Largas (y movidas) noches en Reikiavik

27 ene. 2013 - Diseño, gastronomía y otros rastros culturales de una ciudad que no se deja desanimar por el clima ártico ... como Groenlandia y América.
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| Domingo 27 De enero De 2013

Una mirada cálida... del invierno en esta, a su manera, intensa capital

andrew testa/nYt

Largas (y movidas) noches en Reikiavik islandia. Diseño, gastronomía y otros rastros culturales de una ciudad que no se deja desanimar por el clima ártico

REIKIAVIK (The New York Times).– El cielo de esta ciudad era tan oscuro como el hielo negro, con la excepción de un puñado de estrellas brillantes. Mientras un viento cortante azotaba el mar glacial y resoplaba en las angostas calles llenas de coloridas tiendas, los entumecidos peatones se ajustaban las bufandas y corrían a refugiarse en bares y restaurantes en busca de calor. Eran apenas las cuatro y media de una tarde de fines de noviembre, pero la noche nórdica ya se había instalado. Y en esta época del año se extendía unas veinte horas aproximadamente. Me zumba el celular y lo tomo entre los dedos helados. “¿Qué diablos se te dio por ir de vacaciones a Islandia?”, decía el mensaje de texto de un amigo. Para muchos que buscan escaparse del gélido invierno, dirigirse a una ciudad ártica donde las noches abarcan casi las 24 horas del día y la temperatura ronda el punto de congelación, puede no parecer una opción obvia. Pero esto es Reikiavik, donde los islandeses le dan la espalda a la hibernación y disfrutan de una extensa vida nocturna. En efecto, a cada paso que daba en esta ciudad cosmopolita de un poco más de 120.000 almas, una letanía de experiencias sorprendentes se revelaría, ocultas detrás de puertas cerradas de interiores cálidos o al descubierto bajo la majestuosidad del paisaje volcánico. Habíamos venido con un amigo para probar las maravillas naturales de Islandia: los ensordecedores géiser, las poderosas cascadas y las aguas terapéuticas de la Laguna Azul, un enorme lago termal una hora al sur de Reikiavik, con un tinte turquesa tan intenso que parece retocado con photoshop. Queríamos ver las cintas verdes e incandescentes de la aurora boreal, que según anunciaron iba a tener una luminosidad especial este año debido a que las manchas solares emitían una amplia aura espectral sobre el Polo Norte. Pero no eran solo los esplendores naturales de Islandia lo que nos atraía: también queríamos probar la ruidosa escena nocturna por la que Reikiavik se hizo famosa después de que Björk la puso en el mapa. Sin embargo, dimos con una porción distinta de la Islandia urbana nocturna: un entorno diverso de modernos cafés, restaurantes de vanguardia y elegantes bares típicos, todos al servicio de una sociedad que cultiva la charla íntima y pulula hasta tarde en la noche infinita.

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Mar de Groenlandia

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Atlántico Norte 100 km

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LA NACION

Ronda de café Guardé el celular en el bolsillo –la respuesta a mi amigo tendría que esperar– y me zambullí en el Café Laundromat de la calle Austurstraeti, uno de los varios cafés no convencionales donde los lugareños comienzan la velada frente a una hilera de cervezas. Aquí los turistas se guarecen después de las breves horas de luz que les permiten explorar el asombroso panorama de lava negra y montañas cristalinas en las afueras de Reikiavik. La barra de madera lustrosa tenía estantes repletos de novelas usadas y un puñado de bancos altos, con respaldo, tapizados en cuero rojo. Varios hombres trajeados, que parecían banqueros, ya habían dejado la zona comercial y revoloteaban alrededor del vino y el salmón ahumado, mientras un grupo de veinteañeros, con botas y suéteres costosos, bebía jugo y comía torta. En el piso de abajo, había un lavadero de verdad, donde la gente conversaba, con un capuchino de por medio, junto a una mesa rústica de madera, cerca de una sala de juegos para niños pequeños, mientras se centrifugaba la ropa. Pronto supimos que los islandeses eran competentes y directos, sobre todo en la conversación. Pregúnteles si las luces del cielo nórdico han sido más intensas este año y obtendrá como respuesta un sí a secas, seguido de un silencio. Los mozos responden a las preguntas sobre el menú con precisión monosilábica. Pero con algunas bromas la gente se vuelve más cálida y dispuesta a hablar sobre su país, en especial de la persistente crisis económica,

