La libertad en las calles de Venezuela

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OPINIÓN | 17

| Lunes 10 de marzo de 2014

valiente resistencia. Cuando el régimen de Nicolás Maduro amenaza con

endurecerse y cerrarse aún más, la movilización popular sigue en pie para impedir que la noche totalitaria caiga sobre el país caribeño

La libertad en las calles de Venezuela Mario Vargas Llosa —PARA LA NACIoN—

H

PARÍS

ace ya cuatro semanas que los estudiantes venezolanos comenzaron a protestar en las calles de las principales ciudades del país contra el gobierno de Nicolás Maduro y, pese a la dura represión –17 muertos y 261 heridos reconocidos hasta ahora por el régimen, y cerca de un millar de detenidos, entre ellos Leopoldo López, uno de los principales líderes de la oposición–, la movilización popular sigue en pie. Ha sembrado Venezuela de “trincheras de la libertad” en las que, además de universitarios y escolares, hay ahora obreros, amas de casa, empleados, profesionales, una ola popular que parece incluso haber desbordado a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), la organización sombrilla de todos los partidos y grupos políticos gracias a los cuales Venezuela no se ha convertido todavía en una segunda Cuba. Pero que ésas son las intenciones del sucesor del comandante Hugo Chávez es evidente. Todos los pasos que ha dado en el año que lleva en el poder que le legó su predecesor son inequívocos. El más notorio, la asfixia sistemática de la libertad de expresión. El único canal de televisión independiente que sobrevivía –Globovisión– fue sometido a un acoso tal por el Gobierno que sus dueños debieron venderlo a empresarios adictos, que lo han alineado ahora con el chavismo. El control de las estaciones de radio es casi absoluto y las que todavía se atreven a decir la verdad sobre la catastrófica situación económica y social del país tienen los días contados. Lo mismo ocurre con la prensa independiente, a la que el Gobierno va eliminando poco a poco mediante el sistema de privarla de papel. Sin embargo, aunque el pueblo venezolano ya casi no pueda ver ni oír ni leer una información libre, vive en carne propia la descarnada y trágica situación a la que los desvaríos ideológicos del régimen –las nacionalizaciones, el intervencionismo sistemático en la vida económica, el hostigamiento a la empresa privada, la burocratización cancerosa– han llevado a Venezuela, y esta realidad no se oculta con demagogia. La inflación es la más alta de América latina y la criminalidad, una de las más altas del mundo. La carestía y el desabastecimiento han vaciado los anaqueles de los almacenes y la imposición de precios oficiales para todos los productos básicos ha creado un mercado negro que multiplica la corrupción a extremos de vérti-

go. Sólo la nomenclatura conserva altos niveles de vida, mientras la clase media se encoge cada día más y los sectores populares son golpeados de una manera inmisericorde, que el régimen trata de paliar con medidas populistas, estatismo, colectivismo, repartos de dádivas y mucha, mucha propaganda acusando a la “derecha”, el “fascismo” y el “imperialismo norteamericano” del desbarajuste y de la caída en picada de los niveles de vida del pueblo venezolano. El historiador mexicano Enrique Krauze recordaba hace algunos días el fantástico dispendio que ha hecho el régimen chavista en los 15 años que lleva en el poder de los 800.000 millones de dólares que ingresaron al país en este período gracias al petróleo (las reservas petroleras de Venezuela son las más grandes del mundo). Buena parte de ese irresponsable derroche ha servido para garantizar la supervivencia económica de Cuba y para subvencionar o sobornar a esos gobiernos que, como el nicaragüense del comandante ortega, el argentino de la señora Kirchner o el boliviano de Evo Morales, se han apresurado en estos días a solidarizarse con Nicolás Maduro y a condenar la protesta de los estudiantes “fascistas” venezolanos. La prostitución de las palabras, como lo señaló orwell, es la primera proeza de todo gobierno de vocación totalitaria. Nicolás Maduro no es un hombre de ideas, como advierte de inmediato quien lo oye hablar; los lugares comunes embrollan sus discursos, que él pronuncia siempre rugiendo, como si el ruido pudiera suplir la falta de razones, y su palabra favorita parece ser “¡fascista!”, que endilga sin ton ni son a todos los que critican y se oponen al régimen que ha llevado a uno de los países potencialmente más ricos del mundo a la pavorosa situación en que se encuentra. ¿Sabe el señor Maduro lo que fascismo significa? ¿No se lo enseñaron en las escuelas cubanas donde recibió su formación política? Fascismo significa un régimen vertical y caudillista que elimina toda forma de oposición y, mediante la violencia, anula o extermina las voces disidentes; un régimen invasor de todos los dominios de la vida de los ciudadanos, desde el económico hasta el cultural y, principalmente, claro está, el político; un régimen donde los pistoleros y matones aseguran mediante el terror la unanimidad del miedo y el silencio, y una frenética demagogia a través de los medios tratando de convencer al pueblo día y noche

