Lección 7
Jesús, el Espíritu Santo y la oración Sábado 9 de mayo En todas nuestras pruebas se nos invita a buscar fervientemente al Señor, recordando que somos propiedad de él, hijos suyos por adopción. Ningún ser humano puede comprender nuestras necesidades como Cristo. Si se la pedimos con fe, recibiremos su ayuda. Le pertenecemos por creación, y también somos suyos por redención. Mediante las cuerdas del amor divino estamos sujetos a la Fuente de todo poder y fortaleza. Si tan solo dependiéramos de Dios, pidiéndole lo que deseamos como el milito le pide a su padre lo que quiere, obtendríamos una rica experiencia. Así aprenderíamos que Dios es la fuente de toda fortaleza y poder (Exaltad a Jesús, p. 49). Hay que orar. Jesús no nos habría encargado que lo hiciéramos, si no se hubiera tratado de una necesidad real. Él sabe perfectamente bien que nosotros, por nuestra propia cuenta, somos incapaces de vencer las muchas tentaciones del enemigo, o de descubrir las muchas trampas que coloca para nuestros pies. El Señor no lo ha abandonado para que se defienda solo; ha provisto una manera por medio de la cual puede obtener ayuda. Por esa razón le pide que ore. Orar correctamente consiste en pedirle a Dios con fe las cosas que se necesitan. Vaya a su cuarto, o a cualquier otro lugar privado, y pídale a su Padre que lo ayude, en el nombre de Jesús. Hay poder en la oración que procede de un corazón convencido de su propia debilidad, y que sin embargo anhela fervientemente la fortaleza que proviene de Dios. La oración ferviente será escuchada y atendida. Acuda a Dios, porque él es fuerte y se complace en escuchar las oraciones de sus hijos, y aunque puede ser que usted se sienta muy débil y a veces se vea abrumado por el enemigo, porque ha descuidado la primera orden del Salvador, de velar, sin embargo no abandone la lucha. Realice esfuerzos más decididos que antes. No desmaye. Arrójese a los pies de Jesús, quien también fue tentado y sabe cómo socorrer a los que son tentados. Confiésele sus faltas, sus debilidades, y dígale que necesita ayuda para vencer, o que de lo contrario perecerá. Y cuando pida, debe creer que Dios lo escuchará... Dios le ayudará. Los ángeles velarán sobre usted. Pero antes de recibir esta ayuda, usted debe hacer lo que esté de su parte. Vele y ore. Que sus oraciones sean fervientes. Que el lenguaje de su corazón sea éste: “No te dejaré, si no me bendices”. Tenga un tiempo defi46
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nido para orar, por lo menos tres veces por día. Daniel oraba a Dios mañana, tarde y noche, haciendo caso omiso del decreto real, y del temido foso de los leones. No tenía vergüenza ni temor de orar, sino que con sus ventanas abiertas oraba tres veces al día. ¿Olvidó Dios a su siervo fiel cuando lo echaron en el foso de los leones? Oh, no. Estuvo con él allí la noche entera. Cerró la boca de los leones hambrientos y estos no le pudieron hacer daño al hombre devoto de Dios (Exaltad a Jesús, p. 362). Que haya oraciones más fervientes en busca del Señor. “Todo aquel”, aseveró Cristo, “que pide, recibe; y el que busca, halla” (Lucas 11:10). Se me ordena exhortar a todo maestro del evangelio acerca de la necesidad de multiplicar y ampliar sus conceptos de lo que Cristo será para los que sobrellevan responsabilidades. Las capacidades se incrementan maravillosamente bajo el poder del Espíritu Santo... ¿Buscará al Señor fervientemente? Ore, ore como humilde investigador. No ponga su inventiva en acción para probar que otros son impíos, sino hábleles con ternura para que ellos escudriñen sus propios corazones pecaminosos, y ore pidiendo que el Señor purifique de pecado el templo del alma (Alza tus ojos, p. 264). Domingo 10 de mayo: Jesús y el Espíritu Santo Debemos estudiar el Modelo, para que el espíritu que habitó en Cristo pueda morar en nosotros. Al Salvador no se lo halló entre los eminentes y honorables del mundo. No empleó su tiempo entre los que buscaban su propia comodidad y deleite. Trabajó para ayudar a los que necesitaban ayuda, para salvar