ANIVERSARIO | PENSAMIENTO
POR EDWAR
Glenn Gould, virtuoso dentro y fuera del escenario ¿En qué tradición crítica situar al genial intérprete de las
Variaciones Goldberg? ¿Puede hablarse de un Gould “intelectual”? Alrededor de estas polémicas cuestiones gira el presente texto, que forma parte de Sobre el
estilo tardío (Debate), de próxima distribución en la Argentina
24 | adn | Sábado 15 de agosto de 2009
N
o pretendo recapitular demasiados análisis y estudios interesantes sobre la técnica interpretativa de Glenn Gould: tenemos una versión actualizada del estudio pionero de Geoffrey Payzant, por ejemplo; tenemos el análisis sensible desde el punto de vista psiquiátrico del componente sadomasoquista en las actuaciones de Gould, así como en su vida afectiva; y tenemos un estudio filosófico y cultural con todas las de la ley realizado por Kevin Bazzana, Glenn Gould: The Performer in the Work. Todas estas obras, además de la excelente biografía escrita por Otto Friedrich, son interpretaciones sobremanera inteligentes y fieles de la práctica de Gould como algo más que un virtuoso de la interpretación. Lo que yo propongo es un análisis de la obra de Gould que lo sitúa en una tradición crítica e intelectual concreta, en la que sus reformulaciones y reafirmaciones conscientes de virtuosismo intentan alcanzar unas conclusiones que no acostumbran a ser objetivo de los intérpretes, sino de intelectuales que tan sólo usan el lenguaje. Es decir, la obra de Gould en su totalidad —no debemos olvidar que fue un escritor prolífico, que produjo documentales de radio y que dirigió sus propias grabaciones de video— proporciona un ejemplo del virtuoso que trasciende con determinación los estrechos confines de la interpretación y la exhibición para adentrarse en un reino discursivo en el que la interpretación y la demostración presentan un argumento sobre la crítica y la liberación intelectual que impresiona mucho y que está enfrentado de forma radical a la estética de la interpretación tal y como lo entendía y aceptaba el público asistente a los conciertos modernos. Los estudios de Adorno sobre la regresión en la capacidad de escuchar demostraron con creces lo empobrecido de tales circunstancias, pero en particular diseccionó el tipo de Meisterschaft y dominio asociado en la práctica interpretativa contemporánea con el culto del mú-
sico virtuoso. Adorno halla la tipificación de este virtuoso en la figura de Toscanini, un director, sostiene, que fue creado por una empresa moderna para comprimir, controlar y estilizar la interpretación musical y convertirla en un sonido que captara el interés del oyente contra su voluntad. Cito el siguiente breve fragmento de “The Mastery of the Maestro” publicado en Klangfiguren: Tras su actitud de seguridad en sí mismo acecha la angustia de que si cede el control durante siquiera un segundo, el oyente podría cansarse del espectáculo y huir. Esto es un ideal de taquilla institucionalizado y distanciado de la gente que ve erróneamente en sí mismo una capacidad inquebrantable para inspirar al público. Frustra todo intento de dialéctica entre las partes y el todo que opera en la gran música y que tiene lugar en las grandes interpretaciones. En lugar de eso tenemos una concepción abstracta del todo desde el principio, casi como el esbozo de un cuadro que entonces es, por así decirlo, pintado con un volumen de sonido cuyo sensual esplendor momentáneo abruma de tal modo los oídos del oyente que los detalles se ven despojados de sus propios impulsos. La musicalidad de Toscanini es, en cierto sentido, hostil al tiempo, visual. La forma desnuda del todo es adornada con estímulos aislados que le dan forma para adaptarla al modo de oír atomista que se asocia con la industria de la cultura.
Sin lugar a dudas, la deserción de los escenarios de Gould en 1964, cuando se encontraba en la cumbre de su carrera, fue, según dijo en muchas ocasiones, su forma de huir precisamente de la artificiosidad y distorsión que Adorno describe con mordacidad e ironía. En su mejor momento, el estilo interpretativo de Gould transmitía lo opuesto de la musicalidad atomizada y marchita que Adorno atribuye, de forma algo injusta, a Toscanini, cuyas mejores interpretaciones de Verdi y Beethoven poseían la
SAID
D
Ensayista pales tino, uno de los intelectuales m ás influyentes del siglo XX. Escribi ó Orientalismo , El mundo, el texto y el crítico, y Cu ltura e imperialism o, entre otros lib ros. Falleció en sept iembre de 2003
claridad y sucinta interrelación del Bach de Gould. En todo caso, Gould evitaba los efectos distorsionados que consideraba que representaban los requisitos de una presencia en el escenario, donde uno tiene que captar y mantener la atención del oyente del gallinero. De modo que eludió el escenario para siempre. Pero ¿hacia dónde lo condujo esta huida y adónde creía Gould que se dirigía? ¿Y por qué desempeñó la música de Bach un papel tan básico en la trayectoria intelectual de Gould como virtuoso? Podemos empezar a responder estas preguntas mediante el análisis, en primer lugar, de una charla que dio Gould en noviembre de 1964 a la promoción que se licenciaba ese año en la Universidad de Toronto. Su discurso giró en torno a una serie de consejos que, en mi opinión, esbozaron su propio programa como músico intérprete. Transmitió a los jóvenes licenciados la necesidad de que se percataran de que la música “es el producto de la construcción puramente artificial del pensamiento sistemático”, la palabra “artificial” no en un sentido negativo sino positivo, “relacionada con un anverso”, y no es en absoluto un “producto analizable”, sino que “es extraído a partir de la negación, que no es más que una pequeña garantía contra el vacío de negación que la rodea”. A continuación afirmó que debemos ser respetuosos, esto es, ser conscientes de lo impresionante que resulta la negación cuando se compara con un sistema, y que sólo si tenemos eso en mente serán capaces los nuevos licenciados de aprovecharse de “ese reabastecimiento de invención del que dependen las ideas creativas, porque la invención es, de hecho, un echar mano cauto de la negación que yace fuera del sistema, desde una posición firmemente instalada en el sistema”. Si dejamos cierto margen a la confusión entre las diversas metáforas, no muy logradas, a las que recurre, es posible descifrar el sentido de lo que Gould intenta expresar. La música es un sis-