de que vive en el mejor de los mundos. Es decir, el fascismo es lo que va viviendo cada día más el infeliz pueblo venezolano, lo que representa el chavismo en su esencia, ese trasfondo ideológico en el que, como explicó tan bien Jean-François Revel, todos los totalitarismos –fascismo, leninismo, estalinismo, castrismo, maoísmo, chavismo– se funden y confunden. Es contra esta trágica decadencia y la amenaza de un endurecimiento todavía peor del régimen –una segunda Cuba– que se han levantado los estudiantes venezolanos, arrastrando con ellos a sec-

tores muy diversos de la sociedad. Su lucha es para impedir que la noche totalitaria caiga del todo sobre la tierra de Simón Bolívar y ya no haya vuelta atrás. Leo, la otra mañana, un artículo de Joaquín Villalobos en El País (“Cómo enfrentarse al chavismo”), desaconsejando a la oposición venezolana la acción directa que ha emprendido y recomendándole que espere, más bien, que crezcan sus fuerzas para poder ganar las próximas elecciones. Sorprende la ingenuidad del ex guerrillero convertido (en buena hora) a la cultura democrática. ¿Quién garantiza que ha-

brá futuras elecciones dignas de ese nombre en Venezuela? ¿Lo fueron las últimas, en las condiciones de desventaja absoluta para la oposición en que se dieron, con un poder electoral sometido al régimen, una prensa sofocada y un control obsceno de los recuentos por los testaferros del Gobierno? Desde luego que la oposición pacífica es lo ideal en democracia. Pero Venezuela ya no es un país democrático, está mucho más cerca de una dictadura como la cubana que de lo que son, hoy en día, países como México, Chile o Perú. La gran movilización popular que vive Venezuela es, precisamente, para que, en el futuro, haya todavía elecciones de verdad en ese país y no sean esas rituales operaciones circenses como eran las de la ex Unión Soviética o son todavía las de Cuba, donde los electores votan por candidatos únicos, que ganan, oh sorpresa, siempre, por el 99% de los votos. Lo que es triste, aunque no sorprendente, es la soledad en que los valientes venezolanos que ocupan las “trincheras de la libertad” están luchando por salvar a su país, y a toda América latina, de una nueva satrapía comunista, sin recibir el apoyo que merecen de los países democráticos o de esa inútil y apolillada oEA (organización de Estados Americanos), en cuya carta principista, vaya vergüenza, figura velar por la legalidad y la libertad de los países que la integran. Naturalmente, qué otra cosa se puede esperar de gobiernos cuyos presidentes comparecieron, prácticamente todos, en La Habana, a celebrar la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y a rendir un homenaje a Fidel Castro, momia viviente y símbolo animado de la dictadura más longeva de la historia de América latina. Sin embargo, este lamentable espectáculo no debe desmoralizarnos a quienes creemos que, pese a tantos indicios en contrario, la cultura de la libertad ha echado raíces en el continente latinoamericano y no volverá a ser erradicada en el futuro inmediato, como tantas veces en el pasado. Los pueblos en nuestros países suelen ser mejores que sus gobiernos. Ahí están para demostrarlo los venezolanos, como los ucranianos ayer, jugándose la vida en nombre de todos nosotros para impedir que en la tierra de la que salieron los libertadores de América del Sur desaparezcan los últimos resquicios de libertad que todavía quedan. Tarde o temprano, triunfarán. © LA NACION

