OPINIÓN | 27
| Martes 7 de octubre de 2014
un gps en el cerebro. El Premio Nobel otorgado ayer a John O’Keefe, May-Britt y Edvard Moser
destaca sus aportes para comprender nuestro propio sistema de conocimiento
Células que nos orientan y nos guían Guillermo Jaim Etcheverry —PARA LA NACION—
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a curiosidad, una de las características que nos definen como humanos, no reconoce límites. De hecho, uno de los mayores desafíos que enfrentamos, la última frontera del conocimiento, es desentrañar los secretos que encierra la herramienta misma que utilizamos para conocer: el cerebro. ¿Podrá comprenderse a sí mismo? Las investigaciones de John O’Keefe y del matrimonio de May-Britt y Edvard Moser, que acaban de ser reconocidas con el Premio Nobel en Fisiología o Medicina 2014, demuestran que nos aproximamos aceleradamente a ese objetivo. No parece ya tan lejano el día en que los avances en la comprensión de los códigos neurales de los procesos cognitivos permitan vincular la biología con la filosofía. Estos apasionantes desarrollos de la neurociencia contemporánea explican el creciente interés de la sociedad por comprender el funcionamiento del cerebro, tal como lo revela la difusión general que alcanzan los estudios en este campo. John O’Keefe es un psicólogo experimental estadounidense nacido en 1939 en Nueva York. Luego de graduarse en Canadá, realizó estudios de posgrado en el University College de Londres junto al famoso neurofisiólogo Pat Wall. Allí se estableció y en la actualidad se desempeña como profesor de neurociencia cognitiva en el Departamento de Biología Celular y del Desarrollo en esa institución. El desplazamiento en el espacio resulta esencial para la existencia de los animales y, por supuesto, de los seres humanos. Así como somos capaces de trasladarnos físicamente de un sitio a otro, también contamos con la capacidad mental de imaginar dónde nos encontramos. O’Keefe ha develado aspectos básicos de estas capacidades de desplazamiento y de conceptuali-
zación, actividades muy complejas, ya que requieren la integración de la información visual, así como de la memoria y la planificación. El descubrimiento que le valió el Premio Nobel fue realizado a comienzos de la década de 1970, cuando, mediante el desarrollo de complejos métodos de registro de la actividad de las células nerviosas o neuronas, pudo identificar en una zona especializada de la corteza cerebral, el hipocampo, un conjunto de ellas con la capacidad de codificar la posición específica de un animal. Ciertas células de su hipocampo se activaban selectivamente cuando se encontraba en un ámbito particular, por lo que las denominó “células de posicionamiento o de lugar”. El hipocampo es una región del cerebro cuya estructura la asemeja al animal cuyo nombre evoca, muy pequeña, pero que tiene un papel fundamental en la función cerebral, ya que es responsable de nuestra memoria reciente y alejada, así como de la interpretación del desplazamiento espacial. La integran más de 40 millones de células, cada una de las cuales establece conexiones con decenas de miles de otras. Es como si se tratara de un tablero de circuitos complejos que enviara información a otras partes del cerebro. Es una de las primeras regiones cerebrales en lesionarse en casos de enfermedades neurodegenerativas que causan pérdida de la memoria y desorientación espacial. Los resultados de sus investigaciones llevaron a O’Keefe a sugerir que, sobre la base de las células que permiten la detección de modificaciones en ambientes que son familiares para el animal, se forma en el hipocampo un mapa cognitivo que resulta crítico para su desplazamiento. Ese mapa es una representación del ambiente en el que se encuentra el animal, la posición que tiene en ese ámbito y la ubicación de objetos deseados, como el alimento, así como de amenazas a ser evitadas. Ese mapa puede controlar la conducta del animal sobre la base de su distancia y ubicación en relación
con esos objetos. Esa concepción original fue paulatinamente expandida por los estudios de O’Keefe y sus colaboradores haciendo que la propuesta de la existencia de un “mapa cognitivo” del mundo exterior en el cerebro, inicialmente muy resistida, terminara por ejercer una poderosa influencia en la neurociencia contemporánea. Como señaló O’Keefe en una reciente entrevista, el hipocampo parece desempeñar
