OPINIÓN | 23
| Martes 13 de Mayo de 2014
homenajes. A 40 años del asesinato del cura villero, el peronismo
y la Iglesia se disputan al “mártir”, mientras un monumento en su memoria reabre viejas discusiones
La apropiación simbólica del padre Mugica Loris Zanatta —PaRa la naCion—
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bolonia
ace cuarenta años, Carlos Mugica fue asesinado al terminar la misa celebrada en la villa donde hacía su apostolado. a pesar de que su asesinato fue uno más en el contexto de un país que hacía años se estaba desangrando en una guerra intestina, la noticia cayó como una bomba. Todos pensaron que se había dado un paso más hacia el abismo. Hoy se le dedica un monumento en la avenida 9 de Julio y se recuerda su “martirio”: a falta de reflexión histórica, el mármol y el santoral ayudan. Total, en la argentina –como en cualquier parte del mundo– la opinión pública conoce poco su propia historia. Manipularla es sencillo y barato, aunque cree rencores que volverán a flote. El gobierno peronista y la iglesia se disputan al mártir y, al hacerlo, recuerdan su muerte violenta y su acción social piadosa. Es un guión tan antiguo que sorprende que vuelva a estrenarse. Pero así es: la iglesia y el peronismo se disputan la tutoría sobre la historia nacional. Y no porque piensen diferente, sino porque piensan lo mismo: que el pueblo es unánime, que por su historia y cultura es católico y peronista, que esa identidad está por encima de todo y, más que nada, del pluralismo, de los pocos o muchos que piensan diferente. Existe el “verdadero pueblo”, católico y peronista, y los demás. Quien no sea una cosa ni la otra, o quien no comparta la idea de que alguien ejerza el monopolio sobre la identidad de todos, hoy quizá caminará por la principal avenida argentina con incomodidad. Después de haber cruzado la mirada de Eva Perón, para la cual “ni un ladrillo” no peronista debía quedar en pie, se cruzará con la estatua del padre Mugica, que pensaba igual: para ser patriota hay que ser peronista. Tal vez se sienta extranjero en su propio país. ¿De qué es mártir Mugica? ¿De quién? El joven Mugica, recién ordenado sacerdote, acunó guerrilleros: ellos mismos recordaron su teoría del uso de la metralleta contra la injusticia. no había entonces dictaduras opresivas: gobernaba illia y las libertades estaban garantizadas. ¿Había pobreza? Por supuesto que sí, aunque menos que hoy. ¿Serviría la metralla para eliminar-
la? Claro que no, sobre todo si se seguían las vagas ideas de Mugica, para quien todo empresario era un opresor y la riqueza un mal en sí mismo. Mugica era fruto de una sociedad que no había establecido sólidos filtros institucionales y culturales entre religión y política; creía que las encíclicas de contenido social eran programas de gobierno. Y religiosa era su aproximación a los complejos problemas del desarrollo, de los que nada sabía: la pobreza era un pecado a redimir, no un problema a solucionar. El horizonte de la revolución simplificaba todo; sería el Día del Juicio. Como los otros curas tercermundistas, pensaba que el único orden legítimo era el del evangelio y que el sistema que mejor lo reflejaba era el socialismo; un socialismo muy poco libertario: debía prever “estructuras políticas” para educar al pueblo. El canal para realizarlo en la argentina sería el peronismo: un socialismo católico. Fue en nombre de esos ideales, no para que se restablecieran la democracia y las libertades, que combatió la dictadura militar nacida en 1966. Y fue en nombre de esos ideales que la combatió con especial saña cuando temió una “salida liberal”, porque el liberalismo no era para él una idea como otras, sino el virus que atentaba contra el ser nacional. la violencia política le parecía entonces un medio legítimo para lograr el Reino: cuando dos jóvenes guerrilleros murieron en un enfrentamiento con la policía, los señaló como modelos de juventud. Fue sólo