España, el vacío que nos habita Europa y los refugiados

Europa y los refugiados. Javier de Lucas. Una profunda crisis política camuflada como «crisis de refugiados». Yves Pascouau. La crisis migratoria.
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NÚMERO 19 / 9 EUROS

España, el vacío que nos habita

Joan Subirats, David Block, Miguel Roig

Europa y los refugiados

Javier de Lucas, Yves Pascouau, Gemma Pinyol, Anna Terrón, Charles Clarke

SEPTIEMBRE · OCTUBRE 2016

sumario

Disponible en librerías, quioscos especializados y por suscripción, tanto en su edición en papel como digital Director: Josep Ramoneda Consejo Editorial: Jordi Alberich, Esperanza Rabat, Antonio Ramírez, Marta Ramoneda Molins, Josep Ramoneda, Joan Tarrida Directora de Arte: Esperanza Rabat Coordinación y edición: Patricia Valero Diseño original: Adriana Ventura Pérez Diseño y comunicación: Marta Bartolomé Ilustración de portada: David de las Heras Preimpresión: Maria García Corrección: Héctor Ortega Impresión y encuadernación: Industria gráfica CAYFOSA, S.A. Suscripciones: Júlia Castells Los derechos de autor de los textos que forman parte de La Maleta de Portbou son titularidad de cada autor La Maleta de Portbou es una revista de: © Promoción de Humanidades y Economía, S. L. Edición a cargo de: Galaxia Gutenberg, S. L. Av. Diagonal, 361, 2º 1ª A 08037-Barcelona

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Estampa Jorge Rodríguez-Gerada Chatarreros urbanos

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España, el vacío que nos habita Joan Subirats

Todo sigue igual pero ya nada será lo mismo

David Block

Discursos corruptos y el mundo al revés

Miquel Roig

El relato demoscópico

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Editorial Josep Ramoneda

En el vacío que nos habita

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Philipp Blom

En el horizonte ya asomaba otra guerra «La creencia en un mercado perfecto ha sido fundamentalmente ideológica.»

Depósito legal: B. 17401-2013 ISSN de la edición impresa: 2339-6768 Contacta con nosotros en: [email protected] Suscríbete a La Maleta de Portbou en: [email protected] Puedes seguirnos en: www.lamaletadeportbou.com www.facebook.com/LaMaletadePortbou twitter: @MaletadePortbou Distribución: Les Punxes Distribuidora, S. L., [email protected]; Machado Grupo de Distribución, S. L., [email protected] © Reservados todos los derechos Se prohíbe cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, y sólo puede realizarse con la autorización expresa por escrito de sus titulares. La Maleta de Portbou no se hace responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores.

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Eduardo Mendieta

En la ceguera de color después del primer presidente negro «El fin de la era Obama.»

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John Gray

Brexit, la extraña muerte de la política liberal «El shock del Brexit va a ser más perjudicial para la UE que para el Reino Unido.»

sumario

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Entrevista Velibor Čolić Toni Ramoneda

«Encontrar la humanidad ahí donde a veces parece inaccesible.»

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Patrick Cockburn La era de la yihad

«Los conflictos armados se están tragando Oriente Próximo y el norte de África.»

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Galería Tania Adam

Observadores y observados. Fotografía en África «Un autorretrato del continente contra el afropesimismo.»

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Europa y los refugiados Javier de Lucas

Una profunda crisis política camuflada como «crisis de refugiados»

Yves Pascouau

La crisis migratoria y la respuesta de Europa

Gemma Pinyol

¿Una nueva política de asilo en España? Anna Terrón y Charles Clarke Conversación: La construcción del problema migratorio la maleta de portbou 3

Entrevista Michel Serres

Enric Puig Punyet «La cuestión hoy es ver qué forma tendrá la sociedad que nos espera.»

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Manfred Frank

Acerca de la emigración de la filosofía continental «El éxodo masivo de la derrotada gran tradición clásica alemana.»

