La risa me resulta tan misteriosa como la muerte

26 sept. 2014 - deseo, el lugar vacío o la herida que nos dejó al- guien (Dios?) yéndose ... admirado!) de repente en una breve, luminosa carta, aludís a mis ...
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Viernes 26 de septiembre de 2014 | adn cultura | 5

“La risa me resulta tan misteriosa como la muerte” Silvina Ocampo, Mujica Lainez, Cortázar y Bioy, entre sus interlocutores Bajarlía, no aparecen en el diario, pero sí en las cartas, cubriendo vacíos que sería interesante explorar. Al decir de ella, la poesía tiene que ser el lugar del encuentro. Un espacio donde encontrarse con lo ausente, con el ausente, con lo que no está. Lugar de la obsesión. De allí que todo poema inauténtico significa falta de obsesión o de necesidad de ese encuentro. Dije lo ausente. Por ello entiendo el deseo, el lugar vacío o la herida que nos dejó alguien (Dios?) yéndose para sólo dejar sed de su presencia imposible.

En este caso las cartas, sin duda, son también un lugar de encuentro, de intento de derrota de lo ausente. Son tentativas de comunicación, voluntad de compartir espacios secretos, confidencias obscenas o tiernas, indicaciones para encuentros reparadores, llamados pasionales, pedidos patéticos de socorro, advertencias, juegos de amor y de humor. Nos la muestran diversa y estratégica, adaptándose a las expectativas de sus destinatarios, tratando de adivinar sus deseos, balanceándose entre el cariño, la admiración, la inseguridad y la adulación, intentando proyectar una imagen de sí misma donde alternen la niña menesterosa, la amante empedernida, la consejera lúcida, la amiga de las bromas y los juegos de palabras, la arquitecta de su carrera, la vigía del tiempo por venir. Notable es la prolijidad clásica del formato de las cartas de Alejandra –líneas muy regulares realizadas con su letra infantil y aplicada, que Enrique Molina describía como el hilo tenue que conduce fuera del laberinto– o bien las misivas tecleadas a máquina, donde exhibe una rara perfección. Aquí resulta curioso el contraste entre la forma y el contenido a veces inesperado, calcinante o perturbador, que en ocasiones encierran en estas cartas. Mientras que el diario –sobre todo en las últimas etapas– es desolador y avanzamos por sus páginas con terror, casi por obligación, con un sentimiento lúgubre que invita a compadecerla o incluso a menoscabarla contra nosotros mismos, en sus cartas se respira en ocasiones un aire alto y refrescante, pero con esa frescura que viene del abismo y nos conforta. Pienso que en algunas de ellas apuntaba a lo mejor y más hondo de sus interlocutores en muchos sentidos, abriendo posibilidades de una nueva manera de ser: ésa ha sido por lo menos mi experiencia al recibirlas y recordarlas. Pero en otras, como en las dirigidas a Osías Stutman, lo que se percibe es una aterradora cercanía con un precipicio inevitable: Osías, amigo mío, tuve que haberme muerto en diciembre, cuando terminé de escribir esas prosas de humor, las corrosivas que ya te mencioné. Ahora solo me la paso pensando qué mala suerte tuvo Hölderlin al vivir 40 años después de su erosión y corrosión. Y qué suerte morir joven.

Pero hay también lugar para la gratitud y la celebración, como en esta carta dirigida a Mujica Lainez:

Manucho hermoso, Manucho querido (y tan admirado!) de repente en una breve, luminosa carta, aludís a mis “difíciles” poemas con una exactitud que ni los más grandes poetas o críticos lograron. Y todo de un modo dulce y refinadísimo, como un pequeño príncipe danzando o como un niño genial y autómata de un museo francés que escribe genialmente distraído. Gracias, gracias.

