Fragmento en pdf de Los Inversores para Goodreads

Se pregunta si la encontrará de nuevo entre tantísima gente. Parece ser que no. Pero por el rabillo del ojo ve .... pequeño de bomberos y un coche de policía llegan. - ¿Laura Kent? Un policía lee su .... Por asombroso que le parezca, en Europa a veces hay más de un equipo por ciudad. Y caben todos, con sus respectivos ...
145KB Größe 11 Downloads 80 vistas
Los Inversores de la Máquina del Tiempo Nuria de la Nuez

A Carlos y a mis padres, Nuria y Javier.

Toda la distribución del terreno era acertada, y ella contempló la escena – el río, los árboles desperdigados en sus orillas y la curva del valle, hasta donde podía divisarla – con agrado. Orgullo y Prejuicio, Jane Austen. 1813-2013 200º aniversario de su publicación.

1

Hotel de La Reconquista, Oviedo, viernes 22 de octubre de 2010. Ha venido Jane Goodall y Joanie y Laura la miran, la remiran, la observan. - Somos unas cobardes, Laura, tendríamos que acercarnos. - Pero la vamos a molestar. - No sé… ¿tú crees que todos esos que se acercan a hablar con ella ya la conocen? - Puede ser…No parece que la estén entrevistando. Laura se vuelve a mirarla. - ¿Y tú? Has vuelto pronto. ¿Ya has terminado con tus entrevistas? - Creo que sí, o casi…me he escapado un poco. Quería ver a Jane Goodall. Pero me parece mal presentarme sin conocerla. Qué pena, ahora que les he pillado el tranquillo a las entrevistas. - No te preocupes, cuando vuelvas a Oxford aún tendrás la grabación del programa… - ¡Es verdad! ¡Qué horror! ¡Ya no me acordaba! Llega Desirée, la asistente de Joanie de la Fundación Príncipe de Asturias, entusiasmada: - Señora Bennet, siento molestarla, pero querría pedirle que, por favor, dedique unos minutos a varios periodistas. - Por supuesto, por supuesto. Laura recoge la sidra de Joanie y las ve desaparecer en el barullo de gente alegre y bien vestida. Con cuidado de no echarse encima las sidras, Laura se encamina tres columnas más allá, donde están los maridos de las otras tres premiadas en Letras. - EN DIRECTO DESDE EL PATIO DE LA REINA DEL HOTEL DE LA RECONQUISTA... Un chico con micrófono grita a su cámara. - NOS HA HECHO UNA TARDE ESTUPENDA, CON VEINTE GRADOS. AHORA YA HACE FRESCO, Y LA NOCHE ESTÁ DESPEJADA. LOS GAITEROS ACABAN DE TOCAR... El vestíbulo del Hotel de la Reconquista es un hervidero de periodistas y curiosos sin acreditación, unos excitadísimos identificando a los rostros premiados, otros empeñados en cenar con los canapés que pasan hacia el patio. Muchos intentan hacer las dos cosas a la vez. Un pequeño grupo de físicos teóricos que había colonizado la ruta del jamón serrano discute si hacer las dos cosas a la vez es lo mismo que hacerlas a un tiempo. Es la copa de espera, con revuelo de autógrafos y flashes. Poco a poco se van abriendo los accesos para moverse mejor. Una persona de la organización va tirando de los más famosos para que no los vayan parando por los pasillos. A Joanie la confunden con Jane Goodall: - Enfoca a esa señora del vestido verde mar. Creo que podemos hablar con Jane Goodall. Perdone, ¡señora Goodall! Ah, disculpe, Profesora Bennet, ¿nos podría dedicar un momento? Joanie para en seco y sonríe con amabilidad. La mujer continúa a la carrera: - Tenemos con nosotros a Joanne Bennet, premio en Letras de este año, ex aequo con otras tres profesoras… Aunque ella no lo ha pronunciado, Joanie se sabe el discurso de agradecimiento de

Letras con pasión y lo repite sin querer: - Estos premios son una inspiración para mí. Es emocionante ver la excelencia de los compañeros premiados... A dos metros, otra voz intenta hacerse oír: - ...concedido el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2010 a Natalia Betancor, directora del Instituto Walter Meissner de Berlín, Alemania, y al físico inglés Alfred Durrell, catedrático de física y jefe del grupo de investigación del Laboratorio Shoenberg para la materia cuántica de la Universidad de Cambridge, Reino Unido, por dar a conocer nuevas formas de magnetismo y superconductividad y por encontrar materiales eléctricamente conductivos con nuevas propiedades físicas no descritas dentro de los modelos estándar de la física en estado sólido. Tenemos el privilegio de contar con el Profesor Durrell en estos momentos... Al cabo de un buen rato, Joanie vuelve de otra ronda de entrevistas rápidas para televisión. Por su lado pasa un alegre camarero con más sidra, Joanie coge otra copa y al mirar al patio, se da cuenta de que no sabe dónde encontrar a su amiga, Laura Kent. Se pregunta si la encontrará de nuevo entre tantísima gente. Parece ser que no. Pero por el rabillo del ojo ve unas cabezas más allá que una frondosa cabellera morena pega un brinco. El pelo es la única manera de localizar a alguien entre tanta gente. Laura, buscando la luminosa cabeza plateada de Joanie, ha hecho que una se vuelva hacia ella y descubre con sorpresa que es Jane Goodall. Joanie se atraganta de risa con la sidra que está sorbiendo por la cara de cortada que ha puesto Laura. Una mano compasiva le da unas palmaditas en la espalda. Tras la mano están los amables ojos azules y la pulcra barba blanca de Alfred Durrell, el premiado en Investigación. - Es mejor que no hables. Espera a que se te pase. Acabo de salir en directo en el telediario de TVE. Joanie le sonríe y asiente pero los ojos le lloriquean. Se le han subido las burbujas por la nariz hasta el lagrimal y carraspea. - El ejemplo de los galardonados me inspira... ¡Y de tanto inspirar es normal que se me meta la sidra por la nariz! Alfred se ríe. En ese momento llega otro apresurado asistente de la Fundación Príncipe de Asturias: - Por fin le encuentro, señor Durrell. Lo siento ¿Tendría un momento? - No se preocupe, Acosta. Yo también le estaba buscando. Alfred le guiña el ojo a Joanie y se va. - ¿Estás llorando? Laura se encuentra a Joanie aún secándose las lágrimas. Saca un pañuelo de su bolsito y se lo da. - No, me ha entrado sidra por la nariz. - ¿Queeé?… Laura se ríe y varias caras se vuelven. - Nada. Cuando has puesto cara de susto me he reído y sin querer, he aspirado sidra. ¿Por fin has hablado con ella? - ¡No! ¡Es que he confundido a Jane Goodall contigo! ¡Por favor, qué corte! - Ah, para mí es un honor. Joanie apura su copa, un poco chispa. - Menudo susto. ¡Tenía que haberle dicho algo! La he mirado espantada. - Bueno, también me han confundido con ella unos periodistas. Debe ser porque las dos llevamos una melena corta plateada. Por cierto, creo que ya he terminado con las entrevistas. ¿Por qué no me la presentas ahora que la conoces? Y luego vamos con las chicas. ¿Dónde estarán ahora? Tras ellas se materializa Mark Arhart, del equipo de investigación de Alfred Durrell.

