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DE LA PROTESTA A LA PROPUESTA: ESCENAS DE UN PROCESO FEMINISTA

Este ensayo trata algunos aspectos del proceso de intervención política del movimiento feminista en México. Aquí analizo la evolución de una dinámica política y señalo algunos cambios derivados de una reorientación estratégica. Concretamente, explico cómo un sector del feminismo mexicano pasó de ver la política como práctica masculina a reivindicar el quehacer político como algo necesario y propio. Este paso de la protesta a la propuesta se expresa en una creciente profesionalización de la intervención feminista en la vida pública nacional. Abordo básicamente dos momentos del feminismo en México: el primero, caracterizado por una concepción que, al idealizar la condición femenina, mistifica las relaciones entre mujeres y desarrolla una política arraigada en la identidad. Esta concepción se nutre de un pensamiento que pretende hablar en nombre de todas las mujeres, al que llamo mujerismo.1 El segundo consiste en la institucionalización gradual de algunas de sus formas organizativas de cara a una intervención más eficaz, más pragmática también, en la esfera pública. Como el feminismo resurge públicamente en México en 1970, este ensayo cubre 35 años, un periodo histórico lleno de procesos relevantes.2 Como es imposible abarcar todo lo ocurrido por razones de espacio, aquí me ocupo del 13

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aspecto “político” en detrimento de la muy importante dimensión cultural. Obviamente, el feminismo mexicano no es unidimensional y la diversidad de organizaciones, corrientes y orientaciones en su seno impide pensar que hay un solo proceso. Yo trato básicamente la transformación de un sector y, aun así, la mía es una versión que se suma a otras interpretaciones.3 Este ensayo surge a partir de mi experiencia y está moldeado por ella. Como he sido activista del movimiento que voy a analizar, reconozco de antemano el riesgo de parcialidad que corro en esta reflexión (ya Freud señaló que la memoria es selectiva). Sin embargo, estoy convencida del valor de la autocrítica en torno a las enormes dificultades (pasadas y presentes) de las feministas para desarrollar un trabajo público concertado y un diálogo interno. Sobre todo, me importa escribirlo porque las complejidades de la participación feminista no se acaban de expresar en las escasas referencias publicadas. Tal parece que las feministas mexicanas adolecen de graves trabas para registrar su historia, su desarrollo, su debate. Así como “el estrépito de la militancia crea sordera respecto a los logros”,4 también deja poco tiempo para el registro de lo vivido y su conceptualización: casi no se discute por escrito ni se elaboran informes o testimonios. Esta carencia de publicaciones obstaculiza el análisis de las virtudes y los vicios en las prácticas que el movimiento impulsa, así como un debate político riguroso y sostenido. La falta de un verdadero debate intelectual también incide en la ausencia de autocrítica y reflexión colectivas en torno a las enormes dificultades y sustantivos triunfos de las feministas en el desarrollo de un trabajo público concertado. EL RECHAZO A LA POLÍTICA TRADICIONAL En general, en el feminismo mexicano ha prevalecido la idea de que todo es político, es decir, todo se vincula con 14 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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el ejercicio del poder; la política se conceptualiza a veces como negociación y gestión. Ambas concepciones coexisten, se cruzan y entran en conflicto. Por eso, resulta más que pertinente la distinción que señala Chantal Mouffe,5 a partir del trabajo de Carl Schmitt, entre lo político y la política. Ella distingue entre lo político, que considera la dimensión de antagonismo y de hostilidad entre los seres humanos —antagonismo expresado en formas múltiples y surgido a partir de cualquier tipo de relaciones sociales— y la política, como la práctica que pretende establecer un orden y organizar la coexistencia humana (en condiciones muy conflictivas, siempre atravesadas por lo político). La política intenta “domesticar” la hostilidad y neutralizar lo político: el antagonismo de poder en las relaciones humanas. La tradición feminista vincula la política con un ejercicio del poder en cualquier ámbito, en el sentido que Mouffe señala como político: allí donde existe una relación de poder hay una posibilidad política que puede potenciarse o interrumpirse. Pero, al asociar política con poder, muchas activistas desarrollan cierto rechazo o desprecio por cualquier actividad que