después del homicidio del general aramburu cuando vio que la ola de violencia sumergía al país, que las dudas lo alcanzaron y se le escapó pedir perdón por su parte de responsabilidad. Empezó entonces a tomar distancia de los jóvenes que había criado, para los cuales la violencia era ya una forma descarada de elitismo en nombre de un pueblo del que poco o nada sabían. Cuando en 1973 el peronismo volvió al poder, Mugica no celebró el retorno de la democracia: la lucha de partidos, las libertades individuales, la separación de poderes, eran para él supraestructuras del “esquema liberal”. Celebró el triunfo peronista. De haber ganado “los otros”, la democracia no le habría resultado legítima. Para él, el peronismo no era un partido entre partidos: era la nación misma. Mientras ya había curas come Jorge Mejía y obispos como Vicente Zazpe que pedían que se estableciera un fuerte Estado de derecho y que se reconociera el pluralismo de la sociedad argentina, Mugica seguía pensando en comprimirla dentro de la unanimidad peronista. aunque fuera obvio que estaba a punto de estallar. Fue lo que pasó. Con la vuelta del peronismo al poder, Mugica entró en una fase frenética de su vida: había dejado el camino de la juventud revolucionaria, sin cortar los puentes; había elegido la lealtad a Perón, sin abrazarla del todo. Encontrarse en el medio del río en ese movimiento en el que había tantos odios y venganzas políticas era muy peligroso. Mientras, su popularidad estaba en el cenit, celebrada por la prensa y la televisión. Mugica era un símbolo de contenido incierto. Pero habían causado clamor su condena de la violencia,
después del asesinato del líder de la CGT, y su crítica a los montoneros, a quienes llamó intelectuales pequeñoburgueses. Su intento de mantener unido al peronismo bajo Perón fracasó y le fue fatal: se hizo de enemigos en todas las facciones. El primer golpe le llegó de las páginas de El Caudillo, diario financiado por lópez Rega, y fue una amenaza. la acusación era típica del repertorio peronista: Mugica vestía “el uniforme del pobre” pero no pertenecía al pueblo; sembraba odio en su nombre aunque Dios pidiera amar. Sólo había un peronismo, y Mugica no formaba parte de él. Y si no era peronista, tampoco era argentino, ni cura; era un político. así razonaba el granítico silogismo. Tres meses después, otro duro golpe le llegó de dirección opuesta: venía de noticias, diario revolucionario. la amenaza era implícita: el artículo que lo lapidó se llamaba “Cárcel del pueblo: Carlos Mugica”. los viejos compañeros tampoco le perdonaban no ser hijo del pueblo: era un Mugica Echagüe, un oligarca. ni toleraban que no respetara la trinchera: ayer había sido montonero y hoy estaba con lópez Rega, escribieron; era un “cruzado del oportunismo”, un “pavón infatuado”, un traidor. Por eso, su asesinato demostró el grado de abyección a que se podía llegar en nombre de Dios, del pueblo, del Evangelio. los peronistas de lópez Rega, conscientes de que Mugica era odiado también por los revolucionarios, planificaron su muerte haciendo que la culpa cayera sobre sus enemigos. Para preparar el terreno, armaron una campaña que hizo de Mugica un arrepentido de vuelta de la infatuación marxista y sembraron la voz de que los revolucionarios querían cobrarle la traición; cosa muy creíble en aquel contexto. Cuando lo mataron, como comparsas de un teatro del absurdo, los ortodoxos acusaron a los revolucionarios, quienes en un primer momento dudaron y se acusaron entre sí, y después contraatacaron. De una cosa nadie dudó: habían sido manos peronistas. Quién sabe, se preguntó Mejía, si había muerto por sus errores o por el intento de corregirlos. Se supo después que a matarlo había ido el jefe operativo de la Triple a, Juan Carlos almirón. Su superior era lópez Rega, el brazo derecho de Perón: “¿Hay que añadir algo?”, comentó el padre benítez, peronista de la vieja guardia. Cínico, Perón emitió