un papel en la memoria episódica que involucra la capacidad de aprender, almacenar y recuperar la información acerca de experiencias personales singulares que ocurren en la vida cotidiana. Esos recuerdos suponen datos acerca del tiempo y lugar de un acontecimiento, así como información detallada sobre el hecho mismo. El conocimiento del modo en que funcionan los recuerdos que permiten el desarrollo de
una vida normal puede contribuir a comprender la naturaleza de los cambios que se producen en pacientes con trastornos en la memoria como es el caso de quienes padecen la enfermedad de Alzheimer. Los científicos noruegos Edgard y MayBritt Moser, que comparten con O’Keefe la mitad del Premio Nobel, han llevado a cabo estudios pioneros en relación con los circuitos nerviosos en el hipocampo y en una zona vecina denominada corteza entorrinal. En esta corteza identificaron en 2005 un nuevo tipo de células, las denominadas “células grilla o red”, que proporcionan un mapa del entorno espacial, pero que, a diferencia de las “células de lugar” del hipocampo, que se activan cuando el animal está en una posición fija, las “células red” poseen muchos campos de activación que contribuyen a formar una matriz que cubre todo el ámbito en el que se encuentran. Esta pareja de científicos noruegos –MayBritt nació en 1963 y Edvard, en 1962–, que dirigen sendos institutos de neurociencia en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Trondheim, en su país natal, trabajó durante un período con John O’Keefe en Londres y ya han compartido con él muchas otras prestigiosas distinciones por sus hallazgos. Utilizando también técnicas de registro neurofisiológico de avanzada, los Moser han demostrado de qué manera experiencias espaciales similares se almacenan como recuerdos precisos inicialmente en grandes poblaciones celulares de la corteza entorrinal y luego se expanden al hipocampo. Sus trabajos han contribuido de manera esencial a explicar cómo calculamos nuestra posición en el espacio y recordamos los lugares donde hemos estado. El descubrimiento de las células en red y su organización funcional permite vislumbrar el mecanismo de acción de ciertos grupos de neuronas que no están vinculadas con la recepción de estímulos, sino con las complejas tareas de asociación, guiadas por principios de autoorganización intrínsecos del cerebro. Los trabajos ahora reconocidos son el fruto de la creatividad de los científicos que han dedicado años al estudio. Por ejemplo, Edvard Moser es graduado en matemática y estadística, en psicología y en neurobiología. Es una confirmación de que, contrariamente a las concepciones actuales, la creatividad se asienta en la preparación, el estudio y el esfuerzo. La importancia de los hallazgos reconocidos con el Premio Nobel reside en el hecho de que proporcionan ejemplos trascendentes que confirman la participación de señales nerviosas identificables en las funciones cerebrales superiores, en este caso, en la formación de la memoria. Asimismo, estas investigaciones tienen profundas implicancias filosóficas al intentar proporcionar una respuesta al dilema acerca de cómo puede el cerebro crear un mapa del entorno que nos rodea y a la vez guiarnos en nuestros desplazamientos por un ambiente tan complejo.© LA NACION
La verdadera industria del crimen Fernando Vallone —PARA LA NACION—
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a policía elude la centenaria ingeniería de controles y contrapesos con la que se diagrama cualquier agencia pública en una república democrática. Su autogobierno y omnipotencia, gestados por la falta de un control real, la hacen débil y poco eficaz para combatir el delito. Y como un aparente contrasentido, la hacen más permeable a participar en él. La policía tiene un ejército a su disposición para dominar las calles. Y así lo hace. Dispone de la información, el armamento y la tecnología para desplegarse como nadie por el territorio. Posee una larga experiencia en la administración del delito urbano. Pero, pese a todos esos recursos, hay grietas por donde se filtra la impunidad de bandas de narcotraficantes, secuestradores, tratantes de personas, comerciantes de armas irregulares, piratas del asfalto y revendedores o reducidores de bienes robados. Las acciones delictivas de esas bandas son demasiado aparatosas y ostentosas
