Notas
Lunes 10 de septiembre de 2007
LA NACION/Página 17
La sangre del museo Por Daniel Larriqueta Para LA NACION
F
RANCISCO PIZARRO ha vuelto a morir en el Museo Nacional de Bellas Artes. Ha vuelto a morir, durante algunas semanas, de su muerte trágica y augural, después de haber conquistado y fundado la América del Sur que hoy somos. Y, con ese cuadro impresionante, que le valió ser admitido en el Salón de París de 1886, Graciano Mendilaharzu ha revivido también; ha reaparecido la figura “maldita” de ese formidable pintor, que sucumbió a su locura en el Buenos Aires de 1894. Pizarro y Mendilaharzu, dos genios trágicos de nuestra construcción y nuestra memoria, se juntaron después de mucho tiempo en la muestra Primeros modernos en Buenos Aires 1876-1896, que reunió una espléndida colección de grandes obras argentinas, generalmente dispersas o guardadas. Con el retorno a la luz pública de El asesinato de Pizarro, nuestros museos recuperan patrimonio y memoria. Propiedad del Bellas Artes, la pieza estuvo prestada al Museo Histórico Nacional, que no tenía, última-
Sabemos que el inspirador de la conjura era Diego de Almagro el joven, hijo del descubridor de Chile, que, poco antes, había sido ejecutado por orden de Hernando Pizarro, luego de sofocar una rebelión que ensangrentó a Cuzco y a todo el sur del Perú. La rebelión y la ejecución del mariscal Diego de Almagro, compañero y socio de Pizarro, por diferencias en las jurisdicciones y la autoridad en el Nuevo Mundo, dio el tono iracundo de la época. Francisco Pizarro se enteró en Lima del éxito y la furia de su hermano. Tenía entonces unos setenta años y hacía nueve que
había entrado en el Perú, ya hombre mayor para la época. Sus logros le valieron todo el reconocimiento del emperador Carlos V, que lo hizo marqués, una distinción infrecuente en ese tiempo, y lo nombró gobernador por delegación personal, mientras el anciano esperaba ser ascendido a virrey. En aquel día de junio de 1541 los conspiradores organizaron todo un plan de ataque a la residencia del fundador de Lima. Los rumores llegaron a oídos de Pizarro, pero éste los desechó, acostumbrado como estaba a una vida de excitación continua. Cuando los conjurados avanzaron sobre
la casa y lograron entrar en el patio interior matando a los primeros guardias, uno de ellos pudo gritar: “¡Socorro, socorro, que los de Chile vienen a matar al marqués!”. El anciano conquistador alcanzó a armarse para enfrentar a los atacantes, mientras algunos de sus parciales huían o eran heridos, y, a pesar de su edad, sableó a dos de los atacantes antes de recibir la primera estocada. Caído, logró trazar la cruz con su sangre mientras los demás conspiradores lo acuchillaban, en un magnicidio que acaso tiene resonancias americanas de la muerte de Julio César.
También en Lima se escucharon los gritos de “¡muera el tirano!”, aunque matizados por el consabido “¡viva el rey!”. Esa escena trágica es la que pintó Mendilaharzu. Pero la fuerza del cuadro y su proyección hacia el espectador sugieren que el autor nos quiere hablar de lo que siguió. Porque con el asesinato de aquel supremo representante real se abre un período de guerra civil sin cuartel y sin límites. Con el tiempo y la demora propia de las comunicaciones de la época, Carlos V y su hijo Felipe, entonces gobernador de España, designaron el primer virrey del Perú en la persona de Blasco Núñez de Vela, encargado de aplicar reformas económicas en la línea de lo predicado por Bartolomé de las Casas y de someter y juzgar a los sediciosos. Otro hermano de Pizarro, Gonzalo, encabezó la resistencia contra la autoridad real y, luego de un sangriento enfrentamiento, apresó y ejecutó al virrey en 1546. ¡Nada menos que al virrey, figura de jerarquía real! La Corona reaccionó con toda su autoridad, pero en lugar de enviar a un jefe
Con el retorno a la luz pública de El asesinato de Pizarro, nuestros museos recuperan patrimonio y memoria
El asesinato del supremo representante real dio comienzo a un período de guerra civil sin cuartel y sin límites
mente, posibilidades de exponerlo, y que no dispone de una dotación de especialistas como la que fue necesaria para restaurarlo, para que la curadora Laura Malosetti Costa lo incluyera, con muy buen criterio, en un lugar destacado. Y el gran cuadro ha vuelto a hablar de Mendilaharzu y de Pizarro. Tenía menos de treinta años el artista cuando realizó la pintura, con tal talento que parece volver a contarnos aquel momento crucial de nuestra historia. La osadía, el coraje, la desmesura y el dolor de la construcción de la América indiana están en la escena. Pizarro, con sus vestiduras negras y su pelo blanco, sangrando por la estocada mortal en el cuello y dibujando con su propia sangre la cruz en el piso, se impone en un primer plano dramático. El matador, acaso Martín de Bilbao –pues no hay certeza histórica sobre el desarrollo de los hechos– lo mira absorto y con la espada todavía en la mano; una claridad muy limeña entra por el portalón donde se agolpan los otros conjurados y, a la izquierda, una barandilla de hierro forjado de un minucioso realismo da al conjunto el sentido paradójico de lo cotidiano.