lÍnea Directa

Con bravuconadas, no hay inversión Juan José Cruces —PARA LA NACIoN—

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a presidenta tiene razón: los empresarios han ganado mucha plata en la Argentina durante el kirchnerismo. Sin embargo, y aunque parezca paradójico, el principal aliado para lograrlo ha sido la hostilidad de la misma presidenta y su gobierno hacia el propio empresariado. Un ex ministro de un país vecino lo contaba magistralmente hace un tiempo en rueda de amigos: “Todos los meses invito a almorzar a los diez principales empresarios de mi país, quienes en conjunto generan gran parte de nuestro PBI privado y muchos de los cuales operan en la Argentina. Sistemáticamente, una parte del almuerzo consiste en escuchar sus quejas por lo mal que los trata el gobierno argentino: «Que Moreno me insultó, que De Vido me dijo lo otro, que Cristina aquello...». Sobre el final de la charla suelo decirles: «¿Y entonces por qué no venden sus filiales allí y dan por terminado este asunto?». Su respuesta es siempre la misma: «¡Ni locos! ¡En ningún país tenemos mayor tasa de ganancia que en la Argentina!»”. La aparente contradicción es un ejemplo claro del funcionamiento de una economía capitalista que se ha convertido en una pregunta clásica de mis exámenes en la universidad. El mecanismo es simple. La rentabilidad requerida por los inversores para operar en un país es proporcional al riesgo que ellos perciben. El riesgo tiene componentes que no controla el gobierno, como el clima físico o los precios internacionales, y otros componentes que sí controla, llamados genéricamente riesgo político. Un buen ejemplo de materialización de riesgo político son las pegatinas de carteles ilustrados con fotos de importantes ejecutivos que ha hecho recientemente una agrupación oficialista. Establecer que “los empresarios te roban el sueldo” casi sugiere que es legítimo robarles a ellos de vuelta para saldar cuentas. Me atormenta imaginar

la escalada de violencia que puede esperarnos aguas abajo de este río en el cual nos ha metido el discurso oficial. Cuando el riesgo político es alto, el valor de las empresas es bajo, de modo que, aun si ellas operasen con el mismo margen de utilidad sobre costos que en países vecinos, tendrán un mayor margen de utilidad sobre el valor de la empresa. Por eso hemos tenido las mayores tasas de ganancia de la región. Hace más de dos siglos, Adam Smith nos enseñó que “no es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino del cuidado de éstos por su propio interés”. De modo que es inútil pedirles solidaridad a los empresarios. Una estrategia inteligente y verdaderamente progresista reconoce que el disciplinador más eficaz para los empresarios es la amenaza de entrada de nuevos competidores que vengan a disputarles su renta. Cuando el Gobierno genera un mal clima de negocios, pocos se animan a venir, de modo que los que ya están suben sus precios con la comodidad de quien está seguro de que el riesgo percibido espantará a sus verdaderos verdugos. Esta sobretasa de ganancia tampoco es ilegítima: en definitiva es la compensación por operar en un ambiente al que pocos valientes se le animan. En el minuto que uno comprende este mecanismo, cambia radicalmente la manera de ver la política económica. No es regulando la tasa de ganancia, como han propuesto varios diputados recientemente, como se mejora el poder adquisitivo de la población, sino haciendo de nuestro país un lugar con derechos de propiedad bien protegidos y bajo riesgo político en el que muchos quieran invertir. Si bien durante el kirchnerismo se han incrementado las regulaciones y ha habido distorsiones, entorpecimiento de la actividad privada y estatizaciones, las violaciones al derecho de propiedad privada han sido

muy selectivas y acotadas. En definitiva, el kirchnerismo ha ladrado más a los empresarios que lo que los ha mordido. Pero igual hemos pagado las consecuencias de la bravuconería por el mecanismo descripto más arriba y porque los grandes inversores globales son muy sensibles a la palabra oficial de quien preside el territorio en que radicarán sus inversiones. Para atraer inversión es importante adherir a una manera de ver el funcionamiento de la economía capitalista y manejarse dentro de las formas generalmente aceptadas, para lograr que la avaricia individual opere para el bien común. De modo que en la construcción de reputación hay mucho de estrategia comunicacional o marketing. ¿Por qué la ideología declarada ex ante es casi más importante que la acción ex post? Es que el contrato de inversión es muy incompleto: una vez que uno invierte su plata en un país, pasa a ser rehén del gobierno anfitrión. Y la ideología del gobierno declarada ex ante ayuda a predecir cómo se comportará éste en las contingencias futuras que afectarán el resultado de la inversión. Y es en función de esta expectativa que uno decide si invierte o no. Por eso “al capital de inversión le gusta ir allí donde es amado”, como decía Nelson Rockefeller. Entonces, la Presidenta debería usar su gran encanto y capacidad discursiva no para demonizar a los empresarios, sino para bajar el riesgo político y recorrer Nueva York y Davos contándole al mundo cuán generosamente la Argentina remunera a quienes se atreven a invertir aquí. Ahí sí que los empresarios locales comenzarán a bajar sus márgenes y, en el cuidado de su propio interés, de rebote subirán el poder adquisitivo del resto de la población. © LA NACION