- Perdonad, ¿habéis visto a Alfred? Mark es alto pero con tanta gente no es fácil. - Se acaba de ir con su asistente de la FPA para hacer otra entrevista. Creo que se ha ido por ahí. Joanie le señala a su izquierda. - Gracias. Laura sigue mirando entre la gente. - Nosotras estamos buscando a las compañeras de premio de Joanie. - He visto hace un momento a una de ellas pasar a ese lado del patio. - Gracias. - A vosotras. Hasta luego. - Hasta luego. No las veo. Vamos a movernos hacia donde ha dicho Mark. Joanie mira hacia un lado y a otro y señala a un señor de cara bondadosa. - Vamos a preguntarle a Vicente del Bosque. - ¡Pero si no lo conoces! - Ya, pero me cae bien. -- o -Cambridge, domingo 7 de noviembre de 2010. Quince días después, la entrega de premios está aún muy presente para Laura. Ella trabaja como profesora de Letras Españolas en Oxford y constantemente hay alguien o algo que le hace pensar en esos días en Oviedo. Ese domingo sus tíos que viven en Cambridge la han invitado a su casa. Hacía mucho que no se veían y querían que ella les contase su experiencia. Era una oportunidad que no querían perderse. Al parecer por fin el tiempo iba a ser benevolente, tras semanas de fuertes lluvias, y querían mostrarle su jardín y huerto, recientemente mejorados. También le habían dicho que querían que ella viese el espectáculo que era el río: fuerte corriente, todas las exclusas abiertas y una inundación permanente. Laura sale de Oxford a las siete de la mañana, justo cuando acaba de empezar a clarear, tras una bruma luminosa, de las que se levantan a las diez y media y a las once dejan un día espléndido. Apenas las ocho y media de la mañana del domingo y ni un alma por la carretera. Va a llegar demasiado pronto a casa de sus tíos, así que decide dar un rodeo y pasear por el río Cam. Pasa de largo el desvío y sigue por la carretera hasta dejar atrás la zona residencial. A la derecha están los caminos que entran en las fincas y se aventura por uno de ellos. Aparca el coche en un lado del camino, lleno de hierba larga y resbalosa. Es muy temprano y hace bastante fresco. Cuando baja del coche para estirarse le sale vaho de la boca, que le empaña las gafas brevemente. Laura se las quita y las guarda en la guantera. El aire es puro frescor y humedad, y Laura se abriga con su plumas. Caminando despacio por la orilla, disfrutando de la soledad, el correr del agua, las cortezas de los árboles, las hojas amarillas, algún piar. Es un paraje agrícola lejos de los tramos urbanos. Algo se mueve en la orilla, a muchos metros, una rata de agua o una ardilla. Para bajo un frondoso nogal que se ha quedado silencioso y espera tranquilamente, mirando el horizonte. Por esa zona hay unos campos de cultivos que se toman el descanso de principios del otoño. Laura había leído una vez que, tras una pausa prudencial en la que se acostumbran a tu presencia, los animales continúan con su actividad normal. Estos pájaros se han callado con la llegada del coche, pero ya han transcurrido al menos dos minutos así que primero suena un trino, tentativo, luego otro y luego un placentero follón matutino,

bastante más escandaloso y enérgico de lo que se diría que varios pajarillos pueden hacer. Laura sonríe, volviéndose a mirar el río. En la otra orilla, tan tranquila como ésta, la bruma luminosa sigue pareciendo querer disiparse para dejar un día brillante. Aunque hay humedad, tener todo el día por delante es vigorizante, y Laura se siente en esos momentos emocionada y optimista. Echa a andar por el caminillo, recreándose en el piar estruendoso de los pájaros que han quedado detrás, y en el ruido de sus pasos en la tierra y en la hierba. Al sentir que la mujer se mueve, algunos callan de nuevo, pero enseguida retoman su follón. Han decidido que Laura es inofensiva. Se ajusta el anorak y camina hacia un área muy frondosa. Entonces, a lo lejos, unos 50 metros, ve a alguien en la otra orilla. Se queda parada mirando. Parecen tres hombres hablando, un hombre de pelo cano, otro de pelo negro y otro oculto por un arbusto alto. No lo puede evitar, siente curiosidad, y sigue mirando, pero se sorprende cuando los reconoce. Hubiera esperado ver a unos agricultores o quizá alguien que viniera a pescar, pero en vez de eso ve a los profesores de física que conoció en Oviedo. El premiado Alfred Durrell y al profesor Mark Arhart, con un tercer hombre. Sabe que Durrell y Arhart viven en Cambridge pero no esperaba en absoluto verlos y menos en ese lugar a esa hora. Está realmente sorprendida. Se ha quedado inmóvil y muda, cortada de que la vean allí, como espiando conversaciones ajenas. Superado el primer impulso de llamarles con un grito, se retira discretamente hacia el coche sin dejar de echar vistazos furtivos. Anda con cuidado y se ampara en la zona de árboles. Le hace gracia ver al eminente profesor Alfred Durrell en chándal. Mark Arhart va con una chaqueta de cuero marrón chocolate. Muy distintos a como iban en el premio. Un momento después Laura queda de nuevo clavada en el sitio. Antes de volverse sabe que alguien ha caído al río. Alfred está en el agua y al momento se ha hundido. Mark Arhart se da la vuelta y el tercer hombre parece discutir agitado, pero Mark Arhart se aleja en vez de ayudar a Alfred Durrell, perdiéndose del alcance de la vista de Laura entre los arbustos. Alfred Durrell sigue sin salir y no hay rastro de él. Laura se queda quieta en el sitio esperando que Alfred salga y al darse cuenta de que no va a salir, echa a correr hacia esa área del río pero es frenada por unos arbustos que resultan estar cubriendo una alta valla. Trata de subir por ella pero resbala y se lastima las manos, después intenta rodearla o encontrar un agujero. Sin aliento, siente que está perdiendo un tiempo precioso y corre de nuevo a la orilla. No ve a nadie. Alfred aún bajo el agua y quizá arrastrado por la fuerte corriente. Echa a correr al coche sabiendo que la vida de Alfred puede ir en ello. Se lanza sobre el bolso a por el móvil y mientras marca el número de la policía arranca y enfila de vuelta hacia la carretera, buscando un paso hacia la otra orilla. Consigue hablar alto y claro, y la policía le pide que salga a la carretera general y aparque en el arcén. Apenas en tres minutos, que a ella se le hacen eternos, un camión pequeño de bomberos y un coche de policía llegan. - ¿Laura Kent? Un policía lee su documentación. Laura monta en su coche para mostrarles el lugar donde Alfred ha caído. - ¿Ha visto algún vehículo? - No, ninguno. - Quizá vayan andando. Mientras, su compañera da instrucciones por radio. - …alto, pelo oscuro, chaqueta de cuero marrón. El policía le da un pañuelo limpio y un botellín de agua.

