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enfoques
| Domingo 30 De marzo De 2014
planetario
Para las mujeres ambiciosas, el fitness es obligatorio juana libedinsky
PARA LA NACiON
NUEVA YORK.– Uno lee mucho sobre la obesidad en EE.UU., pero la realidad es que, dentro de Manhattan, la mayor parte de las mujeres parecería estar en forma. No se debe sólo a la manía del fitness en la Gran Manzana: por los precios del mercado inmobiliario, cada vez más tiende a ser una isla de gente próspera, y estudios publicados en The Atlantic muestran que las mujeres se vuelven más flacas a medida que ascienden económicamente. Lo opuesto parece ser el caso de los hombres, quizá porque el mundo de los negocios trata distinto a los hombres y las mujeres con sobrepeso. Según un informe de la misma publicación, hecho sobre
la base de fotos tomadas a presidentes de compañías en 2009, los hombres con sobrepeso resultaron muy bien representados, mientras que las mujeres con sobrepeso fueron casi inexistentes. Así, un grupo de académicos de la George Washington University dedujo que las mujeres y los hombres pagan un precio distinto por ser gordos en el trabajo. El impacto económico es sólo la punta del iceberg. En EE.UU. es menos probable que las mujeres obesas se casen, y tienen menos probabilidades de ir a la universidad. Por eso The Atlantic se pregunta si sorprende a alguien que las mujeres con más recursos los usen para evitar la combinación tan complicada de sexo femenino y problemas de balanza. ß
Ni inglés ni mandarín: la futura lingua franca podría ser el francés luisa corradini
CORRESPONSAL EN fRANCiA
PARÍS.– Después de haber sido superado por el inglés, el francés podría recuperar su estatus de lengua internacional en las próximas décadas, al punto de convertirse en la futura lingua franca. No es una broma. Un reciente estudio del banco francés Natixis asegura que la lengua de Molière volverá a ser la más hablada del mundo alrededor del 2050. Según este trabajo, el francés está en plena expansión y se difunde en las regiones más dinámicas, sobre todo en África negra. A tal punto que, a mediados de siglo, deberían hablarlo unos 750 millones de personas contra 220 millones en la actualidad. De
ese modo, se convertiría en el primer idioma del planeta, delante del inglés y del mandarín. Pero esas cifras habría que tomarlas con pinzas: para llegar a esa conclusión, Natixis consideró como francófonos a todos los habitantes de los 32 países donde el francés es la lengua oficial pese a que, en muchos de ellos, en realidad cohabita con otras lenguas nativas, mucho más practicadas. Por las razones que sea, sería en todo caso un error tomar con escepticismo las proyecciones de los analistas de Natixis. Cuando se trata de francia, todo puede suceder. Desde la revolución hasta el triunfo de la extrema derecha. Como solía decir Napoleón, impossible n’est pas français. ß
La 2 puente aéreo
Un político que se animó a llevar a su país al futuro Martín Rodríguez Yebra
—CORRESPONSAL EN ESPAñA—
H
MADRiD
ay momentos en que una sociedad se topa de golpe con lo mejor de sí misma y le cuesta sostener la mirada. España experimentó la última semana ese fenómeno colectivo ante la muerte de Adolfo Suárez, el padre de la transición democrática. Entre el llanto, la nostalgia y una pizca de culpa compartida miles de españoles salieron a la calle no sólo a despedir a un hombre de Estado: sintieron que estaban velando la era fantástica que transformó un país atrasado y autoritario en una nación avanzada, plena de libertades e integrada al tren europeo del bienestar. Valiente “hasta la inconsciencia”, como alguna vez lo definieron, pura audacia, Suárez ejerció el poder con una voluntad política literalmente a prueba de balas, con el diálogo como arma. Ganó y perdió, hasta que el vértigo de aquel tiempo peligroso se lo devoró y lo condenó a un olvido en cámara lenta. El recuerdo de Suárez tocó el corazón de un país en crisis económica, amenazado por los separatismos, manchado por la corrupción, en el que los políticos viven de la crispación y se hunden en el desprestigio. “¡Aprended de él!”, les gritaban a opositores y oficialistas desde los vallados en que la gente común siguió el cortejo fúnebre. Suárez es una figura esencial de la España moderna. Pero bastan 10 minutos para entender por qué: lo que