Kennedy y Marilyn en la bañera

31 ene. 2010 - parte de Kennedy poco antes de la invasión de. Bahía de Cochinos; la violación que Marilyn sufre, borracha y abotargada de pastillas, por.
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ENFOQUES

Domingo 31 de enero de 2010

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Investigación

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Kennedy y Marilyn en la bañera Minuciosamente documentada por el FBI y la CIA, la intimidad del ex presidente norteamericano y la mujer que fue el gran sex symbol de toda una época vuelve a salir a la luz en Marilyn y JFK, libro del periodista francés François Forestier, quien toma archivos recientemente desclasificados de las agencias de espionaje para construir el gran relato de la relación que escandalizó y cautivó al mundo entero JOSEBA ELOLA EL PAIS

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iciembre de 1962. John Fitzgerald Kennedy se toma el domingo libre y acude a casa de su cuñado, Peter Lawford, que, además de cuñado y actor, es su celestino, el que le procura todas sus amantes. Allí lo espera Marilyn. JFK tiene problemas de espalda, lleva un corsé, pero se lo quita para entrar en la bañera de agua caliente junto a su amada. Marilyn monta sobre The Prez, que así es como llama en la intimidad al presidente de los Estados Unidos de América. Al cabo de un rato, Peter Lawford entreabre la puerta y toma unas fotos con su cámara Polaroid. El presidente sonríe, Marilyn hace e muecas. Mientras los dos amantess intercambian confidencias en la habitación, los hombres de Hoover, el todopoderoso jefe del FBI, escuchan las conversaciones con sus auriculares mientras comen pizza. Hay micrófonos instalados por todas partes. Este es uno de los múltiples encuentros secretos que el periodista francés François Forestier narra en Marilyn y JFK (Aguilar), obra que recrea la relación entre la gran sex symbol del siglo XX y el mítico presidente. “Es un libro que cuenta una historia –dice por teléfono desde París el periodista del semanario Le Nouvel Observateur–, no es una obra periodística ni un libro de historia”. Eso sí, asegura que no hay una sola línea de ficción. Que todo lo que cuenta está respaldado por documentos desclasificados del FBI y la CIA, por la abundante

BETTMANN/CORBIS

bibliografía relacionada con el tema, por archivos que están a disposición de cualquiera que quiera verlos y por las entrevistas con te testigos directos que él ha realizado a lo largo de años. El periodista francés, especializado en cine, cuenta que la historia de esa Polaroid de Peter Lawford se conoció gracias al vecino de J. Edgar Hoover. El todopoderoso jefe del FBI guardaba en su casa documentos comprometedores de algunos de los espiados por su red de informadores. Entre otros, la foto de Kennedy y Marilyn en la bañera. Al morir Hoover, su vecino la encontró en la basura. Allí estaba la prueba de aquel encuentro. “Esas fotos existen, circulan”, dice Forestier. Son pocas las imágenes que se conocen de la pareja, que, según Forestier, mantuvo una relación intermitente a lo largo de años. Los servicios secretos y los propios Kennedy se encargaron de borrar las pistas

Marilyn es presentada como una mujer desequilibrada y drogadicta que no cuida nada su higiene personal y, además, es frígida. Kennedy, como un tipo sin ninguna moral, un niño rico acostumbrado a que nadie le diga nunca que no

