Espectáculos
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Lunes 19 de enero de 2009
TEATRO La vuelta al hogar: Arturo Puig, experto en clásicos
La vigencia del gran Harold Pinter Continuación de la página 1, columna 5 masculino. Es interesante. En el juego vincular de los hombres, el papel de la mujer se vuelve un rol decididamente actoral, múltiple: es la esposa, la madre, la prostituta o, como la llama el mismo Pinter, «la clave moral de la familia»”. La obra, que se estrenó en el Multiteatro, tiene a Arturo Puig como a uno de sus protagonistas –lo acompañan Fabián Vena, Osvaldo Santoro, Agustina Lecouna, Lautaro Delgado y Rafael Ferro– y resulta muy atractivo escuchar a este intérprete que viene de representar a Arthur Miller (Panorama desde el puente) y luego a Edward Albee (¿Quién le teme a Virginia Woolf ?) hablar de personajes que fueron concebidos entre las décadas del 50 y del 60, y que hoy, notablemente, siguen teniendo una fuerza inusitada. “Soy un actor que ha pasado por todo –cuenta risueño el intérprete–. Desde decir «la mesa está servida» en teatro y en televisión, hasta hacer el programa de mayor rating en la historia de la TV. Hice comedias musicales, comedias en Mar del Plata y en Carlos Paz; he cantado, he grabado discos. Mi carrera se fue dando. Y no me arrepiento de nada. Todo me ha servido y me sirve. Ultimamente, ya grande, decido por infinidad de motivos tratar de hacer estos autores, quiero seguir por este lado.”
Atractivo y desafiante Entre esa infinidad de motivos se puede rescatar que, por ejemplo, este tipo de teatro a Arturo Puig siempre le resultó muy atractivo. “Todavía en mí resuena las voz de Pedro López Lagar haciendo Panorama desde el puente –cuenta–, o recuerdo cuando vi La vuelta al hogar, con Sergio Renán en el papel de Teddy. Es un teatro con el cual me crié y que, aún hoy, sigue influyendo en la creación de los nuevos autores, con las consecuentes actualizaciones de lenguaje, de situaciones.” Max, el padre de La vuelta al hogar que ahora está cargando en su cuerpo, “es un hombre que se las trae –afirma–. Esto para mí es un gran desafío, estoy haciendo una especie de bestia exaltada, alguien que viene galopando con rudeza y mucha angustia, y que se ha desarrollado en un enorme marco de violencia”. –Decías antes que éste es un teatro con el que te criaste. Indudablemente te formaste también haciendo muchas escenas de estos textos. ¿Fantaseabas entonces con llegar a componer a Eddie Carbone o a este Max? –No exactamente. Recuerdo que hice Panorama… siendo muy joven y hacía de un vecino que pasaba por el escenario, no decía una palabra y, hace un par de años, me tocó interpretar a Eddie. Fabián Vena me decía hace poco: «Este papel tuyo de Max, yo lo voy a hacer». Y seguramente lo va a hacer. Son obras que trascienden las épocas y están tan bien escritas que vale la pena hacerlas o, por lo menos, intentarlo. Hoy en día hacer Pinter vale la pena. Vale la pena que Alfredo [Alcón] haga La muerte de un viajante. Es nuestra obligación como actores. Hay que volver a poner a estos autores para que el público los vea, no los olvide. El teatro, desgraciadamente, no es como la literatura. Una novela podés encontrarla en una librería, en una biblioteca y la volvés a leer. El teatro, aunque esté editado, no se lee. La gente no lee teatro, va a ver el teatro. No sólo esta etapa del teatro contemporáneo ocupa la atención de Arturo Puig. Conoce el teatro alternativo argentino, a sus autores y directores. Dice que ve en ese mundo de la escena “un enorme progreso” y se detiene en algunos creadores, como Claudio Tol-
Dos matrimonios retratados con inteligencia, ternura y humor
Un cuarteto excelente, dirigido por Alezzo La pieza ahonda en lo más profundo del ser humano Muy buena
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RICARDO PRISTUPLUCK