a los perdidos y a los que perecían, para levantar a los caídos, para romper el yugo de opresión de los que estaban en cautiverio, para sanar a los afligidos y hablar palabras de simpatía y consolación a los angustiados y tristes. Se nos pide que sigamos este ejemplo. Cuanto más participemos del espíritu de Cristo, tanto más buscaremos hacer por nuestros semejantes. Bendeciremos al necesitado y confortaremos al afligido (En lugares celestiales, p. 312). Significa mucho entregar la custodia del alma a Dios. Significa que hemos de vivir y caminar por fe, no confiando y glorificando al yo, sino mirando a Jesús, nuestro Abogado, el Autor y Consumador de nuestra fe. El Espíritu Santo hará su obra sobre el corazón contrito, pero nunca podrá obrar sobre un alma presumida y autosuficiente. Una persona tal tratará de mejorar por su propia sabiduría. Se interpone así entre su alma y el Espíritu Santo, y le impide obrar... El Espíritu Santo desea cooperar con todos los que le reciban y estén dispuestos a ser enseñados por él. Los que se aferran de la verdad y son santificados mediante ella, están tan unidos a Cristo que pueden representarlo en palabra y acción. Están revestidos de Jesús y poseen un poder que los capacita para revelar la verdad a otros. Quiera el Espíritu Santo hablar a RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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los corazones de los integrantes del pueblo de Dios para que sus palabras puedan ser tan escogidas como el oro, al dar el pan de vida a quienes están en transgresión y pecado... Es la voluntad de Dios que las bendiciones otorgadas al hombre sean dadas en plenitud. El hizo provisión para que toda dificultad pueda ser superada, para que cada necesidad pueda ser suplida mediante su Espíritu. Es su designio que el hombre perfeccione un carácter cristiano. Dios quiera que contemplemos su amor y sus promesas, dados en forma tan generosa a quienes no tienen méritos. Quisiera que dependiéramos plena, agradecida y gozosamente de la justicia que nos fue provista por Cristo. A todos los que acuden a Dios como él ha establecido, los escucha bondadosamente (Alza tus ojos, p. 352). “Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto”. Las palabras de Marcos son aún más significativas. Él dice: “Y luego el Espíritu le impele al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado de Satanás; y estaba con las fieras”. “Y no comió cosa en aquellos días”. Cuando Jesús fue llevado al desierto para ser tentado, fue llevado por el Espíritu de Dios. El no invitó a la tentación. Fue al desierto para estar solo, para contemplar su misión y su obra. Por el ayuno y la oración, debía fortalecerse para andar en la senda manchada de sangre que iba a recorrer. Pero Satanás sabía que el Salvador había ido al desierto, y pensó que ésa era la mejor ocasión para atacarle. Grandes eran para el mundo los resultados que estaban en juego en el conflicto entre el Príncipe de la Luz y el caudillo del reino de las tinieblas... (El Deseado de todas las gentes, p. 89). Lunes 11 de mayo: La vida de oración de Jesús Después de salir del agua, Jesús se arrodilló en oración a orillas del río. Se estaba abriendo ante él una era nueva e importante. De una manera más amplia, estaba entrando en el conflicto de su vida... La mirada del Salvador parece penetrar el cielo mientras vuelca los anhelos de su alma en oración. Bien sabe él cómo el pecado endureció los corazones de los hombres, y cuán difícil les será discernir su misión y aceptar el don de la salvación. Intercede ante el Padre a fin de obtener poder para vencer su incredulidad, para romper las ligaduras con que Satanás los encadenó, y para vencer en su favor al destructor. Pide el testimonio de que Dios acepta la humanidad en la persona de su Hijo. Nunca antes habían escuchado los ángeles semejante oración. Ellos anhelaban llevar a su amado Comandante un mensaje de seguridad y consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la petición de su Hijo. Salen directamente del trono los rayos de su gloria. Los cielos se abren, y sobre la cabeza del Salvador desciende una forma de paloma de la luz más pura, emblema adecuado del Manso y Humilde (El Deseado de todas las gentes, pp. 85, 86). 48
