OPINION
Miércoles 22 de septiembre de 2010
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LIBROS EN AGENDA
DANIEL ORTEGA Y UN REGIMEN HEGEMONICO QUE SE PERPETUA EN NICARAGUA
Algunas páginas floridas
Eternizarse en el poder
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SERGIO RAMIREZ PARA LA NACION
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SILVIA HOPENHAYN PARA LA NACION
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L reino de las flores no parece propio de la literatura. Se erige con mayor vigor en la pintura. Así, la primavera se consagra en los óleos de Claude Monet, estilista de las flores, único capaz de birlarle al tiempo su florecimiento. Centrado en la representación del momento fugaz e irrepetible, Monet reinventó la naturaleza de la primavera permaneciendo sentado en los campos de la Alta Normandía, a la pesquisa de los pétalos tocados por la luz. En la serie de los nenúfares que cubre las paredes de L’Orangerie, en París, logra atrapar el momento en que el cielo y el agua estrechan sus reflejos. Maupassant, quien se cruzó varias veces con el pintor impresionista, escribió: “Todo el color del mundo, encantador, diverso y embriagador, aparece ante nosotros deliciosamente acabado, admirablemente resplandeciente, infinitamente matizado, en torno a una hoja de nenúfar. Todos los rojos, todos los rosas, todos los amarillos, todos los azules, todos los verdes, todos los violetas están ahí, en un fragmento de agua que nos muestra todo el cielo, el vuelo de los pájaros. Y además, hay otra cosa, no sé quién es, en la marisma, en la puesta de sol. Siento en ella como una revelación confusa de un misterio incognoscible, el aliento original de la vida primitiva que tal vez fue una burbuja de gas salida de un pantano al caer el sol”. La belleza natural suele escabullirse de las palabras. En los libros, las flores suelen ser malas y prodigiosas. Desde las mismas “flores del mal”, de Baudelaire, la oscilante rosa de Gertrude Stein, la rosa recelosa de Saint-Exupery, la mortal rosa del cuento de Oscar Wilde, el extraño nenúfar que crece en el pulmón de Chloé, la protagonista de La espuma de los días, sublime novela de Boris Vian. No hay mal que por flor no venga. Sin embargo, como escribió Ernst Jünger, “un jardín proporciona más certidumbre que cualquier sistema filosófico”. Y es desde allí que dos autores argentinos, ambos nacidos en los sesenta, se animan a vislumbrar la belleza de las flores sin rivalizar con ellas ni extraviarse en empalagosas descripciones. Anna Kazumi Stahl, en su novela Flores de un solo día, revela el entramado poético del Ikebana en relación con un personaje sumido en la minucia, que atrae a todos los demás en su declinación. Por su parte, Matías Serra Bradford, en Manos verdes, hace que su prosa crezca a la par que las plantas, cuidadas por el jardinero protagonista, convirtiendo la fotosíntesis en una verdadera sintaxis. En cada página parece brotar algo nuevo. Para concluir el festejo de la primavera en nuestra literatura, menciono el libro de poesía El jardín, de Diana Bellessi, una poda del lenguaje para que florezca el sentido de la vida. © LA NACION
MASATEPE, Nicaragua
A última vez que el presidente Daniel Ortega había concedido una entrevista de televisión fue cuando llegó a Managua con sus cámaras el periodista de la cadena Al-Jazeera sir David Frost, célebre por su viejo mano a mano con el presidente Richard Nixon ya destronado y en retiro en California. Para la fecha de esa entrevista, a comienzos de 2009, acababa de aparecer la película Frost contra Nixon, de Ron Howard, y el entrevistador estaba de nuevo de moda. Fue cuando Ortega declaró que esperaba vivir cerca de cien años para continuar hasta entonces en el poder. La entrevista sólo se transmitió en inglés, a través de un canal de gran influencia en los países árabes, pero de nula presencia en Estados Unidos y en América latina. Ahora Ortega ha concedido otra, muy larga, a la periodista Elena Rostova, para el programa A solas, del canal internacional de Rusia, RT. En su atractiva lista de entrevistados, Elena tiene también a Román Karpujin, un agente de los servicios secretos soviéticos convertido en bailarín y luego en torero, y al legendario arquero de la selección rusa de fútbol Rinat Dasayev. En la presentación de la entrevista a Ortega, el canal oficial de la Federación Rusa realza el hecho de que fue su gobierno el primero en el mundo en reconocer como naciones independientes a Osetia del Sur y Abjasia, territorios separados de Georgia por la fuerza militar de Rusia, un gesto que el Kremlin no echa en el olvido; en la selecta lista que encabeza Nicaragua sólo se encuentran la propia Rusia, claro está, Venezuela, Nauru (isla de Micronesia de 21 kilómetros cuadrados de superficie), y Transnistria, pequeño trozo segregado de Moldavia que no goza del reconocimiento de las Naciones Unidas. El presidente Ortega escoge, entonces, espacios internacionales bastante extraños para hacer declaraciones trascendentales. Ahora, entre muchas otras cosas, le ha dicho a la entrevistadora de RT que el presidente Barack Obama no descartaría