A SILVINA OCAMPO Buenos Aires, 23 de enero [¿1965?]* [Dibujo de una corona.] Querida Silvina I, unas rápidas líneas –reloj en mano, para que grites de horror– para decirte que me hizo mucho bien verte, después de una temporada en el infierno de los inexistentes rostros miramarenses (gentes de la nada que ni siquiera tienen cara…). En cuanto a mí, espero que tu garganta ya te permita ir a atormentar a los pobres tiburones, bagres y demás criaturas del Señor. No, no dejé de lado mis proyectos (su nombre correcto no es proyecto –horrible rima– sino algo así como “gestos del hado” o cualquier cosa que suene a tragedia griega o a alma rusa o rosa). No importa. Lo principal es que puse tus florcitas en tu libro. En lo que refiere a París, iré pronto pues me estoy volviendo idiota y el día menos pensado me caso con un dentista que me afilará los dientes para acentuar mi semejanza con las muchachas vírgenes de las tribus antropófagas de Nueva Guinea –traté de encontrar fotos pues no quiero que desconfíes de mí ya que mi máximo defecto no es mentir nunca si bien los que me conocen mal piensan que siempre miento (esta frase parece de Concha Espina o de Laura Holmberg de Bracht, a quienes jamás leí). Me llegó de la Ciudad Luz el libro sobre nuestra condesa húngara [la que inspiró La condesa sangrienta] que se higienizaba a diario con sangre de niñas. Espero verte y dártelo mano a mano con rostro de conspiradora y sin que nadie nos vea (en Playa Grande, por ejemplo). No te lo mando por correo pues sería mancillar el símbolo (no importa qué símbolo). Ciertos libros se deben “pasar” como un puñal. Mientras tanto, lo voy a releer. Si no tenés ganas de leerlo, te lo resumiré, haré una factura con el número de muchachas violadas, apuñaladas, ahorcadas, etc. Llamé a V. Macarov y no está. Si continúa sin responder haré que la llame mi madre en la lengua de Iván el Terrible y de Catalina la Grande. Y aquí está mi dirección: Av. Montes de Oca 675 (5° D). Buenos Aires. Je t’embrasse et gare aux anges! [Te beso y ¡cuidate de los ángeles!]

Ciertos textos de humor obsceno aparecen en la Correspondencia, en particular en las muy significativas cartas a Stutman –pero debo decir que no regreso a ellos con predilección: me resultan aún más ominosos que aquellos donde Alejandra invoca líricamente a la muerte. Hay una suerte de desenfreno de espiral negra en estos textos, que producían una irreprimible angustia en los que la rodeábamos– Olga Orozco decía experimentar algo parecido al respecto. Era como si asistiéramos a un paseo por la cornisa del abismo, a una suerte de desfonde deliberado en donde nadie podía detener lo inevitable. En otras palabras, más que textos, estos escritos me parecían o me resultaban síntomas, y nunca he podido distanciarme suficientemente de ellos como para considerarlos de otra manera, lo cual, naturalmente, desvirtúa la interpretación literaria, como la que ofrecen en este punto los escritos críticos de María Negroni o Cristina Piña. Para acercarse acertadamente a estos textos, con todo, entiendo que se precisa recordar en primer lugar lo que dice Alejandra: “La obscenidad no existe; existe la herida”. Así le escribe a la filósofa tucumana Eugenia Valentié, en una de las cartas incorporadas a esta nueva edición: Solamente vos, en este país inadjetivable, comprobás con notable facilidad y prodigiosa rapidez, que el personaje –esa Érzebet increíblemente siniestra– no es una sádica más sino alguien que pertenece a lo sacro: eso a lo que intentamos aludir en las palabras del sueño, las de la infancia, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. Solamente vos comprendiste (atendiste a) mi última frase: “la libertad absoluta… es terrible” que tanto escandalizó a los izquierdistas de salón que, para fortuna de ellos, nada saben de la falta absoluta de límites, sinónimo de locura, de muerte (y de la poesía, de la mística…) Nadie odia más que yo a la Bathory.

Pero también hay lugar para disquisiciones sobre el humor, como en esta carta que dirige a Antonio Fernández Molina –una novedad de esta edición: Por cierto que siendo el humor –el “alto don sagrado” del humor– una de mis preocupaciones constantes, me encantó sentirlo encarnado en poemas como los tuyos, enteramente insólitos en nuestra lengua, empleada tan a menudo para la sátira (tan inútilmente cruel) pero no para el-humor-ácido-corrosivo- de-la-llamada-realidad.[…] Quiero decir que nunca, hasta ahora, la lengua española ha sido instrumento apto para Continúa en la página 6

Pizarnik solía ilustrar sus cartas: aquí, una enviada a Ivonne Bordelois, otra para Antonio Fernández Molina y una dedicatoria a Julio Cortázar y Aurora Bernárdez

Alejandra