La crítica, en medio de dos polémicas

27 may. 2007 - mexicano Manuel Ponce, su Trópico posee un aire caribeño vivo y sensual; la Sonatina meridional, más clásica, evidencia su raíz hispánica ...
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Espectáculos

Domingo 27 de mayo de 2007

LA NACION/Sección 4/Página 3

Por Pablo Sirvén

Entrelíneas

La crítica, en medio de dos polémicas

Las malas calificaciones de la ópera La traviata y de la película ¿Infidelidad? desataron un interesante debate A nadie le gusta que lo critiquen, y eso es natural. Pero saber aceptar o resistir una crítica civilizadamente, sin que se desaten nuestros demonios internos, es un buen signo de tolerancia que, lamentablemente, pocas veces se aprecia. Un buen parámetro de salud democrática de una sociedad, precisamente, depende de su capacidad para aceptar de buen grado las críticas que puedan hacerse miembros de la misma entre sí sin perder los buenos modales ni declararse la guerra. Los orígenes autoritarios de la conquista española de nuestra América latina, los distintos autoritarismos que supimos erigir a través de repetidas dictaduras militares de distinto signo (de Pinochet a Castro) o democracias paternalistas que propiciaron (o propician ahora mismo) el recorte constante de la libertad de opinión, o la censura lisa y llana han cincelado nuestra verdadera tolerancia hacia la diversidad y todo aquello que no coincide con lo que cada uno piensa. En este contexto, la crítica periodística de espectáculos toca una de las zonas más sensibles y que mayores controversias despierta, máxime desde hace unos años en que a la opinión de cada crítico se le adosan estrellitas que califican de “malo” a “excelente”, como una suerte de síntesis dramática de su texto. Así como a nadie le gusta que lo critiquen, de los excesos en que pudiese incurrir un exagerado “excelente” no hay reclamo por parte de quien lo recibe por una cuestión más que obvia: favorece y prestigia (aunque es como quedarse con un vuelto mal dado). En el extremo contrario, el “malo” casi nunca es recibido en silencio como un humilde reconocimiento de las propias falencias, condición indispensable para enmendar los errores si eso es todavía posible (y lo es en una representación teatral, televisiva o musical en curso, que podría ser ajustada si corresponde, pero que no es posible en el caso de una película o un disco, cuyos produc-

Una puesta audaz, con una relectura controvertida del personaje principal de La traviata, puso al mundillo lírico local en estado de ebullición HERNAN ZENTENO

tos son expuestos a la consideración pública cuando ya están terminados aunque, de todos modos, las observaciones podrían ser tenidas en cuenta para futuros trabajos). Con todo lo diferente que parecen el “excelente” y el “malo”, sin embargo, ambos tienen un mismo denominador común: pretenden ser absolutos. Así el “excelente” se aplica a aquel espectáculo en el que todos sus elementos convergen, sin excepción, en una combinación asombrosamente buena en la consideración del crítico que lo ve (estamos hablando, desde luego, de cuestiones muy subjetivas que varían de la percepción y del entendimiento de una persona a otra) y el “malo” se aplica a aquel espectáculo

en el que, por el contrario, todos sus elementos convergen, sin excepción, en una combinación asombrosamente mala, según así lo haya percibido el crítico que le tocó cubrirlo. Es muy importante señalar que la condición indispensable del “excelente” es que todo sea absolutamente grandioso, porque cualquier mínimo matiz hacia abajo lo convertiría automáticamente en un “muy bueno”, así como resulta indispensable de la calificación “malo” que todo sea absolutamente espantoso, porque cualquier mínimo matiz hacia arriba lo convertiría automáticamente en un “regular”. Nadie niega lo discutible del asunto, máxime cuando “lo absoluto” en

Guitarra clásica

CLASICA

LO QUE VENDRA

Mucha ópera para la semana que comienza HOY l A las 17, La traviata, de Verdi. Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125. Desde $ 28. l A las 17, La traviata, de Verdi. Teatro Argentino, Av. 51, entre 9 y 10, La Plata. Desde $ 20. l A las 19, concierto de guitarra clásica. Museo Fernández Blanco, Suipacha 1422. Entrada: $ 1. l A las 19.30, canto de cámara con el bajo Fernando Rado. La Manufactura Papelera, Bolívar 1582. Entrada: $ 12. MARTES l A las 13, ciclo Opera y ballet de una a dos, del Instituto de Arte del Colón. Teatro del Globo, Marcelo T. de Alvear 1155. Gratis. VIERNES l A las 20, Rodelinda, ópera de Haendel, por Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida, Avenida de Mayo 1222. Informes, 4812-6269. l A las 20.30, Entre dos categorías, obras de Morton Feldman, por la Compañía Oblicua. Auditorio Santa María, Esmeralda 660. Entrada libre y gratuita. l A las 20.30, La favorita, de Donizetti, en la temporada lírica del Teatro Roma. Sarmiento 109, Avellaneda. Informes, 4205-9647. SABADO l A las 16, dúo de clarinete y piano, con obras de Finzi, Poulenc y otros. A las 18, Sinfónica Juvenil Libertador San Martín. Facultad de Derecho, Figueroa Alcorta 2263. Gratis. l A las 20, recital de música de cámara. La Scala de San Telmo, Pje. Giuffra 371.