la sentencia más gélida sobre la muerte de Mugica: “Es lo que le pasa a quién queda en el medio”. las comunidades nacionales suelen dedicar sus espacios públicos a personajes o episodios de su historia que generan el máximo posible de consenso. Son los estados éticos, los que prefieren educar al pueblo en lugar de imponer a todos los símbolos de una parte, y los más polémicos. Por cierto, la escultura de Mugica recuerda una etapa poco edificante de la historia argentina. Cada uno le dará el significado que crea, o ninguno. Pero supongo que habrá argentinos que, al caminar por la 9 de Julio, se preguntarán: ¿nosotros también existimos? ¿nosotros también tenemos derechos? © LA NACION
El autor, italiano, es historiador e investigador, docente de la Universidad de Bolonia
Seguridad vecinal por mano propia Juan Curutchet —PaRa la naCion—
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ace pocos días participé de un panel sobre seguridad pública en Sáenz Peña, en el interior del Chaco. al abrirse el debate, andrea, una vecina con voz firme y emoción contenida, contó que hacía unas semanas un grupo de hombres entraron violentamente a su casa, revolvieron todo, se llevaron lo que quisieron y poco faltó para que asesinaran a su marido. andrea vive en belgrano, un barrio popular a 12 cuadras del centro de la segunda ciudad chaqueña. Es profesora y aparenta unos 30 años. a raíz de la ola delictiva en su cuadra ya había tres viviendas en venta. nos explica que las pandillas de hombres paraban todos los días en un baldío en diagonal a su casa y que, a plena luz del día, salían por el barrio ostentando tumberas
y otras armas camino a una nueva jornada de atracos. agrega que unos cuantos de los muchachos están arruinados por la droga. ante esta situación extrema, andrea se vinculó con el Consejo de Seguridad Municipal, se transformó en líder de un grupo importante de vecinos y juntos empezaron a trabajar con las autoridades en los aspectos preventivos de la seguridad. Por un lado, el municipio mejora la iluminación del barrio y la remoción de obstáculos en las calles que dificultan la circulación de patrulleros y ambulancias. Se organizan con la policía corredores seguros en los horarios más relevantes y los vecinos se coordinan para reportar al comisario si el patrullero no cumple correctamente el rondín. además su irrupción en los medios locales
y la consiguiente visibilidad de la situación indujeron al fiscal y al juez intervinientes a prestar mayor atención al robo que el que normalmente concitaba y, a la postre, a la detención de los acusados bajo la calificación de robo en banda con el agravante de intervención de menores, figura penal que no resulta excarcelable. Hoy la situación de seguridad en el barrio belgrano ha mejorado notablemente. las lecciones de Sáenz Peña son muy ricas. Sin modificar el Código Penal, sin enmendar la ley procesal, sin anuncios rimbombantes, pero con construcción ciudadana, poderes públicos atentos a los reclamos de la gente y pequeños pero bien pensados cambios en los protocolos de gestión, en poco tiempo un barrio entero vive mejor. Ello fue posible porque un grupo de vecinos y
víctimas canalizaron su bronca y dolor en la tarea de pensar una solución en positivo y en establecer vínculos con las instituciones. Felizmente, encontraron un ámbito receptivo y dirigentes locales con voluntad de ocuparse de los problemas concretos. Por supuesto, puede reprocharse que la participación ciudadana recién surja cuando la soga nos llega al cuello. o argumentarse que la seguridad es un deber del Estado y que una persona respetuosa de la ley y que paga sus impuestos no tendría que estar consagrando su tiempo o corriendo riesgos involucrándose en la prevención del delito, materia propia de especialistas. Son objeciones comprensibles, pero también es cierto que si esperamos a que vengan otros a solucionar nuestros problemas, seguramente, nada cambiará.