militar al insumiso Perú, encomendó la tarea a un clérigo inteligente, paciente y enérgico: Pedro de la Gasca. El “pacificador” La Gasca –tal el título de la época– controló la situación, restableció el orden y ejecutó a Gonzalo Pizarro en 1548. Para inmortalizar su tarea, La Gasca eligió fundar, en pleno altiplano, una ciudad a la que simbólicamente llamó La Paz. Es la hoy capital de Bolivia, a la que Carlos V dio un escudo con la expresiva leyenda: “Los discordes en concordia / en paz y amor se juntaron / y pueblo de Paz fundaron / para perpetua memoria”. La sangre de Francisco Pizarro había coagulado en la fundación de una capital americana. El cuadro de un gran pintor argentino, que retrata con la fuerza del arte un gran momento de la historia fundacional, es de la mejor sangre de nuestros museos: Mendilaharzu y Pizarro. Las autoridades del Museo Nacional de Bellas Artes están estudiando la posibilidad de incorporar ese cuadro a su muestra permanente, en la que hay pocas interpretaciones de aquellos lejanos tiempos iniciales. Ojalá sea posible. © LA NACION
ARCHIVO
La obra de Graciano Mendilaharzu, de fuerte impacto dramático, otra vez ante los ojos del público
El demonio neoliberal L
AS protestas ocurridas recientemente en Chile contra la presidenta Michelle Bachelet ponen el énfasis en la crítica contra el llamado neoliberalismo, un mote de moda con contenido peyorativo. ¿Quién se proclama hoy neoliberal? Ningún político o economista asume ese rótulo. El actual presidente paraguayo, Nicanor Duarte Frutos, poco antes de asumir dijo que el neoliberalismo es el diablo. Pero los neoliberales sí existieron, y fueron protagonistas del escenario político en la reconstrucción europea, tras la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de economistas de ideas liberales que se opusieron al ascenso del nazismo en Alemania, como Walter Eucken y Wilhelm Röpke, y de
políticos como Ludwig Erhard y Müller-Armack. Eucken participó de la resistencia antinazi en su país y se vinculó con el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, activo conspirador contra la dictadura, ahorcado en un campo de concentración. Röpke debió emigrar primero a Turquía y luego a Ginebra, en tanto que Erhard fue obligado a renunciar a sus cátedras por sus opiniones liberales, quedando en el ostracismo interno hasta la caída del Reich. Estaban imbuidos del pensamiento de la democracia cristiana, por lo que buscaron conciliar la libertad con la equidad y la economía de mercado con la promoción del bienestar, tras la devastación de la guerra. A esta posición del nuevo liberalismo la llamaron “economía social de mercado”.