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Relato

Gustau Nerín La locura de vender libros en Guinea Ecuatorial

«En una África que no destaca por la difusión de la literatura, Guinea es un caso excepcional.»

estampa

Chatarreros urbanos

Mural creado dentro del marco del Open Day de Poble Nou Urban District (Barcelona) con el apoyo de La Plataforma y comisariado por Arcadi Poch de Kognitif © Jorge Rodríguez-Gerada. Pintura aerosol y acrílico sobre medianera de ladrillo. Foto: cortesía del artista

«Realicé un mural en homenaje a los chatarreros urbanos de Barcelona, la mayoría de ellos africanos, que se buscan la vida en los márgenes de la indiferencia social. La recolección de chatarra, cartón y otros objetos que diariamente se descartan en los contenedores, fruto de la desmesurada sociedad de consumo que hemos construido, son los recursos que encuentran para mejorar su vida y la de sus familias. Perseguidos por la ley aun sin delinquir, sin derechos aun siendo humanos, esta obra muestra una mirada urbana que se suma al grito de: Ningún ser humano es ilegal.» Jorge Rodríguez-Gerada, nacido en Cuba, criado en los Estados Unidos y residente en Barcelona, es un artista visual que trabaja con una amplia variedad de materiales. Es especialmente conocido por sus innovaciones y obras a escalas muy grandes, algunas visibles desde el espacio y fotografiadas por satélites. www.jorgerodriguezgerada.com

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editorial

En el vacío que nos habita Por

Jo s e p r a mone d a

«

El voto a favor del Brexit demuestra que las reglas de la política han cambiado de forma irreversible. La estabilización que parecía haberse alcanzado tras la crisis financiera era un camelo. El tipo de capitalismo desigual que existe hoy día es intrínsecamente inestable y no puede legitimarse democráticamente. El error de los pensadores progresistas de todos los grandes partidos ha consistido en imaginar que era posible aplacar el descontento de grandes sectores de la población ofreciéndoles lo que en el fondo era una continuación del status quo.» Lo dice el filósofo John Gray en este mismo número de la revista. Este razonamiento permite explicar el Brexit, pero también la inesperada ascensión de Donald Trump en Estados Unidos, la consolidación de Marine Le Pen en Francia, el rechazo a la tecnoburocacia europea, o, en general, la sensación de que nuestros regímenes políticos tienen el motor gripado. Y ¿qué hacen los partidos tradicionales para salir de este impasse ? Nada. Mirar hacia atrás. Resistir sin el más mínimo esfuerzo de renovación. Confiar en que amaine y las cosas vuelvan a su sitio. Es decir, se niegan a emprender las reformas ineludibles para atender el malestar ciudadano y tratan de resistir con la apelación al miedo. «Lo virtual es real y lo real es virtual», nos dice Michel Serres, apelando al Quijote, para definir la condición humana. Y la respuesta de la política es especular con la incertidumbre sabiendo que ésta desasosiega a los ciudadanos, en un contexto de cambios en que las expectativas son confusas y cuesta avistar el futuro. El terrorismo y la crisis de los refugiados favorecen la estrategia del miedo. Y al mismo tiempo dan alas a la extrema derecha y a los proyectos de repliegue comunitarista, ante la impotencia de los partidos tradicionales. Vivimos tiempos de secesiones y de elusión de responsabilidades. Gran Bretaña se va. La América blan-

