toreno, 5, edificio conocido como «la casa el coño». Allí viví hasta los 28 años, hasta 1985, cuando mi estado civil cambió. En esa misma casa, mi padre falleció en mayo del 86, mientras que el óbito de mi madre tuvo lugar en agosto de 2001. Tres emplazamientos para vivir Oviedo, tres atalayas para ser testigo de los que acontecía en esta ciudad, de lo que pasaba en sus calles, en su discurrir cotidiano. La niñez, en la plaza del Carbayón. La adolescencia, en Santa Susana y Toreno. La juventud, en este último inmueble. 20