dura el discurso proselitista que dio en 1977 horas antes de las primeras elecciones libres tras 40 años de dictadura (http://bit.ly/1iDPveJ). “Puedo prometer y prometo…” fue el latiguillo que eligió para contarle a su pueblo cómo iba a ser el futuro. “No los llamo a la comodidad, sino al esfuerzo”, dice mirando a cámara. Promete un país nuevo en unas pocas frases: redactar una Constitución con todas las fuerzas políticas, respetar las libertades, fomentar un pacto económico-social, impulsar una reforma fiscal progresiva, reconocer las particularidades de las regiones que integran España. Una osadía para la época, sobre todo cuando venía de un político surgido de las entrañas del antiguo régimen. Cumplió todo. Entre las infinitas condolencias que llegaron a España por la muerte de Suárez se anotaron las de Cristina Kirchner. En su carta recuerda el valor del ex presidente para demoler la dictadura, pero evita amablemente elogiarlo por su rasgo más esencial: la propensión irrestricta a la concordia. No suena casual. A la distancia el ejemplo de Suárez interpela también a la Argentina, un país sin diálogo y en el que además sus líderes políticos dejaron hace años de prometer. “Nosotros hacemos, no prometemos” fue un lugar común que el kirchnerismo usó en todas sus campañas. Sus opositores tampoco pasaron del eslogan simplón. Hizo escuela la filosofía menemista del “si les decía lo que iba a hacer, no me votaban”. Como los españoles hoy, cada tanto los argentinos se preguntan “qué nos pasó”. Sufren con el enésimo derrumbe económico, despotrican por las aulas vacías, se alarman con la irrupción de los carteles narco, se indignan con un funcionario que protege a financistas de pergaminos inciertos o con presidentes que pasan el tiempo construyendo hoteles. Quizá convenga mirar otra vez a la transición. El milagro de Suárez no emerge de su genialidad personal: su acierto más perdurable fue haber sabido ejecutar el cambio revolucionario que su sociedad le exigía.ß
g Un grito silenciado por las balas Por Héctor M. Guyot | foto Christophe Simon/AFP río de janeiro, 26 de marzo de 2014. Las chicas que observan la llegada de los militares en Maré parecen haberles perdido el miedo a las armas. Lo que las vence es la expectativa de la detonación. Las cuatro se tapan los oídos mientras, entre la fascinación y el asombro, siguen los movimientos del policía que despliega los argumentos con los que las fuerzas de seguridad intentarán ocupar este conjunto de 16 favelas controladas por el narcotráfico, donde viven unas 130.000 personas. Acostumbradas a los disparos, las chicas saben que el ruido que hará ese animal de fierro negro al ser gatillado será brutal. A las balas no las podrán ver, pero no importa. Ellas saben también, porque
Humor
viven donde viven, que a cada disparo suele corresponderle una muerte. Y no importa de dónde vengan las balas, porque las de la policía y los militares no inauguran nada nuevo, sino que vienen a sumarse a las de las facciones rivales de narcos que se disputan el territorio. Lo que observan las niñas es una misión de reconocimiento. Previa a la ocupación, que se esperaba para estos días. Que a su vez será previa a la “pacificación”, de acuerdo con la política lanzada por el gobierno para recuperar las favelas conquistadas por el poder narco o las milicias parapoliciales. Así como algunos chicos miran, es posible que otros mueran en las balaceras. En Maré, la entrada a las
bandas del narco, que siempre andan reclutando capital humano, suele darse entre los 12 y los 15 años. Para evitar cosas como ésta, el gobierno brasileño, o el Estado, debió haber entrado antes en Maré. Y no con armas largas, sino con otras que se condicen mejor con los fines de pacificación hoy buscados: educación, casa digna, trabajo. Tal vez así se hubiera evitado la escena que observan estas chicas, que ya no resulta tan ajena para nosotros. Y la detonación que ellas ya pueden oír. Y ese gesto de las cuatro, que remeda en algo a El grito, del pintor Edvard Munch. El de ellas, en todo caso, es un grito silencioso. O silenciado por las balas.ß
desde el margen
Fraudes y artificios que revelan otras formas de la verdad Fernanda Sández
—PARA LA NACiON—
jeff darcy/ estados Unidos Cada vez más indicios acerca de que el avión malasio desaparecido se habría estrellado en el océano.