El autor es decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella

Entre bazares y vasares, una actitud ejemplar Graciela Melgarejo —LA NACIoN—

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ada hablante tiene una relación singular con su idioma, cualquiera que sea el que le haya tocado en suerte. Para algunos, es bastante inconsciente; para otros, por el contrario, está muy presente y es motivo a veces de regocijo. En el caso del lector Alberto Suárez Anzorena, esa relación es estrecha y activa. Cuenta en su correo electrónico del 5/3: “Le hago llegar un comentario sobre palabras poco habituales. En la revista adncultura del 28/11, pág. 21, en el artículo de la crítica de arte Elba Pérez sobre la exposición de Guillermo Roux Nocturnos, se usa la palabra vasares (ver http://bit.ly/1cHDEY6). Cuando la leí, primero pensé en un error; luego, en un horror, y después consulté el diccionario… ¡y estaba bien!”. “Me alegro –continúa Suárez Anzorena– de esta novedad; para mí, solo existía bazares. Es muy bueno enriquecer el habla cotidiana, ya que tenemos tantos términos.” Imitemos la ejemplar actitud de nuestro lector y vayamos al Diccionario de la RAE. Allí vasar está definido así: “(Del lat. vasarĭum). 1. m. Poyo o anaquelería de ladrillo y yeso u otra materia que, sobresaliendo en la pared, especialmente en las cocinas, despensas y otros lugares semejantes, sirve para poner vasos, platos, etc.” Vale recordar que bazar se define así: “(Del persa bāzār). 1. m. En oriente, mercado público o lugar destinado al comercio. 2. m. Tienda en que se venden productos de varias industrias, comúnmente a precio fijo”. Es decir que, con suerte, en un gran bazar de los de hoy hasta podríamos encontrar el vasar que andábamos necesitando. Los lectores Héctor L. Pantusa y Alberto M. Tenaillon se refieren en sendos

mails al uso, que juzgan equivocado, del adjetivo bizarro en un texto del periodista y escritor Jorge Fernández Díaz. Escribe Pantusa: “En el segundo párrafo de su columna dominical del 23/2, expresa textualmente el autor «...equívocos peligrosos o directamente bizarros». Si nos atenemos al significado de la definición en el DRAE (“valiente, generoso, lucido, espléndido”), no se entiende el sentido, aunque interpreto que lo utiliza con el significado de la palabra inglesa bizarre, «extraño e inusual». ¿Habrá que cambiar la letra de «Mi bandera», la canción patria?”. Tenaillon coincide y agrega: “Se trata de un caso de false friends (falsos amigos), se confunde bizarro en español, con bizarre en inglés o francés”. En la tercera edición del Diccionario de uso del español (2007), de María Moliner, en cuerpo menor y bastardilla, se incluye una acepción de bizarro que contempla la inquietud de los lectores: “3. Se encuentra alguna vez usado en el periodismo con el sentido del «bravo» clásico que tiene en francés: extravagante, sorprendente o gracioso: ‘¡Bizarra idea!’” En el Diccionario de americanismos (2010) ya se define así: “bizarro, -a.I.1.adj. PR, Ch, Ar. Referido a cosa, extraña, rara, insólita. II.1.adj. Ve. Bajo, despreciable, malsano. pop + cult → espon ^ desp.” Por el tiempo transcurrido y la presencia cada vez más frecuente, hasta en diccionarios, esta acepción “extraña” de bizarro se va imponiendo a la de “Mi Bandera”. Habrá que seguir el proceso de legitimización, si es que llega. © LA NACION [email protected] Twitter: @gramelgar