BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE Good night and good luck es una película dirigida por el famoso actor George Clooney que fue rodada en Estados Unidos en el año 2005. Consiste en 93 minutos de apasionante lucha por la verdad en medio de un “estado de terror”. Buenas noches y buena suerte se trata de un título que induce a los espectadores a interesarse por su contenido, ya que produce curiosidad al poderse relacionar fácilmente con los muchos programas actuales que se despiden de forma parecida. Además, crea un ambiente adecuado al citarse a lo largo de la película poniendo punto y final a cada noticia que da el conocido interlocutor Edward Murrow (David Strathairn). El comienzo requiere una atención fundamental para poder acoplarlo al final, cuando el protagonista principal continúa su discurso, en el que introduce desde las primeras palabras el tema de la corrupción periodística y la manipulación de los medios de comunicación, utilizados como arma para los intereses propios. A estas contribuyen la existencia de fuentes confidenciales y anónimas, pues al no publicarse la procedencia de la información, ciertos departamentos la utilizarían para su exclusivo beneficio, dando lugar a la intoxicación. El discurso critica, a su vez, la opulenta y acomodada sociedad que se deja llevar por los engaños y la distracción de la televisión, dando lugar a la decadencia de la comunicación y al aislamiento de la realidad que nos rodea. Sin embargo, dejando una estela de misterio al difundirse esta primera escena a mitad de las palabras de Murrow, empieza la introducción, que va apareciendo en forma de créditos. El posicionamiento del espectador en la época resulta determinante para hacerse a la idea desde el principio de los relevantes y arriesgados propósitos de los personajes, sumidos en una de las más severas dictaduras cuya característica más sobresaliente es la absoluta intolerancia hacia el comunismo y todo lo que tenga que ver con él. A lo largo de la película se van sucediendo reuniones en las que los actores se comunican las novedades, seleccionan los hechos más significativos, los valoran una y otra vez antes de lanzarlos y analizan concienzudamente su desarrollo para mostrárselo a un público masivo con la mayor objetividad posible, aunque a la vez con un claro trasfondo justiciero que atrae la atención de todos los sectores políticos y sociales, incluido y muy especialmente el presidente del gobierno, McCarthy, principal objeto María González Amarillo
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aludido y criticado por sus medidas totalitaristas. En dichas reuniones se aprecia la organización de un grupo de periodistas que se vuelcan sobre su trabajo a expensas de las consecuencias, así como se advierte el papel dominante del presentador del programa, Edward Murrow, y su asesor, Fred Friendly, interpretado por George Clooney, director de esta impresionante trama cinematográfica. Estos dos personajes se hacen notar a través de su mayor influencia sobre el resto de sus compañeros, quienes favorecen tal jerarquización amistosa a través de la confianza que tienen en sus palabras. También aparece esporádicamente el director de la cadena, William Paley (Frank Langella), quien, a pesar de su autoridad, se le ve fuertemente apegado a ellos, de forma que establece los límites de su programa pero al mismo tiempo les da libertad suficiente para que ofrezcan al público lo que consideren oportuno. No faltan complicaciones en la labor de esclarecimiento de la verdad. Sobresalen frases como “No puedo creer que haya dos versiones iguales y lógicas en una noticia” o “¿Has comprobado los hechos? ¿Te mueves en terreno firme?”. George Clooney ha sabido exponer las dificultades que supone contrastar las fuentes que proporcionan las informaciones y hallar el auténtico presente social entre ellas. Estas escenas y palabras directas son las que llevan consigo la emoción del argumento, el meollo de la cuestión: la búsqueda y extensión mundial de la verdad. Otras situaciones impulsan al análisis personal del diálogo, ya que cada presentador pretende convencer al público de algo. Por ejemplo, recordemos la escena en la que un locutor definía a sus oyentes como personas que no se dejan manejar por la publicidad, y acto seguido procede a anunciar unos cigarrillos. Curiosa y cuestionable actitud. Cabe destacar la relación entre dos de los personajes, Joe y Shirley Wershba (Robert Downey y Patricia Clarkson), que nos da a conocer determinadas condiciones que tenían que sufrir las parejas que trabajaran para la misma empresa en aquella época: habían de mantener el matrimonio en clandestinidad para no ser despedidos. Así, el espectador va tomando conciencia de las tremendas diferencias que ha experimentado nuestra sociedad con el paso de simplemente las últimas décadas. Volviendo a nuestros periodistas, se observa cómo las palabras de Murrow calan en la audiencia y suscitan comentarios, consiguiendo un éxito de los que hacen historia. Su retórica es, y con razón, sensacional y sobrecogedora. Utilizando un vocabulario adecuado y la destreza idónea para darle un tono universal, comprensible y atrayente, logra encandilar al público y acaba recibiendo el apoyo buscado, ya que a lo largo de la lucha entre verdad e intoxicación vemos cómo el senador es finalmente sentenciado, cumpliéndose el objetivo de los personajes principales. No obstante, esta película deja traslucir también las críticas negativas que pueden caer sobre cualquier programa o información que se difunde a través de los medios de comunicación. El destino suicida de Don Hollenbeck (Ray Wise) no tuvo otra causa que el deseo de evadirse y acabar con las múltiples reprobaciones que O´Brian dirigía hacia su persona, siendo constantemente cuestionada su dignidad e interpelada su intimidad. A medida que avanza el filme, va capturando la atención de los oyentes con una María González Amarillo
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intensidad creciente puesto que la intriga aumenta en cada escena y los monólogos de Murrow aparecen cada vez más directos y penetrantes, especialmente aquel en el que se defiende como ciudadano americano no simpatizante con el comunismo pero sí partidario del intercambio de ideas independientemente de las ideologías políticas, personales y propias de cada uno. En esta parte de la secuencia final se pone la guinda a la denuncia contra la intransigencia del senador. Hay que hacer un apartado especial para el papel que ocupa la música. Las bellas canciones intercaladas cada cierta cantidad de tiempo se encargan de suavizar la acción de las escenas, sin dejar de rozar el tema pero con una preciosa voz y una hermosa burbuja instrumental que relaja a los oyentes al permitirles un descanso en la continua atención que requiere el argumento. Finalmente, el desenlace no puede ser más potente ni estar más minuciosamente preparado a la vez: el proseguimiento del discurso de Murrow manifiesta con respeto pero rectitud que si la televisión sólo sirve para “entretener, divertir y aislar”, la importancia de las ideas y de la información se ve completamente infravalorada e indefinida. “La televisión puede enseñar, puede arrojar luz y hasta puede inspirar, pero sólo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines. De lo contrario, sólo será un amasijo de luces y cables” son las últimas palabras de Edward Murrow, que fascinan a sus espectadores e influyen una vez más sobre ellos, constituyendo un perfecto punto y final.
María González Amarillo
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