de esa relación. “Lo eliminaron todo para mantener el mito viviente, los Kennedy eran intocables”, sostiene Forestier. La imagen de su libro es una de las pocas que se conocen. Es el resto de un carrete que fue eliminado. En la instantánea aparecen John y Bobby Kennedy, con quien también se involucró Monroe, según cuenta el libro. Fue tomada en casa de Arthur Krim, tesorero del Partido Demócrata, pocas horas después de la más lasciva demostración en público de su relación, el irrepetible Happy birthday, Mr. President. Forestier habló con algunos de los que estuvieron entre bastidores aquella mítica noche en el Madison Square Garden, la de la celebración del 45 cumpleaños del presidente. Cuenta que a Marilyn se le rompió el vestido y que los allí presentes apreciaron que no llevaba ropa interior. Le habían remendado el vestido –de 12.000 dólares– en el camarín, pero éste no tardó en resquebrajarse mientras Marilyn cantaba a su Mr. President. Conseguir que la estrella subiese al escenario aquella noche fue costoso. Tuvo que secuestrarla Peter Lawford del rodaje de Something’s got to give –la película que no llegó a terminar– presentándose con un helicóptero. La llamada de Bobby Kennedy al jefe de la Fox, Milton S. Gould, pidiendo que dejara escapar a la actriz “por una cuestión de Estado” no fue suficiente. Y JFK tenía claro que esa noche Marilyn era su regalo de cumpleaños. Jacqueline Kennedy, la primera dama, harta ya de la historia de Marilyn y sin ningún interés en ser humillada ante 15.000 espectadores, se fue a pasar la noche del cumpleaños de su marido a Glen Ora, la residencia de fin de semana. A montar a caballo. Marilyn y JFK cuenta una historia de espías. Porque si algo había en casa de Marilyn –y en los lugares que más frecuentaba– era micrófonos ocultos. Si alguna vida fue escudriñada, ésa fue la de la protagonista de la inolvidable Con faldas y a lo loco. El FBI, la CIA, la Mafia; el jefe del sindicato de transportes, James Hoffa; su marido celoso, DiMaggio. Amigos y enemigos de Kennedy la espiaban. Y el carismático presidente tenía muchos enemigos. Tal como cuenta Forestier, llegó al poder aupado por su padre, Joe Kennedy, que prometió favores a la Cosa Nostra cuando su hijo llegara a presidente. La Cosa Nostra comprobaría poco más tarde cómo el hermano pequeño, Bobby, cimentaba su carrera a base de hostigar a los mafiosos. Se sintió engañada. Empezó a trabajar. El libro de Forestier hace un retrato absolutamente desmitificador de sus dos protagonistas. Marilyn es presentada como una mujer desequilibrada y drogadicta que no cuida nada su higiene personal y, además, es frígida. Kennedy, como un tipo sin ninguna moral, un niño rico acostumbrado a que nadie le diga nunca que no, un egoísta recalcitrante que desprecia los sentimientos ajenos. Se acuesta con medio Hollywood, cuenta el libro. Y sufre eyaculación precoz. Angie Dickinson, una de sus múltiples amantes, recuerda su intercambio de fluidos con JFK como veinte inolvidables segundos. La noticia del aborto de Jackie Kennedy ante la que John ni se despeina, prosiguiendo