- ¿Se encuentra mejor? Laura asiente y se seca unas lágrimas. Llega otro coche. - Voy a pedirle un poco de paciencia. Su ayuda ahora mismo nos es imprescindible, mientras recuerda todo con claridad. - No sé muy bien qué ha pasado y ha sido muy deprisa. Cosa de un instante. - Siempre es así, pero créame: vemos más de lo que nos damos cuenta. No quiero molestarla pero debe hacer una declaración formal en Comisaría. En casos como éste es fundamental el trabajo que se haga en los primeros momentos. De un tercer coche que llega, sale un policía que toma suavemente del brazo a Laura. - Acompáñeme, por favor. Laura mira su coche. - La grúa lo llevará, no se preocupe. El policía sabe cómo tratarla. En la comisaría la convencen para tomar algo caliente y relajante y en menos de dos horas se abre el caso. En esas dos horas no se ha encontrado rastro de ninguno de los dos y se ha comprobado que ni Mark Arhart ni Alfred Durrell contestan a sus teléfonos ni están en sus casas ni en los laboratorios de la Universidad.

2

A 10.000 metros sobre el Océano Atlántico, domingo domingo 7 de noviembre de 2010. Mark se acomoda en su enorme sillón de vuelo. El tal Geralds no lo mira y finge estar sereno. Eso es bueno, piensa Mark. Fingir calma genera calma. Y se echa una sonrisilla irónica. Están en el jet privado de Richard Geralds y vuelan rumbo oeste, con el sol en la cola. Todo lo que Mark ve desde hace dos horas es un cielo azul maravilloso, y ya se ha cansado de reflexionar pacíficamente mientras Geralds está cada vez más incómodo, por decirlo amablemente. La verdad es que está pasando mucho miedo. Con un suave suspiro, Mark decide hacerle la vida más fácil a su nuevo jefe. Tiene que recordarse a sí mismo que sabe tener buenas maneras. - Seis grados de separación. Mark vuelve con tranquilidad su asiento, viendo de nuevo la amplia cabina, enmoquetada en beige, y equipada en madera de roble, tan brillante que podría ser plástico. Geralds, sentado enfrente, emite algo entre “em” y “sí” mientras traga saliva. Mark fuerza una media sonrisa, pero eso no tranquiliza mucho a Geralds. Parece aún ligeramente en shock por lo que ha ocurrido en el río Cam. Antes de que le dé un síncope, Mark sigue hablando. - Disculpe, estaba pensando, ¿cómo han llegado a conocerse un entrenador de fútbol, una diseñadora y un director de cine? Me preguntaba si la teoría de los seis grados de separación será cierta. ¿La conoce? Geralds asiente rápidamente. - Sí, la conozco. Mi, eh, mi mujer, mi segunda mujer, y la de Javier García son clientes de Lalita, me refiero a Lalita Pianigiani. Coincidimos en algunas fiestas y nos asociamos en esta, ejem, empresa. Mark asiente y automáticamente Geralds asiente también. Mark va a tener que controlar el control que tiene sobre Geralds. Opta por insistir en la conversación intrascendente. - Es toda una ventaja, ser socio de una diseñadora tan cara. Su mujer estará contenta. - No, eh, de hecho…nos divorciamos. A mi actual mujer le va más el kitsch urban wear. Mark no dice nada. No sabe qué responder a eso. Lo único que ha sacado en claro es que ya van por tres esposas. Un entrenador (de fútbol), una diseñadora (de alta costura) y un director (de cine). La teoría de los seis grados de separación es encantadora. Según ella todos conocemos a todos, y si no, conoces a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien, etc., así hasta seis grados. Pero es una teoría, no una ley, así que hay que ayudarla para que funcione. Es difícil que un entrenador de tercera división español, una costurera con un taller de arreglos de ropa de Nueva Delhi y un ayudante de dirección en Santa Bárbara lleguen a conocerse. Por contra, no tiene mérito que tres personas de éxito en esas profesiones se conozcan porque el dinero llama al dinero; porque, básicamente, el mundo del dinero y la fama es pequeño y exclusivo. Desde fuera a Mark le parece poco ventilado y claustrofóbico. - Cuénteme algo sobre ellos.