ca y reaccionaria, de la mano de Donald Trump, rompe con un país demasiado complejo para el simplismo del Tea Party. Francia se va a la guerra. Las viejas naciones europeas se fugan hacia el interior de sí mismas. Las naciones que nunca pasaron de potencia a acto buscan su realización definitiva. Los ricos instalados en su particular utopía global se desentienden de sus propios países. Los funcionarios tax free de Bruselas se alejan sin parar de la ciudadanía, instalados en la ideología corporativa de los expertos, encerrados en su burbuja. Los asesinos vestidos de terroristas buscan reconocimiento en la muerte, huyendo de sí mismos y marcando a sangre y fuego a sociedades que nunca sintieron como suyas. En un libro reciente, los profesores Antonio Ariño y Juan Romero describen la experiencia pionera: la secesión de los ricos. Ellos han sido los primeros en irse. Sus países se les hicieron pequeños, los problemas de sus conciudadanos eran un estorbo y las exigencias de los Estados unas barreras a vencer. Y en medio de este desconcierto hay incluso quien promueve el paso de la democracia de los ciudadanos al despotismo de los expertos (una neoaristocracia para volver a acallar al pueblo). El autoritarismo posdemocrático acecha si la sociedad se sigue descomponiendo. En España, la ciudadanía duda entre los riesgos de la renovación y la falsa confortabilidad del miedo. Si en el 20D expresó sus ganas de armar lío, el 26J no ha osado dar el paso de la irritación al cambio. Los nuevos partidos repentinamente se han quedado sin voz y los de siempre siguen sin querer enterarse de lo que pasa. Y en la voluntad de explorar un mundo nuevo, en que Europa empequeñece día a día, aparecen la negritud y los refugiados, que llevan siglos interpelándonos ante la sordera europea. Lo dice el escritor Velibor Čolić : «Cada uno a su manera trata de llenar el vacío que nos habita.»

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EDUARDO MENDIE T A

En la ceguera de color

después del primer presidente negro

Protestas por el asesinato del ciudadano negro Laquan McDonald a manos del oficial de policía blanco Jason Van Dyke, quien le disparó dieciséis tiros pese a que el primero sólo empuñaba un cuchillo. Chicago, noviembre de 2015 © Jon Lowenstein / NOOR

N

osotros, los «nosotros» muy de aquí, de los Estados Unidos, llevamos ya varios meses de una dura campaña presidencial, aunque todavía quede un tiempo para el 8 de noviembre. En medio del estruendoso y digitalizado sinsentido de los medios de comunicación, la ardiente retórica de algunos candidatos y los cegadores flashes de las cámaras, el electorado estadounidense parece haberse vuelto sordo y ciego frente al momento posthistórico que está atravesando, como si caminara sonámbulo por su propia historia. Sea como sea, la historia siempre se ex-

plica como una narrativa retrospectiva; así que siempre es posthistórica. Grandes especulaciones históricas aparte, el electorado norteamericano ahora mismo sufre lo que podríamos llamar un trauma posthistórico: el final de lo que el intelectual Cornel West ha bautizado como «el fin de la era Obama». Es el año de paja de lo que prometía ser una presidencia «histórica», la presidencia del «primer» presidente «negro». El nombre de Obama ha ido ligado y, de aquí en adelante irá ligado, al discurso de unos Estados Unidos «posraciales». Obama tenía que ser el primer «presidente

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EDUARDO MENDIE T A negro» y, por lo tanto, el «último hombre» de un orden racial que supuestamente se había desmantelado durante el último medio siglo. El presidente Barack Hussein Obama era el último de lo que muchos vivieron como una pesadilla de la supremacía de los blancos y el primero de la utopía democrática posracial acabada de despertar. Pero hasta las dos últimas semanas, los intelectuales negros más importantes no han empezado a evaluar el impacto que ha tenido la presidencia de Barack Obama en las relaciones raciales de los Estados Unidos. Sólo necesito mencionar el elocuente y comedido artículo del filósofo Paul Taylor, On Obama (sobre Obama), y el escrito del analista político y comentarista en los medios de comunicación Michael Eric Dyson, The black presidency (la presidencia negra). De este modo, dos intelectuales negros cargan por nosotros con el peso de recordarnos a todos tanto la historicidad de lo que nosotros, ciudadanos de la que muchos rápidamente llamarían la «nación amnésica», no conseguimos registrar como lo que nosotros, los ciudadanos, logramos, aunque sólo fuera fugazmente, al elegir al primer presidente negro. Somos la nación que se enorgullece de sus «primeros» pero que no puede recordar por qué fueron los «primeros». Dyson y Taylor nos invitan a reflexionar sobre el significado de la «condición de primero» de esta presidencia negra. Sin embargo, a medida que la presidencia de Obama se desinfla, y quizá muchos exhalen, ya sea de alivio, de recelo o de exasperación, el brillo y la cacofonía de la etapa de campaña presidencial también han propiciado que muchos ciudadanos estadounidenses se vuelvan ciegos y sordos ante lo que el presidente negro habría constituido una refutación e incluso un antídoto, es decir, la violencia estatal contra los estadounidenses negros. ¿Fue gracias a Obama que muchas personas empezaron a prestar atención a lo que parecían ser unos actos de violencia en aumento, e irregulares, contra los estadounidenses negros; o fue precisamente por culpa de Obama que nosotros, algunos ciudadanos, nos avergonzamos por la violencia contra los estadounidenses negros, que fácilmente podría haber sufrido su presidente, si no hubiera contado con los mejores escoltas del mundo; o fue porque la violencia no había cesado desde Jim Crow y porque ahora hemos aprendido a ser más «conscientes de nosotros mismos» en lo relativo a la violencia por razones raciales que muchos ciudadanos estadounidenses han empezado a

