La buena noticia como desafío de la comunicación alternativa Por Eva ...

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Comunicación Alternativa Lic. en Ciencias de la Comunicación FFyL-UNT

La buena noticia como desafío de la comunicación alternativa Por Eva Fontdevila Argentina y Latinoamérica en general atraviesan una etapa de reflexión y creación en torno al campo de la comunicación inédita en la historia. Los asuntos relativos a la capacidad de instalación de temas por parte de los medios, su conceptualización como empresas y la explicitación de intereses políticos de los trabajadores de prensa, son de un tiempo a esta parte temas de conversación cotidiana y han desbordado los límites de la academia. La “posverdad”1 como concepto ha venido a superar a la “videopolítica”2, aquella denuncia del debilitamiento del debate de los grandes temas y su reemplazo por la comunicación. La posverdad implica que la verdad no importa, que ya no es ni siquiera una búsqueda. Tras al menos 30 años de discusión y aportes, a partir del debate y efectiva sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, en 2009, los medios hegemónicos han sido colocados en la agenda pública en tanto tales y han perdido su halo de ventanas al mundo. Hoy asistimos a una virtual derrota del proceso de desconcentración mediática iniciado con la LSCA y el contexto de mayor concentración de la propiedad de los medios en la historia; sin embargo, la ruptura cultural iniciada no tiene vuelta atrás. Los medios son definitivamente actores políticos, y en tiempos electorales sus figuras centrales se involucran y hasta se atribuyen roles en la disputa política.

1 Posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales. En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual) a aquella en el que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas -los hechos- son ignoradas. (wikipedia)

2En el Diccionario Crítico de Ciencias Sociales Yolanda Casado explica que Giovanni Sartori (1992) define la videopolitica como "un reflejo, pero también espejo del videopoder más general que es el poder de la imagen." Enfatiza aspectos negativos de un mundo progresivamente dominado por las imágenes, en el que "el ojo se come a la mente: el puro y simple ver no nos ilumina en absoluto sobre como enmarcar los problemas, adecuarlos, afrontarlos y resolverlos. En realidad, sucede lo contrario: todo pierde su proporción y tampoco se comprende qué problemas son falsos y cuáles verdaderos" (1993). La era de la nueva política videoplasmada conforma una nueva videológica que, por una extensa variedad de razones, no resulta positiva para uno de los objetivos esenciales de las democracias, la comprensión de los problemas.

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Por su lado la Comunicación “otra”, “contra hegemónica”, “distinta”, que ha sido conceptualizada durante décadas como popular, comunitaria, alternativa, alterativa, educativa, es fuente inagotable de discusiones sobre su sentido, su definición y su alcance. Aunque a veces ha sido nombrada indistintamente con los adjetivos señalados entre comas, otras veces hemos destacado una de esas maneras para establecer tajantes diferencias Lo que siempre hemos tenido claro es que la comunicación popular o alternativa indicaba una vocación política transformadora y un posicionamiento del lado de los oprimidos, los condenados de la tierra3, los más vulnerados. Los autores y autoras han planteado que se trata de una transformación de las relaciones de comunicación a nivel de las comunidades, de una ruptura del modelo tradicional de comunicación, de la participación activa de las audiencias de los medios, de modos participativos de gestión financiamiento, y por supuesto de una agenda de contenidos en disputa con las agendas oficiales de gobiernos y Estados; es decir, una pelea por el poder. La preguntas por la comunicación alternativa nos han llevado necesariamente a la pregunta por los comunicadores alternativos, populares, etc. El rol histórico que nos cabe (porque no nos andamos con pocas pretensiones profesionalistas sino con mochilas cargadas de sueños) está en debate. En los años 90 para cualquier militante de la comunicación alternativa, o militante a secas, tanto el Estado como el Mercado eran enemigos al mismo nivel. Expresaban a los sectores dominantes, sin matices ni fisuras. El proyecto neoliberal se expresaba en lo económico, en lo político, en lo social y en lo cultural. Y aunque habíamos aprendido con Antonio Gramsci4 a leer en nuevas claves la dominación, y hablábamos de hegemonía, de las categorías de Castoriadis de lo instituido y lo instituyente5, no teníamos dudas sobre que estábamos parados en la vereda de en frente del Estado. 3La expresión fue acuñada por Franz Fanon. Los condenados de la tierra fue el último libro que escribió el autor, en 1961. El prefacio fue de Jean Paul Sartre. Se trata de un análisis cultural, social, político e histórico de la colonización en Argelia particularmente y en África en general, además de ser una interpelación al tercer mundo en pos de la liberación.