Es hora de que los argentinos nos hagamos cargo. los atajos y las cómodas delegaciones en terceros han fracasado tanto como el “no te metás”. En este sentido, andrea y sus comprometidos vecinos son un ejemplo por seguir. En momentos en que hemos visto a otros compatriotas reaccionar frente al robo como cavernícolas y adoptar el salvajismo que pretendían derrotar, desde nuestro cálido norte surge una opción simple, democrática, solidaria y superadora: que los ciudadanos y autoridades trabajemos juntos por el bien común. © LA NACION
El autor es abogado, director de la ONG Será Justicia y vicepresidente del Banco Ciudad de Buenos Aires
claves americanas
Los sueños de paz de Colombia Andrés Oppenheimer —PaRa la naCion—
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MiaMi
uando entrevisté al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, días atrás, una de las cosas que más me llamaron la atención fue su afirmación de que si sus negociaciones de paz con la guerrilla de las FaRC tienen éxito Colombia crecerá más de 7% al año y los colombianos –las palabras que siguen son mías– vivirán felices y comerán perdices. ¿Pero es cierto eso? ¿o Santos está exagerando los potenciales beneficios de un acuerdo de paz con la guerrilla marxista colombiana para aumentar sus posibilidades de reelección? antes de entrar en tema, examinemos lo que me dijo Santos en una extensa entrevista realizada a menos de tres semanas de las elecciones del 25 de mayo. Según las últimas encuestas, Santos no ganará la reelección en la primera vuelta y está en un empate técnico con su rival de derecha oscar iván Zuluaga en la segunda vuelta electoral, que
se celebrará el mes próximo. Durante la entrevista, Santos dijo repetidamente que Colombia ya es “la economía más sólida de américa latina”, y sería una estrella económica aún mayor si las actuales negociaciones con la guerrilla de las FaRC logran un acuerdo de paz para terminar con los 50 años del conflicto armado. Señaló que Colombia ya ha superado a la argentina como tercera economía de américa latina y que según las proyecciones del Fondo Monetario internacional su país crecerá este año un 4,5%, una cifra significativamente mayor que el promedio regional de un 2,5%. “Si a eso se suma el dividendo de crecimiento que produciría la paz, que es de alrededor del 2%, subiríamos al 6,5%”, me dijo Santos. “Y si a eso le sumamos lo que va a crecer Colombia por esas inmensas inversiones que se están haciendo en infraestructura, sería entre un 1 y un 1,5% durante ocho años, Colombia podría estar creciendo por encima del 7%.” Tal vez al percibir mi escepticismo San-
tos agregó: “Córtelo por la mitad y la mitad sería 6 o 6,5%, que es un crecimiento muy razonable o positivo”. ¿Pero cómo está tan seguro de que un potencial acuerdo de paz con los comandantes de las FaRC produciría la paz? las FaRC tienen muchos frentes militares, que con frecuencia actúan independientemente y muchos de ellos pueden no adherir a un acuerdo de paz, argumenté. “las FaRC todavía tienen lo que llaman comando y control sobre su gente”, respondió Santos. aunque algunos guerrilleros de las FaRC podrían seguir en la selva, se convertirían en criminales comunes, dijo. Santos acusó a Zuluaga y al ex presidente Álvaro Uribe de “sembrar mentiras” sobre el proceso de paz para debilitar a su gobierno. “Dicen que estoy entregando al castro-chavismo a Colombia”, dijo Santos, refiriéndose a sus rivales. “¿Usted cree que yo soy comunista, o marxista, o chavista? Eso no tiene pies ni cabeza.” al final de la entrevista me
quedé con la clara sensación de que Santos está centrando su campaña de reelección en la expectativa de un futuro brillante si hay un acuerdo de paz. Muchos analistas, sin embargo, dudan de que un acuerdo de paz produzca un crecimiento del 7% anual. “Esa cifra está totalmente inflada”, me dijo alberto bernal, analista de bulltick Capital Markets y severo crítico de Santos. “alrededor del 85% del producto bruto de Colombia ya se produce en áreas que no están afectadas por la violencia de las guerrillas.” Daniel Kerner, un analista del Eurasia Group, me dijo que las proyecciones de Santos le parecen “un poco optimistas”. Muchos inversores están más preocupados por problemas regulatorios, de infraestructura y medio ambiente que por la guerrilla. Mi opinión: Santos está en lo cierto al decir que Colombia es una de las economías más sólidas de américa latina y que probablemente crecerá aún más gracias a la inver-
sión en infraestructura. Pero soy escéptico respecto de que un acuerdo de paz logre atraer una avalancha de inversiones. Un acuerdo con la cúpula de las FaRC no necesariamente traerá la paz, porque a muchos grupos de las FaRC les resultará más rentable seguir en el negocio de la droga. además, los precios mundiales del petróleo y los minerales –las industrias clave de las áreas dominadas por las FaRC– probablemente no aumenten en los próximos años, lo que reducirá el impacto de estas industrias en el futuro de Colombia. Entonces, aunque el acuerdo de paz de Santos sería importante desde el punto de vista humanitario, el principal desafío económico de Colombia es de otra naturaleza: mejorar sus estándares educativos. Sólo con una población mejor educada Colombia podrá alcanzar un crecimiento sostenido del 7%. © LA NACION
Twitter: @oppenheimera