preocuparse por este tema; o, simplemente, ninguna de las razones anteriores? Quizá toda esta violencia demasiado visual y visceral no tenga nada que ver con Obama y sí que esté directamente relacionada con el hecho de que vivimos en una sociedad de la hipervisibilidad, donde todo se televisa y se repite ad nausea por la tele, internet, los blogs y, naturalmente, el ubicuo YouTube y los viciosos blocs de la esfera no tan pública. Incluso mientras el presidente de la unión, de los Estados Unidos, un hombre negro, se dirigía a la república, los negros seguían siendo víctimas de asesinatos, violaciones, palizas, acosos, insultos, gases lacrimógenos, humillaciones y, naturalmente, deportaciones a prisiones una vez debidamente cumplimentada la hoja de antecedentes penales, que los atrapaba en la maraña de la prisión más allá de la prisión y de los antecedentes penales perpetuos que los marcan, con nuestro moderno hierro de marcar digital. Durante el periodo de Obama, naturalmen-

¿Por qué en la supuesta era posracial nuestras geografías morales y sociales se trazan con sangre humana, que emana de cuerpos negros? te debido a leyes y a políticas de criminalización de las razas que ya empezaron en el último siglo, también hemos sido testigos del crecimiento del complejo industrial carcelario por razas. Si la presidencia de Obama señaló nuestra entrada en la era «posracial», ¿por qué la raza también está tan marcada, de un modo violento e indeleble, en la geografía social de este país? ¿Por qué si marcamos en un mapa las prisiones, la violencia de los negros con los negros, la violencia estatal en los cuerpos negros, veremos una geografía política dibujada con sangre y motivada por la raza y la violencia autorizada? ¿Por qué en la supuesta era posracial nuestras geografías morales y sociales se trazan con sangre humana, que emana de cuerpos negros? Si la raza no existe, ¿por qué es tan decisiva, una cuestión de vida o muerte, en la república que quería proclamarse a sí misma posracial? Si supuestamente la raza no existe, ¿por qué razón la «nada» es tan efectiva en la vida de todos sus ciudadanos?