Geralds duda. No va a desobedecer lo que podría ser una amenaza velada, pero no sabe qué contarle. Mark, en cambio, ya no sabe cómo ser más amable. - Es un vuelo muy largo y no tengo sueño. Para mí son las doce de la mañana. Créame, no tengo otro interés. Edmund Porter me ha contado algo sobre ustedes, pero querría saber más. - Desde luego. Tiene razón. Pero no se le ocurre decirle a Mark a cambio que le cuente un poco su vida. Es demasiado siniestro y Geralds ya sabe muchísimo más de lo que podría digerir en años. - ¿Le importa que…quiere algo de beber? - Bien. Sí, gracias. Geralds, que no ha querido en este viaje un auxiliar de vuelo, piensa servirse un vaso bien cargado de whisky o lo que sea que quede en el mini-bar. - Tengo whisky escocés e irlandés, ginebra y vermouth blanco. Mark frunce el ceño - ¿No tiene nada sin alcohol? El estómago se le encoge a Geralds. No sabe si es una crítica o una amenaza. Mark Arhart parece que use siempre un tono de voz anormalmente bajo. - Sí, eh, zumo de naranja, refresco de naranja y agua. Francamente, no sabe qué es peor, tener a Mark Arhart sereno, un poco chispa o borracho. Se trae un poco de todo a la mesa. - Son unas botellitas muy graciosas . Geralds observa a Mark dándole la vuelta a varias de las que tienen alcohol. - Ya sé que es pronto para beber, pero es que volar me pone nervioso. - Es comprensible. Geralds se escancia una botellita entera y Mark prefiere no mirar mientras se bebe todo el vaso casi de un trago. Mark se sirve zumo con una mueca filosófica de paciencia y espera a que Geralds arranque. - Javier García ha sido un central muy bueno. Ahora entrena al Benfica. Me ha dicho que le han ofrecido ser el seleccionador de Portugal. - Lo leí en el periódico. ¿Y qué dicen los del Sporting de Lisboa? - Ah...sí, creo que en realidad entrena al Sporting de Lisboa. - Por asombroso que le parezca, en Europa a veces hay más de un equipo por ciudad. Y caben todos, con sus respectivos campos. Geralds le cae mal, así que cualquier cosa que diga le parece mal. Geralds busca fuerzas en otra botellita y Mark esta vez frunce el entrecejo y lo mira directamente. No piensa hacer de niñera. Geralds intenta disimular un poco y le da vueltecillas al hielo con un palito verde. Traga saliva y habla sin mirar a Mark. - Me lo presentaron en una fiesta. - ¿Sí? - Eh, sí, no recuerdo exactamente en cual. Son todas iguales. Algo para recaudar fondos o para dar premios. - Ya, los ricos sois tan buenos y talentosos. - Creo que...es posible que fuera para la fundación que Lalita creó en Bombay. Ella es en parte de origen indio. - Lo sé. La fundación da microcréditos a mujeres emprendedoras. - Es una persona con mucho talento, Lalita. Geralds echa un trago a su vaso y a Mark por fin le da la impresión de que se empieza a relajar. - Sus padres emigraron a Estados Unidos empezando prácticamente desde cero. Richard Geralds, director de cine estadounidense. Una de las razones por las que una persona se hace director de cine es para contar historias. Las otras razones…deben ser poder gritarle a la gente, se dice Mark, mientras mira el pelo grisáceo y los ojos

verdosos de Geralds, que va hilvanando la historia de Lalita Pianigiani. -- o -Londres, domingo 7 de noviembre de 2010. 2010 . El detective Radley Daniels es de estatura mediana, con gafas, pelo moreno, y es de rostro y presencia agradable. A pesar de su trabajo, aún conserva su disposición amigable, su estabilidad emocional, de natural tranquilo y paciente, y su respeto por la inmensa mayoría de la humanidad. Daniels es detective en la División III del Grupo especial de investigación policial en Londres. Ha tenido noticia de este caso prácticamente desde el minuto 2 de apertura de la investigación y tiene intención de encargarse de él. Tiene razones como para no esperar al lunes para tocar en la puerta de su jefa. Quiere asegurarse ya de que ésta le respalde en la asignación del caso, que negocie que la investigación de Cambridge la lleve él, de modo que, saliendo de la ciudad, la llama: - Grr ¡Diga! - ¿Perry? Soy Radley. - Ah, ¡caray! ¿Qué hay? En esta calle aún son las 9 de la mañana del domingo. ¿Sabes? ¡De las pocas mañanas en que puedo estar larga en la cama sin moverme! - Estoy saliendo hacia Cambridge. - ¡Fenomenal, tú sí que sabes divertirte! - No te pases. Mi padre me ha llamado. Parece que alguien ha tirado al Cam a un amigo suyo y por ahora no hay rastro de él. - ¿Amigo del tío Jamie? ¿Hace cuanto que lo buscan? - No hace una hora. Ha sucedido hacia las 8.30. - ¿Estás conduciendo? Bien, oye, cuelga, mañana moveré papeles para asignarte el caso, ¡y no me vuelvas a llamar conduciendo! Voy para allá. Perry se levanta, con el cable del teléfono arrastrando la base y el despertador, cayendo todo con mucho ruido encima de sus pies. - ¡Mecachislaspulgaschaval! - ¡Cuidado! ¿Estás bien? - ¡Estoy bien, estoy bien! No te preocupes. Voy para allá. ¡Tú cuelga ya, leche, que vas conduciendo! A ver si voy a tener que recogerte con cuchara. Perry es rubia ceniza y es prima de Radley. Se llama Rachel Perry, Perry desde siempre, y tiene una colección de cucharas robadas por sus padres en hoteles que ella llama la colección de delitos familiares. -- o -- Lalita ha seguido el ejemplo de sus padres en cuanto al trabajo, ha salido a conquistar el mundo, pero desde casa, que para ella es NY. Geralds apura su cuarto vaso de whisky con naranja y Mark tuerce imperceptiblemente el gesto. - Lo que hicieron tiene mérito. Geralds se siente mejor. La conmoción del miedo ha pasado y gracias al alcohol ahora profesa un amor general por la humanidad, que por supuesto abarca a Mark, el cual ha estado atento y callado mientras Geralds se enrolla contando un bucólico perfil suyo y de Lalita Pianigiani. - Así que ese es el misterio de los seis grados de separación ¿Qué une a una diseñadora, un director de cine y un entrenador de fútbol? La pasta. Geralds se encoge de hombros, como si fuera un cumplido. - Bueno, después de escuchar con atención algo más de información sobre la gente