signifique acuerdo, gestión o negociación política. Al asumir esta idea totalizante de lo político —de ahí la reivindicación clásica del feminismo: “lo personal es político”— varios grupos feministas relegan el desarrollo de la política como práctica y se resisten a insertarse en la dinámica política nacional. Esto ocurre también porque las feministas han construido su práctica política a partir de su identidad como mujeres, favoreciendo un discurso político ideológico cercano al esencialismo: las mujeres somos, las mujeres queremos, etcétera. Éste, que facilita un enganche identificatorio, dificulta la articulación con la política nacional, como sucede con varios grupos en México. Sin embargo, me adelanto. Es necesario revisar el contexto histórico. 15 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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La segunda ola del feminismo, que arranca a principios de los setenta, queda en sus inicios integrada por mujeres de clase media, con educación universitaria, que se identifican con las posturas de la izquierda y se interesan por la discusión feminista que se desarrolla en Europa y Estados Unidos. Estas nuevas feministas se constituyen como movimiento social a partir de la crítica a la doble moral sexual y al papel del ama de casa, con la opresión derivada de las cargas del trabajo doméstico y la crianza infantil. Así, siguiendo la ruta trazada por las estadounidenses y europeas, el incipiente movimiento se organiza en grupos de autoconciencia, orientados al análisis y descubrimiento de la condición de la mujer desde la discusión de la vida personal, sobre todo en el terreno de la sexualidad. El lema “lo personal es político” refleja cabalmente el sentir del momento. Pero, el origen social de estas mujeres pesa, pues al tener resuelto individualmente el trabajo doméstico y de cuidado de los hijos con empleadas domésticas, la mayoría vive el feminismo más bien como un instrumento de análisis o de búsqueda personal y no como una necesidad organizativa para enfrentar colectivamente esa problemática. Por algo ya en 1971 Rosario Castellanos sentencia: “Cuando desaparezca la última criada, el colchoncito en que ahora reposa nuestra conformidad, aparecerá la primera rebelde furibunda”. 6 Las primeras activistas establecen relaciones políticas entre sí en un espacio común —la Coalición de Mujeres Feministas (1976)— y reivindican tres demandas principales: la maternidad voluntaria (que implica el derecho a la educación sexual, al uso de anticonceptivos y el acceso legal al aborto voluntario); el alto a la violencia sexual y el derecho a la libre opción sexual. Con estas demandas, que se convierten en los ejes principales alrededor de los cuales se dará el activismo, el movimiento construye su presencia en el espacio público. Durante los primeros años, los grupos feministas desarrollan una intensa actividad de crítica cultural, con la cual 16 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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logran instalar una eficaz exhibición del sexismo. En esa década despegan varias líneas de trabajo que con los años se multiplicarían: en el Distrito Federal, Alaíde Foppa inicia en Radio UNAM su programa Foro de la Mujer, imparte la primera cátedra de estudios sobre la condición de las mujeres en la UNAM y funda la revista Fem, que existe hasta la fecha. Junto con Cihuatl y La Revuelta, las publicaciones feministas difunden las ideas y los principios feministas. También se crean las primeras organizaciones de apoyo: el Centro de Apoyo a Mujeres Violadas y el Colectivo de Acción Solidaria con Empleadas Domésticas. Además, se realizan todo tipo de manifestaciones, foros, concursos y denuncias públicas. En otras entidades federativas de la república surgen grupos feministas. En 1979, se crea el Frente Nacional por la Liberación y los Derechos de las Mujeres (FNALIDM), la primera instancia unitaria de grupos feministas, sindicatos, grupos gays y partidos de izquierda. En su resurgimiento, el movimiento se dedica a impugnar y denunciar las acciones del gobierno y de los partidos, y no a dialogar con las autoridades o construir alianzas políticas. La lógica organizativa de los grupos feministas, en especial en lo relativo al liderazgo y la representación, es distinta de la asumida por los demás actores políticos, por lo que no logran traducir sus propuestas al lenguaje de las transacciones políticas ni volverlas comprensibles para otros sectores. Un ejemplo: en 1975, la mayoría de los grupos feministas decide no participar en la conferencia del Año Internacional de la Mujer (AIM) ni en las actividades