Ortega se dedicó a una demolición del Estado de Derecho, convirtiendo a las instituciones en su coto privado promover un golpe de Estado en su contra. Ella le pregunta si espera lograr relaciones de mutuo respeto con Estados Unidos, y ésta es su repuesta textual: “Lo que ha cambiado es el método, por el momento; digo por el momento, porque no tienen condiciones para aplicar un golpe en Nicaragua; si tuvieran las condiciones en Nicaragua para un golpe, ya lo hubieran intentado, pero no las tienen, porque no cuentan con un ejército, con una policía, no tienen ningún instrumento militar para provocar un golpe, si no, ya lo hubiesen hecho, de eso estoy seguro”. Extraño. Los hechos de los años recientes,
DPA
El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, festeja con sus seguidores el último aniversario de la revolución sandinista sobre todo desde la llegada del presidente Obama a la Casa Blanca, demuestran que, en lo que respecta a Nicaragua, la política de Estados Unidos se mueve entre el letargo y el olvido, y todo lo que ocurre de anómalo dentro de las fronteras del país centroamericano no parece despertar el menor interés en la burocracia del Departamento de Estado, y ya no se diga entre los funcionarios de la Casa Blanca. En los últimos tiempos, y si se quiere escoger una fecha precisa, desde el fraude electoral perpetrado en las elecciones municipales de 2008, que coincidieron con la elección del propio Obama, Ortega se ha dedicado a una sistemática demolición del Estado de Derecho en Nicaragua, convirtiendo a las instituciones en su coto privado y preparando todo, cualesquiera que sean los métodos, para quedarse en el poder, con lo que nadie duda que no sólo será candidato otra vez en las elecciones del 2011, que ya están a las puertas, sino que las ganará a cualquier costo porque tiene bajo su control absoluto el sistema electoral y a sus jueces supremos, los mismos del fraude de 2008. Es cierto que con motivo de ese fraude el recién inaugurado gobierno de Obama suspendió el programa Reto del Milenio, que beneficiaba al occidente del país, tiempo en que también la comunidad de donantes, donde figuran los países de la Unión Europea, suspendió la ayuda para cubrir el déficit del presupuesto nacional. Ultimamente, sin embargo, la administración Obama parece cerrar los oídos a
La libertad de prensa, según Frondizi
los ruidos que vienen de Nicaragua, lo que alienta la alegre impunidad de Ortega, que sabe medir sus riesgos al andar el inexorable camino que se ha trazado hacia su eternización en el poder, al menos hasta la avanzada edad que anunció a Frost. Calcula que los Estados Unidos no van a meterse con él, y lo va a dejar hacer, porque tienen otras cosas más importantes de que ocuparse lejos del olvidado escenario de Nicaragua. La afirmación de que la administración
En una entrevista, declaró que esperaba vivir cien años para continuar hasta entonces en el poder Obama quisiera darle un golpe de Estado no puede ser entonces sino calculada. Los altos funcionarios que han visitado Nicaragua, como el secretario de Salud, Michael Leavitt, a quien el propio Ortega sirvió amablemente de chofer, y la secretaria del Trabajo, Hilda Solís, a la que también recibió personalmente y elogió, no han hecho sino declaraciones cordiales en relación con Ortega, y él ha devuelto esa cordialidad con creces. Estas no parecen ser señales de desestabilización previas a un golpe de Estado. Mientras tanto, la compra de votos en la Asamblea Nacional ha continuado, con