que me ha contratado… Mark aparta los vasos y botellitas de la pequeña mesa que los separa. - …creo que deberíamos hablar sobre dónde se está metiendo. Geralds se yergue ligeramente. - Eh, sí, es un proyecto científico…muy ambicioso y .. cuenta con la tecnología más avanzada… - Oiga, déjese de historias conmigo, va a aprovecharse del CERN y corromperlo. Lo que quiero saber es si usted sabe dónde se mete. No es un sitio cualquiera. Geralds intenta ponerse serio y asiente. - Edmund Porter y usted me han dicho varias veces que es un laboratorio muy importante. - Más bien el más importante del mundo. Geralds asiente. - Habían unos estadounidenses que decidimos que no nos convenían. - Ah, veo que aún se acuerda del Fermilab y el Brookhaven. Geralds asiente de nuevo. - Nuestro trabajo en USA podría plantear algunos problemas. Así que trabajaremos en el CERN, que es suizo. Mark Arhart se lo queda mirando. - ¿Cómo que es suizo? - Eh, cierto, es también francés. Está en los dos territorios… - Pare, pare, ya veo que no tiene ni puñetera idea. Eso es a lo que me refería. Geralds lo mira alarmado. - A ver, métaselo en la cabeza: el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear, son veinte estados europeos. ¡VEINTE! Más la colaboración de cuarenta y cuatro estados no miembros de todo el mundo. Unos diez mil científicos investigan en el CERN. Diez mil. La mitad de los físicos de partículas del mundo. LA MITAD. Ha oído bien. Representan a seiscientas ocho universidades y ciento trece nacionalidades. ¿Le ha quedado claro? - Eh, sí. - Y eso es sólo el principio. En 1957 el primer acelerador Sincrociclotrón, que ha trabajado para la ciencia nuclear, astrofísica y médica durante 33 años; en 1959 el Protón Sincrotrón, que fue el mayor acelerador de partículas de su tiempo y se ha convertido en el más versátil proveedor de rayos para experimentos y aceleradores. Mark cuenta con los dedos bien cabreado y Geralds asiente, intentando aparentar un gran interés para apaciguarlo. - …en 1971 el ISR fue el primer colisionador protón-protón del mundo, haciendo un uso mucho más eficiente de la energía en las colisiones y proveyendo valiosos conocimientos. ¿Dónde estaba usted en 1971? Geralds pestañea. - ¿Eh, yo? Pues empezando mis estudios en el Instituto de Teatro, Cine y Televisión. - ¿Y recuerda algo de esto? - No, la verdad es que no sé, no recuerdo… - Ya, se miraba el ombligo. ¿Y le suena de algo que en 1973 se descubriesen las corrientes neutrales? ¿Vio cómo se asombraba el mundo? Geralds intenta tragar saliva disimuladamente. - Yo, no, no me suena… - Vaya, parece que era poco interesante para usted. A la Real Academia de Ciencias sueca en cambio le pareció que valía la pena reconocer el trabajo con cinco premios Nobel. Geralds lo mira sin moverse no pensando ni por un momento en defenderse. - Las partículas W y Z se descubrieron gracias al Súper Protón Sincrotrón y el Gran Colisionador de Electrones y Positrones es el mayor acelerador de su clase, con 27

kilómetros de circunferencia. Mediciones hechas en él probaron que sólo hay tres generaciones de partículas de materia. Geralds aún tiene cara de susto. Mark suaviza un poco el tono. - Ya ve, veinte estados europeos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, estaba muy clara la importancia de colaborar. El CERN se ideó como un laboratorio de física atómica que uniría a los científicos europeos y les permitiría compartir los gastos de la investigación de física nuclear…por eso hace falta ser un cerdo para decepcionar la buena voluntad y el trabajo de tanta gente. Puede ser un gran hombre de negocios, un director con pasta, y tener fama, pero, sin ánimo de ofender, uno tiene que saber dónde está. Geralds no se atreve a decirle que si él es un cerdo, entonces Mark Arhart es un monstruo por haber dejado ahogarse en el Cam a su mentor y colega. Quizá Arhart lo había tirado. Todo había sucedido deprisa. Estaban hablando y de repente el profesor Durrell estaba luchando por salir del agua y Arhart se daba la vuelta y se largaba. Geralds se sirve lentamente más whisky y naranjada. - Oiga, ¿por qué no deja de beber? Geralds se queda a medio camino de coger el vaso y Mark aparta de él una mirada de fastidio. Afuera sigue habiendo una magnífica vista de bello azul interminable. Mark decide dejarlo estar por un rato. Luego habla con más suavidad, aún mirando por la ventana: - El CERN es una institución con una venerable historia. En 1968 Georges Charpak revolucionó la detección de partículas, pasando de la era manual a la electrónica. Otro Nobel. Charpak ha fallecido hace poco. Él cambió el mundo y eso es algo que se puede decir en serio de poca gente. Además era un caballero. En fin, sólo le diré que en 2008 se puso en marcha el LHC, el Gran Colisionador de Hadrones, y hoy ocupa el anillo de 27 kilómetros. Esto ha abierto una nueva era de descubrimiento. Los experimentos del LHC investigan sobre la masa de la materia, la materia oscura, el desequilibrio materiaantimateria y cómo evolucionó la materia desde los primeros instantes de existencia del Universo. Si es capaz de recordar algo de todo lo que le estoy contando podrá impresionar a la gente en alguna de sus cenas de gala. Otro día le contaré lo de Tim Berners-Lee y lo de los átomos de antihidrógeno. De repente Mark se queda sin palabras. Ha vuelto a mirar a Geralds para descubrir que duerme como un tronco. - ¿A que lo despierto de una patada? -- o -Una hora y tres cuartos después, Perry, desenredada del teléfono, duchada, desayunada, un beso a su marido y a sus hijos, unas palmaditas al perro, vestida y en la comisaría de Cambridge está con los brazos en jarras delante de un colorido despliegue de bolsitas de té. - Ah, rooibos. Radley menea la cabeza. - Me relaja. Soy una tía de acción pero para pensar necesito tener el cuerpo quieto. Oye, ¡tú hoy no estabas de servicio! ¡Y menos en Cambridge! Si no fuera por el sueldo, preferiría estar en tu lugar. Tú serías mejor jefe. Y yo me muero por salir a dar caña. - Ya te lo he dicho. La testigo, Laura Kent, ha identificado directamente a Alfred Durrell, una patrulla ha acudido a su casa y la vecina de enfrente, que ha visto a los policías, ha llamado a mi padre. - ¿La vecina de Alfred Durrell tiene el teléfono de tu padre? ¡Santos Ángeles Custodios, bendecid a las vecinas cotillas! Seguro que llegaron en plan discreto con la sirena puesta para despertar a los vecinos. - Baja la voz.