Paresh nath/ emiratos arabes El primer ministro turco Erdogan y su fallido cierre de Twitter.
E
l toro, ya con un arco iris de banderillas en la espalda, parece hablarle a su matador. Reclamarle algo. El hombre está sentado frente a él, con gesto abatido. Toda la escena resuena en simbologías: la sangre, el torero cubriéndose la cara, el animal alto frente al hombre pequeño. Aún sin títulos “orientadores” ni palabras que expliquen lo que sucede, hay en la escena un culpable y un inocente. Uno que morirá a manos del otro. El mensaje –que llega por correo electrónico– incluye un texto: “Y de repente miré al toro… Tenía esa inocencia que todos los animales tienen en sus ojos, y me miró con esta súplica. Era un grito de justicia muy, muy profundo dentro de mí. Me sentí como la peor mierda del mundo”. Esta escena muestra el colapso del torero Álvaro Múnera, conforme se concientizó a la mitad de su última corrida de la injusticia al animal. “Desde ese día se volvió opositor a las corridas de toros”, cierra el mail que fue reenviado por millones de personas alrededor del mundo. “Se viralizó”, diríamos, en caso de suscribir a eso de que estos men-
sajes son una enfermedad contagiosa. Sin embargo, el mensaje es un artefacto, armado con fragmentos de otras cosas que –adecuadamente editados– resultan en algo que los expertos en computación llaman “hoax”. Traducción: un fraude. De hecho, desde 1997 existe incluso un Museo de los Engaños, en el que se recopilan mensajes, videos, mitos urbanos y toda esa clase de historias impactantes de las que los medios de comunicación suelen enamorarse, sin importar si cuentan de un monstruo en el lago Ness, de un niño viajando solo en un globo a miles de metros de altura o del lanzamiento de una hamburguesa para zurdos. En este caso, el hoax fue armado con la imagen de un toro de lidia, un torero cualquiera (que no está arrepentido: apenas haciendo un gesto dentro de la tauromaquia, llamado “desplante”) y una frase de Antonio Gala. Todo eso, junto, generó un mensaje retransmitido hasta el hartazgo por quienes se conmovieron no sólo con la foto, sino con la historia, que no es otra que la de una redención. La de alguien salvado del más inesperado de los modos, y por el más imprevisible de los mensajeros: un animal enorme y moribundo. Pocos parecen haberse tomado el mínimo trabajo de explorar cuán cierta era
esa escena, sospechosamente hollywoodense para haber ocurrido de este lado de la pantalla. Sólo esos advirtieron el fraude. La “conversión” de Múnera sí fue real: abjuró de la tauromaquia después de que una cornada lo dejara cuadripléjico y hasta fundó una organización en favor de los animales, llamada fauna. Pero no era él quien aparecía en la imagen, y tampoco su epifanía se dio en la arena. De hecho, ese torero y ese animal nunca se vieron las caras. Sin embargo, algo hay latiendo ahí. Algo tan real –y tan poderoso– que hasta puede atravesar el artificio que lo generó, y dejarlo atrás. Quizás ahora que las verdades ya no son químicamente puras (¿acaso alguna vez lo han sido?) y se editan a placer, nada las revela tanto como estos fraudes en los que caemos a repetición. Hay, en la mayoría de ellos, una verdad de otra clase. Una verdad en fuga, inmune al virus de la viralidad seguramente porque es más antiguo que él y destinado a sobrevivirlo. No necesitamos pues del torero arrepentido para saber cuánto de cruel hay en toda matanza. No hay foto trucada capaz de volver a una guerra más “auténtica”. En tiempos de verdades de diseño, perderse resulta más fácil que nunca. Descubrir formas de verdad a salvo de todo retoque, también.ß