sus vacaciones en barco con un cargamento de chicas; el pago de 75.000 dólares a la revista Time por parte de Joe Kennedy, el patriarca de la familia, para lanzar la carrera de su hijo hacia la presidencia; el consumo de LSD por parte de Kennedy poco antes de la invasión de Bahía de Cochinos; la violación que Marilyn sufre, borracha y abotargada de pastillas, por parte del mafioso Mooney Giancana. El libro recorre sin ahorrar detalles los episodios más escabrosos de la biografía de ambos mitos. “Soy partidario del espíritu de James Ellroy”, explica Forestier. “Hay que mirar detrás de los mitos. Hollywood es un mundo corrupto, sin moral. La política, también. Con Marilyn y JFK, estos dos mundos sucios se encuentran”. Forestier asegura que su libro no incluye grandes revelaciones. Que prácticamente todo lo que narra ya había sido contado, a trocitos, en los múltiples libros que han abordado de forma tangencial el tema. Faltaba que alguien articulara el gran relato, dice. “Nadie ha contado esta historia”, sostiene sin asomo de dudas. Atribuye esta circunstancia al pacto de silencio que durante años suscribieron los medios, que tuvieron material publicable entre sus manos, pero renunciaron a hacerlo. Y a la eliminación de grabaciones, fotos y documentos a la que los propios Kennedy contribuyeron. Así fue en una primera etapa. Pasados los años, dice, todo el mundo dio por hecho que su historia ya estaba contada. François Forestier escribe críticas e informaciones de cine para el semanario Le Nouvel Observateur. A sus 62 años, es un hombre fascinado por el Hollywood clásico. “No por el de Scarlett Johansson”, matiza. Se ha pasado media vida entrevistando a los grandes del cine. Muchos de ellos, como John Huston, le fueron contando historias de Marilyn que empezaron a germinar en su cabeza. Autor de autobiografías de Howard Hugues, Aristóteles Onassis y Martin Luther King, además de novelista, declara su fascinación por esta historia entre dos niños egocéntricos, entre una mujer, tal y como la describe, vacía y un hombre sin moral. “Kennedy era un niño rico, con la arrogancia del niño rico que piensa que no le puede pasar nada. Pensaba que aunque se descubrieran las partes más oscuras de su biografía, nunca pasaría nada”. Marilyn conoció a Kennedy en 1954, en una fiesta en casa del productor Charlie Feldman. Una fiesta a la que acudió con su marido Joe DiMaggio, en la que bailó acaramelada con su admirado Clark Gable y en la que deslizó un papel con su número de teléfono en la chaqueta del entonces joven senador norteamericano. Durante ocho años se sucedieron los encuentros entre ambos. El 24 de mayo de 1962, Monroe recibe la llamada del celestino Peter Lawford. –Se acabó, Marilyn. No debes intentar ponerte en contacto de nuevo con el presidente. No debes volver a verlo, ni llamarlo por teléfono. Ante las lágrimas de la estrella, Lawford zanja la cuestión. –Marilyn, sólo has sido un polvo para Jack. © EL PAIS, S.L.

| Cine y literatura |

Elemental, mi querido Watson Deducción y adivinación, dos claves del método Sherlock Holmes a las que la película de Guy Ritchie les rinde homenaje JAVIER ROJAHELIS EL MERCURIO/GDA

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a imagen de un investigador criminal que sigue pistas, indaga, hace hipótesis y realiza brillantes o sorprendentes deducciones no es algo raro para una persona de nuestra época. Es casi como el cliché de todo fisgón policial o detectivesco, como los literarios Poirot y Maigret o el televisivo Columbo. Sin embargo, gran parte de esas características proviene de un solo personaje, que sirvió y sigue sirviendo para definir la figura del detective por antonomasia: Sherlock Holmes. Conan Doyle, su autor, se había alimentado de los folletines policiales, pero en ninguno de ellos estaba claramente definido el papel más especulativo que sí mostraba Holmes para investigar un crimen. En aquella época lo que existían eran más bien relatos en los que la persecución del criminal era más importante que el enigma de la identidad del culpable y los procesos racionales para llegar a ella. A pesar de eso, Conan Doyle reveló algunas de sus fuentes, las pocas que en ese entonces podían servir de antecedente para su personaje. En el Retrato en escarlata, el doctor Watson le comenta a Holmes que su capacidad analítica le hace recordar al detective Dupin, de los relatos policiales de Poe. También aparece mencionado otro personaje literario de la época, el policía Lecoq, de las novelas de Gaboriau. La pregunta que queda es cuán diferente resulta Holmes en relación con estos antecesores y en qué medida viene a convertirse en la piedra angular del género policial-detecti-