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Jesús nos ha dejado esta amonestación: “Velad pues, porque no sabéis cuándo el señor de la casa vendrá; si a la tarde, o a la medianoche, o al canto del gallo, o a la mañana; porque cuando viniere de repente, no os halle durmiendo” (Marcos 13:35, 36). Se pide a la iglesia de Dios que cumpla su vigilia, por peligrosa que sea, ora sea corta o larga. El pesar no brinda excusas para ser menos vigilantes. La tribulación no debe inducirnos al descuido, sino a duplicar la vigilancia. Por su ejemplo Cristo indicó a su iglesia cuál es la fuente de su fuerza en tiempo de necesidad, angustia y peligro. La actitud de velar designará en verdad a la iglesia como pueblo de Dios. Por esta señal, los que aguardan se distinguen del mundo y demuestran que son peregrinos y extranjeros en la tierra. De nuevo, el Salvador se apartó tristemente de sus discípulos que dormían, y oró por tercera vez repitiendo las mismas palabras. Luego volvió a ellos y les dijo: “Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores” (Mateo 26:45). ¡Qué crueles fueron los discípulos al permitir que el sueño les cerrase los ojos, y encadenase sus sentidos, mientras su divino Señor soportaba tan inefable angustia mental! Si hubiesen permanecido en vela, no habrían perdido su fe al contemplar al Hijo de Dios muriendo en la cruz. Esta importante vigilia nocturna debiera haberse destacado por nobles luchas mentales y oraciones, que los habrían robustecido para presenciar la indecible agonía del Hijo de Dios. Los habría preparado para que, mientras contemplaban sus sufrimientos en la cruz, comprendieran algo de la naturaleza de la angustia abrumadora que él soportó en el huerto de Getsemaní. Y habrían quedado mejor capacitados para recordar las palabras que les había dirigido con referencia a sus sufrimientos, muerte y resurrección; y en medio de la lobreguez de aquella hora terrible y penosa, algunos rayos de esperanza habrían iluminado las tinieblas y sostenido su fe (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 222, 223). Martes 12 de mayo: La oración modelo - 1a parte Nuestro Salvador dio dos veces el Padrenuestro: la primera vez, a la multitud, en el Sermón del Monte; y la segunda, algunos meses más tarde, a los discípulos solos. Estos habían estado alejados por corto tiempo de su Señor y, al volver, lo encontraron absorto en comunión con Dios. Como si no percibiese la presencia de ellos, él continuó orando en voz alta. Su rostro irradiaba un resplandor celestial. Parecía estar en la misma presencia del Invisible; había un poder viviente en sus palabras, como si hablara con Dios. Los corazones de los atentos discípulos quedaron profundamente conmovidos. Habían notado cuán a menudo dedicaba él largas horas a la soledad, en comunión con su Padre... Salía mañana tras mañana, después de las horas pasadas con Dios, a llevar la luz de los cielos a los hombres. Al fin habían comprendido los discípulos que había una relación íntima entre sus RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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horas de oración y el poder de sus palabras y hechos. Ahora, mientras escuchaban sus súplicas, sus corazones se llenaron de reverencia y humildad. Cuando Jesús cesó de orar, exclamaron con una profunda convicción de su inmensa necesidad personal: “Señor, enséñanos a orar”. Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les había enseñado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún. El Salvador no nos limita, sin embargo, al uso de estas palabras exactas. Como ligado a la humanidad, presenta su propio ideal de la oración en palabras tan sencillas que aun un niñito puede adoptarlas pero, al mismo tiempo, tan amplias que ni las mentes más privilegiadas podrán comprender alguna vez su significado completo. Nos enseña a allegarnos a Dios con nuestro tributo de agradecimiento, expresarle nuestras necesidades, confesar nuestros pecados y pedir su misericordia conforme a su promesa (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 87-89). La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No puede ser sustituida por ningún otro medio de gracia, y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese el ejercicio de la oración, u órese irregularmente, de vez en cuando, según parezca propio, y se perderá la fortaleza en Dios. Las facultades espirituales perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor. Es únicamente en el altar de Dios donde podemos encender nuestras antorchas con fuego divino. Será únicamente la luz divina la que revelará la pequeñez, la ineptitud de la capacidad humana, y la que dará una clara visión de la perfección y pureza de Cristo. Es únicamente contemplando a Jesús como llegamos a desear ser semejantes a él; es únicamente al ver su justicia, como sentimos hambre y sed de poseerla; y únicamente cuando pidamos en oración ferviente nos otorgará Dios el deseo de nuestro corazón (Obreros evangélicos, p. 268). Miércoles 13 de mayo: La oración modelo – 2ª parte La oración sincera y humilde del verdadero adorador asciende al cielo, y Jesús mezcla el santo incienso de sus méritos con nuestras peticiones imperfectas, Se nos acepta mediante su justicia. Cristo hace que nuestras oraciones sean completamente eficaces mediante el aroma de su justicia. En estos días de peligro, necesitamos hombres que luchen con Dios como lo hizo Jacob, y que prevalezcan, como Jacob. Gracias a Dios que el Redentor del mundo prometió que si se iba, enviaría al Espíritu Santo como su representante. Oremos y apropiémonos de las ricas promesas de Dios, y luego alabemos a Dios porque se nos concederá el Espíritu Santo para satisfacer nuestras necesidades, en proporción a nuestras súplicas fervien50
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tes y humildes. Si buscamos a Dios de todo corazón, lo encontraremos y obtendremos el cumplimiento de la promesa... Para ser cristiana, una persona no necesita grandes talentos. Una oración ferviente ofrecida con corazón contrito por alguien que desea hacer la voluntad del Maestro, tiene más valor para Dios que su elocuencia. El instrumento humano puede no tener participación en concilios; tal vez no se le permita deliberar en los senados o votar en parlamentos. Sin embargo, tiene acceso a Dios. El Rey de reyes se inclina para escuchar la oración de un corazón humilde y contrito. Dios oye cada oración que se eleva con el incienso de la fe (A fin de conocerle, p. 272). Oramos a nuestro Padre celestial: “No nos dejes caer en tentación”, y luego, demasiado a menudo, fracasamos en impedir que nuestros pies nos conduzcan a la tentación. Debemos mantenernos alejados de las tentaciones por las cuales somos fácilmente vencidos. Forjamos nuestro éxito mediante la gracia de Cristo. Debemos quitar del camino la piedra de tropiezo que ha hecho que nosotros y muchos otros pasemos por vicisitudes. La tentación y las pruebas nos asaltarán a todos, pero no necesitamos ser vencidos por el enemigo. Nuestro Salvador ha vencido por nosotros. Satanás no es invencible. Cristo fue tentado para que supiera cómo ayudar a cada alma que después sería tentada. La tentación no es pecado; el pecado está en ceder a la tentación. La tentación significa victoria y gran fortaleza para el alma que confía en Jesús (Nuestra elevada vocación, p. 89). Jesús enseña que podemos recibir el perdón de Dios solamente en la medida en que nosotros mismos perdonamos a los demás. El amor de Dios es lo que nos atrae a él. Ese amor no puede afectar nuestros corazones sin despertar amor hacia nuestros hermanos. Al terminar el Padrenuestro, añadió Jesús: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”. El que no perdona suprime el único conducto por el cual puede recibir la misericordia de Dios. No debemos pensar que, a menos que confiesen su culpa los que nos han hecho daño, tenemos razón para no perdonarlos. Sin duda, es su deber humillar sus corazones por el arrepentimiento y la confesión; pero hemos de tener un espíritu compasivo hacia los que han pecado contra nosotros, confiesen o no sus faltas. Por mucho que nos hayan ofendido, no debemos pensar de continuo en los agravios que hemos sufrido ni compadecernos de nosotros mismos por los daños. Así como esperamos que Dios nos perdone nuestras ofensas, debemos perdonar a todos los que nos han hecho mal. Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: RECURSOS ESCUELA SABÁTICA