Radley habla con cautela. - No es una cotilla. Son vecinos de toda la vida. Tienen sus respectivos teléfonos de emergencia. Entre ellos el de mi padre, que sabía que era policía, porque lo conoce. Mi padre ha llamado a la comisaría de aquí para informarse un poco y luego me ha avisado para que me haga cargo. Por ahora todo es bastante extraoficial. Perry se encoge de hombros y sirve el té. - Lo importante es que el Grupo especial de investigación va a echar una mano. En cuanto estos de Cambridge sepan que se trata de un buen amigo de tu padre no van a poner ningún problema, al contrario. - También ayuda que haya venido la jefa. - Sí, me sorprende tener tanto poder. Me siento un poco hada madrina...ya me acostumbraré. Bueno, ¿alguna conclusión del rastreo de la orilla? - Sí, huellas de zapatos, unos del ocho y medio, unos del nueve y unos del diez y medio. El de ocho y medio va hasta la orilla pero no vuelve. Ésos son los de Alfred. - Habría que llamar a los buzos. - Están en camino. - ¿Y el coche? Aparte de los neumáticos. - No hay nada. La testigo no lo vio aunque es evidente que usaron uno puesto que hay huellas. Una policía entra con dos carpetas. Radley le ofrece una a Perry. - Léete el expediente. Perry ojea fotos de las huellas de zapatos y de las ruedas del coche, y del punto donde se supone que el profesor Alfred Durrell ha caído, con sus respectivas etiquetas, estimación de peso de sujetos y coche; relación de hechos y primera declaración de la testigo. - Qué oportuno, ¿no? Que la testigo conozca a dos de tres. - Sí, ¿no lo pone ahí en el informe que te he dado? Se conocieron hace menos de un mes en España en una entrega de premios. Perry sigue echando un vistazo al informe. Le suenan “Los Príncipes de Asturias”. - Hmm…Se lo han dado a Alfred Durrell, dice aquí… ¿Y éste Mark Arhart qué pinta? Ah, es un profesor que trabajaba con él. Hmm…si Laura Kent no vive en Cambridge ¿qué hacía allí en la orilla del río en un camino agrícola? - Sí, ¿no lo pone ahí? Oye, pero ¿te estás leyendo el expediente? Venía a visitar a unos tíos. Dice que les traía unas semillas de flores que había comprado en España, que han ampliado las terrazas, en fin… - Ya, parece que no le dio tiempo de llegar a casa de sus tíos. Se ha comprobado que llevaba esas semillas en el coche ¿no? - Sí, y los tíos han confirmado que la esperaban. - Aquí pone que la esperaban a las 9.30 a.m. ¿Tan temprano? La gente está loca. Pero si no se hubiera levantado tan temprano, no habría caso. ¿No? Muy divertido, Radley, pero una pena por este hombre. Un vejete de la Universidad con un premio sufre un pequeño accidente delante de su mejor discípulo, envidiosillo él. Hay que colar el río hasta que aparezca el vejete, y poner la foto… ¡qué tío tan feo! del otro por todas partes y mandarla a que la pinchen en los tablones. Venga, te invito a desayunar. - ¿Ya has resuelto el caso? - No, sólo me parece que hay que encontrar a dos tíos, uno con esta nariz y el otro no se sabe. Es rarísimo que dé la casualidad de que esta chica ya los conociera, pero por mucho que investigues puede ser eso, pura casualidad. No obstante, no lo dejes, interrógala en profundidad, pregúntale la marca de su laca de uñas y si se contradice, enciérrala por descuidada… Está claro que hay que empezar por el de la nariz...Arhart. Básicamente es un trabajo de narices. Perry sale al pasillo de la comisaría y se acerca a uno de los policías de guardia. - ¿Hay algún pub en todo Cambridge sin pelmas universitarios? Si también podemos

evitar a los cotillas del pueblo, mejor. Seguro que algún plasta nos quiere sacar una cerveza a cambio de contarnos el caso. - Podéis ir a “El ganso y el pepinillo”. Está al salir, a mano derecha, al final de esta misma calle. - ¿Y allí la comida es de confianza? Con ese nombre, no sé yo... - Es de mi hermano. - Ah, es de tu hermano. Está bien, hombre. A Radley le hacía falta reírse un poco y no sale del despacho hasta que puede componer una cara seria. - Bueno, pues al final sí que había uno. Perry sujeta la puerta. - “El ganso y el pepinillo”, tío. -- o -Los tíos de Laura la han ido a buscar a la comisaría de policía. La recogen y la llevan a la casa de ellos para que descanse y se refresque. Le ofrecen algo de comer, y a ella sólo le apetece una naranja. Luego ella intenta descansar algo pero le duele la cabeza. - Lo siento, tío, pero me gustaría irme a casa. - Claro que sí, mi niña. Al ver que ella se va a la entrada a por el abrigo, sus tíos se miran y salen tras ella. - Pero espera, Laura, no conducirás tú. Laura se vuelve con el abrigo en la mano. - Emm, ¿dónde he puesto mi bolso? - Aquí, cariño, lo tengo yo, lo he dejado en el salón. Su tía le pone la mano en el brazo. - Deja que conduzca tu tío ¿sí? Y así tú puedes descansar. - Pero tía ¿cómo vais a volver? - Ya cogeremos el autobús o el tren, eso no importa. Ya veremos después. Al poco rato salen, su tío conduciendo y su tía en el asiento de atrás con Laura, cogiéndola de la mano. Laura mira por la ventanilla del coche a ratos. El tío ha puesto la radio y ésta se encarga de llenar el vacío de sonidos, con una plácida tertulia con la que intenta dar algo de tranquilidad a su sobrina. Cuando llegan a su pisito de Oxford ya están allí los padres de Laura. Han venido desde Londres. La reunión es una improvisada jornada familiar ya que hace unos meses que no se ven. Los padres hablan sobre su inminente viaje a Madrid, donde han estado en septiembre y de nuevo pasarán varias semanas en noviembre y diciembre. Los tíos los entretienen con las últimas novedades de su huerto y Laura comenta algo sobre los premios Príncipe de Asturias a los que ha asistido, pero deja de hablar enseguida. Laura se echa a dormir temprano, pero le cuesta conciliar el sueño. Por fin lo consigue, tras llorar durante un rato. Le duele la cabeza y no quiere llorar más. Se duerme con el deseo de que la valeriana le haga efecto pronto. -- o -Geralds se despierta sobresaltado. - ¿Eh? Hmm, disculpe, creo que me he quedado traspuesto. Mark le echa una mirada de animadversión. - Sí. Geralds juraría que ha sentido un golpe en un pie pero se cuida mucho de decir nada ni de mostrarse molesto. - Lo que, eh, me contaba es muy interesante.