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Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel, Ediciones Era, 1975

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Castoriadis, Cornelius. La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Barcelona, 2013

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La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual inauguró un camino mucho más árido, más inquietante, menos maniqueo, menos tranquilizador. Fue para muchos militantes de la comunicación alternativa y popular un punto de llegada en el cual tomar aire para seguir. La comunicación popular o comunitaria se concibe en el marco de un territorio, entendiendo por territorio algo lo suficientemente amplio y contradictorio como sus protagonistas puedan conceptualizar. La comunicación alternativa ha debatido mucho en torno a la agenda. Construir una agenda alternativa, tomar otros temas, hablar de lo invisibilizado, considerar las fuentes informativas negadas por los “grandes medios”. El problema es que la que nos ha engañado es la debilidad, o la idea de debilidad que teníamos. Cuando no había fisuras entre estado y mercado frente a las organizaciones de la comunicación popular, los débiles eran los pobres, las mujeres, las organizaciones populares, los pueblos originarios, las minorías sexuales, los medios a los que el Estado les decomisaba los equipos. Lo complejo es cuando el Estado también cambia su lenguaje. Los desafíos se multiplican. Cuando hay un reconocimiento “oficial” de los oprimidos, ¿qué hacemos? ¿Qué hacemos frente a una Ley que nos nombra, que nos reconoce? ¿Qué hacemos ante un Estado en el que pugnan fuerzas contradictorias? ¿Qué hacemos con la vocación denuncista? ¿Qué hacemos con nuestras iluminadas miradas capaces de dar voz, de visibilizar, de hacer protagonistas? Las preguntas sobre el sentido alternativo de nuestras prácticas no cesan de aparecer. Algunas veces corremos el riesgo de perder el objetivo y el destinatario. ¿Para quién, con quién, para qué hacemos comunicación alternativa? Hoy nuevamente retrocedemos porque se derogaron -por decreto- artículos clave para fomentar la desconcentración de la propiedad de los medios, se vació el organismo de aplicación de la LSCA y se volvió al rol de facilitador de la “libre competencia” entre empresas mediáticas, se detuvo la ejecución de fondos de fomento (FOMECA) a los 3

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medios audiovisuales comunitarios, de pueblos originarios, es decir los que no tienen fines de lucro.6 Nadie dudaría de que el objetivo es aportar a la liberación de los oprimidos. Una pregunta sería qué es lo que resulta verdaderamente liberador. ¿Cuál es la representación de los problemas complejos que los oprimidos necesitan para luchar? ¿Con quién se construyen esos mensajes? ¿Quiénes son los que sintetizan esos relatos? ¿Qué papel real les cabe a esos oprimidos en la construcción de esos mensajes? ¿Qué es más liberador? ¿La mirada a cámara de una desesperada, o el relato de aquella que logró superar una problemática como las adicciones, la pobreza, el desempleo o cualquier otro? ¿Qué hacemos con el primer plano del niño pobre (¡pobre niño!) con mocos? ¿Qué hacemos con el primer plano de la mujer llena de lágrimas que pide justicia? En el libro Contra información, escrito al calor de las luchas del 2001 Vinelli y Rodríguez Esperón7, señalan la imposibilidad de no manipular, sepultan la fantasía de la independencia del periodismo y hacen un llamado a la explicitación de esa manipulación. Porque la comunicación alternativa también jugó su juego engañoso de “ventana al mundo” al anunciar que mostraban lo que los grandes medios no muestran. Y no. Muchas veces los medios alternativos no muestran tampoco las experiencias superadoras. Porque para algunos comunicadores populares no estamos para mostrar lo bien que hace las cosas el Estado sino para señalar lo malo. Muy bien. Para panfleto, para disputa electoral, para desprestigiar a un funcionario, a un organismo, al gobierno completo está muy bien. Pero el riesgo es perder la causa de los oprimidos y quedarnos en la nuestra. ¿Qué es más liberador? ¿Hacer una nota, un video, un spot radial que explique cómo tramitar una pensión, cómo gestionar los aportes previsionales o la asignación por hijo, mostrar que una mujer se autonomizó y pudo denunciar a su marido violento, que un grupo de jóvenes de un barrio participa de una iniciativa grupal como parte de su recuperación de adicciones, o hacer un video para denunciar la exclusión en abstracto?

6

Becerra, Martín. “Responso para el Ministerio de Comunicaciones” (28-07-2017). http://bit.ly/2eZ6SyZ

7

Vinelli, Natalia y Rodríguez Esperón, Carlos. Contrainformación. Continente, Buenos Aires, 2004

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La pregunta por el comunicador popular es también la pregunta por la audiencia de sus producciones. ¿Hacemos nuestras producciones para que nos vean nuestros pares en la universidad, en nuestra organización política, nuestros financiadores, o para que los protagonistas de los problemas los reflexionen, los asuman, los superen? ¿Qué espera ver una madre cuyos hijos sufren adicciones, un video de sí misma llorando a cámara o la noticia de que en otro barrio una política pública o la propia organización popular aporto una solución? ¿Qué espera ver una mujer víctima de violencia, un ojo morado o un testimonio de la que se animó a hablar y una puerta donde buscar ayuda? ¿Podemos desafiarnos a superar la etapa de “mostrar” lo que nadie muestra? El poder empoderador de la buena noticia, de la experiencia liberadora, de la superación de problemáticas extremas es muchas veces negado por la comunicación llamada alternativa. Las políticas públicas de derechos de las personas vulneradas muestran que los sujetos de derechos se apropian de las conquistas cuando conocen las posibilidades. Las mujeres que consiguen insertarse en emprendimientos o cooperativas, las que acceden a jubilación o son registradas como trabajadoras, reclaman inmediatamente su acceso a la obra social. Porque es así la dinámica de los derechos. Las organizaciones sociales que consiguen una licencia para tener una radio reclaman pauta oficial y subsidios, apoyo y capacitación. Por temor o inseguridad ideológica son muchos militantes de la comunicación alternativa los que –aún con los anteojos del apogeo neoliberal- invisibilizan las posibilidades de la nueva política de comunicación, de los actuales paradigmas de políticas públicas y sus posibilidades concretas.

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