auspiciadas por el gobierno mexicano. Consideran al AIM una manipulación y acusan a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de apropiarse de la causa feminista para mediatizarla. Como se abstienen de participar, su ausencia no es registrada, y las delegadas extranjeras que inquieren sobre la existencia de feministas mexicanas reciben la respuesta de “no hay”, mientras que éstas se reúnen 17 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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en la otra punta de la ciudad, en un aislado “contracongreso” de protesta.7 Al rechazar las formas políticas tradicionales, esos grupos iniciales se encierran en su utopía revolucionaria y su discurso queda teñido por la lógica del todo o nada. Un elemento notable es la resistencia para aceptar liderazgos. Ya entonces, la prevalencia del mujerismo hace de la representatividad un problema crónico, pues dificulta el reconocimiento de diferencias. Si todas somos iguales, ¿cómo distinguir a una como líder? Los conflictos se exacerban cuando destacan unas cuantas caras en el ámbito público y son nombradas, en el lenguaje de los medios de comunicación, las líderes del movimiento. La visibilidad adquirida por ciertas integrantes del movimiento, impuesta por la lógica comunicativa de masas como representación, genera malestar y animadversión entre las demás. El rechazo a delegar en unas pocas la voz del movimiento también enmascara sentimientos como la envidia y la rivalidad, y desalienta a algunas compañeras. No se comprende el beneficio de contar con ciertas figuras públicas que encarnen las demandas feministas. Sin canales formales de comunicación, las posturas del movimiento se ignoran o son manipuladas por los medios de comunicación. Sin líderes visibles, se invisibiliza la actividad feminista. Aunque, en distintos momentos, los grupos feministas desarrollan múltiples iniciativas y buscan construir instancias de coordinación (entre ellas la Coalición de Mujeres Feministas en 1976 y el FNALIDM en 1979), como no establece relaciones políticas con otras fuerzas, el movimiento se aísla de la política nacional. Además, al actuar a través de grupos identitarios cobran fuerza las emociones personales, de pasión o de resentimiento amoroso. El movimiento debió lidiar no sólo con la inmadurez política de sus militantes, sino también con sus conflictos afectivos. A los grupos feministas les afectó el cruce subterráneo de vinculaciones o agravios íntimos que, en la 18 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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marginalidad política, intensifican reacciones aparentemente irracionales. Todo ello hace que su capacidad de respuesta ante situaciones de coyuntura sea deficiente y sólo en contadas ocasiones se logre presencia política en el espacio público. El costo de canalizar los esfuerzos sólo para conseguir espacio y reconocimiento dentro de la izquierda es alto. Muchas activistas, sobre todo las que estaban en el Partido Comunista Mexicano (PCM) y el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) lidiaban con la cerrazón machista de sus compañeros. También hay desencuentros e incomprensión, como cuando el PCM acusa al feminismo de ser agente del imperialismo yanqui por promover el aborto. Años después, en 1980, ese mismo partido llevaría a la Cámara de Diputados la propuesta feminista de ley sobre interrupción legal del embarazo. Reivindicaciones como el aborto y el derecho al lesbianismo atentan contra prejuicios católicos muy arraigados en la sociedad, por lo cual, defender esas causas dificulta la aceptación del movimiento. Asimismo, la ausencia de una cultura democrática interna en el manejo de los problemas surgidos por la multiplicidad de concepciones y niveles de conciencia existentes desgasta a los grupos. Además, las feministas no pueden ponerse de acuerdo sobre el significado de la autonomía, palabra clave en el léxico del movimiento, y por ello muchas se apartan de procesos políticos más amplios, restringiendo su perspectiva. En este contexto, no sólo los escollos derivados de las propias demandas feministas obstaculizaron un desarrollo político, con consensos y estrategias unitarias de acción; también fue casi insuperable la dificultad para establecer relaciones políticas no personalizadas. Es sabido que mucha de la dinámica de la acción colectiva tiene incentivos y necesidades psicológicas.8 Desde la postura radicalizada del feminismo de los setenta “luchar” 19 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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fue un fin en sí mismo, haciendo a un lado