- Ya lo veo. - No, eh, es que..es el jet-lag. Estoy…tengo sueño. - ¿Sí? Haga el favor de dejar de beber. Mark se vuelve de nuevo hacia el cielo.

3

Londres, lunes 8 de noviembre de 2010. Perry encaja muy bien en su puesto: habla alto cuando no grita, hace más horas que un reloj y es incombustible. - ¡¿ESTÁS LOCO?! ¡¿FUISTE AYER DOMINGO A CAMBRIDGE A LAS NUEVE DE LA MAÑANA PARA ENCARGARTE DE UN CASO?! - ¡Pero si viniste conmigo! ¿Para qué gritas? Radley está alucinando. - ¿Para qué? Ahora ya lo sabe toda la planta. No quiero rumores en mi oficina. Perry cierra su despacho de un portazo que hace temblar un esquelético helecho, lloviendo hojitas marrones sobre la vaqueteada estantería de madera oscura sobre la que vive. - Otra cosa ¿Cuándo vuelve tu padre de Canarias? - Ha cambiado el billete para volver mañana. - ¡¿Está loco?! Pero si son sus vacaciones. ¡Lo voy a llamar! - Perry, Alfred era amigo suyo. Prestando la mitad de su atención Perry rebusca entre unos papeles de la mesa. - ¿Qué Alfred? Ah, ya, Alfred Durrell el del chapuzón en el río Cam. Por cierto, me han dicho que los buzos tuvieron que retirarse ayer enseguida por culpa del maldito diluvio. Hay tanta agua que siguen sin poder cerrar las compuertas. - Sí, pero al menos han empezado hoy en cuanto ha habido luz. - Algo es algo. Saca un directorio que parece de los ochenta. - No es el procedimiento normal pero tampoco infrinjo ninguna norma, y a los de Cambridge les ha parecido bien. Perry marca, escucha y cuelga, mirando acusadoramente al directorio. - ¡Cómo! ¿El teléfono marcado no existe? Radley espera. - Ahora estoy contigo. Pulsa el botón azul de su teléfono. - Margo, apunta el teléfono de James Daniels. Dime el teléfono de tu padre. - ¿Perry? Se oye la voz de Margo por el altavoz del teléfono. - ¿Qué? - Lo tengo, 020-78…. - ¿Pero qué dices, Margo? Le pregunto a Radley. Calla y apunta. - Perry, el teléfono de los padres… - ¡Que sí, que lo tenemos, pero está equivocado! Venga, apunta. Radley, dime el teléfono, no tenemos todo el día. Radley se asoma al directorio. - El que tienes ahí está bien. Perry, no creo que le convenzas… Perry se queda un momento parada mirando el número, pero no cae en que ha marcado mal porque está con dos cosas a la vez. - No seas plasta, le voy a preguntar por el hotel donde ha estado. A ver, más cosas. - He venido a asegurarme de que no se suscite ningún conflicto de competencias.

- ¿¡Qué conflicto ni qué diantre!? ¡Venga ya! ¿A eso has venido? ¡Fuera de aquí, perdiendo el tiempo! ¡Eso ya está arreglado! Margo ha desconectado el interfono. Le hacía daño en el oído y a Perry se la oye perfectamente por la puerta, aunque esté cerrada. De todas formas, Perry le habla al interfono con voz estentórea. - Perdona, Margo, hija. Llama a ese número y cuando te lo cojan, me lo pasas. ¡Eh, tú! ¿A dónde vas? Radley ya iba a salir del despacho pero vuelve a entrar. - Venga, te acompaño abajo, que te iba a preguntar una cosa… Con Perry a pleno pulmón, el resto de la oficina está partiéndose de risa. A Perry se la oye hasta con las puertas del ascensor cerradas. - El otro día vi a tu mujer Lottie y tu hijo John. - ¿Eh? ¿Qué dices? ¡Virginia y Thos! - Vale, veo que no estás tan atornillado como para olvidar que tienes familia, así que aún puedes llevar más trabajo. ¿Quedaste para hoy con la testigo esta de las semillas, no? - Laura Kent, sí. Tengo cita con ella a las doce menos cuarto. -- o -Nueva York, lunes 8 de noviembre de 2010. Mark cerró con fuerza la puerta del saloncito. Había dejado bastante atrás al mayordomo diciéndole Los portazos me los sirvo yo mismo, gracias. Se quitó el abrigo mojado de agua y contaminación y lo echó aposta encima del maravilloso damasco amarillo de un sofá. La dueña del sofá, Lalita Pianigiani, estaba fumando sentada en un sillón. Con un vestido de satén gris, un largo collar de perlas de tres vueltas del mismo color, y tacones altos, burbujeó de ira. En ese momento Mark estuvo a punto de reírse, al darse cuenta de que el vestido de Lalita hacía juego con los sillones. Estaba seguro de que era un efecto buscado. Hace siete años, si entrabas en el Ritz de Nueva York con un bolso de esta mujer, te daban mesa sin tener que reservar, aunque fueras en chándal de felpa, lo cual es a la vez meritorio y estúpido. Desgraciadamente, debido a las perfectas imitaciones de bolsos que hay por ahí, esto nunca más será posible. - ¿Se ha divertido equipándose para ir a Suiza? Unas cinco horas antes, tan sólo habiendo intercambiado presentaciones, Lalita Pianigiani le había dado un cheque a Mark Arhart para que comprase lo que creyese conveniente con el fin de pasar un tiempo indeterminado en Nueva York y luego en Ginebra. Era un gesto de bienvenida a su manera. Sin embargo, como el hecho de salir de aquel hall, donde Geralds parecía muy aliviado de dejarle en manos de esta Lalita Pianigiani, era todo lo que deseaba en ese momento, cogió automáticamente el papel y se dio la vuelta. No preguntó por direcciones ni nada, aquello era Central Park y sólo quería estirar las piernas y simplemente no volver a estar encerrado con Geralds en ningún sitio nunca más. A primera vista la Pianigiani tampoco le había gustado nada. - Me he ido a comprar unas gafas de pantalla total para las grandes nevadas. Por cierto, he visto algunos modelos suyos. Clásicos, estaban bien, pero demasiado caros. En general intento pagar menos por el poliuretano. Lalita no sabía a qué venía esto. Apenas conocía al tipo de un minuto, cuando se lo había presentado Geralds. Pero parecía que este Mark Arhart quería molestarla. - ¿Cómo dice? - No soy ningún experto en moda. Supongo que por ello sus precios me parecen escandalosamente caros.