Un elenco de figuras Osvaldo Santoro, Arturo Puig (como Max, el padre en esta historia), Fabián Vena, Rafael Ferro, Agustina Lecouna y Lautaro Delgado en una escena de la obra
cachir o Heidi Steinhardt. “El teatro está en movimiento y eso es apasionante, y cruzarme con esos nuevos actores en escena, como ahora con Lautaro Delgado, es muy bueno para mí.” –¿Y qué te sucede con la televisión? –Me gusta hacer televisión. Ultimamente estuve haciendo Variaciones, en Canal 7, con Juan Leyrado y dirección de Alberto Lecchi, y fue un placer poder investigar sobre la palabra a partir de diferentes temáticas. La tele es cíclica. Hay momentos en que empiezan los shows y todo es show. Llegan los reality y van todos por ahí. La ficción en estos años se ha quedado un poco y eso es preocupante. Antes, en cada canal, había dos o tres unitarios, y ya no los hay. En Canal 9, la ficción argentina no existe. La televisión se nutre de la publicidad y eso ha bajado bastante, los productores se resienten… Pero hay que seguir adelante. –El teatro es una buena opción –El teatro es como una trinchera del arte. El público lo entiende así y va al teatro porque la televisión no le da tanta ficción. El teatro recupera esa cuestión y, por eso, es tan importante hacerlo.
MARIANA ARAUJO
Apostar a la televisión y a la escena El teatro y la TV corren paralelos en la carrera del guionista y director Alejandro Maci. El autor de Lalola (en colaboración con Esther Feldman) y Los exitosos Pells, y el director de Cara de fuego y Una cierta piedad, también se muestra apasionado frente a este desafío de dirigir ahora La vuelta al hogar, a la que califica de “uno de los más grandes trabajos de Pinter”. Sumamente comprometido con sus dos labores –la de guionista y la de director– le resulta muy fácil encontrar algunos puntos en común: “La tarea que uno desarrolla en los ensayos tiene el mismo tinte de tarea inconclusa que uno encuentra en la elaboración de un texto –comenta–. Así como Borges decía que uno publica para dejar de corregir, se podría decir que uno estrena una obra para dejar de ensayarla. El trabajo es inacabable”.
–La TV y el teatro no resultan medios muy opuestos para vos. –Diría que no hay medios opuestos, sino diferencias de procedimiento y de connotación. El teatro tiene un mayor poder de reflexión sobre sí mismo mientras desarrolla cada una de sus etapas. Esa misma reflexión, en la TV, dada su inmediatez, se da a posteriori; es irruptiva, instintiva, casi un exabrupto narrativo. Suele hablarse de las desventajas de esas características. Lo que no se dice es cuánto se aprende de esa impronta ligada a la instantaneidad. Es la exacerbación de la espontaneidad con lo bueno y lo malo que ello implica. Llegar al teatro a ensayar La vuelta al hogar, después de escribir Los exitosos Pells es como descorchar una botella de vino añejo para coronar el final de la jornada. –¿Ensayarías una reflexión acerca de ese mundo de “comedia” que trasladás a la TV y ese mundo de “con-
ciencia” que rescatas en el teatro? –Estoy abordando a un autor que se caracteriza por un peculiar juego con el humor. Pinter suele convocar la risa o la ironía exacerbando algún aspecto de la condición humana, como la miseria espiritual o la mezquindad. Mi trabajo con la comedia, tanto en Lalola como en Pells, se apoya en la torpeza de un individuo para habitar un mundo que desconoce: un hombre en el cuerpo de una mujer o un pobre actor fracasado en la piel de un popular periodista mediático. El tránsito de un universo al otro deja siempre fuertes improntas. Encuentro el trabajo teatral siempre inspirador, aun en el máximo de sus dificultades. Uno nunca deja de comprobar la fertilidad de un texto tan genialmente construido mientras trabaja con él. Cómo pueden coexistir la amenaza con el humor patético, el crimen con la interrogación existencial o la filosofía.