el resultado de la lucha. Así, muchas activistas se intoxicaron con su propia radicalidad y dedicación, felices por las horas sacrificadas a la militancia, embriagadas de “identidad” y sin gran interés por impactar la vida pública del país. La ideología mujerista, la visceralidad y las dinámicas de encapsulamiento (con sus grupos de iniciadas), no obstante su singular ineficacia, gratifican en el plano personal. De allí la persistencia inquietante de muchas feministas en la doble vertiente del ensimismamiento identitario: victimista y narcisista. Por la forma de vinculación de las mujeres con el mundo —el amor como vía de significación, el ser para los otros— es común que las feministas desarrollen una lógica amorosa —“todas nos queremos, todas somos iguales”— que no les permite aceptar diferencias. Este mujerismo fue clave en la resistencia para aceptar liderazgos, lo que hizo de la representatividad un problema crónico. Con la intensificación de estos conflictos, la primera etapa del resurgimiento feminista, que vio florecer distintos grupos y proyectos, cerró su ciclo a principios de los ochenta. Vinieron tiempos de balance interno y de reflujo. Un sector sustantivo del movimiento feminista pasó de la fragmentación interna y la identificación apasionada con puntos de vista sectarios, combinadas con una gran reticencia a colaborar con quienes tienen puntos de vista diferentes, al modelo de los grupos de interés, que ponen el acento en la igualdad de derechos en la esfera jurídica y trabajan políticamente como grupos de presión.9 El rango de la actividad feminista pasó de los pequeños grupos de autoconciencia a modelos nuevos de militancia comprometida, especialmente con la participación asalariada en grupos constituidos como asociaciones civiles. Varias feministas, después de enfrentar las estrecheces de la sobrevivencia, se constituyeron en dichas asociaciones (también denominadas organizaciones no gubernamentales, ONG), y solicitaron financiamiento de agencias inter20 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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nacionales. Pero los fondos recibidos no eran para desarrollar una infraestructura feminista,10 sino para proyectos de combate a la pobreza, que implicaban un apoyo directo a mujeres de sectores populares. Esto configuró una tendencia que se llamó “feminismo popular”, integrada principalmente por feministas socialistas, cristianas y ex militantes de partidos de izquierda, que favoreció el crecimiento de las bases del movimiento amplio de mujeres.11 Por su parte, feministas de distintas orientaciones políticas consolidaron la formación de redes de apoyo temáticas, como por ejemplo la Red Contra la Violencia a las Mujeres, la Red Feminista Campesina y la Red de Educadoras Populares. Las estructuras formalizadas del movimiento, como la Coalición y el FNALIDM, dejaron de operar como espacios de discusión y definición de estrategias compartidas; una función importante de estas redes de coordinación fue impulsar la creación de una conciencia de vinculación nacional a lo largo y ancho del país. Pese al reflujo de las feministas en la ciudad de México, las redes propiciaron encuentros12 en otras regiones del país y diálogos o enlaces muy significativos con interlocutores externos, como las instituciones académicas, sectores gremiales y algunos funcionarios de la administración pública, sensibles a las demandas del movimiento popular de mujeres. Las feministas que centran su trabajo en los sectores populares aprovechan los encuentros nacionales y sectoriales de trabajadoras, campesinas y colonas, y las reuniones locales o regionales de núcleos femeninos populares, no sólo para intercambiar experiencias, sino para discutir el carácter de clase y de género de las demandas femeninas. Con este trabajo, el “feminismo popular” retoma reivindicaciones feministas que vienen de los años setenta y las vincula con las demandas específicas de las mujeres populares. El “feminismo popular” creció sin tratar de imponer una dirección a las acciones populares, pero sí introdu21 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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ciendo la reflexión feminista, que en forma paralela empezó a sistematizarse en ámbitos académicos, como el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM) de El Colegio de México (1982), el Área de Mujer y Cultura (1983) de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco y, más tarde, el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM (1991). LA CRISIS ANTE LA POLÍTICA FEMINISTA En 1985, el temblor que sacude la ciudad de México propicia