Paisajes musicales de América latina Acuarelas, por Carlos Groisman. Obras de compositores argentinos y sudamericanos originales para guitarra clásica. Carlos Guastavino (Argentina), Sergio Assad (Brasil), Manuel Ponce (México), Gentil Montaña (Colombia) y Arturo Quinteros (Argentina). (SYS /Récordex).

Las obras que Carlos Groisman ha agrupado con la denominación de Acuarelas en este CD, además de la obvia connotación pictórica, aluden a un paisaje interior, íntimamente vinculado a América latina, donde el área de dispersión de la guitarra a partir de la colonización hispana ha cobrado arraigo y rasgos distintivos en cada país que su evocación exalta. La serie comienza con el nuestro, y con una obra de Carlos Guastavino que ha de sumarse a sus preferencias por otras culturas, además de la nuestra. La tercera Sonata del compositor santafecino lleva el sello de su lirismo y su trazo fluido, cuya espontánea y generosa naturalidad, representa el alma colectiva del litoral argentino, vertida con una articulación impecable que en el desarrollo de la forma nunca olvida el canto y mantiene su calidad sonora a lo largo de todo el registro. Más cercano al título de la placa (Acuarelas), la obra de Sergio Assad bajos los dedos de Groisman, con su planteo impresionista y la inserción de ritmos folklóricos brasileños en feliz conjunción, evidencia riqueza de

toques y definición de planos sonoros, de ritmos y texturas entre las que se cuela la línea melódica con pulcritud expresiva. Es original la inclusión que Assad realiza de sonidos que parecen de extracción electroacústica, empleando timbres originales. Del mexicano Manuel Ponce, su Trópico posee un aire caribeño vivo y sensual; la Sonatina meridional, más clásica, evidencia su raíz hispánica (copla), que aflora con gracia y soltura. El colombiano Gentil Montaña señala una transición de lo español a lo típicamente colombiano, con sus danzas características (pasillo, guabina, bambuco o porro). El dorado paisaje mendocino surge entero de las cuerdas pulsadas con propiedad por Carlos Groisman cuando aborda las danzas cuyanas, como la cueca, vivaz y llena de sol; también la zamba, que emerge en este registro con su aire lento y grave, y su ritmo cadencioso para abarcar toda la anchura de la tierra y la vastedad del cielo, sin énfasis que distorsionen el sonido; aquí, la expresión de un estado del alma. Sin duda, es éste el momento más inspirado del recital de Groisman, quien suma a este aporte la tonada, que descubre entre las cuerdas de su guitarra esencias recónditas de la raíz popular más auténtica y pura.

Héctor Coda

sí mismo es un territorio fuera del alcance humano, materia reservada al mundo exacto e infinito de las matemáticas y a los misterios insondables que los creyentes les asignan a sus religiones, pero así funciona. * * * En la semana que pasó, dos “malos” de varios medios (también de LA NACION) aplicados a sendos espectáculos han levantado la esperada polvareda que suele dejar tras su paso tan devastadora calificación. Muy curiosas han sido las reacciones frente a los “aplazos” sufridos por la versión de La traviata, presentada por el Teatro Colón en el Coliseo (en contraste notable, la misma ópera de

Verdi, en la versión exhibida paralelamente en el Teatro Argentino, de La Plata, recibió un “excelente” por parte de LA NACION) y la película hispanoargentina ¿Infidelidad? En el primer caso hasta debió intervenir la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina, que repudió la “actitud profesionalmente irrespetuosa y carente de toda objetividad” de un periodista que juzgó severamente a un colega, sin antes reconocer ante su público estar tan inauditamente involucrado en el asunto, ya que su esposa integra el staff de la ópera. Un verdadero papelón. En el segundo episodio la reacción fue (es) más desopilante todavía: desde que el jueves de la semana pasada se

publicaron en distintos medios críticas tan adversas a su película, su director, Miguel Oscar Menassa Chamli, ha puesto a escribir a sus parientes, amigos, conocidos y a sí mismo incesantes libelos contra la crítica que, aunque están firmados por distintas personas y números de documentos, provienen de idéntica dirección de mail ([email protected]). En ambos casos se esgrimen muy parecidas posturas desvalorizantes del público al suponer que éste es un rebaño de dóciles ovejas que hacen obedientemente lo que los críticos les indican. La idea de que la crítica “hace” la cabeza de la gente es un pensamiento elitista y rancio que, paradójicamente, suelen enarbolar sectores autodenominados progresistas (que se reservan para sí la mayor “libertad de creación”, pero que después pretenden fijar pautas muy férreas de cómo debe comportarse la crítica, a la que desean como una triste aliada publicitaria). El público sólo se deja influir por aquellos textos que condicen de alguna manera con su forma de ver las cosas. Si no fuese así algunas películas del nuevo cine argentino que tuvieron calificación “muy buena” hubieran llevado mucha gente al cine (algo que sólo ha sucedido muy excepcionalmente) y films populacheros, del tipo de Bañeros, con calificaciones deficientes, no habrían arrastrado a los cines, como lo hicieron, a cientos de miles de espectadores. Las calificaciones de la crítica a La traviata y a ¿Infidelidad? podrán discutirse y enhorabuena que así lo sea, cuando hay buena fe y el debate enriquece, sin resentimientos evidentes u ocultos. Lo incontrastable, lo objetivamente comprobable son los comentarios cargados y hasta abucheos que recibió la primera por parte de sus espectadores en algunas funciones y las salas vacías que no supo llenar la segunda.

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