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EDUARDO MENDIE T A Para ver lo que no existe, para ver lo que no es algo, pero que sin embargo tiene unos efectos tan profundos en la vida de los individuos, de comunidades enteras y de todo el cuerpo político, requerimos herramientas especiales. Necesitamos lo que podríamos llamar prismáticos de lo que no existe, de lo que no es algo, aunque tampoco es «nada». Para dar sentido a lo que deberíamos estar ciegos para no ver, aunque sea tan insoportablemente pesado en la existencia de muchos y la mayoría de ciudadanos estadounidenses, deberíamos seguir la guía de la filósofa, activista, intelectual e icono del poder negro, Angela Y. Davis. Si seguimos su obra, podemos identificar cuatro instituciones clave que han acostumbrado a los ciudadanos norteamericanos al racismo contra los negros, a las epistemologías de la ignorancia contra los negros y a las topologías tanatopolíticas contra los negros. La primera institución es la colonia de esclavos. Muchos historiadores de la «peculiar institución de la esclavitud» en los Estados Unidos se han percatado de que la esclavitud en este país ha encadenado la negritud a la servidumbre y la blancura, a la libertad. Históricamente, los esclavos han sido de todas las razas. Pero, en los Estados Unidos, la institución de la esclavitud creó una cromocracia, un orden jerárquico en que la negritud se definía legalmente como servidumbre y la blancura como libertad. Los negros eran una propiedad, mientras que los blancos eran libres y propietarios. Más de 245 años de institución de la esclavitud dio como resultado una negritud como una raza marcada por la desposesión y la deshumanización. Con palabras del historiador intelectual Orland Patterson, «la esclavitud indexada cromáticamente como negritud fue un modo de provocar la alienación natal y la muerte social». Estar marcado por la negritud significaba estar excluido del mundo social y estar alienado por ser un bien. La negritud pasó a ser el medio de convertir a alguien en una propiedad y, por lo tanto, en una cosa. Pero esta propiedad no era precisamente una cosa, sino una vida, una vida en estado puro, lo que podríamos llamar una vida animal pura que podía matarse a placer. Aquí, el significado de raza era pura disposición a la vida o a la muerte, a una muerte en vida. La deshumanización acabó fijándose cromáticamente en la negritud. La segunda institución, o más bien conjunto de instituciones, es lo que se llamó Jim Crow, que es la forma corta de

referirse a las Leyes de Jim Crow, promulgadas una vez finalizada la guerra civil. Esas leyes legalizaban lo que en 1890 se llamaba: «separados pero iguales». Jim Crow supuso la juridificación de la segregación: autobuses, trenes, baños, fuentes, escuelas, vecindarios, urnas electorales... en general casi toda institución pública imaginable estaba segregada por la raza. Pero no podemos comprender el impacto de Jim Crow en la creación de una raza si primero no analizamos cómo emergieron esas leyes. La esclavitud se abolió el 6 de diciembre de 1865 con la ratificación de la decimotercera enmienda a la Constitución, que dice así: «Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto».

Se trata de un texto extraordinario. Por un lado, abolía la esclavitud como forma de propiedad privada que sostenía toda la economía política y toda la vida cultural del Sur. Por otro lado, el texto crea una excepción legal: la esclavitud seguirá existiendo, pero ahora como forma de castigo promulgada por el Estado. En otras palabras, ahora los esclavos son propiedad del Estado, si están condenados por un crimen. Podemos concebir la decimotercera enmienda como una especie de alquimia politicolegal que convertía la esclavitud privada en esclavitud controlada por el Estado como forma de penalización. Ahora la esclavitud es un castigo ejecutado por el Estado. Eso se hizo evidente en la ahora infame decisión Ruffin contra Commonwealth de 1871 por parte del Tribunal Supremo de Virginia, que declara: «Durante un tiempo, mientras esté al servicio de la penitenciaría, se encuentra en estado de servidumbre penal al Estado. Como consecuencia de su delito, ha perdido no sólo su libertad, sino también sus derechos personales, excepto los que la ley en su humanidad le otorga. Por el momento, es un esclavo del Estado. Es civiliter mortus, y su estado, si tiene alguno, se administra como el de un hombre muerto (Alexander, 31)».

Este texto todavía es más extraordinario que el de la decimotercera enmienda. Se declara al condenado, un prisionero del Estado, «esclavo del Estado» y civilmente muerto. A todos los efectos, el convicto es un «hombre muerto». Aquí tenemos lo que el filósofo Brady Heiner ha venido a llamar una «transferencia semiótica» que llevó a cabo un cambio

