La Quietud: Joya perdida de nuestros días Artículo escrito por: Elsa Amezcua de Balderas ObreroFiel.com usa este artículo con permiso del autor
“Tengo la junta semanal de planeación, dar un discipulado, atender las necesidades de la familia y de la casa, hacer varias llamadas, planear la actividad conjunta del próximo mes, hacer las compras para el aniversario de la iglesia, etc, etc, etc.” ¿Te suenan familiares estas frases, este diálogo constante? Actividad, palabra que define muchas veces no sólo nuestras acciones sino también nuestra actitud frente a la vida y por ende, al ministerio. Como mujeres líderes estamos llenas de actividades, de todo tipo, de todas formas, sabores y colores. Y si somos esposas y madres, la agenda se vuelve más compleja. Es cierto que no hay nada de malo en tener actividades, sin embargo, éstas se pueden tornar infructuosas sino van acompañadas de un elemento vital en la vida de un siervo de Jesucristo: “Quietud”. Suena paradójico ¿verdad? Pero para el Señor Jesucristo no lo era y así lo enseñó con su andar en este mundo. En Lucas 5:15-16 encontramos una ocasión muy especial donde Jesús mismo nos enseña este principio que regía su vida. “Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.” ¡Acababa de sanar a un leproso! Todos debían estar celebrando, incluyendo al Señor Jesús; quizás comentando lo sucedido, tal vez describiendo el maravilloso milagro que acababan de presenciar, o aún más, participando de un gran banquete en honor del sanado y su sanador. Sin embargo, lo que Jesús hizo fue apartarse para estar con Su Padre, fue a un lugar desierto donde seguramente habría quietud y silencio. Si eso hacía nuestro Señor Jesucristo ¡cuánto más lo necesitamos nosotras! Jesús continuamente se apartaba a lugares desiertos, lo hacía antes y después de llevar a cabo su ministerio. Esos momentos de quietud delante de Dios eran esenciales en su vida. Cómo líderes, hacemos muchas cosas para Dios, muy buenas y de mucha bendición probablemente, sin embargo nos cuesta mucho estar quietas delante del Señor. Estar quieta implica frenar mi actividad, ser intencional porque no se dará de forma natural, es buscar el lugar y el tiempo para estar en silencio, en tranquilidad, no importa si es en el jardín, en la recámara o en la azotea. Necesitamos estar quietas. La quietud delante de Dios nos da perspectiva, nos enfoca en lo importante, en lo esencial. Nos ayuda a mirar las cosas y situaciones como Dios las ve, aquieta el cargado, estresado y angustiado corazón. Necesitamos quietud en nuestras vidas para escuchar la voz de Dios, para orar, para meditar, para descansar en él.
Dios me ha enseñado la quietud, a veces no muy a mi gusto y a mi preferencia, pero las bendiciones que el Señor ha derramado en esos momentos han sido determinantes y vivificantes para mi vida, mi familia y el ministerio. Yo deseo que cuando el Señor nos llame a la quietud, nuestra respuesta sea diferente a la de Su pueblo Israel: “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. Y no quisisteis, sino que dijisteis: No.” Isaías 30:15-16 La quietud es una joya perdida en nuestros días. Recuperémosla y enriquezcamos nuestras vidas en Dios; y de esta manera, podremos ayudar a otras a enriquecer las suyas.
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