la autoorganización espontánea de la ciudadanía, con un gran protagonismo de las mujeres de las colonias populares (amas de casa y trabajadoras asalariadas). El movimiento popular de mujeres en las zonas marginadas entra en contacto con las feministas, pues algunas se acercan a ellas para acompañarlas en su proceso y para introducir la perspectiva feminista en sus organizaciones.13 Tales organizaciones se convierten en una alternativa de participación para miles de mujeres, sólo que las demandas que las movilizan no tocan las tres exigencias básicas del feminismo: libre aborto, rechazo a la violencia y respeto a la orientación sexual; a pesar de que es precisamente ese sector el que más padece las consecuencias de la falta de educación sexual, la penalización del aborto y los abusos en materia de violencia sexista. Sin entrar a analizar a fondo la composición y el alcance de estas intervenciones feministas, vale la pena subrayar un saldo relevante de su impacto político entre 1985 y 1986: muchas feministas asumen la necesidad de negociaciones puntuales sobre asuntos ciudadanos y/o sindicales, y esto modifica lentamente la concepción feminista de la política, especialmente en lo relativo a su relación con el Estado. Un ejemplo claro es el trabajo con las costureras.14 La creación del Comité Feminista de Solidaridad tiene como objetivo apoyarlas, primero en la cooperativa “19 de septiembre” y 22 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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luego en el sindicato “19 de septiembre”. Pero, la incapacidad para conciliar la diversidad de posturas feministas hace crisis y los conflictos de democracia interna, liderazgo y pluralismo pesan decisivamente en las dificultades para consolidar un trabajo a largo plazo en estas instancias. Así, al ya rancio problema del liderazgo/representación, se enganchó el desafío de articularse con otros grupos políticos. Impulsar una concepción política más afinada, desde donde desarrollar formas organizativas más eficaces, requiere de un entendimiento político fundamental: la necesidad de contar con una disposición al diálogo. Ésta no la pueden asumir mujeres que sacralizan su propia identidad: quienes se sienten víctimas totales o creen en lo fundamental que son más buenas, sensibles y honestas que los hombres. Estas víctimas y heroínas no consiguen establecer relaciones políticas entre sí ni con otras personas. Tal dificultad se pone en evidencia en el IV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Taxco, en 1987, espacio donde se confrontan los distintos paradigmas políticos del feminismo. Un conflicto central previo al Encuentro fue definir el carácter de la reunión: ¿pueden asistir todas las mujeres o se requiere que sean feministas? Mientras que las feministas “populares” defienden la participación de todas, las de otras tendencias hablan de la necesidad de un espacio propio para debatir sobre el quehacer político feminista. Finalmente, se acuerda respetar la pluralidad y se acepta la participación de todas las mujeres que se asuman como feministas. Aunque el grupo coordinador logra evitar el predominio de una sola concepción, persiste el enfrentamiento entre las tendencias. A Taxco asisten más de mil quinientas mujeres y se dan discusiones alrededor de todo tipo de temas: desde la identidad y el cuerpo hasta las alianzas y las propuestas para generar una fuerza política. En realidad, hay dos encuen23 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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tros paralelos. La participación masiva se caracteriza justamente por la afluencia de mujeres de organizaciones políticas, militantes de los movimientos populares, madres de desaparecidos, cuadros de organizaciones campesinas y sindicales, cristianas de la teología de la liberación, grupos de exiliadas, artistas visuales, esotéricas y un número enorme de centroamericanas involucradas tanto en la guerra como en la política en sus respectivos países. Se hace evidente la fuerza del feminismo popular, al mismo tiempo que la escasa participación de una base social de clase media, aunque, paradójicamente, de allí provenga la minoría activa —las “líderes”— del movimiento feminista.15 Una propuesta puente para unir las dos tendencias fue el documento crítico elaborado por un puñado de feministas “históricas”,16 orientado a 1) estimular el reconocimiento de la diferencia y del conflicto en la práctica política del movimiento; 2) reconocer el ejercicio del poder en su interior; y 3) admitirlo como recurso de transformación. El documento planteó la existencia de diez mitos,17 que se