tema presente en casi todo debate. Desde 2009, tras un colapso financiero seguido de la devaluación de su moneda, Islandia es barata para el turismo. “La débil corona todavía dificulta el poder adquisitivo de los islandeses –se quejó un mozo del Laundromat– sumado a que los titulares insinúan que el país entró en una milagrosa recuperación, que no parece del todo cierta.” Hagan que un islandés comience a hablar de lo agreste de su tierra y surgen innumerables relatos de que la oscuridad constante del invierno y el sol de medianoche del verano forjan el carácter nacional. Y por ahí, alguien susurrará que las montañas coronadas de nieve están protegidas por troles y elfos, criaturas místicas en las que, resultó ser, muchos islandeses aún creen. Durante una excursión, un guía locuaz nos habló de un canal navegable en las afueras de la ciudad que se desviaba alrededor de un par de grandes rocas donde supuestamente vivía un trol que no quería que su hábitat se viera perturbado. Ya con las manos descongeladas, dejamos el Laundromat y comenzamos a transitar por la larga noche, deteniéndonos en las calles comerciales de Bankastraeti, Laugavegur y Skolavordustigur, en el corazón de la ciudad. Grupos de locales con frentes de madera en tonos de rojo, verde y blanco, bordeaban las veredas, y jóvenes vestidos con parkas de diseñadores y gorros de piel miraban asombrados los precios. Las vidrieras estaban adornadas con colecciones árticas, osos polares disecados y bandadas ocasionales de muñecos de frailecillos, un ave marina típica de la región. No se ven grandes tiendas ni marcas conocidas como H&M o Zara, sino encantadoras boutiques que exhiben la moda islandesa confeccionada por diseñadores locales. En KronKron, sobre la calle Laugavegur, la vidriera estaba llena de zapatos estilo María Antonieta, en cuero y gamuza, con tacos multicolores. Eran caros, 65.000 coronas (514 dólares, a 126 coronas el dólar) y no parecían muy prácticos, aunque se verían fabulosos en las calles de Nueva York o París. Comenzó a levantarse mucho viento, así que nos dirigimos a Fish Market, un restaurante exclusivo, que fusiona la cocina islandesa con la asiática, en la calle Adalstraeti, cerca de la costanera, con la idea de cenar temprano. Plantas de bambú florecían

contra una pared oscura, y las mesas eran de roble noruego. “Hace mucho frío afuera”, comentó la camarera, echando un vistazo al salón vacío. Y agregó: “Con la crisis, muy pocos islandeses pueden pagar una buena cena”. Estudiamos la carta y señalamos las entradas de frailecillos y ballena, exquisiteces islandesas. El frailecillo (de la región, según la camarera) se presentaba en rodajas finas, su sabor salvaje está neutralizado con frutas exóticas e higos. La carne de ballena, también finamente cortada, sabía a bife de lomo con un dejo metálico, era sabrosa y delicada cuando se la combinaba con una crema aireada de wasabi. Después de hora Cuando nos fuimos de allí, cerca de la medianoche, el cielo estaba más oscuro, y las calles, vacías. Parecía que la vida nocturna comenzaba a aplacarse, pero en realidad bullía en el interior de una veintena de cafés. Cuando nos aproximábamos al más antiguo de Reikiavik, el Prikid, ambientado en los años 1950, sobre la Bankastraeti, el sonido del bajo retumbaba en el piso de madera. Adentro, un disc -jockey con rastas hacía girar vinilos y luces blancas desde una esfera espejada que rotaba por todo el salón. Los clientes habituales, con elegantes camperas tejidas con capucha, se balanceaban al ritmo del saxo. La barra se convertía en un refugio balsámico para quienes festejaron toda la noche alrededor de las 8 de la mañana, cuando sirven un desayuno “para matar la resaca”: un sándwich relleno de papas fritas y leche batida de vainilla con una medida de Jack Daniels y una o dos pastillas para el dolor de cabeza. Alrededor de las 12.30, subiendo por la calle Laugavegur, en Kaffe Koffin, la escena era otra. Una rubia de unos veintitantos bebía café y picaba algunas masas dulces. Hombres jóvenes envueltos en bufandas, permanecían inmóviles sobre sus laptop en enormes sillones con almohadones de patchwork, junto al cálido reflejo de velas anaranjadas. Una sillita alta indicaba que aceptaban menores. Más lejos, un estruendo de risas flotaba afuera del Olstofa, un bar de la calle Nautholsvegur, donde escritores, periodistas, artistas y otra gente del lugar se sentaba cómodamente en sillones rodeados de paneles de madera a beber cerveza. “Todas las noches es así”, comentó el gerente, Steinthor