(Variedades) Patrick Swayze de alta LOS ANGELES (AP).– Patrick Swayze fue dado de alta el fin de semana del hospital adonde había ingresado hacía una semana con una neumonía relacionada con el tratamiento que está realizándose por un cáncer de páncreas detectado en marzo pasado. Su salida del sanatorio coincidió con el estreno de la serie The Beast, que el actor protagoniza en la cadena A&E.
América, en tercer lugar Aunque enero, con su baja en el encendido televisivo, no parece ser el mes más indicado para ocuparse de la competencia por el rating, lo cierto es que el fin de semana trajo una novedad notable en relación con lo que sucede en la semana. Por segundo sábado consecutivo, América logró quedarse con el tercer puesto de la medición de audiencia, lugar que suele ocupar de lunes a viernes Canal 9. A pesar de que fue por la mínima diferencia, 0.1 punto de rating, América pudo subirse al podio.
Cena entre amigos, de Donald Margulies. Traducción y adaptación: Cecilia Chiarandini. Elenco: Cecilia Chiarandini, Nora Kaleka, Lizardo Laphitz y Roberto Vallejos. Escenografía y vestuario: Marta Albertinazzi. Música: Eric Satie. Dirección: Agustín Alezzo y Lizardo Laphitz. En El Duende, Córdoba 2297 (4964-5710). Duración: 95 minutos.
Ganadora del Pulitzer en 2000 y de muchos más, esta comedia encantadora despliega variaciones sobre el tema eterno de los conflictos conyugales (o de cualquier clase de pareja). Lo hace con inteligencia, ternura y humor nada comunes, a partir de una situación muy frecuentada también desde siempre: personas que se han reunido para compartir armoniosamente el rito social de comer juntos, terminan por estropear la velada y sus estómagos. Lejos del desarrollo habitual de estos conflictos, Margulies (norteamericano, nacido en 1954) maniobra con suma habilidad para sorprender todo el tiempo al espectador, desde el llanto inesperado –y desesperado– de Sofía durante una cena convencional con un matrimonio amigo, Inés y Gabriel, que acaban de volver de Europa, hasta la escena clave de la pieza, una conversación de los dos protagonistas masculinos sentados a la mesa de un café. La explosión de Sofía obedece a que su marido, Tomás, no ha faltado a la comida por viajar urgente a Chile, como ella pretextó ante sus amigos, sino porque la ha abandonado por una agente de viajes. Pero las cosas no son tan sencillas como ella las presenta: detrás de ese abandono hay muchos años de tedio, ru-
tina y mutuo desinterés, aunque de pronto la furiosa descarga de agravios resulte ser el mejor afrodisíaco, según Tomás. En tanto, Inés –mujer de principios, tan estructurada que llega a la rigidez– defiende incondicionalmente el partido de Sofía, ante la mirada un tanto escéptica de su marido, que ha escuchado las razones del infiel. Es precisamente una conversación de ambos, Gabriel y Tomás, la que otorga definitivamente sentido a la obra: los dos maridos y sus mujeres encarnan otros tantos tipos humanos antagónicos, pero nunca tan rígidos que no puedan repentinamente transformarse en otros. En una escena de antología, Tomás trata de convencer a Gabriel de que se una a la falange de los infieles, con la misma insidia con que el drogadicto pretende iniciar al inocente en su vicio. Frente al riesgo de la aventura, Gabriel opone el sólido sentido común del buen burgués que opta por la tranquilidad, aun a costa de cancelar la opción de una existencia acaso más rica, más plena. De lo dicho se desprende que el peso del espectáculo recae sobre las actuaciones, y el cuarteto es, en verdad, excelente, pródigo en matices y sutilezas que obedecen, sin dudas, a las exigencias de la doble dirección.