como para no aparecer al instante en el poderoso radar policial. La clave está en aquella omnipotencia. Existe un aceitado mecanismo ilegal que convive a las sombras de la solemne institución policial. Allí se cobija y anida la verdadera industria del delito. Pero desarticular esa lógica de encubrimiento no es nada sencillo. Desde adentro, cualquier funcionario policial bien intencionado, que sin dudas los hay, será desterrado de la fuerza –como la opción más amistosa– si se atreve a avanzar en aquel terreno. Desde afuera, el poder político se paraliza ante la posible contraofensiva policial. La institución conserva y administra su capital de trabajo, el control o descontrol de la inseguridad, sabiendo que es una de las variables que más influyen en la agenda electoral. De ahí obtiene el rédito que necesita para independizarse por las buenas o por las malas del poder político, su superior formal. Su monopolio también la hace peligrosa ya que, sin controles reales
externos, es más factible que se desborde en el uso de la violencia sobre los sectores más vulnerables a su poder de fuego. Hay otros tres factores de poder que se deben activar y complementarse para evitar las arbitrariedades que derivan de un autocontrol policial: el Poder Judicial, los medios de comunicación y la opinión pública. La institución policial es la principal auxiliar de jueces y fiscales. Pero el rol parece haberse invertido. La lógica de la delegación y el desapego judicial con el territorio abonan para que la versión policial sea lo único que se dilucida en un expediente. Sin embargo, esto se puede revertir si jueces y fiscales hacen valer la ley poniendo en crisis el discurso policial formal y su arbitrario modo de elegir a quienes llevan ante los estrados de la Justicia. También avanzando a paso firme sobre las incipientes denuncias de corrupción policial. La perspectiva recortada que brindan algunos comunicadores sobre la cuestión
penal también exacerba el poderío policial. Acentúan su enfoque y análisis sobre el delincuente tosco, el que se encuentra por fuera del esquema de protección policial y le sirve a la coartada policial de chivo expiatorio a la hora de ofrecer estadísticas para blindar su ineficiencia o extorsionar al poder político. O limitan el análisis al hecho presentado y sus consecuencias, sin remontarse a las causas. También ceden su espacio, al servicio de las reglas del comercio mediático, a voceros del terror que proponen una solución intuitiva e irracional, menos inútil que peligrosa. Algunas voces excepcionales ponen seriamente en cuestión el rol de la institución policial en el crimen organizado. Se necesita ampliar este tipo de mirada para exponer esa dinámica pocas veces revelada. Mientras tanto la gente forma su opinión alentada por aquella visión que le viene de maravillas a la corporación policial. La opinión pública adopta el enfoque sesgado y
reclama la cabeza del delincuente que se exhibe mediáticamente, sin tomar consciencia de que detrás de esas figuras fungibles, acciona libremente la verdadera industria del crimen. Tras ello, las propuestas políticas al electorado no se arriesgan y especulan montándose a aquel discurso lineal, recayendo luego, una y otra vez, en un espiral de irresoluciones. Para tener una policía más eficiente, al contrario de lo que siempre se proclamó, se necesita tener una policía más débil, es decir, una fuerza policial sometida a mayores controles reales, apegada a la ley, profesionalizada, bien remunerada y honesta. En síntesis, una policía en la que se destaquen los hombres y mujeres que tienen una autentica vocación de servicio. © LA NACION
El autor es abogado, coordinador del área contra la corrupción en las fuerzas de seguridad, Procuvin (Procuración General de la Nación)
claves americanas
El FMI, con un pronóstico pesimista para América latina Andrés Oppenheimer —PARA LA NACION—
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MIAMI