Las sagas: palabra de vikingo Manuel H. Castrillón Melancolía y algo de resignación parece surgir en cada palabra que brota de las sagas. Esas piezas de la literatura medieval islandesa que reflejan hechos verídicos, a veces difíciles de probar, pintaron en un estilo despojado la colonización de los vikingos en la Thule de los antiguos, su conflicto con otros reinos nórdicos y su llegada a tierras tan remotas como Groenlandia y América del Norte. Las sagas de Njal, Egil Skallagrimsson, Erik el Rojo, de los groenlandeses, Laxdaela, Hrafnkel y otras, los poemas escáldicos, las eddas y algunas historias, muestran cómo eran los habitantes de Islandia de los primeros siglos, a medias entre una mitología pagana donde habitaban Odin, Thor y Freyr y la llegada del cristianismo y sus sacerdotes. Hombres y mujeres rudos, no muy predispuestos a llorar, pero sí a levantar la espada y el hacha por la propiedad de una vaca o de un barco-dragón. Estas piezas escritas entre los siglos XII y XV contaban historias de héroes poco ortodoxos, a veces bastante tacaños con el dinero o injustos cuando dirimían un conflicto. Las sagas podían pasar muchos párrafos relatando líneas genealógicas. Las aventuras podían traspasar las fronteras llevar a estos guerreros a Noruega u otras lejanas tierras inexploradas. La gente del thing vio un grupo de hombres que venían cabalgando por la orilla del Gljúfrá; sus escudos brillaban mucho; y según iban cabalgando hacia el thing iba delante un hombre con capa azul, y en la cabeza un

Matthiasson, un hombre esbelto, con una garbosa gorra de lana y un grueso suéter marrón que daba pitadas a su cigarrillo en el aire helado. Era tarde, nos sentíamos un poco mareados, y no estábamos preparados para afrontar a la gente del Faktory o del Kaffibarinn, dos de los clubes más potentes de Reikiavik, al menos no esa noche. En unas horas teníamos que levantarnos para tomar una espléndida excursión de to-

yelmo dorado, y al costado un escudo con adornos de oro, y en la mano una lanza de cubo incrustado en oro; llevaba espada al cinto. Era Egil Skallagrímsson, que llegaba con ochenta hombres, todos bien armados, como si se dirigieran a una batalla, leemos en la saga que lleva el nombre de ese luchador. En los versos islandeses, la fiesta de los vikingos puede ser sinónimo de batalla; el gallo de los muertos, el buitre; y la ola del cuerno, la cerveza. Metáforas que no dejan lugar a dudas su estilo de vida. Es difícil armar un recorrido por Islandia siguiendo las huellas impresas en las hojas de las sagas, aunque se ofrezcan tours temáticos. Algunos topónimos han cambiado con los siglos y su ubicación será sólo aproximada. En cambio sí puede hacerse con otros lugares, como el del Alhing, suerte de parlamento, que se desarrollaba anualmente desde el 930 de nuestra era en la localidad de Thingvellir, a 44 km de Reikiavik. Esta patria de poco más de 300.000 habitantes, con una capital que llega a los 120.000, tiene la particularidad de hablar la más pura lengua nórdica de todos los países alguna vez ocupados por los vikingos. Cuando visitemos Islandia recordemos que en general los islandeses se llaman por el nombre y no por el apellido. Es costumbre, no falta de respeto. No se apuren a desenvainar las espadas. Para conocer Islandia a través de sus letras, uno de los autores islandeses más famosos en la actualidad, cultor del policial, es Arnaldur Indridason. Obras como Las marismas o El hombre del lago, disponibles en español, llevan al Reikiavik del inspector Erlendur Sveinsson, héroe que sufrirá demasiados claroscuros. Un personaje que parece salido de una saga.

do el día a cascadas, montañas nevadas y paisajes de lava lunar, aunque cuando nos despertáramos, todavía sería de noche. Me saqué los guantes para contestarle a mi amigo, que esperaba mi respuesta desde un clima más soleado y cálido. “¿Por qué Islandia?”, le respondí. “¿Por dónde empiezo?”ß Liz Alderman Traducción: Andrea Arko