Por Ricardo López Göttig Para LA NACION Ludwig Erhard asumió como ministro de Economía en las zonas administradas por las fuerzas británicas y estadounidenses de la Alemania derrotada. Las ideas de la planificación estatal de la economía estaban en auge y los estadounidenses impusieron un severo control de precios para combatir la inflación, con la consiguiente aparición del mercado negro. Erhard, desde el ministerio, se opuso a las medidas intervencionistas tomadas por la administración militar del general Lucius Clay, liberando los precios sin su permiso en 1948. De este modo, volvieron a aparecer
bienes que habían desaparecido de las góndolas y comenzó la recuperación económica de Alemania occidental. En la concepción de estos autores, el Estado debía intervenir para corregir las fallas del mercado, impidiendo la formación de monopolios u oligopolios. Erhard fue después ministro de Finanzas de Konrad Adenauer, a quien sucedió en la Cancillería, de 1963 a 1966. Los neoliberales alemanes –al igual que otros cercanos a este pensamiento, como Jacques Rueff, ministro de Charles de Gaulle, y el famoso antifascista Luigi Einaudi, ministro de Finanzas y luego presidente de
Italia– promovieron economías basadas en la iniciativa privada y el libre juego de la oferta y la demanda, a la par que sostuvieron un creciente Estado de bienestar. El temor a que sus conciudadanos se sintieran tentados a apoyar electoralmente a los partidos comunistas los llevó a adoptar este tipo de políticas. Esto, sin embargo, no fue óbice para que pocos años después vieran los riesgos que implicaba el Estado providencial. Wilhelm Röpke, en su libro Más allá de la oferta y la demanda, de 1957, percibía una creciente irresponsabilidad del alemán promedio por exigir mayores beneficios, sin advertir que el dinero que administraba el Estado era el resultado de una mayor presión impositiva. También se preocupa-
ba por el abandono de la cultura espiritual de Occidente, en un mundo cada vez más obsesionado con lo material. Alfred MüllerArmack llamó la atención por la “ideología de toneladas” imperante en las universidades: crecía el número de egresados con escasas oportunidades laborales. Los neoliberales de la Guerra Fría, lejos de ser aspirantes a demonios, procuraron mostrar lo que ahora llamamos el rostro humano del capitalismo frente a la tentación comunista que aguardaba, tras la Cortina de Hierro, el momento para expandirse hacia el Atlántico. © LA NACION El autor es director de la licenciatura en Ciencia Política de la Universidad de Belgrano.
Diálogo semanal con los lectores
Un argentino avecindado en Inglaterra “E
N el «Rincón Gaucho» del sábado 18 de agosto, el autor menciona a Guillermo Enrique Hudson como «inglés emotivamente avecindado». Me parece que vale la pena señalar el error. Hudson nació en 1841 cerca de Quilmes, provincia de Buenos Aires, donde su padre, emigrado de los Estados Unidos, se había instalado en Los 25 Ombúes, establecimiento de campo que hoy se conserva como museo y reserva”, escribe Aldo Hugo Cantón. “Ya adulto, emigró a Inglaterra, sin que se conozcan exactamente los motivos que lo llevaron. Allí desarrolló una importante carrera como ornitólogo, que lo llevó a ocupar un lugar destacado en la sociedad londinense. Escribió numerosas obras, en inglés, en la mayoría de las cuales evocaba sus vivencias argentinas y la naturaleza que había disfrutado”, continúa el lector. “Las desventuras que le acaecieron más tarde impulsaron a su hermano Edwin, quien vivía en Córdoba, a ofrecerle en 1920 que se viniera a vivir con él, ya que «en las sierras y los ríos abundan tan interesantes aves como en las pampas y la Patagonia». Ofrecimiento que Guillermo rechaza diciendo: «El mensaje ha llegado tarde». Probablemente porque para entonces se había casado con la dueña de la pensión donde malamente vivía. Esto lo escribe Guillermo en la introducción de su libro Birds of La Plata. De lo contrario, no se habría sabido porque un pedido que hizo a sus hermanos, y estos cumplieron, fue que quemaran todas sus cartas. “En conclusión, podríamos decir que Guillermo Enrique Hudson, que murió
en 1922, fue un argentino emotivamente avecindado en Inglaterra”, finaliza. Jurar y perjurar “En la nota de Joaquín Morales Solá «La oposición no lee los labios de la sociedad» (miércoles 29 de agosto, página 6), dice: «Carrió jura y perjura que ella preguntó de entrada si Macri venía con López Murphy». ¿Es esto correcto? ¿No querrá decir «jura y rejura»?”, pregunta Roberto Aguirre. La expresión es correcta y muy usual. En ella el verbo perjurar no significa ‘jurar en falso’, sino ‘jurar mucho’, es decir, ‘dar fuerza a lo que se jura’. En esta acepción de perjurar, el prefijo per- significa ‘intensamente’ o ‘completamente’. En esta expresión, perjurar refuerza el significado de jurar, ya de por sí hiperbólico, pues jurar y perjurar no supone que la persona hace realmente un juramento, sino que asegura algo con fuerza e insistencia. Si no se usa, no puede estar Desde Bahía Blanca, escribe Javier Piendibene: “En un programa televisivo para adolescentes, la conductora, que lamentablemente suele ser fuente de lo que no debe decirse, pronunció la palabra «angelado». Hice un comentario a mis hijas sobre lo incorrecto de esa palabra y observé que debía haber dicho «angelical». “Pasados unos días, en el prestigioso diario LA NACIÓN, en un artículo del 23 de agosto, «La campaña es todo un fiasco», me encontré con la palabra «desangelada». Dado el respeto que siento por los correctores de dicho diario, inmediatamente recurrí
no se usa y no puede figurar. El hecho de que exista desangelado no supone que deba existir *angelado, así como la existencia de descremado no supone la de *cremado en el sentido de ‘que tiene crema’.