l Fondo Monetario Internacional dará a conocer esta semana sus muy esperados pronósticos económicos para América latina en 2015, aunque, según lo que dice el jefe de economistas del FMI para América latina, no habrá mucho para celebrar. Alejandro Werner, director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, me dijo que el estancamiento económico de gran parte de la región continuará en 2015 y probablemente también en 2016. Además, sugirió que algunas economías –como las de Argentina y Venezuela– tendrán otra vez crecimiento negativo el año próximo. Werner no me dio cifras oficiales, que se harán públicas el jueves en Washington, en la apertura de la reunión anual del FMI y el Banco Mundial, a la que asisten los presidentes de los bancos centrales y ministros de finanzas de todo el mundo. Pero se mostró pesimista sobre la posibilidad de una re-
cuperación significativa del mediocre índice de crecimiento de la región en 2014, que la mayoría de los economistas internacionales calculan será de entre el 1,5% y el 2%. “El pronóstico para 2015 es malo, porque va a ser un crecimiento que estará nuevamente dentro de los niveles más bajos de los últimos 15 años, y con apenas una aceleración pequeña respecto a 2014”, me dijo Werner. “El crecimiento de la región va a estar por debajo del 2,5% el año próximo.” Cuando le pregunté cuáles serán los países que menos crecerán, citó a la Argentina y Venezuela, naciones que, según dijo, probablemente “van a seguir teniendo un comportamiento muy débil en 2015”. La mayoría de las instituciones financieras calculan que en 2014 la economía argentina se contraerá al menos un 1.7% y la venezolana un 3%. Muchos países latinoamericanos, especialmente en Sudamérica, seguirán perjudicados por la disminución de los precios mundiales de las materias primas que pro-
ducen, por la desaceleración del crecimiento económico de China y por la reducción de su acceso a capitales externos, dijo Werner. La Argentina, Venezuela y otros también padecerán las consecuencias de no estar tomando medidas correctas para reducir sus altas tasas de inflación, que en el caso de Venezuela alcanzará el 70% este año, dijo. “Las economías latinoamericanas que son más dependientes de las materias primas han tenido un 2014 complicado y van a tener un 2015 complicado”, dijo Werner. “Y aquellas economías más vinculadas a la economía de Estados Unidos, como México, se van a beneficiar de la recuperación que se anticipa en Estados Unidos”, agregó. Cuando le pregunté qué países serán los que crecerán más en 2015, respondió que México, debido al alto porcentaje de exportaciones al mercado estadounidense, y Colombia. La economía colombiana está más ligada al mercado de Estados Unidos y las inversiones ex-
tranjeras siguen fluyendo a ese país, dijo. También es probable que Chile y Perú crezcan más el año próximo que en 2014, pero no mucho. “Vemos una recuperación, pero no regresando a los niveles de crecimiento que habíamos observado en 2012 y 2013 en esos países”, dijo Werner. Con respecto al mediano plazo, Werner me dijo que América latina posiblemente logre mejorar un tanto sus bajas tasas de crecimiento económico actuales, “pero claramente estamos anticipando un período de algunos años de crecimiento más bajo que el que se vio en la última década”. Mi opinión: habría que tomar en serio el relativo pesimismo del FMI, porque los pronósticos del FMI, el Banco Mundial y la ONU, por regla general, tienden a ser optimistas. En los últimos años, los pronósticos de estas instituciones han sido al menos 1% más altos que los resultados finales, probablemente porque la presión política de los países miembros lleva a sus economistas a
escoger los escenarios más positivos. (Para ser justo, los pronósticos del FMI han sido un poco menos optimistas que, por ejemplo, los de las Naciones Unidas.) Pero lo que me queda claro es que la principal causa de la desaceleración económica de América latina es política, no económica. La región no se recupera porque Brasil, Argentina y Venezuela –que constituyen una parte importante del producto bruto regional– mantienen políticas económicas populistas que ahuyentan a los inversores domésticos y extranjeros. Tal como me dijo recientemente el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, los gobiernos de la Argentina, Brasil y Venezuela no entienden que “sin inversión no hay crecimiento y sin crecimiento no hay reducción de la pobreza”. Suena un principio muy básico, pero no lo entienden. © LA NACION
Twitter: @oppenheimera