10 OCTUBRE DE 2014
AGOSTO DE 2014
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Su hijo Marvin muestra la foto de su padre, quien fue asesinado en Honduras después de ser deportado a Honduras.
Inicia la aventura a Estados Unidos
Kenia Patricia junto a sus dos pequeños hijos se reúne con su madre, luego de haber huido de su país para buscar su seguridad y tener un mejor futuro en los Estados Unidos; la familia espera que las autoridades de Migración sean comprensivas, pues temen que si regresan sus vidas corran peligro.
‘Las amenazas de muerte nos obligaron a salir de Honduras’ La dramática odisea de familias que huyen a Estados Unidos para salvar sus vidas
Por EBER HUEZO Fotografías de VICTOR ALEMÁN
S
us historias conmueven, horrorizan, indignan. Son miles de centroamericanos que debido a una violencia desmedida que sacude a sus países, día a día huyen para salvar su vida. De todas clases sociales, educativas y económicas, hombres, mujeres, menores de edad parten a México para luego, y con mucha suerte, llegar al “Norte”, una tierra donde podrían estar a salvo pero que a menudo no les da la bienvenida. En el camino van sorteando peligros, sobornos, estafas, acosos, amenazas, pero todo parece soportable al comparársele con lo que dejaron en su patria. Kenia Patricia Bran, de nacionalidad hondureña, sus dos pequeños hijos y sus dos sobrinos, son algunos de los protagonistas de esta historia de tremenda violencia que no muestra señales de llegar a un fin. La señora Bran abrió su corazón a VIDA NUEVA, y nos contó su historia. Una historia que tiene mucho en común con la de miles de centroamericanos.
El fin de la alegría
“Vivía feliz con mi esposo Marvin Alexis Re-
yes, de 32 años, y mis hijos Marvin y Génesis de 11 y 4 años de edad respectivamente en la ciudad de La Ceiba, Honduras; tenía mi trabajo como asistente en una compañía de construcción y una floristería propia. Además, éramos dueños de unos taxis, lo cual nos permitía una estabilidad económica en lo que cabe decir, pero la vida nos dio vuelta a los 360 grados cuando desafortunadamente un año atrás un tío, mi sobrina y mi esposo fueron testigos de un asesinato”, relata Kenia Patricia Bran. “El caso se dio en un lugar lejos de nuestra casa, mi tío y mi sobrina se dirigían para la escuela y en el camino se encontraron con mi esposo, hablaban amenamente cuando de pronto se dio un tiroteo, hombres armados asesinaban a un joven. “A partir de ahí comenzaron nuestras dificultades porque los delincuentes los identificaron y los amenazaron que si los denunciaban los matarían a ellos y sus familias. “Mi cuñada y mi sobrina se vinieron para acá (EE.UU.), días después mataban a mi tío y amenazaron a mi esposo; él por temor se vino para Estados Unidos, pero desafortunadamente lo agarró Migración y lo deportaron para Honduras. Él solicitó el asilo político porque tenía las amenazas de muerte pero no le creyeron; regresó a Honduras e hizo dos intentos más por regresar, pero igual fue deportado desde México”. Desgraciadamente unos días después de su último intento (enero de este año)
fue asesinado de 17 balazos. “Le destruyeron el rostro (le salen lágrimas y suspira), ver a mi esposo muerto de esa manera fue muy traumante -la verdad- porque le desfiguraron totalmente su rostro, sus ojos se le salieron. Y los más dramático es que los forenses no lo levantaron hasta después de 10 horas y nosotros tuvimos que estar con el cadáver en la calle sin poderlo levantarlo. Como no teníamos dinero en ese momento no pudimos arreglar su rostro para que en la velación no pareciera tan desfigurado, de manera que los de la funeraria medio le cocieron el rostro. Yo no dejé que mi hijo viera a su papá en ese estado, no quería que se traumatizara, prefería que lo recordara vivo. “Con la