lo que no sería raro que pronto Ortega tuviera los suficientes para cambiar la Constitución y legitimar sus pretensiones de reelección por esta vía, que hasta ahora dependen de una espuria resolución de la Corte Suprema de Justicia, otra de las instituciones que ha caído bajo el hacha de la demolición y que es ahora un verdadero mercado persa. Y las instituciones financieras internacionales, como el FMI, el Banco Mundial y el BID, sobre las que Estados Unidos ejercen poder decisivo, lo siguen apoyando; sobre todo el FMI, que, pese a su rígida ortodoxia, le ha dado licencia tácita para apropiarse de los recursos provenientes del petróleo de Chávez, que usa en privado a su propia discreción, sin someterlos al control del presupuesto nacional, lo que viola una de las reglas sagradas del propio FMI. Tampoco son éstas señales que antecedan a un golpe de Estado orquestado fuera de las fronteras. ¿Dónde están entonces las señales de que Obama querría darle un golpe de Estado a Ortega? Todo no es sino un ardid para ocultar que el verdadero golpe de Estado ya se dio. Lo dio el propio Ortega al destruir y malversar las instituciones civiles, y ahora busca apropiarse de la Policía Nacional y someter políticamente al ejército para cerrar la rosca. Lo demás son cuentos de camino. © LA NACION El autor, nicaragüense, es escritor. Fue vicepresidente de su país (1984), cargo al que renunció
El desdén hacia la ley JOSE MIGUEL ONAINDIA PARA LA NACION
ERNESTO POBLET PARA LA NACION
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OS ataques del matrimonio Kirchner contra dos empresas periodísticas muy prestigiosas en el mundo, que lucen una historia de 140 años, en el caso de LA NACION, y 65 en el de Clarín, me llevaron a recordar una reflexión del ex presidente Arturo Frondizi en sus últimos años de vida, en los que aún conservaba su serenidad y también su lucidez para emitir opiniones profundas y contundentes. A mediados de la década del 80 tuve la oportunidad de conversar largamente con el veterano estadista en un viaje en auto hacia la ciudad de Concepción del Uruguay. En un momento le exhibí un recorte del diario La Razón de 1960, en el que don Félix Laíño se pronunciaba enérgicamente contra la persona del propio Frondizi, por ese entonces presidente, y sus colaboradores Rogelio Frigerio, Arturo Sábato y Juan José Bruno. Precisamente, nos trasladábamos hacia la histórica ciudad entrerriana para asistir a un acto de homenaje a Bruno, quien fuera presidente de YPF y que ya había fallecido. Denunciaba Laíño supuestos negociados con motivo de los célebres contratos petroleros que condujeron al primer autoabastecimiento energético del país. El periodista calificaba al entonces presidente y a los funcionarios nombrados de teóricos de la entrega y los acusaba de haberse vendido. Don Arturo leía a media voz las aseveraciones de aquel legendario y admirado periodista. Cuando terminó, me sorprendí ante su falta de reacción por aquellas palabras injustas que enlodaban a personas impecables como el homenajeado de Concepción del Uruguay, médico
famoso por su austeridad y filantropía. También ponían en tela de juicio el honor de Frigerio, Sábato y el propio Frondizi. “Vea Poblet… Los constituyentes de 1860 introdujeron el texto del artículo 32 [«El Congreso federal no dictará leyes que restrinjan la libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal»] sabiamente inspirados en la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos –me respondió Frondizi, palabras más, palabras menos–. Cualquier reacción contra quienes nos critican sería violar la libertad de prensa que allí se consagra. Sería terrible que el presidente se molestara por las críticas de los diarios o de sus opositores políticos, por más que lo mortifiquen.” Y como si aquello no hubiera sido suficiente, prosiguió: “Cuando negociábamos los contratos, éramos conscientes de que la contratación directa nos traería problemas, pero el país necesitaba con urgencia la energía del petróleo y el gas. Por eso elegimos para esas funciones a hombres intachables que pudieran demostrar su honestidad incluso con su conducta posterior a su paso por la función pública. Ahí reside nuestra tranquilidad de conciencia. En cambio, me violentaría cualquier muestra de algo parecido a la censura. El presidente parece amedrentar cuando replica las críticas desde el poder. Eso hay que evitarlo, no se olvide que la libertad de prensa es la madre de todas las libertades…” © LA NACION El autor es historiador. Publicó Desencuentros en América