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“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”. El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es solo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 96, 97). Jueves 14 de mayo: Más lecciones sobre la oración Dios será para nosotros todo lo que le permitamos ser. Nuestras oraciones lánguidas y sin entusiasmo no tendrán respuesta del cielo. ¡Oh, necesitamos insistir en nuestras peticiones! Pedid con fe, esperad con fe, recibid con fe, regocijaos con esperanza, porque todo aquel que pide, encuentra. Seamos fervientes. Busquemos a Dios de todo corazón. La gente empeña el alma y pone fervor en todo lo que emprende en sus realizaciones temporales, hasta que sus esfuerzos son coronados por el éxito. Con intenso fervor, aprended el oficio de buscar las ricas bendiciones que Dios ha prometido, y con un esfuerzo perseverante y decidido tendréis su luz, y su verdad, y su rica gracia. Clamad a Dios con sinceridad y alma anhelante. Luchad con los agentes celestiales hasta que obtengáis la victoria. Poned todo vuestro ser, vuestra alma, cuerpo y espíritu en las manos del Señor, y resolved que seréis sus instrumentos vivos y consagrados, movidos por su voluntad, controlados por su mente, e imbuidos por su Espíritu. Contadle a Jesús con sinceridad vuestras necesidades. No se requiere de vosotros que sostengáis una larga controversia con Dios, o que le prediquéis un sermón, sino que, con un corazón afligido a causa de vuestros pecados, digáis: “Sálvame, Señor, o pereceré”. Para estas almas hay esperanza. Ellas buscarán, pedirán, golpearán y encontrarán. Cuando Jesús haya quitado la carga del pecado que quebranta el alma, experimentaréis la bendición de la paz de Cristo (Nuestra elevada vocación, p. 133). Debemos mostrar una confianza firme y sin rodeos en Dios. A menudo él tarda en contestarnos para probar nuestra fe o la sinceridad de nuestro deseo. Al pedir de acuerdo con su Palabra, debemos creer su promesa y presentar nuestras peticiones con una determinación que no será denegada. Dios no dice: Pedid una vez y recibiréis. Él nos ordena que pidamos. Persistid incansablemente en la oración. El pedir con persistencia hace más ferviente la actitud del postulante, y le imparte un deseo mayor de recibir las cosas que pide. Cristo le dijo a Marta junto a la tumba de Lázaro: “Si creyeres, verás la gloria de Dios”. 52
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Pero muchos no tienen una fe viva. Esta es la razón por la cual no ven más del poder de Dios. Su debilidad es el resultado de su incredulidad. Tienen más fe en su propio obrar que en el obrar de Dios en favor de ellos. Ellos se encargan de cuidarse a sí mismos. Hacen planes y proyectos, pero oran poco, y tienen poca confianza verdadera en Dios. Piensan que tienen fe, pero es solo el impulso del momento. Dejan de comprender su propia necesidad, y lo dispuesto que está Dios a dar; no perseveran en mantener sus pedidos ante el Señor. Nuestras oraciones han de ser tan fervorosas y persistentes como lo fue la del amigo necesitado que pidió pan a media noche. Cuanto más fervorosa y constantemente oremos, tanto más íntima será nuestra unión espiritual con Cristo. Recibiremos bendiciones acrecentadas, porque tenemos una fe acrecentada (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 111, 112). Viernes 15 de mayo: Para estudiar y meditar El Deseado de todas las gentes, pp. 295-299.
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