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EDUARDO MENDIE T A simbólico: si la esclavitud definía a la negritud como desposesión mediante una triple muerte, la esclavitud controlada por el Estado de entonces, como forma de castigo, define la negritud como «criminalidad». En el mismo momento en el que los negros fueron liberados, su entrada en la sociedad civil y en el espacio social de libertad inmediatamente se vio condicionada. Su ciudadanía, podría decirse, se suspendió, o más bien entraron en un espacio de vida cívica suspendida (vivos, pero cívicamente muertos) porque ahora podían ser tratados y serían tratados como criminales. De hecho, eso es lo que ocurrió poco después de la guerra civil, durante el «periodo de reconstrucción». Se aprobaron todo un conjunto de las que se llamaron Leyes Negras que, de hecho, criminalizaban cualquier actividad de los recién liberados negros, o la gran mayoría de actividades. Este proceso de criminalización de la negritud, de la creación legal de la negritud como criminalidad, culminó con el fallo del Tribunal Supremo de 1896 de Plessy contra Ferguson, que ratificó la «constitucionalidad» de la doctrina del «separados pero iguales» que se estaba desarrollando desde el término de la guerra civil. Jim Crow es el resultado de no lograr la institucionalización de lo que W. E. B. Du Bois llamaba en su monumental libro Black reconstruction (reconstrucción negra) «democracia de la abolición». Con este término, Du Bois hacía referencia al tipo de instituciones democráticas que habrían permitido y garantizado la recién ganada libertad de los esclavos negros. Por desgracia, lo que nació con la abolición de la esclavitud fue una democracia dividida por razas y un estado de apartheid. La tercera institución que necesitamos identificar es el gueto negro. El gueto no es sólo un espacio urbano, es una serie de instituciones legales, económicas, políticas y, naturalmente, educativas. El gueto negro es la consecuencia directa de Jim Crow. Y podríamos decir que el gueto es la cristalización de la doctrina del «separados pero iguales» en el espacio urbano. Sustituye a la colonia de esclavos como modo de contener, marginalizar, segregar y desposeer a los afroamericanos. El gueto, al secuestrar y marginalizar en el espacio social a los afroamericanos mediante un montón de regulaciones económicas, legales y políticas es y sigue siendo una máquina, un aparato social, que extrae la riqueza, garantiza la legitimidad política y genera una nueva juridificación para reconstituir la raza como forma de destitución

social. Es más, añadiría que el gueto es un aparato topológico, un modo de configurar el espacio social que permitía la colonización de todo el espacio social por parte de los hábitos y las instituciones racistas. El gueto es la colonización de la soberanía territorial por parte de un imaginario racial generalizado. Por encima de todo, el gueto es un lugar que acumula capital simbólico negativo. Así pues, es un mecanismo de marcado: la raza como destitución social perpetua y pobreza perdurable. La cuarta institución, y la última, que necesitamos analizar es lo que podríamos y deberíamos llamar la prisión etnorracial. Los Estados Unidos constituyen el 5% de la población total mundial, aunque suponen el 25% de la población total encerrada en prisión del mundo. En el año 2015, tienen una población encarcelada de unos 2.200.000 de personas, lo que supone un aumento del 500% en las tres últimas décadas. De este número, más del 60% está compuesto por

Los Estados Unidos constituyen el 5% de la población total mundial, aunque suponen el 25% de la población total encerrada en prisión del mundo. En el año 2015, tienen una población encarcelada de unos 2.200.000 personas, lo que supone un aumento del 500% en las tres últimas décadas. De este número, más del 60% está compuesto por afroamericanos y otras minorías, sobre todo latinos.

afroamericanos y otras minorías, sobre todo latinos. Mientras que uno de cada 17 hombres blancos tiene la probabilidad de ser llevado a prisión, uno de cada tres hombres negros tiene probabilidades de acabar ahí también. De hecho, para los hombres negros de 30 años, uno de cada 10 está en prisión o en la cárcel todos los días. Efectivamente, lo que tenemos es lo que Angela Davis a veces llama «el complejo industrial carcelario» y otras veces «el complejo industrial militar carcelario». Pero, si miramos los índices de encarcelación, que llevan creciendo exponencialmente desde la década de 1970, cuando empezó la también llamada «war on drugs» (guerra

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