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LECCIONES DE LA TEMPESTAD

Por Oscar Arias D. Usado con permiso

Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida. Si la frase anterior le suena conocida es porque se trata de una de las famosas cuatro leyes espirituales elaboradas por la cruzada estudiantil y profesional para Cristo, y diseñadas para compartir el evangelio décadas atrás. Muchos de los que fuimos jóvenes en los setenta y ochenta fuimos testigos de cómo Dios nos bendijo con este material para llevar personas a los pies de Cristo. Al compartir esta primera ley, generalmente pensábamos que ese plan maravilloso sólo incluía bendiciones espirituales y la solución a todas las dificultades de la vida. Sin embargo, la totalidad del evangelio incluye las pruebas como experiencias que, aunque no las consideremos maravillosas, tienen propósitos especiales en nuestra vida. Permítanme mostrarles esta tesis en un episodio narrado en Mateo 8:23-27. En el contexto del pasaje, los discípulos habían disfrutado no sólo de las poderosas enseñanzas de Jesús (caps. 5-7), sino también habían sido testigos de tres sorprendentes sanidades (8:1-17). Pero, después de disfrutar de estas obras maravillosas, ahora les toca ser protagonistas de un episodio que ninguno esperaba: pasar por una tempestad. En esta narración encuentro cinco lecciones sobre lo que para nosotros suelen ser planes no tan maravillosos del Señor: 1.

LAS TEMPESTADES TAMBIÉN SON PARTE DEL PLAN DE DIOS (vs. 23,24)

Después de presentar el costo de ser sus discípulos a un par de seguidores emocionados (8:18-22), Jesús entra a una barca y “sus discípulos le siguieron” (v.23). Ser un discípulo es precisamente seguir al Señor a dondequiera que él vaya. Sin embargo, en esta ocasión la agenda de Cristo para los suyos era un viaje en barco con tempestad incluida. Con algo de imaginación podríamos pensar que si ellos hubieran sabido con anticipación esta agenda soberana, ninguno hubiera subido a la barca. Lo cierto es que esa tempestad estaba en los planes de Jesús, y era tan grande que “las olas cubrían la barca” (v.24a). Por primera vez los discípulos se enfrentan a una situación en la que no podían hacer absolutamente nada más que temer. ¿Nos ha pasado o está pasando algo similar? Bueno, aceptémoslo, es parte de su plan. Como si fuera poco, el texto nos ofrece un dato inquietante: “...pero él dormía” (v.24b). ¿Dónde está el Señor o qué hace mientras pasamos por la tempestad? A veces parece que no sólo se olvida de nosotros, sino que se “duerme” como si no le importara nuestro temor. Pero no es así. Él está con nosotros en la misma barca, pasa la misma tempestad, y su silencio debe tener otra explicación. 2. LAS TEMPESTADES NOS HACEN BUSCAR AL SEÑOR CON MÁS INTENSIDAD (v.25) Después de reconocer que no pueden hacer nada, los discípulos se acuerdan que Jesús también está en la barca con ellos. Posiblemente, después de luchar con el temor y el cansancio, llegan al Señor para solicitar su ayuda: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Muchos creyentes han dado testimonio de cómo las grandes dificultades los han hecho crecer espiritualmente, doblar sus rodillas y buscar al Señor de una manera más intensa. Algunos hasta han afirmado que si no fuera por “esas experiencias”, no habrían aprendido a madurar en su vida cristiana. El reto aquí es no dejar que el Señor sea el último recurso, sino el recurso normal y cotidiano.

3.

LAS TEMPESTADES REVELAN EL ESTADO DE NUESTRA FE (v. 26ª)

¿Cuáles son las lecciones principales en esta tempestad? En palabras de Jesús: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” Y leo entre líneas: “¿Es que no se acuerdan de quién soy, de mis enseñanzas y de los milagros que he hecho en el pasado? ¿Acaso no puedo ayudarles en esta tempestad?” Parece ser un reclamo ante un temor que revela el corazón del problema: la incredulidad. Si usted es tan humano como los discípulos y yo, a veces el temor paraliza nuestra fe y nos hace creer que ni Dios mismo puede con esto o aquello. ¿Cuál es la medida de nuestra fe? Una cosa es decir “creo en el Señor” a través de un canto el domingo por la mañana, pero otra es demostrarlo en medio de la adversidad. Lo bueno es que el Señor no nos desecha a pesar de la incredulidad, pero sí desea que nuestra confianza en él crezca en medio de la tempestad. 4.

LAS TEMPESTADES PUEDEN SER CALMADAS POR JESÚS (v.26b)

“Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza”. Después de revelar que a veces somos hombres y mujeres de poca fe, Jesús actúa. El Señor, lleno de verdad, pero también de gracia, ejerce su poder para reprender a la naturaleza y traer una gran calma después de la tempestad. Que no nos quepa duda: ¡Jesús tiene el poder para calmar nuestras tempestades! ya sea eliminando el problema, o dándonos la paz interna que necesitamos para seguir adelante. 5.

LAS TEMPESTADES PROFUNDIZAN NUESTRA FE (v.27)

Inmediatamente después de ver cómo Jesús pudo cambiar la tempestad en calma, los discípulos se maravillaron y preguntaban: “¿Qué hombre es éste, que aún los vientos y el mar le obedecen?”. El texto no dice si alguien se atrevió a responder la pregunta, pero podemos percibir que estaban extasiados ante los hechos y la persona que manifestó tal poder. La profundidad de la fe se manifiesta cuando nos maravillamos al reconocer que la misma persona que tiene poder para calmar las tempestades es la misma que las planifica. Es más, las tempestades se convierten en las mejores maestras de teología, especialmente cuando sabemos que también son parte de ese plan maravilloso de Dios para nuestra vida. ¿Estamos pasando ahora mismo por alguna tempestad en nuestra propia experiencia? Recordemos que esas circunstancias también son parte del plan de Dios para nuestra vida. El apóstol Pedro, escribiendo sobre este tema nos enseña que no debemos sorprendernos del “fuego de prueba” que viene a nosotros, “...como si alguna cosa extraña nos aconteciese” (1 Pe. 4:12). Posiblemente nos costará gozarnos en medio de la tempestad. Sin embargo, algo que nos puede ayudar es saber que el Señor está con nosotros y nos dará lo que necesitamos para pasar victoriosos por esa experiencia. Fraternalmente,

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