vesco. En su libro La novela policial, Boileau recuerda que los policías que aparecen en la mayoría de las novelas del siglo XIX resultan más bien pintorescos y que sus técnicas tenían que ver más bien con el uso de informantes y de rastrear pistas que con otra cosa. Al detective lo destaca como un hombre cultivado, un gentleman que estudia el crimen como una pieza de colección. Una especie de intelectual. Y, claro, Dupin está empobrecido, pero desciende de una familia ilustre. Lo mismo podría decirse de Holmes. Para ellos lo que importa es el enigma y su resolución en un proceso que, si bien se maneja con los datos materiales de la escena del crimen, ocurre principalmente en la mente especulativa y analítica del investigador. Aquí es donde comienza a verse con más claridad el papel de Holmes, no sólo dentro de la literatura, sino incluso dentro del pensamiento occidental. Un rol que Umberto Eco y Thomas Zebeok analizan en el texto El signo de los tres. Ahí se estudia a Conan Doyle y su relación con las teorías del pensador estadounidense Charles S. Peirce. Dicho estudio plantea que el personaje de Holmes representa un tipo de razonamiento distinto a la inducción y a la deducción, el tipo de pensamiento que permite que el conocimiento avance. Peirce llama a ese tipo de razonamiento “abducción” y consiste en una serie de conjeturas que parten de la observación, pero que tienen una buena porción de adivinación. Holmes suele sorprender con sus adivinaciones acertadas a los que lo rodean (aunque el personaje niega que lo suyo sea adivinar), como si fuera una suerte de mago. Sin embargo, estos trucos tienen una fuente

hoy en día se pueda reconocer incluso en series televisivas como “Dr. House” o “El mentalista”, cuyos personajes plantean hipótesis confiando en que existe una afinidad entre mente y naturaleza que hace posible que el adivinar no sea un mero acto vacío.

GENTILEZA WARNER

original que el autor Conan Doyle confiesa: su profesor de medicina Joseph Bell. Bell, al igual que Holmes, era un experto en generar hipótesis a partir de la observación de los detalles más ínfimos y que el resto pasaba por alto. De hecho, en uno de los recuerdos que hace Conan Doyle de su maestro parece que uno estuviera viendo a Holmes en acción. En una entrevista en un consultorio, el doctor Bell adivina inmediatamente que su paciente ha estado en el ejército, que fue suboficial y que estuvo en Barbados. Y, luego, justifica sus juicios del siguiente modo: “Observen señores. Este hombre era una persona

educada; sin embargo, no se ha sacado el sombrero. En el ejército no lo hacen, pero si hiciera tiempo que estuviera licenciado habría adoptado maneras civiles. Tenía un aire de autoridad, por lo tanto debió haber sido suboficial. En cuanto a Barbados, padece elefantiasis, enfermedad de las Antillas, no de Gran Bretaña.” Bell lo justificaba del siguiente modo: “La importancia de lo infinitamente pequeño es incalculable”. No es raro que Holmes haya terminado convirtiéndose no sólo en inspiración para el resto de la novela policial, sino que también

El modelo 2010 La versión de Guy Ritchie tiene mucho que ver con la estética con la que actualmente se retocan los clásicos. Adaptaciones en las que la acción debe ocupar un lugar central con ritmos que se alejan, en el caso de Holmes, a lo que se ha visto en las anteriores versiones inglesas o norteamericanas de la saga del detective. Pero más allá de eso y de las concesiones que se hacen para atraer público al cine, lo cierto es que la película de Ritchie logra atisbar los elementos propios de Holmes. El detective es descrito en la novela como un experto boxeador y esgrimista con espada y palo. Tampoco se deja de lado su adicción a la cocaína, aunque aparece muy sutilmente mencionada en una escena en la que Watson le echa en cara que ha estado consumiendo un producto que se usa para las operaciones de los ojos, que es justamente el uso que Carl Koller le había dado a la cocaína en el siglo XIX. De hecho, el estado febril con el que se mueve el personaje de Holmes puede ser reflejo de este mismo consumo perfectamente. A esto se suman, ciertamente, todos los recursos con los que el detective adivina de una sola mirada una serie de características de las personas que tiene en frente. Tampoco se deja de lado la no poco frecuente fanfarronería del detective ante los torpes policías de Scotland Yard.