muerte de mi esposo se agrega un factor más que involucra nuestra seguridad, debido a las amenazas de muerte; ya habían matado a un taxista, a un primo, a mi tío y por último mi esposo, y seguramente seguían mis hijos y yo. De hecho nos tenían ubicados, sabían dónde trabajaba y dónde tenía mi negocio; además tenían toda la información de mis hijos y sobrinos, sabían dónde estudiaban y a qué horas nos movilizábamos, es decir toda nuestra información. “En nuestro país no podemos ir a poner una denuncia, porque tú vas, pones la denuncia y saliendo de poner la denuncia te matan a ti también. Así que preferimos quedarnos calla-
dos y huir mientras se podía. Cuando empezaron a amenazarme con hacerles daño a los niños, es cuando tomé la decisión de venirme para donde mi mamá, quien vive en los Estados Unidos desde 1990. “Hay muchas organizaciones de delincuentes en la ciudad de La Ceiba, San Pedro Sula y otras ciudades, muchas veces las noticias no las pasan por televisión porque es una zona turística, nosotros vivimos en un lugar turístico y para las autoridades no es conveniente pasar información de este tipo porque afecta al país, pero hay zonas donde entras, y sales… si puedes. “Los niños son utilizados por los delincuentes como informantes, llega a un punto en colonias que te dicen ya cuando tu hijo tiene 11 años: ‘¿Sabes qué? Me gusta tu hijo para que sea ‘oreja’ (así les llaman a las personas que utilizan como informantes), si tú como padre le dices no acepto, te dicen: ‘Ok. Tienes 24 horas para desalojar tu casa solo con lo que andas puesto o te damos a tu hijo en una caja’. Uno como padre prefiere dejar todo y salir con su familia completa. “Nosotros dejamos casa, negocio, todo. A mi esposo lo mataron en las afueras de la casa que estábamos construyendo, ya llegando acá supimos que los delincuentes se habían metido en nuestro negocio pensando que mis hijos y yo todavía estábamos ahí”.
“Cuando a mi esposo lo amenazaron, los planes eran venirnos todos juntos para una mayor seguridad, tanto para nosotros como para mis niños, y mis sobrinos que vivían conmigo; el plan era ir a la embajada de Estados Unidos en Tegucigalpa, solicitar la visa, y venirnos legalmente. Nos favorecía que tuviéramos nuestro negocio y estabilidad económica, pero cuando te dicen tu niña está muy bonita, sabemos quién la jala, quién la lleva y la trae, dónde estudia, ya uno sabe que es una amenaza porque se trata de dañar lo que uno más quiere. “De hecho en la colonia donde vivíamos, nosotros pagábamos lo que los delincuentes llamaban ‘impuesto de guerra’, pero como dije anteriormente, no se puede poner una denuncia porque la misma policía está involucrada en todo esto. Cuando tú vas y pones una denuncia, tú estás firmando tu sentencia de muerte, y es lo que menos uno quiere. Mi hijo ya está sin un padre, cómo puedo ir y poner una denuncia que termine haciéndole daño a él y a mí misma. Salimos de día sin escondernos, fue un viaje relámpago, como se dice; mis jefes en la empresa donde trabajaba fueron comprensivos y me dieron mi liquidación, la cual utilicé para el viaje. “Salimos de Honduras a través de la frontera de Guatemala en transporte público, un viaje como lo hace cualquier turista; traía mis maletas, incluso mis almohaditas para hacer más confortable el viaje sin despertar sospechas que venía para Estados Unidos. El viaje a través de Guatemala fue tranquilo, a excepción que fuimos víctimas de extorsión por parte de la policía cuando subían a revisar y al ver que no traíamos papeles nos pedían dinero. “En Guatemala no tuvimos muchos problemas, ahí nos quedamos dos días viendo hacia dónde agarrábamos; el teléfono me ayudó mucho a buscar un lugar por dónde pasar hacia territorio mexicano. Cruzamos sobre un río en un punto ciego de la frontera