entrelazan y se retroalimentan, configurando un pensamiento que genera una práctica política vulnerable e ineficaz. Éstos manifestaban el tono general de la política feminista en la región, dominaban el imaginario colectivo del movimiento, contenían los supuestos de una política identitaria que, con su igualitarismo militante, paralizó una política eficaz, también expresaban el mujerismo, gracias al cual, en infinidad de ocasiones, los pequeños grupos feministas acababan volviéndose guetos asfixiantes, donde la autocomplacencia frenaba la crítica y el desarrollo, y donde era imposible reconocer diferencias para fijar una representación. Por eso, la lectura del documento presentó una amenaza implícita para varias compañeras que vivían el feminismo como un sitio de pertenencia identitaria muy arraigada. ¿Por qué tiene tal potencia movilizadora la identidad?, ¿por qué produce victimismo? Pietro Barcellona plantea 24 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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que precisamente el “terreno de una recuperación de la subjetividad es la existencia del sufrimiento”. El mecanismo que opera en esta victimización consiste en cobrar conciencia de sí a partir del dolor. “Yo soy una persona determinada porque tengo la experiencia del dolor”.18 De ahí parte la política de la identidad de numerosos movimientos sociales, que equipara la opresión con el conocimiento auténtico y hasta con la virtud: yo vivo esta discriminación, sé de qué se trata y soy virtuoso porque sufro. Barcellona señala: “el sufrimiento no puede convertirse en el contenido de una propuesta”. Además de que es imposible eliminarlo, pues como seres humanos siempre estaremos expuestos a él como experiencia fundadora (nuestras carencias, pérdidas y duelos), pretender que el hecho de sufrir sea suficiente para impulsar una propuesta política conduce a posiciones antiintelectuales y populistas que entorpecen el desarrollo de una conciencia ciudadana compartida. Otra de las características de la política de la identidad es que desarrolla una “conciencia dividida”19 que incorpora, de un lado, un sentimiento de daño y victimización y, de otro, un sentimiento de identidad que deriva en empowerment20 y crecimiento personal. Esta mancuerna favoreció el reclamo identitario feminista, pero frenó el desarrollo de una práctica política más amplia, necesaria para avanzar en espacios y demandas ciudadanas o en formas unitarias de organización. No se trata, para nada, de negar o callar las cuestiones identitarias. Pero el sentido de la vinculación social debe plantearse en términos distintos. Hay que estar conscientes del riesgo esencialista de hablar sólo en términos identitarios, por ejemplo: “nosotras las mujeres”. Es totalmente legítimo reivindicar la identidad, pero tomando en cuenta la multiplicidad de los discursos y de las relaciones de poder que la atraviesan. Además, no existen identidades monolíticas sino múltiples y fracturadas. Las identidades singulares son 25 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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siempre construcciones míticas. No existe “la mujer”; esa identidad está cruzada por otras: mujer joven campesina indígena evangélica no es lo mismo que mujer madura blanca urbana universitaria y atea. Al diferenciar entre distintas construcciones de la identidad, es posible ver que en ciertos momentos unas son más significativas que otras. Esto permite cuestionar la idea de una identidad única, que supuestamente dota de un solo sentido. La concepción identitaria hizo crisis en Taxco en 1987 y, por eso, muchas compañeras vivieron la crítica como ataque personal y una especie de traición o desviación de la supuesta “esencia” feminista. Así, en ese encuentro, cuando se empezó a percibir a “las otras” como aquellas que negaban la identidad feminista propia, la relación entre “nosotras” y “ellas” se transformó en una relación amigaenemiga; es decir, se convirtió en un antagonismo. A partir de allí, en el campo de las identificaciones colectivas, se ahondaron las diferencias de las dos grandes tendencias (“radicales” y “populares”) y se configuró la contraposición entre las “feministas de la utopía” y las “feministas de lo posible”21 que derivaría posteriormente en la de “autónomas” e “institucionalizadas”.22 Reconceptualizar la práctica política caracterizando la identidad no como esencia irreductible sino como posición que asumimos o que se nos asigna implica cambiar la pregunta “¿quién soy yo?”, presente en algunas reivindicaciones de diversidad, por “¿dónde estoy?” El lugar permite ver a las personas a nuestro