Risa tierna El escenario de El Duende es pequeño, pero cómodo, y Marta Albertinazzi sabe aprovecharlo con su habitual destreza. Este es el raro caso de una obra que al ahondar en lo más profundo y misterioso de la condición humana, lo hace a partir de una risa sostenida, con bastante ternura y mucho de compasión. Chejov andaba por ahí.
Ernesto Schoo
Nina, un personaje y una obra con altibajos Regular
(( Nina. De José Ramón Fernández. Dirección: Jorge Eines. Con Heidi Steinhardt, Pablo Razuk y Eduardo Ruderman. Escenografía: Jorge Ferrari. Iluminación: Félix Monti. Vestuario: Mini Zuccheri. Diseño sonoro: Federico Figueroa y Javier Ntaca. Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. De jueves a sábado, a las 21. Duración: 60 minutos.
Todos los que han tenido la fortuna de una vida relativamente normal –no así quienes sufrieron el estigma de la guerra o del hambre– guardan en su memoria imágenes de una niñez o juventud que añoran como paisajes de un paraíso perdido. El paso de los años, aun en los que pueden llegar a ser felices en la madurez, acentúa esta sensación porque, realmente, la vida estaba ahí en todo su esplendor y como potencia de lo que podía llegar a ser. En rigor, lo que se escurre con el transcurso del tiempo es aquel maravilloso vértigo de imaginar el futuro. Existe otra idealización del pasado, en cambio, que se nutre en la desdicha del hoy. El vacío de la actualidad, por la frustración de los proyectos que se han emprendido o por el desamor, lleva a embellecer lo pretérito en demasía. Y, sobre todo, el lugar donde esa etapa de la existencia se desarrolló. Este es el problema de Nina, una actriz de 31 años que regresa al pueblo costero donde vivió quince años atrás en busca de un suceso que cambie milagrosamente el angustioso curso de su presente. Como al personaje de La gaviota, cuyo nombre evoca, no le ha ido muy bien en su carrera. En un hotel de ese sitio, próximo al mar, se encuentra con Blas, otro fracasado como ella que fue amigo de su juventud. Hay mutuas y tormentosas confesiones e incluso una relación sexual, pero concluida
la noche no arriba la luz. Los dos comprueban que son impotentes para cambiar nada. El autor acumula durante ese tiempo de contacto distintos indicios de que podría ocurrir algo, pero al final opta por dejar todo igual. Esa es su mayor sagacidad. Aparecen algunas frases bellas y variadas referencias a artistas, películas o datos de época para incentivar la imaginación del espectador. No mucho más. Aun con su premio Lope de Vega a cuestas y su aire chejoviano, Nina no impresiona como un gran texto. Pero, tal vez, el mayor defecto del espectáculo no esté en la obra, sino en el criterio con que se enfoca la actuación de Heidi Steinhardt. La actriz, obviamente en acuerdo con el director argentino Jorge Eines –que es un prestigioso maestro de interpretación en España, pero puede fallar como cualquiera–, coloca todo el peso de su trabajo en una suerte de composición plástica –su cuerpo está en continua movilidad y sus brazos, piernas y manos se estiran y se encogen a cada rato– que termina por hacer artificiosa la caracterización y le resta fuerza interior. Y ese personaje y su conflicto son la viga maestra de la pieza. Ni siquiera el hecho de que Nina sea alcohólica puede justificar tal exceso de hiperkinesia. En cambio, Pablo Razuk como Blas transmite con fidelidad la vencida pesadumbre de su criatura. También Eduardo Ruderman acierta con su Esteban –el viejo que debió hacer el recordado Héctor Malamud–, aunque ese personaje sea en lo dramático bastante inconsistente. Lo mejor es la puesta con su atmósfera impresionista, los cambios en las intensidades de la luz, el lejano sonido del mar, y la sombría y nostálgica nocturnidad de un otoño que sólo parece cenizas de un verano imposible de recuperar.
Alberto Catena