Ahora sí que estaba molesta. - Efectivamente, es probable que no sepa de lo que habla. - Disculpe. Quizá tengan propiedades que no sé valorar o se escapan a mi observación. - ¿Se le escapan el diseño, la calidad, la exclusividad? - Sólo sé lo que mi sentido común y mi experiencia me dicen. La ostentosidad y lo absurdo no se me suelen escapar. En el caso de sus gafas la verdad es que sólo he visto plástico. Lalita se levantó. - ¿Está casado? ¿Tiene novia? ¿Hermanas? ¿Su madre aún está viva? - Sí, mi madre está viva. Tengo esa suerte. Lo había preguntado con tal indiferencia que Mark tuvo que contenerse para no tirarle el cenicero de alabastro. La Pianigiani le echó una desagradable mirada con los ojos entrecerrados e inesperadamente levantó una ceja y casi sonrió. Descolgó el teléfono que descansaba en la mesilla auxiliar y pulsó una tecla. - Florence, hola…ah, no, no llamo para eso. ¿Ya han llegado? las revisaré mañana... ¡¿Qué?!¿Raso naranja? ¡Serán imbéciles! A ver, ¿tan difícil es raso rojo coral para las sandalias de tacón de España y ante naranja sanguina para las sandalias planas de Túnez? Porque está muy claro…No, ya hablaré yo con ellos. Si retrasan la fabricación me van a dar todo el material gratis. Hmm, espera, no les devuelvas el raso naranja. De hecho podemos conseguir que se retrase y echarles la culpa…Sí, no nos conviene ahogarlos, sólo apretar un poco. ¿Qué tal el tono? Ah, me lo has mandado al chisme. Lalita se sacó del bolsillo del vestido una diminuta agenda electrónica. - No está mal, es fresco. Tiró el chisme a un lado. - Florence, por favor, necesito que reúnas un muestrario de agradecimiento para el señor Arhart. Que lo lleven a su habitación. Colgó y se levantó del sofá, hablándole desde lo alto. - Mándele unos regalos de mi parte a su madre. Espero que le gusten. Sin duda ella sabrá explicarle qué tienen de especial las cosas que fabrico. Mis piezas siempre llevan los mejores materiales y son únicas. Esta colección está muy lograda. Ahora puede ir a descansar a su habitación si lo desea. La cena se servirá en una hora, a las ocho en punto. Le avisarán diez minutos antes. La Pianigiani se largó a paso enérgico, sin esperar que Mark la siguiese y lo dejó allí. Al cabo de un momento, cuando ya estaba cansado de estar en aquel salón sin hacer nada, la tal Florence lo guió hasta su habitación, y tras un camino un tanto laberíntico, por fin se reunió con su equipaje. La habitación era una suite con vistas a Central Park desde el sur. Mark se tumbó en la cama y suspiró, más cansado de lo que creía. Miró por el ventanal, que dejaba entrar la delicada luz de la ciudad reflejada en las nubes. Intentó calcular qué hora era en Reino Unido. Mark nunca había volado en un avión privado y le sorprendió lo anodino de la experiencia. La emocionante sensación de viajar se diluía sin paneles informativos moviendo vuelos, sin tarjetas de embarque, sin saludos del capitán queriendo asombrar con datos de altitud, velocidad y temperatura. Nada de alegres menús diminutos que saben muy bien o muy mal y azafatas convenciendo de la utilidad del salvavidas. La comodidad era total, pero el espíritu aventurero quedaba completamente defraudado. El desembarque y la aduana fueron como bajarse de un taxi. El aparato aterrizó en Teterboro y tardó en llegar a la casa de la Pianigiani bastante menos de lo que Mark se había imaginado, pero mucho de todas formas. Según Geralds le había contado en el avión, la tal Lalita era toda una leyenda. Era una santa milagrosa rodeada de un halo de idílico cuento oriental. Según lo que él se había

informado por su cuenta, una dama de hierro que luchaba cara a cara cada centímetro de terreno contra los grandes holding de marcas cosméticas. La Casa de Lalita en Nueva York eran los últimos pisos de un edificio. Le gustaba el mar de rascacielos, el pulmón verde enfrente, vivir dentro de su pequeño reino. Ver las hormiguitas que llevaban sus sobrepreciados bolsos; pasar por los escaparates en los que se mostraban sus afeites y ungüentos; estar disponible para aparecer en la tele, con su collar largo de perlas grises, marca de la casa; o en la radio, con su ligero acento oriental y su sabiduría; asistir a una reunión el lunes, a una colecta el martes, a una presentación el miércoles, a un estreno o inauguración el jueves, a una fiesta el viernes, a una cena el sábado, a un partido el domingo, y vuelta a empezar. En su vida pública se comportaba con estilo impecable: en las reuniones sólo opinaba si estaba bien informada; en las colectas era generosa pero no extravagante; en las presentaciones sabía apreciar las virtudes de sus competidores; en los estrenos e inauguraciones conocía las obras anteriores de los protagonistas del evento; en las fiestas no acaparaba ni se dejaba acaparar, comía algo y bebía lo justo; en las cenas siempre daba conversación al invitado desconocido y apoyaba al anfitrión; en los eventos deportivos iba de sport y apenas aplaudía, acudiendo exclusivamente a los que se celebraban de día y al aire libre.