de México y luego buscamos la estación de buses. Cuando salimos nos siguió una camioneta sin placas, gracias a Dios nos mandó un ángel porque el conductor del bus no se detuvo en el camino hasta que llegó a un poblado; ya ahí los hombres trataron de bajarnos pero el chofer no lo permitió. La gente que venía en esa unidad eran personas que como nosotros no traían documentos para viajar legalmente en territorio mexicano, excepto cuatro personas. Los hombres del carro sacaron pistolas y nos amenazaron, -fue algo traumante-, pero con la cobertura de Dios no nos pasó nada. “Más adelante fuimos víctimas de policías federales, quienes descaradamente nos bajaron y nos registraron todo, quitándonos el dinero que nos encontraban. “A la niña me la registraron en el baño del bus, me la desnudaron para quitarle todo el dinero que había escondido en sus ropas. Ya antes se me había ocurrido guardar parte del dinero en los pampers de la niña y fue así como nos quedó dinero para continuar
el viaje, de lo contrario, hubiéramos quedado en la calle. En los hoteles pedíamos ayuda con los mismos recepcionistas para comprar boletos para continuar el viaje en otros buses, ellos mismos nos ayudaban comprando los boletos y nos llevaban a las terminales de buses”.
‘Piedras Negras’, una bodega para indocumentados
“Llegamos a Piedras Negras, Coahuila, pueblo fronterizo con Estados Unidos, donde estuvimos dos días mientras esperábamos que alguien nos pasara. Ahí nos encontramos con muchas personas indocumentadas provenientes de distintos países incluyendo mexicanos. En el hotel conocimos a varios que nos informaron sobre los coyotes que pasaban gente a diversos precios. “Contratamos a las personas que nos recomendaron sólo por pasarnos la frontera. Ellos se encargaron de sacarnos del hotel y llevarnos a un lugar solitario del río Bravo. Afortunadamente el río no tenía mayor profundidad en esta época del año y lo cruzamos. Cuando íbamos a la mitad del río los hombres nos gritaron que corriéramos pero cuando llegamos a la otra orilla ya estaban los agentes de Migración esperándonos. Los agentes se portaron muy amables preocupados porque mi niño estaba exhausto, nos subieron al carro y nos llevaron para las oficinas de Migración ubicadas en la ciudad de Eagle Pass, Texas, allí empezaron a interrogarnos. Me pedían que firmara la salida voluntaria pero yo le expliqué al agente que me atendió que no quería regresar a mi país porque estaba amenazada de muerte. Comprensivamente el agente llamó a mi mamá por teléfono para informarle que nosotros estábamos allí y que mandara el dinero para costear el boleto. Nos dieron la oportunidad de continuar nuestro viaje dándonos un permiso por un mes mientras se resolvía nuestro caso. “Ya tuve la primera Corte en Migración donde me pusieron un brazalete para ubicarme y obligarme a presentarme cuando ellos lo requieran. Ahora sólo queda aplicar para asilo, pero al pedir asesoría a la organización El Rescate los abogados nos han dicho que para tomarnos el caso necesitan 650 dólares para iniciar el proceso y no lo tenemos todavía; pienso que aplicar por asilo es lo correcto porque nuestras vidas corren peligro en nuestro país. Esperamos que todo salga bien porque no queremos que pase lo mismo que con mi esposo, que meses después de haber regresado deportado fue asesinado. Espero que las autoridades de Migración sean comprensivas y nos dejen quedarnos por mi seguridad, la de mis hijos y mis sobrinos que vivían conmigo”, concluye Kenia. VN
El Rescate Asesoría Migratoria (213) 387-3284
El brazalete que le pusieran las autoridades de Migración para ubicarla y que se presente a las audiencias del juez, quien determinará si se le permite quedarse en los Estados Unidos, o ser deportada junto con sus hijos a su país de origen.