alrededor. El énfasis en el dónde —en la posición— facilita pensar de manera distinta cuestiones sobre la identidad.23 Por ejemplo, pensar en la ubicación alienta una preocupación sobre las relaciones entre diversos tipos de identidades y, por lo tanto, sobre el desarrollo de una política basada en afinidades y coaliciones. La lucha contra las formas excluyentes de la reivindicación identitaria requiere otra forma de identificación —que podemos calificar como ciudadana— fiel al plura26 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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lismo y los valores democráticos. En relación con esto Chantal Mouffe describe la constitución de la identidad a partir de una multiplicidad de interacciones; al ser siempre un proceso que teje relaciones muy complejas entre varias formas de identificación, la identidad termina por ser una intrincada red de diferencias, un proceso. Mouffe plantea un dilema: toda diferencia se constituye al mismo tiempo en oportunidad de unión y en antagonismo político, al ser suficientemente fuerte para provocar un reagrupamiento efectivo de las personas en iguales y diferentes. Éste es el gran dilema de la diversidad y, por eso, la defensa del proyecto democrático exige tomar en cuenta la naturaleza de ésta. ¿Cómo enfrentar la diversidad, la multiplicación de los particularismos y el surgimiento de nuevos antagonismos? Situándose en el contexto más amplio de las paradojas de la democracia pluralista y dejando de engañarse con la ilusión de un consenso que eliminaría definitivamente la diversidad. Según Mouffe, el riesgo de que la democracia pluralista se trabe por la falta de identidades ciudadanas deriva en la multiplicación de enfrentamientos en términos de identidades esencialistas, con sus valores morales no negociables. Ése es el costo negativo del neocorporativismo identitario.24 Como la crisis de Taxco se dio en el marco del debate en torno a la gran movilización preelectoral de 1988, en varios sectores de feministas cundió la inquietud de participar. En ese momento se vuelve patente la necesidad de integrarse en la dinámica política del país. Antes, el movimiento no había tenido propuestas sobre el proyecto de transición democrática ni había tomado en cuenta la apertura de espacios que se generó a partir del proceso de reforma política que inició el Estado. En la visión de corte marxista que un sector amplio del movimiento tenía del feminismo como opción “revolucionaria”, la lucha por la democracia resultaba una cuestión reformista, en la que no valía la pena involucrarse. Por eso, el movimiento no 27 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099

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se pronunció públicamente en ninguna de las dos elecciones presidenciales previas (1976 y 1982) ni exigió conocer la posición de los candidatos ante las demandas feministas, ni estableció alianzas o apoyó candidatos. Aunque en 1988 tampoco realizó tales acciones, al menos se propuso incorporar a la agenda electoral asuntos de la problemática específica femenina. Además, la necesidad de no quedar al margen de la dinámica política del país lleva a varias feministas a integrarse al recién creado Partido de la Revolución Democrática (PRD), donde confluyen los militantes del PCM, el PRT y otras organizaciones de izquierda. En las elecciones de 1988, cuando la contabilidad temprana de los votos favorece a Cuauhtémoc Cárdenas (PRD) al gobierno supuestamente se le descompone el sistema de cómputo y, al final, la cuenta hace ganador al partido en el poder. Después de este fraude electoral, un número importante de feministas siente la urgencia de encontrar vías de expresión para mostrar su inconformidad. LA REARTICULACIÓN POLÍTICA DEL MOVIMIENTO Al inicio de los noventa confluye una serie de acontecimientos y tendencias nacionales e internacionales que, por primera vez, posicionan el feminismo con un perfil político sobresaliente. A nivel nacional, el proceso de transición a la democracia rompe el monopolio del partido que gobierna el país desde hacía más de setenta años y favorece una reorientación del activismo hacia fuera. Tras el grave conflicto electoral de 1988 se abre una nueva dimensión en las conciencias ciudadanas y muchísimas feministas sienten la urgencia de vías distintas para expresar su inconformidad.25 Esto las lleva a revalorar la relación con la política y a trabajar para desarrollar mecanismos de intervención en la realpolitik, establecer alianzas, influir en coyunturas electorales y construir una agenda común. 28 http://www.bajalibros.com/Feminismo-eBook-12709?bs=BookSamples-9786071114099