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N la última semana de agosto, se cumplieron dieciséis años de la sanción de la reforma constitucional de 1994. El aniversario pasó inadvertido, con pena y sin ninguna gloria, porque sucedieron hechos que demostraron el incumplimiento de los objetivos que expresaron los promotores de la reforma y de las disposiciones que incorporó a nuestro orden institucional. Una de las modificaciones de mayor trascendencia fue la elevación a rango constitucional de dos declaraciones y ocho pactos internacionales de protección de los derechos humanos. Esta decisión completó y extendió el catálogo de derechos que nuestro Estado reconoce a las personas y lo hace responsable en el ámbito internacional por su incumplimiento. El Pacto de San José de Costa Rica –Convención Americana de Derechos Humanos– describe con precisión, en su artículo 13, las garantías de ejercicio para la libertad de pensamiento y de expresión. Esta norma completa con detalle las disposiciones de los artículos 14 y 32 de nuestra Constitución nacional, que consagran y protegen estos derechos, y de otras normas internacionales que lo regulan. En su inciso tercero, expresamente determina que “…no se puede restringir el derecho de expresión por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos…”. Pese a este claro mandato, la decisión oficial de imponer controles al suministro de papel se hizo efectiva mediante un confuso e inconstitucional proyecto de ley, en una acción contra la prensa que no tiene antecedentes luego de concluida la última dictadura militar. La multiplicidad de derechos humanos que se arrasan con las medidas propuestas
afectan a los individuos que integran nuestra comunidad, a las empresas periodísticas y al sistema político, pues el derecho a la expresión plural y libre del control del gobierno de turno es esencial para la vigencia de un sistema democrático, como con precisión ha destacado nuestra Corte Suprema de Justicia de la nación en numerosos fallos. El grupo gobernante, emulando a los prelados de la Santa Inquisición, pretende convencernos de que el demonio se ha refugiado en la prensa independiente. En el mismo día del escenificado anuncio
El Gobierno, emulando a la Inquisición, pretende convencernos de que el demonio se refugia en la prensa independiente mediático de las medidas contrarias a expresas normas constitucionales y de fuente internacional que protegen la libertad de expresión, vencieron facultades delegadas por el Congreso en el Poder Ejecutivo que, según la cláusula transitoria octava de la reforma constitucional de 1994, debían caducar en 1999, pero fueron extendidas hasta 2010 por una mala práctica institucional. Esta práctica convirtió en habitual lo que la Constitución consagra como facultad excepcional y sólo llevó a concentrar funciones en el presidente que produjeron parte de las mayores crisis que atravesó nuestra comunidad en estos dieciséis años. Estos hechos demuestran que el mayor desafío que la sociedad argentina enfrenta en este momento de su atribulada historia
es superar la distorsión entre la norma constitucional y la realidad. La posibilidad de instaurar el respeto estricto del derecho como conducta habitual de gobernantes y gobernados es la asignatura pendiente de una sociedad que no pudo lograrlo –pese al dolor sufrido por las reiteradas prácticas autoritarias– ni supo restablecer un acatamiento indispensable de las leyes que constituyen las bases del sistema. El desdén hacia las normas y una irrefrenable vocación por su interpretación caprichosa y sectaria han impedido que pudiéramos restablecer la propuesta originaria del pacto fundacional que dio origen a nuestra nación, que la reforma de 1994 no selló nuevamente y que en su aniversario nos encuentra en la misma orfandad. El restablecimiento del respeto de un orden jurídico difícilmente pueda lograrse si se elude la necesidad de rehabilitar el pacto de convivencia que significa la adopción de un texto constitucional para las diversas personas y grupos que integran la sociedad. Como lo adivinó Rousseau, es un pacto verbal, una posibilidad de comunicación entre distintos individuos y grupos que imponen un conjunto de reglas para beneficio de todos. El correcto funcionamiento de nuestro orden institucional es la garantía genérica del ejercicio de los derechos humanos. Tampoco se podrá realizar este necesario pacto si desde el poder desmesurado que ejerce el órgano ejecutivo y el grupo que lo acompaña en sus acciones se insiste en un discurso épico que pretende estar cerca del pueblo y sólo logra estar lejos de la democracia. © LA NACION El autor es profesor de derecho constitucional y legislación cultural en la UBA, UNC, UP y Flacso.