Por Lucila Castro De la Redacción de LA NACION al diccionario y verifiqué que desangelado sí está registrado, mientras que angelado no lo está. “Considerando el prefijo des- ‘ausencia de algo’, creo que la palabra angelado debiera estar registrada en el diccionario, ya que la ausencia de lo mismo sí está.” No sé en qué sentido habrá usado la conductora la palabra angelado (probablemente una invención del momento), pero si el lector la interpreta como ‘que tiene lo que le falta a alguien desangelado’, no puede haberla usado en el sentido de ‘angelical’, pues desangelado significa ‘falto de ángel (gracia, simpatía)’ y angelical no significa ‘que tiene ángel’. Pero, cualquiera que sea el significado que queramos atribuirle, un diccionario no puede registrar una palabra que no se usa. El adjetivo desangelado se usa y por eso figura en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), pero *angelado
Reuniones electorales “En la edición del lunes 3, se incurrió en un error que se reitera en épocas electorales. Dicho error consiste en emplear en singular una palabra, comicios, que es, por definición, plural. La enviada especial a Santa Fe escribe: «El comicio, hay que decirlo, se desarrolló con total normalidad». Copiando el DRAE, la palabra comicios proviene del latín comitium. Y en su segunda acepción, que es la aplicable en nuestro caso, significa «reuniones y actos electorales». Como se ve, plural por definición”, escribe Adolfo Caballero. La palabra comicios se usa, como bien dice el lector, solo en plural, pero no puede decirse que es un “plural por definición”, pues también es plural, como elecciones, cuando designa un solo acto electoral. Actualmente el DRAE la define como ‘elecciones para designar cargos políticos’. En ese sentido, la palabra ya era plural en latín: comitia. Etimológicamente significa ‘reunión’ y designaba una asamblea electoral (aunque en los comicios más antiguos el pueblo no votaba, sino que solo escuchaba los asuntos que se le exponían), una asamblea en la que se elegían magistrados o sacerdotes, se votaban leyes (es un error muy común creer que el Senado romano era un poder legislativo: en la República Romana las leyes se votaban en asambleas populares) o se decidía sobre una guerra
o sobre un juicio. En singular, comitium era un lugar del foro donde se celebraban ciertos comicios (no todos). Apoyo imposible Escribe Hugo Perini: “En la columna «Comenzó la lucha por ganar espacios en el cristinismo», del sábado 1º, el autor se pregunta, con relación a una serie de cuadros que se encuentran en la sede de una organización que apoya a la señora de Kirchner, si los artistas vendieron, prestaron o donaron sus obras. “Entre los pintores mencionados está Carlos Gorriarena, uno de mis favoritos, el que lamentablemente falleció a principios de este año, por lo que obviamente no pudo hacer ninguna de las cosas que se plantea el autor. En el mismo caso está el artista Ricardo Carpani, quien falleció hace unos años.” Cada cosa en su lugar Los espacios para comentarios de los lectores que el diario ha abierto en su edición digital están destinados a lo que su nombre indica: a que los lectores comenten las notas e intercambien opiniones sobre ellas, no a que los autores les respondan. Los que deseen que sus observaciones se publiquen en esta columna, o esperen una respuesta de la autora deben escribir a la dirección que figura al pie y firmar con nombre y apellido. © LA NACION Lucila Castro recibe las opiniones, quejas, sugerencias y correcciones de los lectores por fax en el 4319-1969 y por correo electrónico en la dirección
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